Eclesiastés 3:1-2 RVC
1 Todo tiene su tiempo. Hay un momento
bajo el cielo para toda actividad:
2 El momento en que se nace, y el
momento en que se muere; el momento en que se planta, y el momento en que se
cosecha;
Continuando con lo que hablamos en el artículo anterior de
este tema, dentro de los catorce pares de acciones la primera es la más abarcadora
de todas ellas: el momento en que se nace y el momento en que se muere.
Aquí tenemos que hacer un gran paréntesis antes de
continuar. No podemos decidir cuándo habremos de nacer ni morir, esos son los
límites que nos vienen dados, y eso nos introduce en una visión fatalista de la
vida y la historia, algo así como que “todo está escrito” y terminamos siendo
actores involuntarios de un guion que, ni escribimos ni podemos modificar.
En cierto sentido, toda la perspectiva de Eclesiastés es
fatalista, porque, como dijimos, se trata de un libro escrito “bajo el sol”,
con el enfoque humano, de un creyente sí, pero que solo ve los diseños
celestiales entre densas brumas. No podemos entender correctamente este libro
desconectado del resto de la Biblia.
Tan cierto como que no podemos estar de acuerdo con la
visión fatalista del destino humano es que tampoco podemos estar de acuerdo con
una visión de “tabla rasa”, donde nada está escrito ni prefijado. Pero sobre
eso hablaremos más adelante. Por lo pronto, aquí tenemos algo que decididamente
no controlamos, que nos viene dado. Esto tiene un propósito, tal como lo dijera
Pablo siglos después:
Hechos 17:26-27 RVC
26 De un solo hombre hizo a todo el
género humano, para que habiten sobre la faz de la tierra, y les ha prefijado
sus tiempos precisos y sus límites para vivir,
27 a fin de que busquen a Dios, y
puedan encontrarlo, aunque sea a tientas. Pero lo cierto es que él no está
lejos de cada uno de nosotros,
A un auditorio muy acostumbrado a la sabiduría filosófica
les presentó una evidencia que no podían refutar: resulta claro para cualquiera
que hay límites en nuestra vida que no podemos traspasar, y están puestos allí
para que podamos encontrarnos con Dios, ¡aunque sea a tientas! Si esto ha sido
así a lo largo de toda la historia de la humanidad caída, ¡cuánto más ahora que
tenemos tanta luz y comprensión de Su Palabra!
Nuestro tiempo, lugar y familia de nacimiento determina
muchísimo de lo que seremos. Por más que el progresismo se esfuerce en decir
que “tú puedes ser lo que quieras ser”, cualquier somero análisis de la
realidad demuestra que esto es una cruel falacia. Las personas sin Dios están
muy determinadas por estas circunstancias, por más que se esfuercen en escapar
de ellas. A ellas aplica un duro casi fatalismo.
Solo a través de Cristo recibimos los recursos y el poder
para escapar de esos destinos:
Gálatas 5:1 RVC
1 Manténganse, pues, firmes en la
libertad con que Cristo nos hizo libres, y no se sometan otra vez al yugo de la
esclavitud.
No solamente tenemos que pensar en los condicionantes
terrenales de nuestro destino, hay una carga de iniquidad y pecado que
heredamos al nacer en “matrices contaminadas”. Hay personas que logran
aprovechar las oportunidades y escapar de destinos de pobreza, conflictos o
diversas necesidades, pero es solo por Cristo que podemos escapar del destino
de las iniquidades y la muerte eterna.
Sin embargo, también puede haber una carga de bendición que
recibimos al nacer. Hoy podríamos decir que es cada vez menor debido al
exponencial aumento de pecado sobre la tierra, por lo que las generaciones más
jóvenes han recibido, en su mayoría, una carga de iniquidades superior a la de
sus padres y abuelos.
Cerremos este gran paréntesis sabiendo que aún quedaría
mucho por hablar, pero concluyendo que Dios no nos ha sujetado a un destino
fatalista en el cual somos actores involuntarios sino que nos ha puesto límites
para que podamos desarrollar nuestra vida y encontrarnos con Él. Satanás es
quien ha fijado una cárcel de destino para nosotros y las personas normalmente
oscilan entre la esclavitud del Enemigo y la liberta de Dios.
Dicho esto, volvamos a nuestro capítulo. Hay momentos
determinados por la sola voluntad del Padre. Pero, si entendemos bien el
sentido del texto, es el hombre quien tiene que actuar en dichos momentos. Es
decir, que haya un momento para algo no significa que ese algo se haga.
Sencillamente, el momento adecuado puede “pasar de largo”…
Los momentos de nuestro nacimiento y nuestra muerte dependen
solo de él, no de la voluntad de las personas aunque lo parezca. En todo caso,
Dios permitirá o no que las personas ejerzan esa voluntad conforme a Sus
propósitos.
A partir del nacimiento y hasta la muerte es que toda la
enseñanza de los momentos adecuados tiene validez, ¡hay momentos mientras
estamos vivos! Pero si nos vamos más allá del nacimiento y muerte de nosotros
como personas, podemos encajar allí el nacimiento y muerte de proyectos,
familias, naciones, empresas, etc. También hay momentos para que todo eso nazca
y momentos para que muera, y, está claro, el resto de los “momentos” ocurrirán
dentro de ese lapso.
Cuando hacemos nacer algo (proyecto, empresa, grupo, idea,
etc.) en el momento correcto, el resto de los tiempos van a estar acompasados y
el contexto será el mejor para que eso tenga éxito, es decir, que cumpla con el
propósito por el cual fue gestado, esto es, fue enviado como una semilla de
idea por el Padre para que se desarrolle y vea la luz.
La verdad es que muchas de las cosas que “hacemos nacer” lo
hacen fuera de tiempo, a veces prematuramente y, más común, tardíamente. La
verdad es que cuando leemos la Biblia podemos decir que mucho de lo que
hicieron los hombres de Dios, elegidos para una misión, fue a destiempo.
Solamente Uno cumplió cada obra en el tiempo correcto, el resto no, y allí
entra la gracia y el poder de Dios que aún cuando eso no ocurre puede
glorificarse y seguir adelante con Sus planes de redención.
Hacer nacer algo en el tiempo correcto solo es posible por
fe, porque nunca tendremos todo lo que suponemos que necesitamos, pero en ese
tiempo la provisión de Dios habrá sido colocada en los puntos críticos del
camino para que la tomemos. Si sabemos que hay un tiempo para el inicio de toda
obra, y sabemos que Dios lo ha determinado porque Él maneja todo el resto de
los tiempos, entonces podremos tener más fe comenzar lo que hemos sido llamados
a hacer, en el momento correcto.
Por otra parte, hay un tiempo para que muchos proyectos o
actividades “mueran”. A veces podrán sucedernos, a veces podremos dejarlas a
otros, pero a veces tendrán que morir como tales. Cuando prolongamos algo más
allá del tiempo perfecto del Padre nos exponemos a muchas dificultades y
frustraciones innecesarias, nos enojamos, pecamos muchas veces, generamos conflictos
y llegamos a arruinar otros tiempos, es decir, no permitimos que nazca lo nuevo
que debe nacer porque estamos tratando de sostener lo viejo que ya debe morir.
La “muerte” de algo nunca es agradable, pero si estamos
entendiendo bien los tiempos y confiando en el Dueño de los tiempos, sabemos
que es un paso necesario para que luego algo nuevo comience. La vida y la
muerte son dos fenómenos muy comunes y relacionados entre sí en la naturaleza,
imposibles de separar. Es más, aún todos los seres vivos tienen una especie de
“programa de muerte” en sus genes, un límite (más o menos definido) de cuánto
tiempo deberán vivir.
Nos cuesta “hacer nacer” un proyecto, pero creo que más nos
cuesta “darle fin”, y hacerlo correctamente, ya que una cosa es simplemente dar
un portazo y terminar con algo (como cuando nos enojamos en un trabajo y
decidimos renunciar) y otra muy diferente es cerrarlo bien y liberar a las
personas y recursos para lo que viene.
Nos cuesta mantener vivo un proyecto cuando atraviesa
dificultades y lo más fácil sería simplemente dejarlo morir.
Job 2:8-10 RVC
8 Era tal la comezón que Job, sentado
en medio de la ceniza, se rascaba con un pedazo de teja.
9 Su esposa lo llenó de reproches y le
dijo: «¿Todavía insistes en seguir siendo perfecto? ¡Maldice a Dios, y
muérete!»
10 Pero Job le respondió: «Hablas como
una de tantas necias. ¿Acaso hemos de recibir de Dios sólo bendiciones, y no
las calamidades?» Y aun así, Job no pecó ni de palabra.
En la situación más desesperante, Job entendió muy bien,
hace unos 4.000 años, que los límites de la vida y la muerte le corresponden a
Dios.
Y algo más. Cuando “hacemos nacer” algo fuera de los diseños
de Dios, o fuera de Su tiempo, la “vida” que va a insuflar a esa nueva
“criatura” probablemente no sea la Vida de Dios sino la vida de otra fuente,
muy oscura. Y si prolongamos algo más allá de los límites que Dios le ha
fijado, la vida que siga animando a ese “algo”, probablemente ya tampoco sea la
del Cielo sino la de las tinieblas.
¿Cómo saber cuándo algo debe nacer y algo debe morir? Lo
dijimos en el primer artículo de esta serie. La respuesta no está “debajo del
sol” sino “arriba”:
Juan 16:13 RVC
13 Pero cuando venga el Espíritu de
verdad, él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta,
sino que hablará todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que habrán de
venir.
Danilo Sorti
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