lunes, 16 de octubre de 2017

296. Jeremías 1: un profeta rescatado de en medio del juicio para anunciar juicio… ¡hoy!

Jeremías 1:1-3 RVC
1 Palabras de Jeremías hijo de Hilcías, que era uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de Benjamín.
2 Jeremías recibió palabra del Señor en el año decimotercero del reinado de Josías hijo de Amón, rey de Judá.
3 También la recibió en los días de Joacín hijo de Josías, rey de Judá, y hasta finales del undécimo año de Sedequías hijo de Josías, rey de Judá; es decir, hasta el mes quinto de la cautividad de Jerusalén.


Jeremías es un libro tremendamente actual. Probablemente no sea muy predicado ni leído entre los cristianos, pero debería serlo, porque sus palabras “encajan” perfectamente en la realidad presente del Pueblo de Dios y del mundo. Jeremías vivió “en pequeño” lo que el mundo está por vivir “en grande”. Para que no nos hagamos vanas esperanzas, ni seamos sorprendidos por lo que va a ocurrir, ni por la dureza del corazón de inconversos y (supuestos) conversos, necesitamos imperiosamente devorar las palabras de este libro, que en verdad nos amargarán el vientre, como le pasó a Juan, pero que nos harán muy bien al alma y al espíritu.

Antes de leer Jeremías hay que ubicarlo en el contexto del juicio inminente e irreversible, no como un profeta para cambiar el futuro inmediato, como lo fueron otros, sino como una guía para atravesar el tiempo de juicio y sobrevivir. Pero Jeremías fue especialmente “preparado” para ese tiempo de juicio, tal como muchos de nosotros hoy, y entender sus traumáticos orígenes y su crucial misión de seguro puede traer gran sanidad a muchos cristianos hoy y enfocarlos en sus propias misiones para este tiempo, que en muchos casos no serán muy diferentes a las del mismo Jeremías.

¡Jeremías tenía muy buenas razones para sentirse humillado por su historia y por la gente de su región!

La historia de Jeremías empieza con uno de sus menos ilustres antepasados:

1 Samuel 2:27-36 RVC
27 Un día, un hombre de Dios fue a visitar a Elí, y le dijo: «Así ha dicho el Señor: Cuando tus antepasados vivían en Egipto, en la tierra del faraón, ¿no es verdad que me manifesté a ellos con toda claridad?
28 Yo escogí a tu padre de entre todas las familias de Israel, para que fuera mi sacerdote y presentara sobre mi altar las ofrendas, y quemara incienso, y llevara el efod delante de mí. Además, le di a sus descendientes todas las ofrendas de los hijos de Israel.
29 ¿Por qué han pisoteado los sacrificios y las ofrendas que pedi al pueblo ofrecerme en el tabernáculo? ¿Por qué has respetado más a tus hijos que a mí, y los has dejado engordar con las mejores ofrendas que me da mi pueblo Israel?
30 Por todo esto, el Señor Dios de Israel te dice: Yo prometí que tu familia y los descendientes de tu padre estarían siempre a mi servicio; pero hoy te digo que esto se acabó, porque yo honro a los que me honran, y humillo a los que me desprecian.
31 Ya está cerca el día en que tu poder y el de tus descendientes llegará a si fin; ninguno de ellos llegará a viejo.
32 Tu familia caerá en desgracia, mientras que a Israel lo colmaré de bienes. Ya lo he dicho: Ninguno de tus descendientes llegará a viejo.
33 A cualquiera de tus hijos que yo no aparte de mi altar, tú lo verás para llenarte de dolor. Todos tus descendientes morirán en plena juventud.
34 Como señal de lo que te he dicho, tus dos hijos, Jofní y Finés, morirán el mismo día.
35 Pero levantaré un sacerdote que me sea fiel, y que haga lo que a mí me agrada. Yo haré que no le falten descendientes, y estará delante de mi ungido todos los días de su vida.
36 El que haya sobrevivido en tu familia, irá y se arrodillará delante de él, y le rogará que le dé una moneda de plata y un bocado de pan, y que lo ocupe en algún trabajo entre los sacerdotes para tener qué comer.»

La historia sigue con la derrota en batalla, la captura del Arca, la muerte de los hijos de Elí y del mismo Elí. Samuel cobra relevancia por encima de los sacerdotes durante ese tiempo y éstos, los descendientes de Elí que continuaron, no aparecen en el relato bíblico durante ese tiempo.

Décadas después, cuando David huía de Saúl, nos encontramos con este otro episodio:

1 Samuel 22:16-20 RVC
16 Pero el rey dijo: «Puedes estar seguro, Ajimélec, que tú y toda la familia de tu padre morirán.»
17 Y dirigiéndose el rey a los guardias que lo rodeaban, les ordenó: «¡Maten a los sacerdotes del Señor! También ellos le son fieles a David, pues sabían que él huía de mí, y no me lo hicieron saber.» Pero los guardias se negaron a cumplir la orden de matar a los sacerdotes del Señor,
18 así que el rey llamó a Doeg y le dijo: «Ven y mátalos tú mismo.» Y Doeg arremetió contra ellos, y ese mismo día mató a ochenta y cinco sacerdotes que vestían efod de lino.
19 Luego entró en Nob, donde vivían los sacerdotes, y mató a hombres, mujeres y niños de pecho, y hasta mató bueyes, asnos y ovejas. A todos los mató a filo de espada.
20 Pero Abiatar, que era uno de los hijos de Ajimélec hijo de Ajitob, logró escapar y fue en busca de David.

Imposible no escuchar aquí los ecos del mensaje profético dado a Elí.

La historia sigue su curso, David muere y se suscita un problema por la sucesión al trono. Abiatar se pone del lado equivocado, y cuando asciende Salomón:

1 Reyes 2:26-27 RVC
26 Luego, el rey le ordenó al sacerdote Abiatar: «Regresa a Anatot, tu tierra. Mereces la muerte, pero no te mataré hoy porque has llevado el arca del Señor, nuestro Dios, en presencia de David, mi padre, y porque sufriste junto con él las mismas aflicciones.»
27 Así fue como Salomón quitó a Abiatar del sacerdocio en el templo del Señor, con lo que se cumplió su palabra contra los descendientes de Elí, como lo había afirmado en Silo.

Jeremías venía de una familia sacerdotal “fracasada”, que acarreaba una terrible maldición generacional, que había visto desgracias en su historia, y que además vivía en el territorio de Benjamín, la tribu que fue prácticamente destruida por las otras por haber protegido a un grupo de perversos (la historia se encuentra en Jueces 19 – 21), y que luego es reconstruida con mujeres raptadas de sus familias. ¡Imagínense cuánto trabajo hubieran tenido los psicólogos durante generaciones con esa gente!

Posteriormente Benjamín lleva al rey Saúl al poder, que también fracasó de manera estrepitosa, y junto con él, muchos de su tribu.

A toda esa historia hay que agregarle las “idas y vueltas” de Israel a lo largo de los siglos siguientes, y en progresivo e inexorable deterioro moral que ya estaba llegando a su colmo. En ese contexto nace y crece Jeremías.

En cierto sentido tenemos una historia que no es muy diferente a la de muchos cristianos del presente: no tienen nada de que enorgullecerse si miran a su familia y antepasados; no hay demasiadas cosas buenas que sacar de su propia comunidad, y desde que eran niños hasta el presente sólo han conocido degradación moral, problemas y progresiva decadencia. ¿Acaso Dios puede sacar algo bueno DE AHÍ?

Pues sí, EXACTAMENTE DE AHÍ Dios sacó a Jeremías, quien recibió palabras de la misma Boca del Altísimo.

Podemos hacer una extensa lista de las cosas que Jeremías probablemente no tuvo, y de aquellas que tuvo que soportar; pero en medio de tanta oscuridad Él tuvo un corazón fiel, profundamente celoso por Dios, y fue recompensado con una misión única, desarrollada en el contexto más difícil del que tenemos registro.

Jeremías “vivió” en una familia y una tierra marcada desde hacía siglos por el juicio y el castigo de Dios (a causa de los pecados); podía haberse transformado en un rebelde contra Dios, podía haberse sumido en la autocompasión o en un tremendo complejo de inferioridad e incapacidad; pero no pasó nada de eso. Jeremías pudo ver a Dios por encima de la historia que a su familia y a la gente de la región le había tocado vivir, entendió que todo lo que había pasado allí fue por consecuencia de los pecados, y fácilmente pudo recibir y predicar con ardor el mensaje hacia toda la nación, ¡precisamente porque sabía cuán terrible era apartarse de Dios!

Jeremías mismo estaba bajo la “maldición” de Elí… pero el Señor transformó esa maldición en la plataforma de su ministerio.

Hermanos, debemos reconocer que Jeremías cumplió una función única y muy desagradable, pero extremadamente necesaria. Muy poco fue el fruto que pudo ver en su vida terrenal, y enfrentó muchos conflictos internos en relación con su misión; pero todo eso trajo fruto durante siglos a incontables cristianos, y más todavía, toda esa experiencia es la que hoy nos va a ayudar a completar la misión que nos queda, porque será hecha en un contexto similar al que tuvo que vivir el profeta.

Hoy tenemos una gran ventaja, además por supuesto de que vivimos bajo la gracia derramada por nuestro Señor Jesucristo; y es que todo lo que estamos enfrentando y por enfrentar en breve ya fue escrito, por lo que nada de eso nos tomará por sorpresa. Cobremos ánimo, hermanos, muy pronto nuestro Amado vendrá y recibiremos la recompensa de nuestro trabajo, pero todavía hay una obra por hacer, y Jeremías necesita decirnos unas cuantas cosas.


Danilo Sorti




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