domingo, 4 de febrero de 2018

387. ¿Por qué Dios no me habla?... O ¿puedo escuchar realmente?

Jeremías 43:1-3 RVC
1 En cuanto Jeremías terminó de comunicar al pueblo todas las palabras por las que el Señor su Dios lo había enviado a hablar con ellos,
2 tanto Azarías hijo de Osaías y Johanán hijo de Careaj como otros insolentes le dijeron a Jeremías: «¡Lo que dices es una mentira! El Señor nuestro Dios no te ha enviado a decirnos que no vayamos a vivir en Egipto.
3 Es Baruc hijo de Nerías quien te incita contra nosotros, para entregarnos en manos de los caldeos, y matarnos y hacer que nos lleven cautivos a Babilonia.»

Si bien todo el libro de Jeremías es sorprendente por muchas razones, este pasaje creo que es uno de los más llamativos. El juicio que por tantos años había anunciado Jeremías finalmente cayó sobre Jerusalén y todos pudieron ver que Jeremías era un verdadero profeta. Sus anuncios se habían cumplido y no era ya sensato dudar que tuviera palabra del Señor. En medio de una crisis, un pequeño grupo de sobrevivientes le dice:

Jeremías 42:1-3 RVC
1 Todos los oficiales militares y todo el pueblo, desde el menor hasta el mayor, junto con Johanán hijo de Careaj, Jezanías hijo de Osaías, fueron
2 y le dijeron al profeta Jeremías: «Acepta ahora nuestra súplica, y ruega al Señor tu Dios por nosotros, por todo este remanente. Como puedes ver, éramos muchos y sólo hemos quedado unos pocos.
3 Pide al Señor tu Dios que nos muestre el camino que debemos seguir, y qué es lo que debemos hacer.»

Pues bien, Jeremías lo hizo, y la respuesta que recibió era de mucho consuelo:

Jeremías 42:9-12 RVC
9 y les dijo: «Así ha dicho el Señor y Dios de Israel, ante quien me pidieron presentar sus ruegos.
10 Si ustedes deciden quedarse en esta tierra, él los levantará y no volverá a destruirlos; los plantará, y no volverá a arrancarlos. El Señor lamenta mucho haberles causado tanto daño.
11 Ustedes tienen miedo de la presencia del rey de Babilonia, pero no hay razón de que le teman, porque el Señor está con ustedes para salvarlos y librarlos de sus manos. —Palabra del Señor.
12 »El Señor tendrá compasión de ustedes, y hará que también el rey de Babilonia se compadezca de ustedes, para que puedan volver a su tierra.

¡Eso era lo que ellos querían! Años resistieron el mensaje profético que les anunciaba el juicio y la deportación, y ahora, por fin, el Señor decide dejar a este pequeño grupo y bendecirlo en su tierra. Además, les promete la benevolencia de los poderes políticos. ¡Un remanso de paz luego de tanta y tanta aflicción! ¿Quién podía rechazar esa promesa?... ¡¡Ellos!!

Ya habían determinado en su corazón cuáles eran las “respuestas posibles” del Señor ante su situación:

1.      Refúgiense entre las cuevas
2.      Escapen a Egipto
3.      Huyan más allá de Egipto
4.      ¡Lo siento por ustedes! Están al horno…

Teniendo en cuenta lo que Dios ya había hecho, no podían ser muy diferentes, así que estaban rogando para que fuera la segunda opción, la más tolerable de las cuatro. Pero Dios tenía una quinta opción que esta fuera de sus posibilidades.

Mucho tiempo después, los discípulos de Jesús le hicieron una pregunta muy inteligente con dos opciones:

Juan 9:1-2 RVC
1 Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento.
2 Sus discípulos le preguntaron: «Rabí, ¿quién pecó, para que éste haya nacido ciego? ¿Él, o sus padres?»

No podía haber otra razón, no había otra opción lógica, ellos ya sabían las posibles respuestas, así que el Señor debía ubicarse en alguna de esas dos… o no:

Juan 9:3 RVC
3 Jesús respondió: «No pecó él, ni tampoco sus padres. Más bien, fue para que las obras de Dios se manifiesten en él.

¿Qué nos muestra esto? Pues que nos resulta muy fácil encasillar las posibles respuestas de Dios en un asunto, especialmente cuando ya tenemos mucha teología sobre nuestras espaldas. Es más, hasta nuestras oraciones se parecen a las preguntas de selección múltiple que les hacemos a los estudiantes, aunque sin incluir la opción de “Ninguna de las anteriores” (yo suelo agregarla, aunque mis alumnos no están muy felices con eso…).

Y ahora vamos al lamento omnipresente en los cristianos: “¿Por qué Dios no me habla?” Y aunque no podemos “encasillar” la respuesta a esta pregunta en una sola, podemos afirmar que muchas veces es porque no estamos preparados para escuchar una respuesta diferente a la o las que ya nos imaginamos.

Puede ser que Dios no hable por diversas razones, pero creo que la principal es esa, dado que es IMPOSIBLE que Dios no hable. Aclaremos: no me estoy refiriendo a una profecía particular o a la voz directa del Espíritu a nuestro corazón, es perfectamente posible que Dios NO NOS DÉ una profecía o que no nos hable directamente, y ocurre muchas veces. Pero que no haya ninguna respuesta a una pregunta o cuestionamiento que tengamos, es difícil, si no imposible. Casi seguro que la respuesta vino hace rato, y la rechazamos, por lo cual Dios decidió “callar”.

Esto puede parecer muy inocente, pero en el fondo esconde la actitud de que Dios tiene que hablar conforme a lo que yo conozco o entiendo de Él, y eso es una forma muy sutil de orgullo que consiste en pensar que podemos entender lo que Dios quiere decir o hacer en una ocasión dada.

Cuando Dios “no habla” por un buen rato, seguramente es una buena idea hacer un alto y revisar supuestos, además de una oración de arrepentimiento. Casi seguro que lo que Dios tenía que decir ya lo dijo hace un buen tiempo atrás y se nos pasó por alto. ¡Que el Señor nos ayude!


Danilo Sorti




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