domingo, 19 de febrero de 2023

839. En el tiempo señalado – VI: destruir y construir

 

Eclesiastés 3:3 DHH

3 Un momento para matar, y un momento para curar. Un momento para destruir, y un momento para construir.

 

En mi ciudad hay una especie de boom de la construcción desde hace años. Como la economía del país viene mal desde hace más de una década, no hay muchas opciones de inversión, así que los que tienen algún excedente lo invierten en ladrillos.

 

Se han vuelto una parte habitual del paisaje urbano las vallas que en algún momento cercan una casa vieja en algún lugar más o menos céntrico de la ciudad, preanunciando una pronta demolición y un próximo edificio. Dado que casi todos los terrenos más valiosos ya están ocupados, es necesario destruir para poder construir luego.

 

Uno siente nostalgia a veces cuando ve casas conocidas, que “han estado allí” durante décadas y se transformaron en una parte familiar el trayecto de todos los días hacia el estudio o trabajo. Es gracioso, porque realmente vemos tantas casas y no tenemos idea de quiénes viven allí ni de las historias que han transcurrido, pero cuando son derribadas parece que perdemos algo “familiar”.

 

Y ciertamente han pasado muchas historias en esas casas, lindas y feas. Seguramente han convivido matrimonios, se han criado niños, o quizás nietos, ha habido muchas buenas reuniones familiares… y otras no tanto. Han llegado al final de sus días algunas personas y otros habrán sufrido separaciones dolorosas. Como sea, para bien y para mal, cumplieron su propósito de albergar “la vida cotidiana” de las personas. Pero si queremos que en ese mismo terreno puedan transcurrir sus días más personas, es necesario derribar esa construcción y levantar un edificio (aunque personalmente no me gusten los edificios).

 

Cuando primero se levanta una construcción se hace con determinados objetivos, expectativas y recursos, pero en un futuro puede haber otros objetivos, expectativas y recursos… pero no más espacio, así que sencillamente, hay que derribar lo primero para construir lo segundo.

 

Destruir y construir son dos acciones que pueden ocurrir en dos espacios diferentes, aunque las expresiones nos sugieren un mismo espacio. Lo que se hizo en un momento, con mucho costo y esfuerzo, cumplió una función, pero ya no sirve para lo que viene. No se trata de que necesariamente haya sido malo; probablemente ha habido un crecimiento y ya ha quedado chico. En el contexto cuando fue escrito podemos pensar en una familia que crecía y necesita más espacio para los hijos casados y sus familias.

 

En nuestro mundo moderno más complejo también nos sugiere un cambio; alguien deja su casa para ir a vivir a otro lado y vende el espacio para un proyecto distinto y más grande. No lo puede hacer él, así que llega a un acuerdo (económico) para que lo haga otro. O fallece y los hijos deciden venderla.

 

Se construye un lugar para habitar, pero si ese lugar ya había sido habitado con ciertos diseños inconvenientes, hay que destruir para establecer nuevos diseños.

 

En la historia de Israel resultó algo muy fuerte el mandato de derribar templos y altares idolátricos, y en general, luego de una guerra de conquista había mucho que quedaba destruido.

 

Tiempo después el Señor le diría a Jeremías:

 

Jeremías 1:10 RVC

10 Date cuenta de que este día te he puesto sobre naciones y reinos, para que arranques y destruyas, para que arruines y derribes, para que construyas y plantes.»

 

Toda una estructura de pecado y maldad debía ser derribada proféticamente, para poder luego edificar con justicia.

 

En el Nuevo Pacto se nos llama “piedras vivas” que edifican un Templo espiritual, no hecho con manos humanas. Sin embargo, cuando este Templo se echa a perder, el Espíritu debe “destruirlo” para luego edificar uno nuevo, y esos son los dolorosos procesos que a veces pasan las iglesias.

 

En definitiva, si hablamos de destruir y construir hablamos de estructuras que contienen algo, que van a durar mucho tiempo, que tienen diseños específicos, que protegen pero también condicionan y limitan. Sea algo físico o sea una organización de algún tipo, se tratará de algo costoso (en dinero, esfuerzo, tiempo), por lo tanto, “destruirla” es una opción difícil, más aún cuando nosotros mismos la hemos construido. Siempre preferiremos sostenerla, apuntalarla, tratar de “atar con alambre” lo que debe ser demolido de una vez.

 

Empezar una nueva construcción es un desafío, y siempre estará aumentado porque al tiempo de “empezar” estaremos más viejos que la vez anterior. Allí es donde aparece el ejemplo de Abraham:

 

Génesis 12:1-4 RVC

1 Pero el Señor le había dicho a Abrán: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.

2 Yo haré de ti una nación grande. Te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.

3 Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan; y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.»

4 Y Abrán se fue, tal y como el Señor le dijo, y Lot se fue con él. Abrán tenía setenta y cinco años de edad cuando salió de Jarán.

 

Para ese entonces ya tenía construida toda una vida, una familia, casas y corrales, relaciones, sustento económico y un muy buen pasar urbano, pero Dios lo llamó a empezar la construcción de un pueblo, que de hecho no vería ni mucho menos terminada, pero que traería a luz al Salvador de toda la humanidad.

 

Si construir requiere fe, destruir para volver a construir requiere el doble de fe, pero la recompensa será mucho más que el doble.

 

 

Danilo Sorti

 

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