miércoles, 8 de noviembre de 2017

315. La libertad del Espíritu o, más bien, dejando al Espíritu en libertad

Juan 16:12-15 RVC
12 »Aún tengo muchas cosas que decirles, pero ahora no las pueden sobrellevar.
13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que habrán de venir.
14 Él me glorificará, porque tomará de lo mío y se lo hará saber.
15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y se lo dará a conocer a ustedes.

La obra del Espíritu consistía, entre otras cosas, en guiar a los creyentes hacia toda verdad, pero de una forma adecuada, paulatina. Esto último lo podemos deducir de la expresión “pero ahora no las pueden sobrellevar”, con la idea de soportar algo, llevar una carga, es decir, algo “pesado” que no podían entender todavía.

De Pentecostés en adelante vemos al Espíritu obrando con libertad en el libro de Hechos: se manifiesta como nunca antes lo había hecho a través de lenguas de fuego y distintos idiomas, inspira amor y valor en la joven iglesia, abre puertas de cárceles, hace milagros con total libertad, castiga a los mentirosos, guía a Su mensajero hacia el desierto y luego lo transporta hacia otras ciudades, da sabiduría para resolver problemas, fortalece a Esteban en su martirio, enceguece y devuelve la visión a Saulo, se derrama sobre los gentiles cuando Él quiere, levanta en Antioquía a los misioneros que elige, se manifiesta con poder a través de ellos, abre o cierra puertas para guiarlos en sus viajes, se revela en sueños, conmueve una cárcel, resucita a Pablo, convoca a la iglesia para resolver un problema con los gentiles, hace milagros asombrosos en Éfeso, conmueve a toda la región, avisa a Pablo de lo que viviría, lo protege en todas las vicisitudes de su viaje a Roma… y muchísimas cosas más.

Con razón el libro de Hechos de los Apóstoles ha sido llamado también Hechos del Espíritu Santo, y creo que sería el nombre más correcto. El Espíritu tuvo total libertad de acción entre esa gente y así la obra del Señor rápidamente se extendió por el mundo antiguo.

Sin embargo, esto no era nuevo, porque el Espíritu ya venía manifestándose desde la antigüedad, pero no de una manera tan masiva y profunda. Pero más cercano en el tiempo fue la manifestación poderosa del Espíritu en Jesucristo: todo lo que hizo, como hombre, lo hizo a través del Espíritu, sino no sería correcto lo que Pablo luego dijo de Él:

Filipenses 2:6-7 RVC
6 quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
7 sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres;

Si vivió como hombre, sus obras fueron hechas por medio del Espíritu, no hay otra opción. Jesucristo fue el que “inauguró” la libertad sin precedentes del Espíritu para moverse en los hombres, libertad que luego pasó al Cuerpo de Cristo, la iglesia.

Sin embargo el libro de Hechos es un problema “teológico” para los cristianos, primero porque tiene, precisamente, más hechos que palabras, y estos resultan complicados para meter en categorías y estructuras; y segundo, ¡es muy desordenado y poco predecible! Bueno, algunos prefieren eso y así construyen su “teología del desorden”…

Sea como sea, Hechos resulta para muchos “el jamón del sándwich”, ¡pero prefieren el pan y le sacan el jamón! Tanto los Evangelios como las epístolas, principalmente estas últimas, nos brindan un ambiente teológico más “armadito” y estructurado, algo más ordenado y predecible; sin embargo es una imagen falsa porque, en el caso de las epístolas, están ocurriendo sobre el trasfondo de la libertad del Espíritu de Hechos.

Hoy la parte más sana de la Iglesia desea un mover del Espíritu como en los tiempos primeros, pero, ¿está dispuesta realmente a darle la libertad que tenía en esos primeros tiempos? No me estoy dirigiendo a la iglesia apóstata de estos tiempos, sino a los santos fieles: ¿realmente estamos dispuestos a “dejar al Espíritu en libertad”? La respuesta que suelo ver en la mayoría de las iglesias y cristianos (y en mi propia vida también) es que: ¡¡NO!!

Tenemos muchas y sutiles formas de constreñir al Espíritu; en esencia, todas nuestras reglas que no son bíblicas, es decir, que no son verdaderamente bíblicas aunque puedan estar fundamentadas en una interpretación parcial de las Escrituras, son “cadenas” que le estamos poniendo al Espíritu. ¡Hermanos, qué herejía!

Lo cierto es que a lo largo de casi dos mil años el Santo Espíritu nos soportó con paciencia y se adecuó a los límites que nosotros mismos le impusimos, por amor. Y Él puede seguir haciéndolo, por el mismo amor… y de hecho lo hace. Pero, ¿es eso lo que realmente queremos? Es decir, en el fin de los tiempos, cuando ya no tiene ni el más mínimo sentido pretender construirnos “un nombre” o ser famosos, o armar un ministerio que perdure por siglos (porque quedan pocos años al momento de escribir este artículo), ¿sobre qué cosas queremos seguir reteniendo el control?

¿Acaso no nos bastan dos mil años de historia para darnos cuenta de que SIEMPRE hicimos las cosas mal cuando “agarramos las riendas” de la Iglesia nosotros?

El problema es que “dejar al Espíritu en libertad” implica renunciar a muchas cosas que hemos amado y que nos han dado seguridad, implica volvernos como niños y aprender de nuevo aquello que pensábamos que sabíamos, implica ser rechazados por las súper estructuras eclesiásticas, implica tener que escuchar y aceptar la palabra profética de algunos hermanitos que no saben escribir bien ni pronunciar adecuadamente las palabras, pero que recibieron un mensaje del Señor. En fin, ¡es un cruel y sangriento asesinato a nuestro orgullo!

Hermanos, la urgencia de la hora en que vivimos requiere que no nos conformemos a las formas y métodos que el Espíritu toleró en tiempos pasados, y que sirvieron cuando teníamos menos luz de la que ahora hay. Si queremos que toda la obra de Dios sea completada, debemos hacerlo. Hermanos, yo no estoy diciendo que alguien vaya a perder su salvación porque no pueda dejar en plena libertad al Espíritu porque en esta Tierra solo Uno pudo hacerlo, pero el ejemplo de Ese Uno puede inspirarnos para que nosotros también lo logremos.

¿Qué significa para mí “dejar libre” al Espíritu? ¿Cuáles son mis áreas en la cual lo estoy limitando? Mejor dicho, de las MUCHAS áreas en las cuales hoy lo estoy limitando, ¿con cuáles quiere Él empezar a trabajar?


Danilo Sorti




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