Eclesiastés 3:3 DHH
3 Un momento para matar, y un momento para curar.
Un momento para destruir, y un momento para construir.
En mi ciudad hay una especie de boom de la construcción
desde hace años. Como la economía del país viene mal desde hace más de una
década, no hay muchas opciones de inversión, así que los que tienen algún
excedente lo invierten en ladrillos.
Se han vuelto una parte habitual del paisaje urbano las
vallas que en algún momento cercan una casa vieja en algún lugar más o menos céntrico
de la ciudad, preanunciando una pronta demolición y un próximo edificio. Dado
que casi todos los terrenos más valiosos ya están ocupados, es necesario
destruir para poder construir luego.
Uno siente nostalgia a veces cuando ve casas conocidas, que
“han estado allí” durante décadas y se transformaron en una parte familiar el
trayecto de todos los días hacia el estudio o trabajo. Es gracioso, porque
realmente vemos tantas casas y no tenemos idea de quiénes viven allí ni de las
historias que han transcurrido, pero cuando son derribadas parece que perdemos
algo “familiar”.
Y ciertamente han pasado muchas historias en esas casas,
lindas y feas. Seguramente han convivido matrimonios, se han criado niños, o
quizás nietos, ha habido muchas buenas reuniones familiares… y otras no tanto.
Han llegado al final de sus días algunas personas y otros habrán sufrido
separaciones dolorosas. Como sea, para bien y para mal, cumplieron su propósito
de albergar “la vida cotidiana” de las personas. Pero si queremos que en ese
mismo terreno puedan transcurrir sus días más personas, es necesario derribar
esa construcción y levantar un edificio (aunque personalmente no me gusten los
edificios).
Cuando primero se levanta una construcción se hace con
determinados objetivos, expectativas y recursos, pero en un futuro puede haber
otros objetivos, expectativas y recursos… pero no más espacio, así que
sencillamente, hay que derribar lo primero para construir lo segundo.
Destruir y construir son dos acciones que pueden ocurrir en
dos espacios diferentes, aunque las expresiones nos sugieren un mismo espacio.
Lo que se hizo en un momento, con mucho costo y esfuerzo, cumplió una función,
pero ya no sirve para lo que viene. No se trata de que necesariamente haya sido
malo; probablemente ha habido un crecimiento y ya ha quedado chico. En el
contexto cuando fue escrito podemos pensar en una familia que crecía y necesita
más espacio para los hijos casados y sus familias.
En nuestro mundo moderno más complejo también nos sugiere un
cambio; alguien deja su casa para ir a vivir a otro lado y vende el espacio
para un proyecto distinto y más grande. No lo puede hacer él, así que llega a
un acuerdo (económico) para que lo haga otro. O fallece y los hijos deciden
venderla.
Se construye un lugar para habitar, pero si ese lugar ya
había sido habitado con ciertos diseños inconvenientes, hay que destruir para
establecer nuevos diseños.
En la historia de Israel resultó algo muy fuerte el mandato
de derribar templos y altares idolátricos, y en general, luego de una guerra de
conquista había mucho que quedaba destruido.
Tiempo después el Señor le diría a Jeremías:
Jeremías 1:10 RVC
10 Date cuenta de que este día te he puesto sobre
naciones y reinos, para que arranques y destruyas, para que arruines y
derribes, para que construyas y plantes.»
Toda una estructura de pecado y maldad debía ser derribada
proféticamente, para poder luego edificar con justicia.
En el Nuevo Pacto se nos llama “piedras vivas” que edifican
un Templo espiritual, no hecho con manos humanas. Sin embargo, cuando este
Templo se echa a perder, el Espíritu debe “destruirlo” para luego edificar uno
nuevo, y esos son los dolorosos procesos que a veces pasan las iglesias.
En definitiva, si hablamos de destruir y construir hablamos
de estructuras que contienen algo, que van a durar mucho tiempo, que tienen
diseños específicos, que protegen pero también condicionan y limitan. Sea algo
físico o sea una organización de algún tipo, se tratará de algo costoso (en
dinero, esfuerzo, tiempo), por lo tanto, “destruirla” es una opción difícil,
más aún cuando nosotros mismos la hemos construido. Siempre preferiremos
sostenerla, apuntalarla, tratar de “atar con alambre” lo que debe ser demolido
de una vez.
Empezar una nueva construcción es un desafío, y siempre
estará aumentado porque al tiempo de “empezar” estaremos más viejos que la vez
anterior. Allí es donde aparece el ejemplo de Abraham:
Génesis 12:1-4 RVC
1 Pero el Señor le había dicho a Abrán: «Vete de
tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te
mostraré.
2 Yo haré de ti una nación grande. Te bendeciré, y
engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
3 Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a
los que te maldigan; y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.»
4 Y Abrán se fue, tal y como el Señor le dijo, y
Lot se fue con él. Abrán tenía setenta y cinco años de edad cuando salió de
Jarán.
Para ese entonces ya tenía construida toda una vida, una
familia, casas y corrales, relaciones, sustento económico y un muy buen pasar
urbano, pero Dios lo llamó a empezar la construcción de un pueblo, que de hecho
no vería ni mucho menos terminada, pero que traería a luz al Salvador de toda
la humanidad.
Si construir requiere fe, destruir para volver a construir
requiere el doble de fe, pero la recompensa será mucho más que el doble.
Danilo Sorti
No hay comentarios:
Publicar un comentario