Génesis 11:4 RVC
4 y dijeron: «Vamos a edificar una ciudad, y
una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos de renombre, por si
llegamos a esparcirnos por toda la tierra.»
Este episodio que ocurre en Babel marca el
inicio de algo que no podemos dimensionar adecuadamente en el breve relato de
Génesis 11: es el inicio del “principado” del imperio, propiamente el inicio de
la historia de los imperios (y todo lo que ellos significaron) para la sociedad
que emergió del diluvio, no solamente en esa región del mundo, sino finalmente
en todo el planeta. Casi toda la Biblia está cruzada por “el imperio”, casi
todas sus páginas fueron escritas con algún imperio como trasfondo, y ese poder
de dominación no se termina sino en los últimos capítulos de Apocalipsis.
Pero no es el propósito del Señor que
hablemos ahora del imperio sino de otro espíritu que “nació” estrechamente
asociado con él: el Espíritu de la Religión, lo que más tarde conoceríamos como
la Reina del Cielo, Astarté o Astoret, Diana o la Virgen. Es el principado que
más exasperó a Jesús en la Tierra, aquel que dominaba a los religiosos de Su
época y contra los cuales dirigió Sus más duras críticas. Es el principado que
una y otra vez ha engañado a la Iglesia cuando se introdujo de la mano del
Espíritu de Grecia y de los religiosos judíos no totalmente convertidos. Es el
espíritu que hasta ahora la Novia no ha podido vencer completamente, pero que
lo hará en breve, y por eso es necesario que repasemos su insidioso obrar y nos
despojemos de su influencia.
La Reina del Cielo entra de la mano de
Leviatán porque en esencia implica justificación propia y manipulación, es
decir, utilizar los poderes espirituales para mi provecho en vez de someterme
al poder y voluntad de Dios. Está detrás de cada error teológico y de cada acto
de manipulación religiosa de los líderes, y es la herramienta más efectiva para
espantar a los no creyentes de la Iglesia.
Vayamos al momento en que se introduce
“oficialmente” en el Pueblo de Dios:
Jueces 2:10-13 RVC
10 Y murió también toda esa generación, y se
reunió con sus antepasados. Después de ellos vino otra generación que no
conocía al Señor, ni sabía lo que el Señor había hecho por Israel.
11 Los israelitas hicieron lo malo a los ojos
del Señor, y adoraron a los baales.
12 Abandonaron al Señor, el Dios que sacó a
sus antepasados de la tierra de Egipto, y empezaron a adorar a los dioses de
los pueblos que vivían a su alrededor, con lo que provocaron el enojo del
Señor.
13 Se apartaron del Señor, para adorar a Baal
y a Astarot.
La religión, por sus características es
fácilmente identificable con el principado “femenino”; Baal tiene lo suyo
también, pero no hablaremos de él ahora.
El pasaje de Jueces es por demás de claro
para indicar como se introduce el error en una nueva generación de creyentes:
·
La generación anterior no les enseñó lo suficiente
·
No tuvieron ellos una experiencia personal con el Señor y Su poder
·
Deciden hacer lo malo (no buscar al Señor)
·
Resultan atraídos por los “dioses de alrededor”
·
Caen en la adoración idolátrica
La tendencia “natural” del hombre en este
tiempo, desde la época de Adán y hasta el fin del Milenio, es hacia el mal,
mientras no sea completamente erradicado este “gen del mal” de la raza humana.
Por lo tanto, es necesario siempre un esfuerzo para no apartarnos y para que la
próxima generación tampoco lo haga, pero más que nada, para que ellos tengan su
propia experiencia con Dios, no con el “Dios de sus padres” sino con el “Dios
de ellos”. Cuando eso no ocurre, inevitablemente la verdadera fe se resiente.
En Israel fue muy claro y contrastante, en la
historia del cristianismo no siempre fue así, pero la Religión se introdujo
fácilmente a partir de las “segundas generaciones” cuando simplemente
comenzaron a repetir las formas y los mensajes de las “primeras generaciones”.
Las “primeras generaciones” son aquellas en
las cuales sucede un gran mover del Señor, que cambia las formas cristianas y
trae una renovación y una experiencia directa. Las “segundas generaciones” son
los hijos, naturales y espirituales, de esas “primeras”, que heredan la “gloria
de sus padres” pero no tienen las experiencias propias ni un formato de Iglesia
y de fe acorde a su realidad. Allí entra la religión a “repetir” el pasado.
Una definición del Espíritu de la Religión es
la de aquel que nos hace ver lo bueno que Dios hizo en el pasado pero nos
impide ver lo bueno que Dios está haciendo hoy. Por supuesto, es mucho más que
eso, pero esa es su acción más sutil y más difícil de descubrir, y la puerta de
entrada para todo lo demás.
Dado lo acelerado de los tiempos, no debemos
pensar que hoy “el pasado” son generaciones atrás, como podía haber sido hasta
principios del siglo XX, hoy el “pasado” pueden ser apenas un par de décadas en
la vida de una persona, generalmente algún siervo del Señor que participó de un
mover genuino del Espíritu pero rápidamente lo cambió por las “cáscaras” de esa
realidad a medida que se acomodaba en su nuevo y prestigioso rol.
Resulta extraño hablar del pasado cuando el
texto que leímos en Josué estaba hablando del “presente”, es decir, de un
cambio que estaba ocurriendo en ese momento. Pues bien, ÉSA ES LA RELIGIÓN: nos
hace pensar que lo que creemos y practicamos es la verdad que fue dada en un
pasado lo más lejano y glorioso posible, la “primera verdad” sin contaminación
de los errores que SIEMPRE vinieron después. El problema es que esa “forma de
verdad” del pasado normalmente NO ES LA VERDAD Y NO ES DE UN PASADO TAN LEJANO.
¿Qué mejor ejemplo que los fariseos en la
época de Jesús?
Mateo 15:1-3 RVC
1 Ciertos escribas y fariseos de Jerusalén se
acercaron entonces a Jesús, y le preguntaron:
2 «¿Por qué tus discípulos quebrantan la
tradición de los ancianos? ¡No se lavan las manos cuando comen pan!»
3 Él les respondió: «¿Por qué también ustedes
quebrantan el mandamiento de Dios por causa de su tradición?
Ahora bien, la “tradición” es algo viejo,
¡sin dudas! Si se supone que hubo corrupción en el pasado cercano, la
“tradición” nos debería resguardar de eso. El problema es que esta “vieja y
segura tradición” en realidad no era ni tan vieja ni tan segura, porque había
venido DESPUÉS del mandato divino, contenido en el Pentateuco, y evidentemente
no estaba muy de acuerdo con él.
A lo largo de todo el Nuevo Testamento el
principal problema que vemos primero con los religiosos judíos y luego con esos
mismos religiosos convertidos (o algo parecido) fue el deseo de volver una y
otra vez a la tradición, a la “Ley”, a las formas y creencias antiguas, siempre
para lograr una justicia propia y una forma de “manipular” a Dios “obligándolo”
a bendecirlos por haber ellos cumplido con determinados requisitos. El mismo
problema lo tienen unos cuantos de los llamados “cristianos mesiánicos” hoy,
que en realidad se metieron en “las raíces hebreas del cristianismo” solo para
tener un “poco de Ley” que obedecer.
Recuerdo en una oportunidad un hermano que me
dijo, muy convencido, que la revelación que tuvieron los Padres Apostólicos
(los discípulos directos de los apóstoles) fue la máxima revelación y que no
hay verdad más allá de lo que ellos pudieron entender y escribir. Ese era el
método escolástico de la Edad Media, que se basaba en la autoridad de los
“antiguos”… y tiene mucho de actual en muchos teólogos que casi no se atreven a
salirse de los cánones de su corriente teológica establecida por sus propios
“antiguos”.
Tienen tanto miedo de caer en la soberbia de
pensar que “están descubriendo la pólvora” que caen en la soberbia de pensar
que “sus” maestros fueron los máximos exponentes de la verdad revelada.
Esta forma del Espíritu de la Religión (mirar
al pasado) tiene especial poder sobre aquellas personas que buscan una
seguridad en la antiguo y que sospechan de lo nuevo. Puede ser un pasado muy
lejano, como las tradiciones católicas (aunque no tan lejano como ellos
quisieran pensar) o muy reciente, como algunos cultos pentecostales en los que
se repiten los mismos mensajes que fueron efectivos en las campañas hace unos
años atrás. Pero en todo caso es “pasado y comprobado en su efectividad”. Y en
eso “pasado” el Espíritu de la Religión introduce lo “nuevo” y torcido, pero
tan hábilmente disfrazado que no se reconoce como tal.
¿Y qué tiene que ver esto con el espíritu del
imperio? Sencillo, las grandes estructuras religiosas, es decir, aquellas
dominadas completamente por el Espíritu de la Religión, fueron las sostenidas
por el imperio y viceversa, es decir, ambos se necesitan y se complementan:
Baal y Astarot, Acab y Jezabel, Babilonia y su religión, Roma y su adoración al
emperador, los religiosos judíos y el poder romano, la Iglesia Católica y los
Imperios Católicos, las Iglesias Protestantes y las naciones tradicionalmente
protestantes, y cierta “recreación” del mismo proceso en grandes Iglesias
“Evangélicas” que coquetean con el poder político de turno. Por supuesto, no
toda manifestación del Espíritu de la Religión necesariamente está unida al
imperio, pero de todas formas termina siendo funcional a él.
El imperio hace lo que el Espíritu de
Religión no puede hacer: proveer recursos, castigar a los díscolos, dar abundante
publicidad; el Espíritu de Religión hace lo que el imperio no puede: brindar un
alivio emocional, dar contención y consuelo, prometer algo mejor para el
futuro… mientras que impide todo cambio en el presente. Mientras el primero es
“masculino” en sus características, el segundo es “femenino”. Por supuesto, no
quiero hacer una división tajante de géneros, pero tanto en su expresión como
en la forma en que aparecen en la Biblia, resulta útil verlos de esta manera.
Y el imperio también necesita “hundir sus
raíces históricas” en el más lejano pasado posible, para que la gente crea que
“siempre fue así” y por lo tanto “lo seguirá siendo”. Pero lo cierto es que
tampoco son tan viejos como quieren aparecer. No en vano los distintos imperios
modernos que surgieron en Europa, muy efímeros, trataron de anclarse con el
Imperio Romano para mostrarse como la “continuidad natural” de esa “gloriosa”
época.
Religión, imperio, pasado, presente,
dominación y manipulación. Es todo un paquete, del cual el Espíritu de la
Religión, siendo el más “débil” en sentido físico, resulta el más poderoso por
su capacidad de engañar a hombres y mujeres predispuestos a creer en él.
No todos, sin embargo, caen presa en sus
garras; aquellos que están fuertemente dominados por Leviatán no, “es de
débiles ser religioso”; pero finalmente eso no le interesa mucho al Adversario
porque también están bajo su control. Pero Jesucristo vino a deshacer las obras
del Diablo, entre ellas, el dominio de la Religión. ¡Seamos libres de ella!
Danilo Sorti
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