Génesis 1:1-10 RVC
1 Dios, en el principio, creó los cielos y la
tierra.
2 La tierra estaba desordenada y vacía, las
tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la
superficie de las aguas.
3 Y dijo Dios: «¡Que haya luz!» Y hubo luz.
4 Y vio Dios que la luz era buena, y separó
Dios la luz de las tinieblas;
5 a la luz, Dios la llamó «Día», y a las
tinieblas las llamó «Noche». Cayó la tarde, y llegó la mañana. Ése fue el día
primero.
6 Luego dijo Dios: «¡Que haya algo firme en
medio de las aguas, para que separe unas aguas de otras aguas!»
7 Y Dios hizo una bóveda, y parte de las
aguas quedaron arriba de la bóveda, y parte de las aguas quedaron abajo. Y así
fue.
8 Dios llamó «cielos» a la bóveda. Cayó la
tarde, y llegó la mañana. Ése fue el día segundo.
9 También dijo Dios: «¡Que se junten en un
solo lugar las aguas que están debajo de los cielos, y que se descubra lo
seco!» Y así fue.
10 A lo seco, Dios lo llamó «tierra», y al
conjunto de las aguas lo llamó «mares». Y vio Dios que era bueno.
El “segundo” acto creativo de Dios, luego de
formar la sustancia, es separar y poner límites. Recién después empieza a
poblar esos ámbitos que había formado. Por supuesto que en el proceso creativo
esto no necesariamente es tan secuencial, pero el Texto Sagrado nos está
mostrando la importancia de los límites.
“Límite” es un concepto tan amplio que
debería ser definido en cada ámbito del que se trate, pero podemos entenderlo
en un sentido bien general si lo ubicamos dentro del concepto de sistema.
Probablemente la mayoría de los lectores haya estudiado en algún momento algo
sobre sistemas, y también probablemente lo haya pasado por alto tan pronto como
lo rindió y aprobó. Es claro, resulta demasiado abstracto y difícil de vincular
con la realidad, además, propiamente dicho no se trata de una teoría
científica, aunque se usa muchísimo allí, sino más bien filosófica. La Teoría
General de Sistemas, que si bien tiene raíces muy viejas, fue formalmente
planteada en 1950 por el biólogo austríaco Ludwig von Bertalanffy.
Ajá, qué interesante… ¿y qué tiene que ver
esto con la Palabra de Dios? Pues que no hay conocimiento cierto sobre la
creación que NO TENGA QUE VER con Dios. ¿Obvio, no?
Hace un tiempo el Espíritu me hizo ver que
todo lo que se estudia en Teoría de Sistemas en realidad, lo más que se pueda
profundizar en esta Tierra sobre ello, no es más que “arañar” la capa más
externa de la sabiduría de Dios, pero aún así, contiene principios de cómo Dios
hace las cosas. Con esto no quiero decir que pueda reemplazar la Palabra de
Dios ni tener más autoridad que ella, pero sí que, convenientemente iluminada
POR la Palabra de Dios, nos puede brindar muchas comprensiones muy útiles. Y una
de ellas es la relacionada con los límites.
En Teoría de Sistemas se plantea que no puede
existir sistema sin límites, es decir, cualquier “cosa”, sea material o
inmaterial, necesita límites, sino no existe, no es un “sistema”, concepto que
se utiliza para abarcar todo. Pero resulta que en nuestro lenguaje, y diría que
en la mayoría de los lenguajes del mundo, la palabra límite INMEDIATAMENTE nos
trae la idea de “freno al desarrollo”, algo impuesto que nos impide avanzar, imposibilidad
de alcanzar la satisfacción de las necesidades, frustración y enojo… Tan
poderosa es esta connotación que es prácticamente imposible mencionar la
palabra sin que al instante surja esta idea. Realmente, debemos “felicitar” a
Satanás en esto, ¡ha tenido un tremendo éxito corrompiendo el lenguaje de los
pueblos!
Pero la realidad es que, cuando por primera
vez aparece el concepto de límite en la Biblia, lo hace en un sentido
profundamente creativo; el “límite” es el contorno de la creación, es lo que
dibuja el escenario, sin el cual no podría haber actores. La naturaleza misma
nos enseña que NADA hay sin límites, y que cuando los límites de algo se
rompen, ese algo corre serio peligro de desaparecer. Bueno, cuando los límites
de un ser humano son rotos decimos que ha sufrido una herida (física o
psicológica), y si esa rotura es lo suficientemente extensa, la vida (física o
psicológica) de tal persona queda seriamente comprometida.
Me gusta usar la analogía de una hoja de
papel de dibujo para explicar la importancia de los límites. Está claro que no
podremos dibujar MÁS ALLÁ de la hoja que estemos usando, pero también está
claro que SIN UNA HOJA no habrá dibujo en absoluto. La hoja puede limitar el
tamaño de nuestro dibujo, pero en la práctica sería imposible que dibujáramos
en una hoja ilimitada: no tendríamos ni el tiempo, ni las fuerzas, ni los
materiales, ni la creatividad suficiente como para hacerlo. Algunos podrán
hacer dibujos muy grandes, otros no, pero todos tienen algún límite. Los
límites de esa hoja le imponen un “hasta aquí” a nuestro dibujo, pero también
un “aquí sí”. No podría haber ningún dibujo sin hoja, pero toda hoja tiene
límites.
Si hay límite es porque hay un “lienzo para
dibujar”, es decir, porque hay algo para hacer, un ámbito para desarrollarse,
un espacio que ocupar y aprovechar, una medida de responsabilidad.
Pero si hay límite es porque también hay
peligro, existe tanto un espacio seguro como uno inseguro. Otro tema será el
por qué ese espacio inseguro lo es, cuál es el peligro que contiene, por qué no
deberíamos llegar o, a veces, por qué no deberíamos llegar todavía allí.
Continuamente vemos a Dios poniendo límites
en Su Palabra, y continuamente vemos al hombre transgrediéndolos… para ver,
también continuamente, las justas consecuencias de esas transgresiones. Desde
la inyección de veneno de la serpiente, en el Edén, se nos ha puesto en la
cabeza que el placer y la autorrealización consisten en transgredir límites,
tanto es así que se ha constituido en parte indisoluble de nuestra cultura
moderna. “Sin límites” es el grito de guerra de la sociedad, ¿pero guerra
contra qué o quién? Claro, no lo dicen explícitamente, pero es contra Aquel que
ha fijado los límites en un primer momento.
El mismo Dios que nos puso límites y le dio a
Adán un espacio limitado para cuidar (el Huerto) es el que también nos dijo que
nos multiplicáramos y llenáramos la Tierra, lo cual parece una contradicción.
Por un lado tenemos de parte del Señor un deseo innato de expandirnos, conocer,
“romper límites”, y por otro, ese mismo Dios nos ha puesto determinados
límites. Esa aparente contradicción es el “terreno fértil” del Adversario, que
aprovecha deseos internos para sus propósitos.
La aparente contradicción se aclara cuando
entendemos qué es cada cosa; cuáles son los “límites” que están comprendidos
dentro del mandato de “multiplicarnos y expandirnos”, y cuáles son los límites
comprendidos dentro de los mandatos morales, que no debemos quebrar. Pensemos
en la analogía de un vehículo todoterreno; como cualquier vehículo, tiene “límites”
de funcionamiento y requerimientos técnicos que hay que cuidar si no queremos
que se rompa; esos límites no hay que transgredirlos. Pero, cuidando
adecuadamente de él, podremos recorrer todas las rutas que queramos, ¡ahí no
hay límites!
Tenemos que diferenciar claramente los
límites que Dios pone de los límites que el Adversario pone, pero sin olvidar
que este último SIEMPRE está sujeto al Primero. Dios permite que Satanás nos
ponga límites para que los venzamos en Su nombre, y así crezcamos en la fe y el
amor. Sin embargo, el engaño consiste en hacernos creer que determinados
límites son satánicos y deben ser vencidos cuando en realidad son de Dios. Por
ejemplo, el Señor nos puso un límite para el trabajo, que era el sábado judío.
No tenemos exactamente eso en el Nuevo Testamento, pero no podemos tampoco
desoír ese principio sin sufrir las consecuencias.
Que el Señor nos permita realmente darle a la
palabra “límites” el verdadero sentido que tiene, y discernir claramente cuáles
son puestos por el Señor y cuáles no.
Danilo Sorti
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