Proverbios 22:6 RVC
6 Enseña al niño a seguir fielmente su
camino, y aunque llegue a anciano no se apartará de él.
Es proverbial el hecho de que la educación del
niño determinará mucho de lo que será de adulto, y que cambiar la formación
recibida de joven no es fácil, lo sé por experiencia propia. Entonces, si
tenemos una generación dominada por el Espíritu de la Religión es que la
generación anterior algo hizo mal… De todas formas, así como es incorrecto
desentenderse de la responsabilidad generacional también es incorrecto pensar
que una generación será matemáticamente el resultado directo de lo que haya
hecho la anterior; al fin y al cabo, cada una tiene su propia capacidad de
decidir y de cambiar si quiere.
Con todo, la educación recibida o no por la
generación de los “padres” es “fundacional” para la generación de los “hijos”.
No voy a hablar ahora de iglesias
tradicionalmente religiosas, en las que el Espíritu de la Religión se viene
transmitiendo por generaciones, sino de aquellas que habiendo tenido un mover
genuino del Espíritu, terminaron cayendo en alguna forma de religión y eso lo
transmitieron a la generación siguiente, es decir, la “avanzada” más reciente
del Espíritu de Religión.
Jueces 2 nos muestra la “introducción
oficial” del Espíritu de Religión en Israel a través de la adoración a falsos
dioses, en el capítulo siguiente leemos:
Jueces 3:1-2 RVC
1 Éstos son los pueblos que el Señor dejó
para poner a prueba a todos los israelitas que no habían sabido nada de las
guerras de Canaán.
2 El Señor los dejó sólo para que los
descendientes de los israelitas aprendieran a pelear y enseñaran a quienes no
habían combatido.
Esto puede parecer un dato menor si no fuera
por el terrible daño que causó en Israel durante siglos, y que la nación no
“salió” de esta etapa de la mejor manera sino con una monarquía permitida por
Dios pero no dentro de Su perfecta voluntad. Estos pueblos significaron la casi
desaparición de Israel y durante siglos la continuidad de la nación, y de la
línea que daría origen al Mesías, “pendió de un hilo”. Evidentemente, esta
cuestión de “aprender a pelear” no se trataba de algo sin importancia, ni
tampoco es un hecho que podamos dejar simplemente en la historia nosotros que
estamos en el Nuevo Pacto, porque la vida cristiana es claramente una lucha
espiritual, así que hay principios que debemos aprender.
Una generación luchó y pudo comprobar de
primera mano el poder del Señor, Su protección, Su presencia, Sus milagros. La
generación siguiente no lucho y cayó en una idolatría de la que no se pudo
desprender totalmente sino hasta 1.000 años después, cuando Israel regresara
del exilio babilónico. No, aquí tenemos algo a lo que debemos prestar mucha
atención.
Claramente Dios mandó a instruir a los hijos:
Deuteronomio 6:6-9 RVC
6 Estas palabras que hoy te mando cumplir
estarán en tu corazón,
7 y se las repetirás a tus hijos, y hablarás
de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas por el camino, y cuando te
acuestes y cuando te levantes.
8 Las atarás en tu mano como una señal, y las
pondrás entre tus ojos como frontales,
9 y las escribirás en los postes de tu casa,
y en tus puertas.
Pero también los mandó a luchar.
¿Por qué la nueva generación cae en alguna
forma de Religión muerta, anclada en un pasado (más ideal que real) pero sin la
vida del Espíritu vibrando en ella? Porque no fue adecuadamente instruida y
porque no peleó sus propias batallas, sino que se conformó con las conquistas
del pasado, es decir, ¡se quedó en lo “bueno” del pasado sin avanzar hacia “lo
mejor” del futuro!
¿Qué hizo de malo la generación anterior? No
enseñó toda la verdad y no permitió que la nueva generación luchara sus propias
batallas, sufriera derrotas y alcanzara victorias, es decir, la conformó a sus
propias formas, por ignorancia, por miedo, por egoísmo, por pecado. ¡Pero
cuidado!, a la nueva generación le resultó también muy fácil ubicarse en el
cómodo terreno ya ganado por la vieja y no arriesgarse en una guerra que solo
es posible vencer de la mano de Dios.
No enseñamos por pereza, por comodidad, para
no esforzarnos con jóvenes distraídos y cuestionadores. Pero también no
enseñamos cuando hay pecado en nosotros porque entonces sabemos que no tenemos
la autoridad moral para hacerlo y si lo hiciéramos fácilmente seríamos
descubiertos por nuestros hijos, ¿o a ningún padre le ha pasado recibir el
rebote de sus propias palabras cuando estaba haciendo o diciendo algo malo? No
enseñamos porque no tenemos la humildad de mostrarles a nuestros hijos que
“hasta aquí” llegamos pero que hay más para conquistar que le corresponde a
ellos. No enseñamos porque no queremos que ellos nos sobrepasen y nosotros
perdamos protagonismo, porque estamos buscando la gloria de los hombres. No
enseñamos porque ya hemos armado nuestro buen “negocio” con las cosas santas y
no queremos perderlo. En definitiva, hay muchas razones por las cuales dejamos
de enseñar.
O más bien, no “dejamos” de enseñar, sino que
enseñamos lo que no es sustancial, lo periférico, lo que no va a la esencia de
la fe, ese decir, enseñamos formas, estilos de culto, procedimientos y mandatos
humanos que parecen bíblicos pero no lo son. No llevamos a la nueva generación
a la Biblia porque nosotros mismos nos apartamos de ella.
No empujamos a nuestros hijos a sus propias
batallas por comodidad; cada batalla es un desafío nuevo, nunca están “todas
las respuestas”, hay heridos que atender, puede haber bajas, y es necesario
estar continuamente escuchando y obedeciendo las órdenes del General para
obtener la victoria.
Además, ¿cómo permitiríamos que ellos se
atrevieran a pensar de forma distinta a la nuestra? ¿Descubrir “otra” verdad?
¡Nooo! ¿Acaso nosotros no descubrimos ya TODA la verdad y TODO lo que el
Evangelio es? ¿Tolerar que surjan algunas herejías y que el Espíritu se
encargue de corregirlas?
En la práctica, muchas iglesias establecidas
ya han armado su propio “negocio” que garantiza una seguridad económica al
pastor, su familia y sus allegados; y a los miembros les da un “estado de
situación predecible”, quizás no el mejor pero sí predecible y “seguro”.
Cualquier cambio en énfasis doctrina o estilos, no ya un cambio más radical en
el pensamiento, es una amenaza para todo ese sistema, que propiamente es un
“todo”, en el que la forma de entender la Biblia, la predicación, los estilos
de culto, la “cultura organizacional”, todo lo que es la vida de la iglesia
colabora en mantener el status quo. Cualquier novedad que amenace una parte
aunque sea pequeña de ese sistema no va a ser tolerada, con lo cual el Espíritu
de la Religión, en su forma “conservadora” halla un cómodo nido para empollar
sus huevos.
Pero también las generaciones nuevas tienen
una responsabilidad muy grande: ¿por qué aceptar el estado de situación? ¿Por
qué no arriesgarse a lo nuevo? Puedo hablar de esto con autoridad porque el
Señor, de joven, me llevó a recorrer este camino, y no una, sino muchas veces. Sé
el costo que implica, sé lo que se sufre y las duras luchas que ahí, aunque mi
situación no fue la “peor” porque yo no viene de una tradición cristiana
familiar, entiendo que para ellos “escapar” de ese encierro puede ser más
difícil aún.
Pero, habiéndolo pasado, entiendo
perfectamente que ninguna generación es “inocente” porque la anterior no le
haya enseñado correctamente o dado las oportunidades adecuadas. Hermanos, yo no
voy a estar en el Juicio delante de mis “padres espirituales”, ¡voy a estar delante
del PADRE DE LOS ESPÍRITUS!, así que más vale le preste atención a lo que Él
dice y haga lo que Él quiere, y si mis “padres espirituales” se disgustan,
bueno, ¡problema de ellos!
Está claro que esta actitud difícilmente me
abra puertas en el sistema eclesiástico establecido, ¿no? Pues bien, ESA ES
precisamente la actitud de los pioneros, y Dios había dispuesto para Israel que
siempre hubiera “pioneros”, es decir, que siempre hubiera una nueva generación
que tuviera que ir a pelear para conquistar un territorio nuevo.
No quiero juzgar a los que “se quedan” de
acuerdo a la voluntad de Dios específica para ellos porque nunca ha sido mi
pensamiento y no creo que tenga la autoridad adecuada para hacerlo, pero sí
entiendo que cada nueva generación debe tener pioneros y que el “espíritu
pionero” debe ser constitutivo en los cristianos, es decir, el espíritu de
lucha, de la guerra espiritual, ¿y dónde hay guerra sino en los territorios que
no fueron aún conquistados?
El Espíritu de la Religión en su forma conservadora
se introduce muy rápidamente en la iglesia y en la nueva generación, ninguna
forma de cristianismo está hoy exenta de él, ni siquiera las más renovadas. Sin
embargo, es necesario erradicarlo completamente para avanzar en lo último nuevo
que necesitamos conquistar en breve, y que probablemente lo harán las
generaciones jóvenes, es decir, aquellos que verdaderamente tienen espíritu
joven.
¡Señor, ayudanos contra este enemigo oculto!
Danilo Sorti
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