Génesis 22:10-12 RVC
10 Entonces extendió Abrahán su mano y tomó
el cuchillo para degollar a su hijo.
11 Pero el ángel del Señor lo llamó desde el
cielo, y le dijo: «¡Abrahán, Abrahán!» Y él respondió: «¡Aquí estoy!»
12 Y el ángel dijo: «No extiendas tu mano
sobre el niño, ni le hagas nada. Yo sé bien que temes a Dios, pues no me has
negado a tu único hijo.»
Realmente habían sido días muy difíciles para
Abraham. Luego de esperar por 25 años, por fin recibió el cumplimiento de la
promesa, y al tiempo ¡Dios le pide que sacrifique a su hijo! Resulta difícil
imaginar todo lo que pasó por la mente del patriarca, pero haya sido lo que
haya sido, él esperaba volver con Isaac:
Génesis 22:5 RVC
5 Entonces Abrahán dijo a sus siervos:
«Esperen aquí, con el asno, y el niño y yo iremos hasta ese lugar; allí
adoraremos, y luego volveremos aquí mismo.»
De todas formas, Abraham se había preparado
para un sacrificio, y en su mente ya tenía “toda la película” hecha. ¿Cómo es
que Dios “cambió” de planes?
Esta escena resulta muy lejana para nosotros,
no solo en el tiempo sino también en la cultura; una época en la que los
sacrificios humanos resultaban comunes, algo totalmente ajeno al plan de Dios
revelado a partir de Moisés. Y por eso nos parece que la motivación y el
accionar de Dios aquí resultan ajenos al resto de la Biblia. ¿Puede Dios darnos
una orden clara para después “retractarse”?
No encuentro en la Biblia una situación que
sea igual, pero en unos versículos más atrás se nos aclara el contexto en el
que ocurre:
Génesis 22:1 RVC
1 Después de esto, sucedió que Dios puso a
prueba a Abrahán, y lo llamó: «¡Abrahán!» Y él respondió: «¡Aquí estoy!»
Supongo que Abraham no pudo discernir
claramente que se trataba de una prueba o al menos de qué tipo de prueba era,
pero por la inspiración del Espíritu finalmente se comprendió. Por lo tanto,
este episodio que puede parecer aislado y sin aplicación para nosotros (¡y de
verdad que muchos querríamos que así fuese!) se “engancha” en un principio
mucho mayor de Dios que es la dinámica de la prueba.
Ahora bien, normalmente estamos acostumbrados
a considerar a la prueba como equivalente a “tentación”, es decir, decimos que
somos probados cuando estamos siendo tentados a pecar. Y en cierto sentido es
correcto, al menos superficialmente, pero en el fondo no. La tentación es algo
bien definido y en este siglo en extremo pecador creo que no hace falta
explicar mucho en qué consiste y cuáles son sus múltiples caras y estrategias.
Santiago nos aclara este punto:
Santiago 1:12-16 RVC
12 Dichoso el que hace frente a la tentación;
porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha
prometido dar a quienes lo aman.
13 Cuando alguien sea tentado, no diga que ha
sido tentado por Dios, porque Dios no tienta a nadie, ni tampoco el mal puede
tentar a Dios.
14 Al contrario, cada uno es tentado cuando
se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos.
15 El fruto de estos malos deseos, una vez
concebidos, es el pecado; y el fruto del pecado, una vez cometido, es la
muerte.
16 Queridos hermanos míos, no se equivoquen.
Sí es cierto que la tentación TAMBIÉN tiene
que ser permitida por Dios porque nada escapa a Su autoridad, y en ese sentido
podemos decir que es también una prueba, no porque venga de Dios sino porque es
permitida por Él. Pero la “prueba” propiamente dicha es algo diferente. O si lo
preferimos, podemos decir que hay dos “niveles” de prueba, uno que consiste en
la tentación de nuestros malos deseos, y el otro, en decidir por lo “mejor” en
vez de lo “bueno”.
Abraham podía no sacrificar a Isaac. Tengamos
en cuenta que en aquel entonces Dios todavía podía ser, en la mente de Abraham,
“uno entre varios” dioses a los cuales podía servir. Es más, ¿en qué consiste
la fe de Abraham y su fidelidad tan grande como para haber sido constituido el
Padre de la Fe, y el antecesor de Israel, nación de la cual vendría el Mesías,
y el pueblo que hoy llamamos Musulmán, que recibió promesas a través de Ismael
que ningún otro pueblo recibió? Es muy “fácil” creer en un Dios “estruendoso y
temible”, que se manifiesta a través de terremotos, tormentas y cataclismos
(aunque en los juicios que vendrán en breve ni aún así creerá la mayoría); pero
¿en uno entre tantos otros, que también hablaban y se manifestaban, y hacían
señales y milagros?
Abraham creyó antes de que Dios hiciera caer
fuego del cielo, pero no vemos que haya hecho muchas otras cosas
espectaculares, o al menos, demasiado espectaculares, en la vida de Abraham. Sí
hizo cosas, pero, recordemos, había otros muchos “dioses” que también hacían
señales. Abraham creyó en Dios porque AMÓ a Dios, primero y antes que nada, por
lo que Dios es, por cómo se manifestó a él y no por su poder o su
“espectacularidad”. Exactamente lo mismo que vino a hacer Jesucristo a esta
tierra: “uno más”, como nosotros, con señales, sí, pero sin estruendos ni
terribles juicios. Y nosotros creímos en Él en realidad porque le amamos al
haber aceptado primero Su amor.
¿Cuál era el nivel de su amor? O, mejor
dicho, ¿cuánto más podría crecer el amor de Abraham? Había cometido unos
cuantos errores en su vida, ¿realmente se consideraba a sí mismo tal como Dios
lo estaba viendo en ese momento? Sinceramente, ¿podía Abraham tener la imagen
adecuada de sí luego de las macanas que se mandó? La prueba a la que el Señor
lo lleva no le iba a dar a Dios una información que Él ya no tuviera, sino que
permitiría a Abraham crecer en su fe y reconocer lo que el Espíritu había hecho
en él durante ese tiempo.
Bueno, pero en resumen, la prueba no era una
tentación para Abraham entre hacer lo bueno o lo malo, sino entre hacer lo
“bueno”: mantener a Isaac con vida, y lo “mejor”: obedecer a Dios; en los
términos que una persona de ese tiempo y esa cultura podía entender. La prueba
consistió en una orden que contradecía lo que humanamente era bueno, que
implicaba abandonar algo que genuinamente había sido dado por Dios, incluso que
podía implicar violar una ley, pero todo eso en función de una Ley mayor,
suprema. La prueba era, y sigue siendo, una especie de “sí pero no” de Dios.
Aunque no lo parezca, Pablo vivió lo mismo:
1 Corintios 9:4-12 RVC
4 ¿Acaso nosotros no tenemos derecho a comer
y beber?
5 ¿Y acaso no tenemos derecho a traer con
nosotros una esposa creyente, como lo hacen los otros apóstoles, y Cefas y los
hermanos del Señor?
6 ¿O es que sólo Bernabé y yo estamos
obligados a trabajar?
7 ¿Qué soldado presta servicio a expensas de
sus propios recursos? ¿Quién planta una viña y no come de sus uvas? ¿O quién
pastorea el rebaño y no bebe de la leche que ordeña?
8 Esto lo digo, no sólo de acuerdo con el
punto de vista humano, sino también de acuerdo con la ley.
9 Porque en la ley de Moisés está escrito:
«No pondrás bozal al buey que trilla». ¿Quiere decir esto que Dios se preocupa
de los bueyes,
10 o más bien lo dice por todos nosotros? En
realidad, esto se escribió por nosotros; porque tanto el que ara como el que
trilla deben hacerlo con la esperanza de recibir su parte de la cosecha.
11 Si nosotros sembramos entre ustedes lo
espiritual, ¿será mucho pedir que cosechemos de ustedes lo material?
12 Si otros participan de este derecho sobre
ustedes, ¡con mayor razón nosotros! Sin embargo, no hemos hecho uso de este
derecho, sino que lo toleramos todo, a fin de no presentar ningún obstáculo al
evangelio de Cristo.
Pablo está citando dos mandamientos de Dios:
tener una esposa, que viene desde el principio de Génesis, y ser sostenido en
el ministerio, prefigurado con Melquisedec y firmemente establecido en la Ley
Mosaica. No estaba hablando de algo opcional, eran mandatos y así quedaron afirmados
también en el Nuevo Testamento.
No cuesta mucho imaginar que a lo largo de su
ministerio, Pablo se encontró con hermanas fieles y consagradas, que muy bien
hubieran podido acompañarlo y serle de gran ayuda. Tampoco cuesta imaginar que
se haya encontrado con hermanos e iglesias con recursos económicos suficientes
como para mantenerlo (y así ocurrió a veces). Pablo mandó expresamente que los
líderes de las iglesias fueran casados y que sus congregaciones los mantuvieran
económicamente. No tuvo una “voz” que le dijera que podía casarse y ser
sostenido, pero no era necesario, el mandato ya estaba, el “sí” de Dios ya
había sido dado, no era necesario “preguntar de nuevo”.
Pero había un llamado mejor, por lo cual el
Espíritu llevó a Pablo a renunciar a todo eso. Esa fue su prueba, dejar lo
bueno por algo superior. Sobre eso había hablado un par de capítulos antes:
1 Corintios 7:29-31 RVC
29 Pero quiero decirles, hermanos, que el
tiempo se acorta; por lo tanto, el que tiene esposa debe vivir como si no la
tuviera;
30 el que llora, como si no llorara; el que
se alegra, como si no se alegrara; el que compra, como si no tuviera nada;
31 y el que disfruta de este mundo, como si
no lo disfrutara; porque el mundo que conocemos está por desaparecer.
“Sí pero no”, la esencia de la prueba. La
iglesia estaba por entrar en más de dos siglos de persecución, y la obra era
urgente porque en breve ya no podrían trabajar con libertad. Pablo podía formar
una familia y de hecho muchos apóstoles y líderes lo habían hecho, pero eso
retrasaría su ministerio, y sabía que el tiempo que tenía era también breve y
la obra, enorme. Dejó lo bueno por algo mejor. Pero, ¿acaso Jesucristo no pasó
lo mismo?
Mateo 26:53-54 RVC
53 ¿No te parece que yo puedo orar a mi
Padre, y que él puede mandarme ahora mismo más de doce legiones de ángeles?
54 Pero entonces ¿cómo se cumplirían las
Escrituras? Porque es necesario que así suceda.»
Jesucristo tenía toda la autoridad para
reclamar esas legiones de ángeles, que podrían ser entre 72.000 y 75.600. Podía
hacerlo, le correspondía, era suyo por derecho propio. Pero un rato antes el
Padre ya había hablado con Él:
Mateo 26:42 RVC
42 Otra vez fue y oró por segunda vez, y
dijo: «Padre mío, si esta copa no puede pasar de mí sin que yo la beba, que se
haga tu voluntad.»
Él no quería morir y así oró, pero el Padre
no respondió afirmativamente esa oración (de paso, ¿por qué siempre queremos
que Dios nos de todo lo que le pedimos?). Era su prueba:
Lucas 12:50 DHH
50 Tengo que pasar por una terrible prueba, y
¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo!
Lo bueno dejado de lado por lo mejor. El
“mandato” divino que es reemplazado por otro superior: el sacrificio que debía
hacer Abraham reemplazado por la misericordia, la familia y provisión que debía
recibir Pablo reemplazada por una familia de millones en todas las naciones,
una vida terrenal de bendiciones por el reinado eterno sobre todo el Universo
que recibió Cristo, y la salvación de los hombres y mujeres. ¿Y nosotros?
¿Cuál es nuestro “sí pero no”? ¿Qué es
aquello que el Señor nos “dio”, o al menos permitió que tuviéramos, que lo
viéramos, que nos acercáramos y lo disfrutáramos en alguna medida… para después
decirnos que lo dejemos?
A veces le estamos atribuyendo a Dios algo
que en realidad es “nuestro”:
2 Crónicas 32:31 RVC
31 Pero en lo referente a los mensajeros de
los príncipes de Babilonia, que enviaron a él para saber del prodigio que había
acontecido en el país, Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo
que estaba en su corazón.
Dios no le dijo a Ezequías qué hacer con los
mensajeros de Babilonia, tampoco vemos que él haya buscado insistentemente al
Señor en ese sentido. También pasa eso con nosotros. El Señor permite que algo
bueno esté “ahí”, al alcance, no es ningún pecado, otros lo han hecho y fueron
bendecidos, Dios mismo les dio instrucciones a esos otros para que así lo
hagan. Siempre podemos encontrar justificativos para hacer “lo bueno” en vez de
“lo mejor”, siempre podemos encontrar palabras proféticas, señales y versículos
bíblicos… y mientras estamos en el proceso parece que Dios “nos dejó”, que no
nos está hablando, ¡y así es! Nos está probando.
Duele renunciar a las cosas, duele más cuando
son buenas y genuinas en sí mismas, incluso cuando hemos tenido alguna “insinuación
divina” de que eso era para nosotros. Pero en eso consiste la prueba, y no
esperemos tener una idea clara de lo que vendrá después; Abraham no podía
tenerla, Pablo tampoco, y ninguno de los que fue probados, excepto sólo Uno. Y
ese ejemplo nos basta para saber que, atravesando la prueba, eligiendo lo mejor
en vez de lo bueno, algo mucho mayor se abrirá en el futuro, quizás no en
nuestro “disfrute terrenal”, pero sin dudas sí en fruto eterno.
La prueba, que no es lo mismo que la
tentación, no puede ser resulta en términos de “esto es pecado y esto no lo
es”, sólo puede ser resuelta en términos de “esto es bueno pero esto es mejor”.
Así debemos analizarla, y así debemos orar, ¡y eso Dios va a responder!
Hermanos, así como nadie está exento de tentaciones, nadie está exento de
pruebas.
¡Oh Señor! ¡Cuánta sabiduría necesitamos!
Danilo Sorti
Ayúdanos a llevar el mensaje.
Oprime aquí para enviarnos tu ofrenda.
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