miércoles, 8 de noviembre de 2017

307. Sí pero no, ¿por qué Dios nos manda avanzar en situaciones que luego debemos abandonar?

Génesis 22:10-12 RVC
10 Entonces extendió Abrahán su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo.
11 Pero el ángel del Señor lo llamó desde el cielo, y le dijo: «¡Abrahán, Abrahán!» Y él respondió: «¡Aquí estoy!»
12 Y el ángel dijo: «No extiendas tu mano sobre el niño, ni le hagas nada. Yo sé bien que temes a Dios, pues no me has negado a tu único hijo.»

Realmente habían sido días muy difíciles para Abraham. Luego de esperar por 25 años, por fin recibió el cumplimiento de la promesa, y al tiempo ¡Dios le pide que sacrifique a su hijo! Resulta difícil imaginar todo lo que pasó por la mente del patriarca, pero haya sido lo que haya sido, él esperaba volver con Isaac:

Génesis 22:5 RVC
5 Entonces Abrahán dijo a sus siervos: «Esperen aquí, con el asno, y el niño y yo iremos hasta ese lugar; allí adoraremos, y luego volveremos aquí mismo.»

De todas formas, Abraham se había preparado para un sacrificio, y en su mente ya tenía “toda la película” hecha. ¿Cómo es que Dios “cambió” de planes?

Esta escena resulta muy lejana para nosotros, no solo en el tiempo sino también en la cultura; una época en la que los sacrificios humanos resultaban comunes, algo totalmente ajeno al plan de Dios revelado a partir de Moisés. Y por eso nos parece que la motivación y el accionar de Dios aquí resultan ajenos al resto de la Biblia. ¿Puede Dios darnos una orden clara para después “retractarse”?

No encuentro en la Biblia una situación que sea igual, pero en unos versículos más atrás se nos aclara el contexto en el que ocurre:

Génesis 22:1 RVC
1 Después de esto, sucedió que Dios puso a prueba a Abrahán, y lo llamó: «¡Abrahán!» Y él respondió: «¡Aquí estoy!»

Supongo que Abraham no pudo discernir claramente que se trataba de una prueba o al menos de qué tipo de prueba era, pero por la inspiración del Espíritu finalmente se comprendió. Por lo tanto, este episodio que puede parecer aislado y sin aplicación para nosotros (¡y de verdad que muchos querríamos que así fuese!) se “engancha” en un principio mucho mayor de Dios que es la dinámica de la prueba.

Ahora bien, normalmente estamos acostumbrados a considerar a la prueba como equivalente a “tentación”, es decir, decimos que somos probados cuando estamos siendo tentados a pecar. Y en cierto sentido es correcto, al menos superficialmente, pero en el fondo no. La tentación es algo bien definido y en este siglo en extremo pecador creo que no hace falta explicar mucho en qué consiste y cuáles son sus múltiples caras y estrategias. Santiago nos aclara este punto:

Santiago 1:12-16 RVC
12 Dichoso el que hace frente a la tentación; porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha prometido dar a quienes lo aman.
13 Cuando alguien sea tentado, no diga que ha sido tentado por Dios, porque Dios no tienta a nadie, ni tampoco el mal puede tentar a Dios.
14 Al contrario, cada uno es tentado cuando se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos.
15 El fruto de estos malos deseos, una vez concebidos, es el pecado; y el fruto del pecado, una vez cometido, es la muerte.
16 Queridos hermanos míos, no se equivoquen.

Sí es cierto que la tentación TAMBIÉN tiene que ser permitida por Dios porque nada escapa a Su autoridad, y en ese sentido podemos decir que es también una prueba, no porque venga de Dios sino porque es permitida por Él. Pero la “prueba” propiamente dicha es algo diferente. O si lo preferimos, podemos decir que hay dos “niveles” de prueba, uno que consiste en la tentación de nuestros malos deseos, y el otro, en decidir por lo “mejor” en vez de lo “bueno”.

Abraham podía no sacrificar a Isaac. Tengamos en cuenta que en aquel entonces Dios todavía podía ser, en la mente de Abraham, “uno entre varios” dioses a los cuales podía servir. Es más, ¿en qué consiste la fe de Abraham y su fidelidad tan grande como para haber sido constituido el Padre de la Fe, y el antecesor de Israel, nación de la cual vendría el Mesías, y el pueblo que hoy llamamos Musulmán, que recibió promesas a través de Ismael que ningún otro pueblo recibió? Es muy “fácil” creer en un Dios “estruendoso y temible”, que se manifiesta a través de terremotos, tormentas y cataclismos (aunque en los juicios que vendrán en breve ni aún así creerá la mayoría); pero ¿en uno entre tantos otros, que también hablaban y se manifestaban, y hacían señales y milagros?

Abraham creyó antes de que Dios hiciera caer fuego del cielo, pero no vemos que haya hecho muchas otras cosas espectaculares, o al menos, demasiado espectaculares, en la vida de Abraham. Sí hizo cosas, pero, recordemos, había otros muchos “dioses” que también hacían señales. Abraham creyó en Dios porque AMÓ a Dios, primero y antes que nada, por lo que Dios es, por cómo se manifestó a él y no por su poder o su “espectacularidad”. Exactamente lo mismo que vino a hacer Jesucristo a esta tierra: “uno más”, como nosotros, con señales, sí, pero sin estruendos ni terribles juicios. Y nosotros creímos en Él en realidad porque le amamos al haber aceptado primero Su amor.

¿Cuál era el nivel de su amor? O, mejor dicho, ¿cuánto más podría crecer el amor de Abraham? Había cometido unos cuantos errores en su vida, ¿realmente se consideraba a sí mismo tal como Dios lo estaba viendo en ese momento? Sinceramente, ¿podía Abraham tener la imagen adecuada de sí luego de las macanas que se mandó? La prueba a la que el Señor lo lleva no le iba a dar a Dios una información que Él ya no tuviera, sino que permitiría a Abraham crecer en su fe y reconocer lo que el Espíritu había hecho en él durante ese tiempo.

Bueno, pero en resumen, la prueba no era una tentación para Abraham entre hacer lo bueno o lo malo, sino entre hacer lo “bueno”: mantener a Isaac con vida, y lo “mejor”: obedecer a Dios; en los términos que una persona de ese tiempo y esa cultura podía entender. La prueba consistió en una orden que contradecía lo que humanamente era bueno, que implicaba abandonar algo que genuinamente había sido dado por Dios, incluso que podía implicar violar una ley, pero todo eso en función de una Ley mayor, suprema. La prueba era, y sigue siendo, una especie de “sí pero no” de Dios.

Aunque no lo parezca, Pablo vivió lo mismo:

1 Corintios 9:4-12 RVC
4 ¿Acaso nosotros no tenemos derecho a comer y beber?
5 ¿Y acaso no tenemos derecho a traer con nosotros una esposa creyente, como lo hacen los otros apóstoles, y Cefas y los hermanos del Señor?
6 ¿O es que sólo Bernabé y yo estamos obligados a trabajar?
7 ¿Qué soldado presta servicio a expensas de sus propios recursos? ¿Quién planta una viña y no come de sus uvas? ¿O quién pastorea el rebaño y no bebe de la leche que ordeña?
8 Esto lo digo, no sólo de acuerdo con el punto de vista humano, sino también de acuerdo con la ley.
9 Porque en la ley de Moisés está escrito: «No pondrás bozal al buey que trilla». ¿Quiere decir esto que Dios se preocupa de los bueyes,
10 o más bien lo dice por todos nosotros? En realidad, esto se escribió por nosotros; porque tanto el que ara como el que trilla deben hacerlo con la esperanza de recibir su parte de la cosecha.
11 Si nosotros sembramos entre ustedes lo espiritual, ¿será mucho pedir que cosechemos de ustedes lo material?
12 Si otros participan de este derecho sobre ustedes, ¡con mayor razón nosotros! Sin embargo, no hemos hecho uso de este derecho, sino que lo toleramos todo, a fin de no presentar ningún obstáculo al evangelio de Cristo.

Pablo está citando dos mandamientos de Dios: tener una esposa, que viene desde el principio de Génesis, y ser sostenido en el ministerio, prefigurado con Melquisedec y firmemente establecido en la Ley Mosaica. No estaba hablando de algo opcional, eran mandatos y así quedaron afirmados también en el Nuevo Testamento.

No cuesta mucho imaginar que a lo largo de su ministerio, Pablo se encontró con hermanas fieles y consagradas, que muy bien hubieran podido acompañarlo y serle de gran ayuda. Tampoco cuesta imaginar que se haya encontrado con hermanos e iglesias con recursos económicos suficientes como para mantenerlo (y así ocurrió a veces). Pablo mandó expresamente que los líderes de las iglesias fueran casados y que sus congregaciones los mantuvieran económicamente. No tuvo una “voz” que le dijera que podía casarse y ser sostenido, pero no era necesario, el mandato ya estaba, el “sí” de Dios ya había sido dado, no era necesario “preguntar de nuevo”.

Pero había un llamado mejor, por lo cual el Espíritu llevó a Pablo a renunciar a todo eso. Esa fue su prueba, dejar lo bueno por algo superior. Sobre eso había hablado un par de capítulos antes:

1 Corintios 7:29-31 RVC
29 Pero quiero decirles, hermanos, que el tiempo se acorta; por lo tanto, el que tiene esposa debe vivir como si no la tuviera;
30 el que llora, como si no llorara; el que se alegra, como si no se alegrara; el que compra, como si no tuviera nada;
31 y el que disfruta de este mundo, como si no lo disfrutara; porque el mundo que conocemos está por desaparecer.

“Sí pero no”, la esencia de la prueba. La iglesia estaba por entrar en más de dos siglos de persecución, y la obra era urgente porque en breve ya no podrían trabajar con libertad. Pablo podía formar una familia y de hecho muchos apóstoles y líderes lo habían hecho, pero eso retrasaría su ministerio, y sabía que el tiempo que tenía era también breve y la obra, enorme. Dejó lo bueno por algo mejor. Pero, ¿acaso Jesucristo no pasó lo mismo?

Mateo 26:53-54 RVC
53 ¿No te parece que yo puedo orar a mi Padre, y que él puede mandarme ahora mismo más de doce legiones de ángeles?
54 Pero entonces ¿cómo se cumplirían las Escrituras? Porque es necesario que así suceda.»

Jesucristo tenía toda la autoridad para reclamar esas legiones de ángeles, que podrían ser entre 72.000 y 75.600. Podía hacerlo, le correspondía, era suyo por derecho propio. Pero un rato antes el Padre ya había hablado con Él:

Mateo 26:42 RVC
42 Otra vez fue y oró por segunda vez, y dijo: «Padre mío, si esta copa no puede pasar de mí sin que yo la beba, que se haga tu voluntad.»

Él no quería morir y así oró, pero el Padre no respondió afirmativamente esa oración (de paso, ¿por qué siempre queremos que Dios nos de todo lo que le pedimos?). Era su prueba:

Lucas 12:50 DHH
50 Tengo que pasar por una terrible prueba, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo!

Lo bueno dejado de lado por lo mejor. El “mandato” divino que es reemplazado por otro superior: el sacrificio que debía hacer Abraham reemplazado por la misericordia, la familia y provisión que debía recibir Pablo reemplazada por una familia de millones en todas las naciones, una vida terrenal de bendiciones por el reinado eterno sobre todo el Universo que recibió Cristo, y la salvación de los hombres y mujeres. ¿Y nosotros?

¿Cuál es nuestro “sí pero no”? ¿Qué es aquello que el Señor nos “dio”, o al menos permitió que tuviéramos, que lo viéramos, que nos acercáramos y lo disfrutáramos en alguna medida… para después decirnos que lo dejemos?

A veces le estamos atribuyendo a Dios algo que en realidad es “nuestro”:

2 Crónicas 32:31 RVC
31 Pero en lo referente a los mensajeros de los príncipes de Babilonia, que enviaron a él para saber del prodigio que había acontecido en el país, Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón.

Dios no le dijo a Ezequías qué hacer con los mensajeros de Babilonia, tampoco vemos que él haya buscado insistentemente al Señor en ese sentido. También pasa eso con nosotros. El Señor permite que algo bueno esté “ahí”, al alcance, no es ningún pecado, otros lo han hecho y fueron bendecidos, Dios mismo les dio instrucciones a esos otros para que así lo hagan. Siempre podemos encontrar justificativos para hacer “lo bueno” en vez de “lo mejor”, siempre podemos encontrar palabras proféticas, señales y versículos bíblicos… y mientras estamos en el proceso parece que Dios “nos dejó”, que no nos está hablando, ¡y así es! Nos está probando.

Duele renunciar a las cosas, duele más cuando son buenas y genuinas en sí mismas, incluso cuando hemos tenido alguna “insinuación divina” de que eso era para nosotros. Pero en eso consiste la prueba, y no esperemos tener una idea clara de lo que vendrá después; Abraham no podía tenerla, Pablo tampoco, y ninguno de los que fue probados, excepto sólo Uno. Y ese ejemplo nos basta para saber que, atravesando la prueba, eligiendo lo mejor en vez de lo bueno, algo mucho mayor se abrirá en el futuro, quizás no en nuestro “disfrute terrenal”, pero sin dudas sí en fruto eterno.

La prueba, que no es lo mismo que la tentación, no puede ser resulta en términos de “esto es pecado y esto no lo es”, sólo puede ser resuelta en términos de “esto es bueno pero esto es mejor”. Así debemos analizarla, y así debemos orar, ¡y eso Dios va a responder! Hermanos, así como nadie está exento de tentaciones, nadie está exento de pruebas.

¡Oh Señor! ¡Cuánta sabiduría necesitamos!


Danilo Sorti




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