Apocalipsis 2:1-5 RVC
1 »Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso:
Así dice el que lleva siete estrellas en su mano derecha y anda en medio de los
siete candeleros de oro:
2 »Yo conozco tus obras, tu arduo trabajo y
tu paciencia. Sé que no soportas a los malvados, que has puesto a prueba a los
que dicen ser apóstoles y no lo son, y que has descubierto que son unos
mentirosos.
3 Por causa de mi nombre has resistido,
sufrido y trabajado arduamente, sin rendirte.
4 Pero tengo contra ti que has abandonado tu
primer amor.
5 Así que ponte a pensar en qué has fallado,
y arrepiéntete, y vuelve a actuar como al principio. De lo contrario, vendré a
ti y, si no te arrepientes, quitaré tu candelero de su lugar.
Si algo caracteriza a la Iglesia que vemos en
las páginas del Nuevo Testamento es lo que hoy llamaríamos “Avivamiento”. El
celo evangelístico, la manifestación del poder de Dios en señales y milagros,
la protección sobrenatural de los mensajeros y aún el martirio en los que fue
así permitido, el crecimiento espiritual, la fe y la santidad. Claro que no era
perfecta, por supuesto que muchos se estaban infiltrando, incluso
congregaciones enteras se estaban desviando, pero en medio de todo eso el fuego
del Espíritu permanecía encendido… aunque no por siempre.
Ya para el tiempo profético que vemos en la
carta a Éfeso, que coincide con el tiempo en el que estaba viviendo Juan, el
avivamiento inicial estaba menguando. Pero en esencia, ¿qué es eso llamado
“avivamiento”?
Para los cristianos más nuevos el concepto
puede resultar o extraño o vacío de contenido. Los cristianos más viejos
tenemos recuerdos ya sea de avivamientos vividos en el pasado o de avivamientos
anteriores que conocimos en las historias. Hoy se ha corrompido la palabra
(como tantas otras) hasta equiparar “avivamiento” a una reunión con un
predicador gritón, mucha música hipnótica, y un buen show cristiano.
Pero en el registro histórico muchas veces el
concepto de avivamiento tampoco ha sido correcto: generalmente se lo ha
asociado a una conversión masiva de personas, lo cual es cierto pero en el
fondo es solo una consecuencia. A veces se lo ha relacionado con el cambio
espiritual de la sociedad: cambian leyes y costumbres. Eso tampoco es falso,
pero, de nuevo, es sólo una manifestación “externa” del avivamiento y no su
esencia. Con más precisión, se ha dicho también que el avivamiento es un volver
en arrepentimiento y santidad de la Iglesia. Ahí estamos más cerca, pero no
todavía en el centro.
Si “avivamiento” fue lo que vivió la Iglesia
del primer siglo, la pérdida de él fue lo que estaba pasando en la iglesia /
época profética de Éfeso. Y a esa pérdida el Señor la define como “que has
abandonado tu primer amor”. El avivamiento sería, entonces, vivir en el pleno
amor hacia Cristo, o mejor dicho, en la perfecta respuesta de amor de la
Iglesia hacia el perfecto amor de Cristo. Y todas las otras manifestaciones que
hemos visto en los avivamientos pasados y muchas veces usamos para definir un
avivamiento son solamente las manifestaciones externas de ese amor.
En un avivamiento las potencias satánicas son
conmovidas, los espíritus regentes son limitados en su poder y el Evangelio
puede ser predicado y correr con libertad.
Hermanos, yo no quiero presentar ninguna
fórmula simplificada ni mucho menos negar la necesidad de la oración, la
predicación, la búsqueda de santidad, el esfuerzo sacrificial ni nada de lo que
han dicho aquellos que investigaron sobre los avivamientos en la historia. Es
más, resulta urgente que retomemos todo eso y lo pongamos en práctica, aunque
debemos saber que el contexto mundial actual es muy diferente al que ha
existido en siglos precedentes, por lo que no podemos esperar la misma
respuesta, al menos no hasta que Dios desate los juicios del fin de esta era,
antes del arrebatamiento.
Pero lo que quiero decir es que nada de eso
sirve sin amor; no traeremos ningún mover de Dios significativo sobre ninguna
región si primero no se nos es revelado en toda su dimensión el amor de Cristo,
no somos llenos de él y no respondemos en consonancia. Precisamente lo que
estaba pasando en Éfeso nos muestra que, haciendo muchas cosas buenas,
cumpliendo al pie de la letra la “receta infalible para un avivamiento”, pero
sin amor, no se podía alcanzar. Quizás haya sido esa la principal falla en
tantos intentos de avivamientos que ha habido en los últimos años.
La iglesia de Éfeso se esforzaba, era
paciente y perseverante, era correcta doctrinalmente, tenía discernimiento, no
toleraba nada incorrecto, sufría y resistía lo que fuera, trabajaba con todas
sus fuerzas… ¿cómo no iba a tener un avivamiento? Con muchísimo menos que eso,
hay algunos hoy que se atreven a hablar de avivamiento. Pero no, no fue
suficiente, faltaba el ingrediente principal: el amor.
Si Dios nos ha llamado al avivamiento,
primero debemos ser totalmente llenos de Su amor, y eso no lo fabricamos
nosotros, sólo podemos recibirlo, sólo podemos pedirlo y esperar; y luego, responder
en consecuencia. Recién ahí es que podemos contagiar con ese amor a los
hermanos, y entonces, cuando fluye ese “primer amor”, ese amor ardiente, es que
estamos a las puertas de un avivamiento. Ahí la consejería se vacía, los
traumas irresueltos durante años desaparecen en un día, todo esfuerzo parece
poco, las potencias celestiales son conmovidas y al segundo cielo no le queda
más remedio que abrirse para dejar pasar legiones de ángeles; los milagros son
el pan diario, los que están preparados para creer se convierten y la sociedad
es conmovida… y los que decididamente no van a creer se enfurecen y la
persecución se desata, pero el Señor protege a los Suyos.
Dios nos llama a anhelar ese avivamiento, y
lo viene haciendo desde hace tiempo, pero el amor es la puerta de entrada, no
hay otra. ¡Señor, haznos entender la verdadera dimensión del amor que nos
tienes!
Danilo Sorti
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