domingo, 19 de noviembre de 2017

318. Un Dios de límites

Génesis 1:1-10 RVC
1 Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra.
2 La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas.
3 Y dijo Dios: «¡Que haya luz!» Y hubo luz.
4 Y vio Dios que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas;
5 a la luz, Dios la llamó «Día», y a las tinieblas las llamó «Noche». Cayó la tarde, y llegó la mañana. Ése fue el día primero.
6 Luego dijo Dios: «¡Que haya algo firme en medio de las aguas, para que separe unas aguas de otras aguas!»
7 Y Dios hizo una bóveda, y parte de las aguas quedaron arriba de la bóveda, y parte de las aguas quedaron abajo. Y así fue.
8 Dios llamó «cielos» a la bóveda. Cayó la tarde, y llegó la mañana. Ése fue el día segundo.
9 También dijo Dios: «¡Que se junten en un solo lugar las aguas que están debajo de los cielos, y que se descubra lo seco!» Y así fue.
10 A lo seco, Dios lo llamó «tierra», y al conjunto de las aguas lo llamó «mares». Y vio Dios que era bueno.

El “segundo” acto creativo de Dios, luego de formar la sustancia, es separar y poner límites. Recién después empieza a poblar esos ámbitos que había formado. Por supuesto que en el proceso creativo esto no necesariamente es tan secuencial, pero el Texto Sagrado nos está mostrando la importancia de los límites.

“Límite” es un concepto tan amplio que debería ser definido en cada ámbito del que se trate, pero podemos entenderlo en un sentido bien general si lo ubicamos dentro del concepto de sistema. Probablemente la mayoría de los lectores haya estudiado en algún momento algo sobre sistemas, y también probablemente lo haya pasado por alto tan pronto como lo rindió y aprobó. Es claro, resulta demasiado abstracto y difícil de vincular con la realidad, además, propiamente dicho no se trata de una teoría científica, aunque se usa muchísimo allí, sino más bien filosófica. La Teoría General de Sistemas, que si bien tiene raíces muy viejas, fue formalmente planteada en 1950 por el biólogo austríaco Ludwig von Bertalanffy.

Ajá, qué interesante… ¿y qué tiene que ver esto con la Palabra de Dios? Pues que no hay conocimiento cierto sobre la creación que NO TENGA QUE VER con Dios. ¿Obvio, no?

Hace un tiempo el Espíritu me hizo ver que todo lo que se estudia en Teoría de Sistemas en realidad, lo más que se pueda profundizar en esta Tierra sobre ello, no es más que “arañar” la capa más externa de la sabiduría de Dios, pero aún así, contiene principios de cómo Dios hace las cosas. Con esto no quiero decir que pueda reemplazar la Palabra de Dios ni tener más autoridad que ella, pero sí que, convenientemente iluminada POR la Palabra de Dios, nos puede brindar muchas comprensiones muy útiles. Y una de ellas es la relacionada con los límites.

En Teoría de Sistemas se plantea que no puede existir sistema sin límites, es decir, cualquier “cosa”, sea material o inmaterial, necesita límites, sino no existe, no es un “sistema”, concepto que se utiliza para abarcar todo. Pero resulta que en nuestro lenguaje, y diría que en la mayoría de los lenguajes del mundo, la palabra límite INMEDIATAMENTE nos trae la idea de “freno al desarrollo”, algo impuesto que nos impide avanzar, imposibilidad de alcanzar la satisfacción de las necesidades, frustración y enojo… Tan poderosa es esta connotación que es prácticamente imposible mencionar la palabra sin que al instante surja esta idea. Realmente, debemos “felicitar” a Satanás en esto, ¡ha tenido un tremendo éxito corrompiendo el lenguaje de los pueblos!

Pero la realidad es que, cuando por primera vez aparece el concepto de límite en la Biblia, lo hace en un sentido profundamente creativo; el “límite” es el contorno de la creación, es lo que dibuja el escenario, sin el cual no podría haber actores. La naturaleza misma nos enseña que NADA hay sin límites, y que cuando los límites de algo se rompen, ese algo corre serio peligro de desaparecer. Bueno, cuando los límites de un ser humano son rotos decimos que ha sufrido una herida (física o psicológica), y si esa rotura es lo suficientemente extensa, la vida (física o psicológica) de tal persona queda seriamente comprometida.

Me gusta usar la analogía de una hoja de papel de dibujo para explicar la importancia de los límites. Está claro que no podremos dibujar MÁS ALLÁ de la hoja que estemos usando, pero también está claro que SIN UNA HOJA no habrá dibujo en absoluto. La hoja puede limitar el tamaño de nuestro dibujo, pero en la práctica sería imposible que dibujáramos en una hoja ilimitada: no tendríamos ni el tiempo, ni las fuerzas, ni los materiales, ni la creatividad suficiente como para hacerlo. Algunos podrán hacer dibujos muy grandes, otros no, pero todos tienen algún límite. Los límites de esa hoja le imponen un “hasta aquí” a nuestro dibujo, pero también un “aquí sí”. No podría haber ningún dibujo sin hoja, pero toda hoja tiene límites.

Si hay límite es porque hay un “lienzo para dibujar”, es decir, porque hay algo para hacer, un ámbito para desarrollarse, un espacio que ocupar y aprovechar, una medida de responsabilidad.

Pero si hay límite es porque también hay peligro, existe tanto un espacio seguro como uno inseguro. Otro tema será el por qué ese espacio inseguro lo es, cuál es el peligro que contiene, por qué no deberíamos llegar o, a veces, por qué no deberíamos llegar todavía allí.

Continuamente vemos a Dios poniendo límites en Su Palabra, y continuamente vemos al hombre transgrediéndolos… para ver, también continuamente, las justas consecuencias de esas transgresiones. Desde la inyección de veneno de la serpiente, en el Edén, se nos ha puesto en la cabeza que el placer y la autorrealización consisten en transgredir límites, tanto es así que se ha constituido en parte indisoluble de nuestra cultura moderna. “Sin límites” es el grito de guerra de la sociedad, ¿pero guerra contra qué o quién? Claro, no lo dicen explícitamente, pero es contra Aquel que ha fijado los límites en un primer momento.

El mismo Dios que nos puso límites y le dio a Adán un espacio limitado para cuidar (el Huerto) es el que también nos dijo que nos multiplicáramos y llenáramos la Tierra, lo cual parece una contradicción. Por un lado tenemos de parte del Señor un deseo innato de expandirnos, conocer, “romper límites”, y por otro, ese mismo Dios nos ha puesto determinados límites. Esa aparente contradicción es el “terreno fértil” del Adversario, que aprovecha deseos internos para sus propósitos.

La aparente contradicción se aclara cuando entendemos qué es cada cosa; cuáles son los “límites” que están comprendidos dentro del mandato de “multiplicarnos y expandirnos”, y cuáles son los límites comprendidos dentro de los mandatos morales, que no debemos quebrar. Pensemos en la analogía de un vehículo todoterreno; como cualquier vehículo, tiene “límites” de funcionamiento y requerimientos técnicos que hay que cuidar si no queremos que se rompa; esos límites no hay que transgredirlos. Pero, cuidando adecuadamente de él, podremos recorrer todas las rutas que queramos, ¡ahí no hay límites!

Tenemos que diferenciar claramente los límites que Dios pone de los límites que el Adversario pone, pero sin olvidar que este último SIEMPRE está sujeto al Primero. Dios permite que Satanás nos ponga límites para que los venzamos en Su nombre, y así crezcamos en la fe y el amor. Sin embargo, el engaño consiste en hacernos creer que determinados límites son satánicos y deben ser vencidos cuando en realidad son de Dios. Por ejemplo, el Señor nos puso un límite para el trabajo, que era el sábado judío. No tenemos exactamente eso en el Nuevo Testamento, pero no podemos tampoco desoír ese principio sin sufrir las consecuencias.

Que el Señor nos permita realmente darle a la palabra “límites” el verdadero sentido que tiene, y discernir claramente cuáles son puestos por el Señor y cuáles no.



Danilo Sorti




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