Santiago 1:2-5 RVC
2 Hermanos míos, considérense muy dichosos
cuando estén pasando por diversas pruebas.
3 Bien saben que, cuando su fe es puesta a
prueba, produce paciencia.
4 Pero procuren que la paciencia complete su
obra, para que sean perfectos y cabales, sin que les falta nada.
5 Si alguno de ustedes requiere de sabiduría,
pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios se la da a todos en abundancia y
sin hacer ningún reproche.
Santiago y Hebreos tienen mucho en común, por
más que sus escritores y destinatarios sean en parte desconocidos. La posición
evangélica en general acepta que Hebreos fue escrita por Pablo, muy
probablemente con la gran ayuda de un amanuense, o quizás recopilada por alguno
de sus colaboradores, pero en definitiva de origen paulino. Los lectores bien
podían ser judíos convertidos, pero también es probable que hubiera cristianos
de origen pagano, ya que el Antiguo Testamento era la lectura que esos primeros
creyentes tenían. Algo parecido podemos decir de los lectores de Santiago,
mientras que el autor es más cuestionado. Diversas características de la carta
ponen en duda que sea el hermano del Señor que lideró la iglesia de Jerusalén y
murió allí como mártir. De todas formas, si esa información no ha sido expresamente
aclarada por el Espíritu, tampoco debería quitarnos el sueño…
De todas formas, el ambiente judío de ambas
cartas y sus temas tienen una continuidad, y no por casualidad las tenemos una
después de la otra, pero mientras Hebreos exhorta a no perder la fe necesaria
para la salvación, Santiago nos anima a vivir esa fe. Por ello sus palabras
tienen un sentido práctico, vivencial; no se trata de la sabiduría para
salvación (aunque tampoco diríamos que la excluye) sino de la sabiduría para
vivir.
En medio de las pruebas necesitamos
sabiduría. Las pruebas normalmente conllevan pobreza y necesidad material, pero
producen como fruto la paciencia que lleva a la perfección y a la completud del
carácter cristiano.
El escenario de “diversas pruebas” es similar
al que vemos en Hebreos: después de haber creído y del “primer amor”, hay un
largo trecho donde esa emoción del principio debe madurar. No debe morir ese
primer amor, cosa que ocurre cuando se pierde la fe, sino que la fe debe
perfeccionarse para que el amor se arraigue cada vez más. Hebreos y Santiago,
que tampoco por casualidad están ubicadas más hacia el final del Nuevo
Testamento, le hablan al creyente de años, que ha combatido por su fe y que es
llamado a perseverar cuando las cosas se ponen difíciles y las respuestas
tardan. Para algunos este es un momento tan crítico que abandonan la fe, o caen
en una fe de palabras, sin esfuerzo, muerta en definitiva. Para otros, es igual
de crítico, pero logran crecer en el Señor. Ambos podrán sentarse en la misma
iglesia, pero sus realidades espirituales serán muy distintas. ¿Cuál es la
nuestra?
La verdadera riqueza que nos muestra Santiago
es espiritual. Esa riqueza constituye la recompensa que tendremos en el cielo,
y aquí y ahora es el canal abierto con Dios, lo que permite que el Reino de
Dios descienda y se manifieste.
En lo natural, atravesar por diversas pruebas
no es agradable ni motivo de felicidad. La palabra que se traduce por
“diversas” es ποικίλος, poikílos, probablemente de una raíz que signifique
“multicolor”, traducida como “toda clase de, diferentes clases de, de diversos
colores, diverso, variado”. Para decirlo de una forma mucho menos académica, es
la experiencia que tenemos cuando sentimos que “nos están pegando de todos
lados”. Es decir, todo nuestro mundo está “al revés” y viene una después de
otra. Precisamente allí no nos sentimos “muy dichosos”, más bien muy
miserables. Pero las realidades espirituales son diferentes a las naturales, y
a partir de este contraste tan grande que leemos aquí se imprime en nuestra
mente esa noción. Estas palabras sirven en cierto sentido de introducción al
resto del libro: necesitamos aprender a ver las realidades espirituales más
allá de los fenómenos materiales. Sin eso, no podemos mantenernos en la fe.
El concepto de prueba es por demás conocido
en el mundo de hoy, donde la educación alcanza a la mayoría de las personas y
casi todos han podido pasar al menos por alguna experiencia escolar. Hay
determinados momentos en los que nuestros conocimientos son examinados, sea por
un examen escrito, oral, un trabajo práctico, nuestra participación en clase,
un trabajo final o una tesis. Difícilmente encontramos alumnos a los que les
gusten particularmente esos momentos, pero todos saben que son necesarios para
avanzar hacia el próximo nivel u obtener su título. No es diferente en el mundo
espiritual, excepto que allí nadie puede copiar ni hacer trampa. Y al igual que
en lo natural, cuando no pasamos un examen, hay que hacerlo de nuevo, o repetir
el curso.
Pero si podemos ver las riquezas
espirituales, entendemos que la prueba produce paciencia. Cuidado: no “fe”, eso
es previo. La paciencia es ὑπομονή, jupomoné, “resistencia o aguante alegre (o
esperanzado), paciencia, perseverancia, persistencia, constancia, esperanza”.
No se trata una actitud de amarga resignación, ni siquiera de simple
resignación, sino de resistencia esperanzada e incluso alegre, porque se tiene
la clara visión de la recompensa que se acumula en el cielo. Aquí el claro
contraste con el amor a las riquezas que aparecerá un poco más adelante en la
carta.
Una cosa es la fe en un momento, o la fe
cuando las cosas van bien, otra cosa es la fe perseverante y aún otra cosa es
la fe que en las dificultades tiene gozo y alegría.
Esa paciencia hace una obra, tiene un tiempo,
en el cual madura los frutos del Espíritu en la persona y así se llega a ser
“perfectos”, es decir que los frutos están en su nivel adecuado, y “cabales”,
es decir, completos, que todos los frutos están presentes y equilibrados. Claro
está que esto requiere tiempo… y colaboración de nuestra parte: en la escuela
el profesor puede esforzarse al máximo, pero si el alumno no quiere aprender,
¡no VA A APRENDER!
Entender estas realidades espirituales, es decir,
entender qué es lo que está pasando en el mundo espiritual, qué es lo que Dios
quiere lograr con la prueba y cuál debe ser nuestra participación espiritual
allí, requiere sabiduría. No solamente la sabiduría para “resistir”, sino la
sabiduría para “combatir” espiritualmente, tal como quedó bien claro en otras
cartas del Nuevo Testamento. En realidad, “combatir” y “resistir” casi diríamos
que son sinónimos en el ámbito espiritual: el combate no se gana sino por medio
de una lucha persistente; y la persistencia en realidad consiste en mantener
una posición, o avanzar, enfrentando la oposición espiritual.
El hecho de que se nos llame a pedir
sabiduría significa que hay algo que requiere sabiduría, es decir, que tenemos
que hacer nosotros con sabiduría. Aquí está nuestra parte, no lo que hace Dios
independientemente de nosotros, sino lo que hacemos nosotros con las fuerzas y
la sabiduría de Dios, lo que implica crecer y lo que nos genera riquezas
espirituales, propiamente, lo que podemos llamar “mérito”.
El versículo 5 es claro: no hay límite para
pedir y recibir sabiduría. Pedimos muchas cosas que no recibimos durante años,
y no digo que eso esté mal o que no haya que hacerlo, pero no debemos descuidar
esta puerta abierta en la que se nos garantiza una respuesta sí o sí a nuestras
oraciones. Hay cosas que pedimos que no pueden ser contestadas en este tiempo;
no todas las oraciones lo son, por diversas circunstancias que conoceremos en
los Cielos, pero hay algo que SÍ O SÍ será contestado, si pedimos con fe;
SABIDURÍA, es decir, capacidad de entender lo que está pasando en el mundo
espiritual y, como consecuencia, capacidad de actuar en el natural.
Notemos que esta “sabiduría”, σοφία, sofía,
se refiere tanto a la sabiduría espiritual como a la terrenal, con lo cual no
solamente tenemos aquí un pasaje “espiritual” sino “terrenal”; es decir, se nos
promete la sabiduría para entender lo espiritual y para vivir en nuestra
realidad material, para soportar e incluso superar las pruebas aquí y ahora.
Dificultades económicas, problemas en las relaciones personales, cómo empezar
un nuevo emprendimiento, aprobar un examen, solucionar un problema de salud,
etcétera, etcétera, etcétera, todo está incluido aquí, desde lo más pequeño y
cotidiano hasta los más grande problemas nacionales que podamos pensar, nada es
demasiado grade o demasiado difícil, ni demasiado pequeño o demasiado
insignificante para Dios y nada escapa a Su sabiduría. No hay circunstancia
sobre la Tierra en la que no podamos recibir la sabiduría y la guía de Dios.
Quizás no siempre la respuesta sea la que esperemos, pero siempre habrá una
respuesta para el que busca con fe.
¿Estamos aprovechando esta maravillosa
promesa? No todas las promesas de la Biblia se aplican en todos los casos, pero
esta sí, ¡no la descuidemos!
Danilo Sorti
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