domingo, 19 de febrero de 2023

841. En el tiempo señalado – VIII: esparcir y amontonar

 

Eclesiastés 3:5 RVC

5 el momento en que se esparcen piedras, y el momento en que se amontonan; el momento de la bienvenida, y el momento de la despedida;

 

Este pasaje es bastante difícil de interpretar, así que voy a dar un punto de vista y puede no ser el correcto.

 

En relación con el resto de las líneas, y en función de lo que dice a continuación, me parece que la interpretación apropiada tiene que ver con el acopio de los materiales de construcción. Los conceptos de “construir y destruir” ya fueron expuestos, y “guerra y paz” vienen a continuación, por lo que bien pudiera significar algo distinto.

 

Bajo esta óptica, no se trata aquí, propiamente, de “construir algo” sino de preparar los recursos para hacerlo… o bien reconocer que definitivamente no se podrá concretar dicha obra por lo que lo mejor será “esparcir” las piedras recogidas para que no ocupen un lugar innecesario y otros puedan usarlas.

 

Hoy no usamos piedras (generalmente) sino ladrillos, arena, piedra molida y cemento, así que cualquiera que haya construido o ampliado su casa, sabe a lo que me refiero: pilas de ladrillos acumulados, pequeñas montañas, o bolsones, de arena o piedritas por aquí y allá… delicia de los más pequeños de la casa y agobio de madres atareadas.

 

Tener una acumulación de materiales de construcción nos produce sentimientos encontrados. Por un lado la alegría de saber que tendremos algo nuevo en el futuro, por otro lado, la angustia del desorden, la falta de espacio y la suciedad. A veces la frustración de lo que quisimos hacer y no pudimos, o el cansancio de un trabajo agobiante que tenemos que hacer los fines de semana, cuando deberíamos descansar.

 

Creo que hay un límite a veces fino entre una acumulación necesaria para una construcción y una acumulación inútil y perjudicial, que no solamente obstaculiza y resulta desagradable a la vista sino que termina siendo atractor de espíritus de miseria, pobreza y frustración. Quizás esta pareja de conceptos sea la más difícil de determinar, es decir, de definir cuándo hacer cada cosa. ¿Cuándo simplemente debemos esperar y cuándo decididamente debemos deshacernos de eso? Normalmente la gente no lo hace, y así tenemos bonitos bolsones de arena sobre las que crecen hermosos árboles… Eso no es inocente, establece un “monumento” a la pobreza, el fracaso, la frustración, y eso atrae a los espíritus contomitantes.

 

Como la gente normalmente ha invertido bastante dinero en comprar el material, y este no se echa a perder con el tiempo sino que puede guardarse fácilmente, no se deshace de él, aún cuando la obra se terminó o bien ya no se concretará en un plazo razonable.

 

Por eso Eclesiastés nos sugiere, y aquí diría que nos exhorta, a “esparcir las piedras”. Tengamos en cuenta que en aquel entonces, ir a buscar, acarrear y amontonar las piedras implicaba un trabajo mucho mayor que el de simplemente llamar a la casa de materiales y recibir un pallet de ladrillos…

 

Este mismo concepto podemos llevarlo a un plano metafórico: hay un momento en el que “juntamos” los materiales para “construir” algo; pueden ser personas para un proyecto, o conocimientos, o ideas y planificaciones. Eso se puede concretar y todos esos elementos pueden quedar integrados en la “construcción”. Allí tenemos que tener la sabiduría para juntar los materiales por fe cuando aún no vemos la construcción y las evidencias visibles no nos ayudan, pero hay una palabra de Dios sobre la cual transitamos.

 

Pero puede ser que hayamos hecho el acopio por nuestra propia buena intención, hasta que llega el momento en que reconocemos que no es el propósito divino y decididamente, no se va a hacer o, peor aún, no debe hacerse. Es el momento de liberar esos recursos, de renunciar a esos planes y de “reubicar” esos conocimientos adquiridos hacia otra actividad.

 

Más duro es reconocer que la obra no será realizada por nuestra propia desidia, impericia o pecado; y debido a eso, debemos liberar los recursos acopiados, hablar con la gente para cancelar proyectos, reasignar partidas, etc.

 

En todos estos casos, si no “esparcimos las piedras” éstas terminan siendo habitáculo de espíritus indeseables.

 

Notemos algo interesante: el texto no empieza mencionando el momento de juntar sino el de esparcir. Creo que da por sentado que tenemos la tendencia innata a juntar y acumular, lo cual es lógico desde el punto de vista humano, pero no necesariamente desde el divino. También creo que nos sugiera que es fácil heredar esos “amontonamientos” de materiales para proyectos de nuestros padres que no pudieron concretarse. No podemos asumir eso, sencillamente, si ya no se concretarán, no podemos seguir con esos “montículos”.

 

Y muy relacionado con eso se encuentra la segunda parte del versículo, la pareja de “recibir y despedir”.

 

Tanto hay un momento para recibir y despedir a una misma persona, grupo, idea; como hay personas, grupos e ideas que deben ser recibidas o despedidas (y también eso tiene su momento preciso).

 

Juan fue claro:

 

2 Juan 1:10-11 RV95

10 Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa ni le digáis: «¡Bienvenido!»,

11 porque el que le dice: «¡Bienvenido!» participa en sus malas obras.

 

De nuevo, podríamos charlar mucho aquí de cuáles son las situaciones en las cuales son podemos recibir con una bienvenida a personas, proyectos o ideas, pero no voy a hablar de eso aquí, simplemente entender que las hay. No todo puede ser recibido, y hay temperamentos y nacionalidades que deben entender esto. Especialmente algunos países muy hospitalarios deben comprenderlo.

 

Por otro lado, aún lo que hemos recibido en el propósito de Dios y que ha sido de tremenda bendición llegado el momento debe ser despedido.

 

Hechos 20:25, 36-38 RVC

25 Yo sé que no me volverá a ver ninguno de ustedes, entre quienes he estado proclamando el reino de Dios;

36 Dicho esto, Pablo se puso de rodillas y oró con ellos.

37 Todos comenzaron a llorar y, echándose al cuello de Pablo, lo besaron,

38 pues les dolió mucho el que dijera que no lo volverían a ver. Después de eso, lo acompañaron hasta el barco.

 

Pablo sabía que tenía que despedirse de ellos, porque aún le restaba un gran trabajo que hacer y no mucho tiempo para concluirlo, por lo que les dirigió, precisamente, un discurso de despedida (en los versículos 26 a 35). En el tiempo preciso hizo lo necesario, por más doloroso que eso fuera. Tuvo que despedirse de esa iglesia para continuar sembrando el Evangelio en el resto del Imperio Romano. Si no lo hubiera hecho, no habría llegado a Ispania y la historia de Hispanoamérica probablemente no habría sido la misma. Pero como supo despedirse a tiempo, lo hizo, y hace 500 años el Evangelio (aunque con errores) fue sembrado por primera vez por un reino cristiano mejor (aunque, también, con errores) que el resto de los reinos de la época y las otras potencias coloniales.

 

Retener a una persona, un proyecto o una idea más tiempo del debido transforma la bendición en maldición. Retenemos cuando no queremos perder lo bueno que eso nos trajo, sin reconocer que eso bueno estuvo asociado inexorablemente a la dimensión “tiempo”, por lo que, lo mismo pero fuera de tiempo, deja de ser bueno.

 

Y es que si algo nos dice Eclesiastés es que, “debajo del sol”, ¡no somos eternos! Bueno, es una perogrullada, pero el hecho de reconocer que no somos eternos AQUÍ, implica muchísimas cosas, entre ellas, no pretender “eternizar” momentos o situaciones, porque tampoco lo son.

 

Eclesiastés 3 nos habla del fluir del tiempo, como un río, pero también de un vaivén, como las crecidas y bajantes de ese mismo río.

 

Si de entrada sabemos que hay momentos para recibir y momentos para despedir, habremos ganado, al menos, una buena posición para cuando esos momentos lleguen, y debamos tomar las decisiones correctas.

 

 

Danilo Sorti

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