Gálatas 3:1-6 RVC
1 ¡Oh gálatas insensatos! ¿quién los fascinó
para no obedecer a la verdad, si ante los ojos de ustedes Jesucristo ya fue
presentado claramente como crucificado?
2 Sólo esto quiero que me digan: ¿Recibieron
el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?
3 ¿Tan necios son? ¿Comenzaron por el
Espíritu, y ahora van a acabar por la carne?
4 ¿Tantas cosas han padecido en vano? ¡Si es
que realmente fue en vano!
5 Aquel que les suministra el Espíritu y hace
maravillas entre ustedes, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con
fe?
6 Así Abrahán creyó a Dios, y le fue contado
por justicia.
Aquí tenemos el centro de la cuestión con el
espíritu de religión y por qué resulta tan difícil de desenmarañar.
No vemos en otra parte que Pablo tratara a
sus “hijos espirituales” de esta forma, les está diciendo que son necios,
carentes de sentido, sin capacidad de entender pero por su propia voluntad. La
traducción “insensatos” no es la que mejor transmite el fuerte énfasis de lo
que quiere decir; me gusta la versión Dios Habla Hoy en la traducción de la década del ’80 que
dice, sin rodeos, “¡Gálatas estúpidos!”; ya en la versión del ’96 lo cambiaron
por una palabra más “políticamente correcta”…
El punto de partida para todo lo que dice
después es, simplemente, que ellos tienen la culpa de lo que les pasó y que
voluntariamente decidieron no aplicar su entendimiento, es decir, que “fácilmente”
hubieran podido evitar esa desviación doctrina con lo que ya sabían, no se
trataba de algún ataque “especial” de las tinieblas que no hubieran podido
vencer de ninguna forma, todo lo contrario. Pero decidieron no hacerlo, ¿por
qué?
“¿quién los fascinó…?” es decir, ¿quién los
embrujó? Aquí es donde se nos conecta el espíritu de religión con el espíritu
de Babilonia, la Ramera, Jezabel; ese espíritu manipulador, “encantador”,
estrechamente unido a la religión, que parece muy lejano a algo tan bajo como
una prostituta o una Jezabel manipuladora, pero que espiritualmente es
exactamente lo mismo. La religión ejerce un efecto de encantamiento, es decir,
atrae, seduce y cuando se lo “acepta” nubla la capacidad de razonar; ese es el
encantamiento: captura la voluntad y pone vallas para que la luz de Cristo no
resplandezca.
Pero siempre hay una puerta de entrada, una
fascinación que se enraíza en pecados humanos y llega a tener un poder de
engaño terrible. A veces nos preguntamos cómo es posible que Fulano o Mengano,
que conocieron la verdad e incluso hicieron milagros y señales por el Espíritu
Santo, hoy estén tan apartados y hayan caído en pecados tan groseros. Muchos
cristianos sinceros “tropiezan” con esa realidad, no pueden entenderla de ninguna
manera; pero lo cierto es que Pablo ya lo había mostrado por demás de claro.
Pablo pudo decir que Jesucristo había sido
claramente predicado a ellos, que la obra de la cruz había sido expuesta de tal
forma que la habían comprendido. También pudo recordarles que habían recibo al
Espíritu Santo, es decir, Sus manifestaciones y dones; y aún seguía estando
activo entre ellos. Es más, habían sufrido por el Señor, esto es, habían
gustado el fervor del amor que el Espíritu les inspiraba. Pero se habían vuelto
atrás, hacia la “religión”, es decir, hacia una especie de doctrina mezcla de
los judaizantes en la que se incluían una serie de obras para alcanzar la
salvación. ¿Dónde está el problema?
“¿Comenzaron por el Espíritu, y ahora van a
acabar por la carne?” Esta “carne” obviamente no se refiere al cuerpo material
ni a los deseos sexuales de las personas; de hecho, lo que Pablo está duramente
criticando en ellos no corresponde al cuerpo físico sino al alma, a la
voluntad, al intelecto. Y creo que ahí está el principal problema con la
religión.
El espíritu de la religión no puede apelar al
espíritu de la persona; cuando el reino de las tinieblas apela al espíritu de
las personas es porque las está llevando a alguna forma de ocultismo, brujería,
espiritismo o algo por el estilo. Pero eso es demasiado repulsivo para la
mayoría de las personas, cuánto más para los cristianos. Con todo, siempre hay
unos cuantos que se sienten atraídos, pero son los menos.
El espíritu de la religión apela al alma de
la persona: su intelecto, sus emociones, su voluntarismo. Es más, diría que la
gran mayoría de los engaños de Satanás apelan al alma de las personas, aunque
en estos últimos tiempos los que apelan al cuerpo están aumentando, porque en
la caída lo que adquiere el primer lugar, incorrectamente, es el alma, pero un
alma manchada. Esa alma pecadora sabe que necesita ser regenerada, pero no
puede de ninguna manera hacerlo por sí misma, sin embargo el orgullo la impulsa
a ello.
Cuando los gálatas, y las personas de todos
los tiempos, aceptaron, y aceptan, el mensaje de salvación, lo que ocurre es
que el espíritu lo recibe y es vivificado, y el alma “acepta por fe”, es decir,
acepta algo que le viene dado por testimonio del espíritu y que no puede
razonar conforme sus estructuras de pensamiento contaminadas con el pecado.
Entonces, la vida cristiana se transforma en una vida “de fe”, esto es, una
vida en la que el espíritu renacido se comunica con el Espíritu Santo y luego
le dice al alma qué hacer, y ella debe creer y obedecer, es decir, tener fe,
porque no puede de ninguna forma alcanzar esa dimensión espiritual. El alma, al
tener fe, se transforma en sierva del espíritu humano, que ahora se ha
conectado con el Espíritu Santo. Pero eso nunca termina de gustarle al alma…
Ellos habían comenzado por el Espíritu, es
decir, recibieron el testimonio de la gracia de Dios, de la salvación
inmerecida, entendieron en sus espíritus esa realidad, sus almas creyeron y el
Señor respondió manifestándose entre ellos con señales y milagros, es decir,
sellando con Sus manifestaciones lo que ellos habían creído. Además, sus
voluntades fueron transformadas al punto de aceptar el sufrimiento por amor a
Cristo. Ellos creyeron y Dios obró poderosamente. Y sus almas, es decir, sus
intelectos, se dieron cuenta de esto.
Ahora bien, el alma no puede entender las
dimensiones espirituales porque corresponden, propiamente, a otra dimensión.
Las dimensiones espirituales se experimentan, pero seamos sinceros, el alma
está entrenada en razonar, en tener sentimientos y absolutamente todas las
personas (en uso de sus facultades) pueden razonar y puede reconocer sus
sentimientos, pero ¿entendemos el razonamiento? ¿entendemos los sentimientos?
Sistemas filosóficos, políticos, económicos y científicos se construyen en base
al razonamiento, vivimos en el siglo en el que el conocimiento basado en la
razón ha alcanzado su máxima expresión… pero ¿entendemos la razón?
No. Podemos explicar cómo funcionan las
neuronas, podemos hablar de la lógica y del funcionamiento del cerebro, pero
eso “no es” la razón, ni menos aún los sentimientos. Y la verdad es que pocos
se preocupan por “entender” la razón, simplemente la usamos, “experimentamos”
con ella y obtenemos resultados “positivos”… bueno, digamos resultados, después
discutiremos si son positivos…
Es decir, la facultad que más nos identifica
en realidad no es más que una “experiencia”. Y ni que hablar de los
sentimientos. Entonces, ¿qué tiene de “horroroso” que la dimensión espiritual
sea también una experiencia? Simplemente, está más allá de la experiencia del
alma y exige ejercer la fe en algo que “no vemos” con el alma.
Bueno, pero el alma siempre quiere tener el
control, y cualquier mensaje que la active y alimente el “leviatán” escondido
en ella puede hacer que fácilmente el espíritu quede eclipsado. La realidad es
que en esta vida sigue dominando el alma, y eso no va a cambiar por ahora. Por
lo tanto, es el alma la que voluntariamente decide someterse al espíritu o no.
El alma necesita “entender” lo espiritual y
el Espíritu de la Religión le provee esquemas y prácticas que son muy
“entendibles” y deseables por el alma. Esto es lo que Pablo llama las “obras de
la ley”, y que no tiene nada que ver con la vida en santidad del cristiano
porque aquí se refiere a la salvación, es decir, a algo que se está oponiendo a
la obra de Cristo en la cruz.
Entonces, aunque el alma no puede entender la
dimensión espiritual, puede perfectamente relacionar hechos con actitudes, es
decir, “tuve tal actitud y sucedió tal cosa”. Esto es perfectamente racional,
se trata de una inferencia y todos las usamos cientos de miles de veces, es una
de las formas básicas en cómo pensamos.
Aunque hay un paso de fe inevitable, aunque
el alma debe ceder voluntariamente el primer lugar y someterse al espíritu,
puede perfectamente hacer la inferencia: creí en el mensaje y el Señor se
manifestó, por lo tanto, ese mensaje tiene el respaldo divino, por lo tanto es
verdadero.
Este razonamiento tiene sus cuestiones, no es
tan lineal como lo presento aquí, pero en el contexto en que lo expone Pablo es
perfectamente válido, ¿qué contexto? Pues que el mensaje había sido predicado
de manera clara y adecuada, bajo la estricta guía del Espíritu Santo y
perfectamente bíblico. ENTONCES la fe que se desarrolla en ese mensaje permite
la manifestación pura del Señor y esa manifestación es reaseguro de esa fe. Y
además entendamos que la exposición de ese mensaje no fue una especie de
“influjo metafísico” sino una predicación perfectamente racional, tal como
diría luego a partir del versículo 6 tomando el ejemplo de Abraham. La mente
almática no tiene excusa: no puede alcanzar la dimensión espiritual pero puede
entender perfectamente sus efectos en el mundo material, por eso los gálatas
eran realmente estúpidos… y los cristianos de hoy, bueno, no somos muy
diferentes.
Entonces, el alma debe ceder su primer lugar
al espíritu, que además de misterioso y desconocido, es totalmente impredecible
e “ilógico”. Sobre eso es que el Espíritu de la Religión se ancla para inyectar
su fascinación. La “ley” a la que se refiere Pablo no era la Ley Mosaica sino
un “recorte” de ella que le brindaba al alma la posibilidad de “tomar las
riendas” de la salvación, la hace sentir importante en vez de tener que
quedarse relegada a la silla de atrás, le permite tener “mucha actividad útil”
en relación con su salvación, puede hacer muchas cosas que le suman puntos,
ahora es protagonista y no tiene que quedarse esperando las instrucciones de
alguien tan impredecible como el espíritu.
El problema con el Espíritu de la Religión es
que normalmente se lo combate con sus mismas armas y desde su mismo terreno, es
decir, desde el alma. ¡Pero no es posible ganarle a Satanás jugando con sus
reglas! Cualquier intento de vencer a la religión utilizando el alma como
principal instrumento, es decir, el intelecto y las emociones, inevitablemente
terminará en otra forma de religión, distinta en la “forma” pero igual en la
esencia. Y 2.000 años de cristianismo lo ilustran.
Las realidades del espíritu son una “experiencia”,
se viven, no las puede razonar el intelecto humano. Pero inevitablemente lo
espiritual se manifiesta con hechos materiales, y eso nos sirve de testimonio,
aunque el principal sigue siendo la Palabra Escrita, que es espíritu y no
letra, aunque algunos que pretender combatir la religión con sus mismas armas
se ufanan en mal – decir que la “letra mata” refiriéndose a la Biblia.
Desde otro punto de vista, el Espíritu de la
Religión es, precisamente, un espíritu, por lo que querer combatirlo en el
plano inferior del alma es a todas luces inútil. Un espíritu se combate
espiritualmente, por supuesto por el Espíritu Santo.
Hebreos 4:12 RVC
12 La palabra de Dios es viva y eficaz, y más
cortante que las espadas de dos filos, pues penetra hasta partir el alma y el
espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón.
“El alma y el espíritu”, es decir, la Palabra
nos permite separar esas dos dimensiones de tal forma que el alma pecadora no
tome provecho y obstaculice al espíritu.
Danilo Sorti
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