Santiago 1:25-27 RVC
25 En cambio, el que fija la mirada en la ley
perfecta, que es la ley de la libertad, y no se aparta de ella ni se contenta
sólo con oírla y olvidarla, sino que la practica, será dichoso en todo lo que
haga.
26 Si alguno de ustedes cree ser religioso,
pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no vale nada.
27 Delante de Dios, la religión pura y sin mancha
consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y en
mantenerse limpio de la maldad de este mundo.
Una de las confrontaciones de Santiago es
hacia el autoengaño. De diversas formas leemos esa misma exhortación en
diferentes pasajes. Desde el punto de vista de pobreza y riqueza el autoengaño
consiste en considerar verdadera riqueza a lo que no lo es, y pobre al que
recibió un depósito espiritual muy valioso.
“Si alguno de ustedes cree ser religioso,
pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no vale nada.”
Santiago retoma la enseñanza de Jesucristo que vincula indisolublemente la
profesión de fe con la vida práctica. Uno puede “creerse” muy religioso por
tener una estructura mental de conceptos tan compleja y entrelazada (y
equivocada) que se constituye en una verdadera fortaleza de engaño poniendo
unos lentes tan gruesos delante de sus ojos que le hacen ver lo que no existe.
¿Cómo librarse de ello si precisamente uno se encuentra en tal profundidad de
engaño?
Alguien puede avisarnos, pero solemos tener
una “respuesta para todo”, así que es difícil que funcione. Dios puede
someternos a duras pruebas, pero no es en realidad lo que prefiere hacer, y
tampoco es garantía de que abramos los ojos, aunque al final será lo que haga.
Un paso previo, para los que todavía tienen un poco de honestidad en su
corazón, es analizar sus palabras. Si nuestra boca termina siendo un “pozo
negro”, estamos bastante lejos de la verdadera práctica de la piedad.
Aquí hay una señal diagnóstica sencilla, que
se puede aplicar bastante bien en el autodiagnóstico. Claro, hay que evaluar el
“marco lingüístico” en el que nos manejamos, porque cuando muchas malas
palabras y expresiones, no necesariamente insultos, sino malas en su naturaleza
y resultados, se establecen como “normales”, se vuelve borroso el marco recto
de referencia. Con todo, sigue siendo más fácil y sano discernir eso que
esperar a que vengan los juicios.
¿Cuál es el engaño? Vivir una piedad de
palabras y sin obras. Bueno, las palabras, dichas por personas con autoridad
espiritual, constituyen en sí mismas una “obra espiritual”, ya son “hechos” que
dan legalidad al Adversario o a Dios para actuar sobre la tierra, por lo que
estas “sólo palabras” malas no constituyen algo neutro o ligeramente malo, sino
que son en sí mismas obras malas.
“ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus
aflicciones” es una afirmación que nos recuerda el rol indispensable del varón
en la sociedad. Huérfanos y viudas son los que han quedado sin la protección de
un padre o esposo, quizás mucho más desamparados en ese entonces que ahora,
pero no menos desamparados en el plano espiritual ahora que entonces.
Los datos globales muestran casi 6 años de
esperanza de vida más para las mujeres que los hombres, si nos vamos a países
con mayores dificultades sociales o económicas, la brecha se agranda; si
pensamos en tiempos de guerra o especialmente tumultuosos, más aún. Las
feministas de la tercera ola hablan de un mítico e idílico lugar llamado
“patriarcado”, aunque yo todavía no encontré ni en la historia ni en el
presente ningún mapa que me indique ese sitio donde los hombres somos los reyes
que gozamos de todos los privilegios… La verdad es que la vida tampoco es fácil
para los hombres, y la carga que pesa sobre nosotros es aún mayor porque
sabemos que tenemos un rol de protección y no poder cumplirlo, o incluso irse
antes de tiempo, resulta desesperante.
Como sea, los que han quedado desprotegidos,
los huérfanos y las viudas, tanto literales como en un sentido metafórico o
espiritual, constituyen la presa favorita del Adversario, aquellos en los que
más puede distorsionar la imagen y el diseño de Dios, aquellos sobre los que
más sufrimiento puede infligir, y por lo tanto, contaminar en mayor medida la
Tierra para así tener cada vez más autoridad. A ellos se nos llama a socorrer,
tanto en lo económico, pero también con nuestras oraciones y servicio. A veces
una ayuda con trámites, hacer conocer una causa, capacitar en algo, brindar
algún contacto, u otras acciones que no siempre implican dinero en efectivo
pueden ser igualmente de valiosas, o más. Eliseo no tenía dinero para ayudar a
la viuda y sus hijos huérfanos, pero tenía algo muchísimo más valioso: el poder
de Dios, y el resultado fue asombroso. Jesús tampoco tenía una bolsa abultada
de dinero, pero resucitó al hijo de la viuda y eso fue mucho más valioso que
una fortuna en oro. Si se nos ha confiado el poder de Dios y Su Palabra, ya
tenemos lo principal; puede ser que tengamos dinero para ayudar y está bien, o
puede ser que apenas nos alcance, pero tenemos riquezas espirituales para
compartir y no debemos menospreciarlas pensando que solo se trata de dinero.
PERO hay algo más: “mantenerse limpio de la
maldad de este mundo”. En algunos grupos de cristianos el énfasis en las buenas
obras, ¡que son buenas!, opaca el énfasis en la santidad. En otros grupos el
énfasis en la santidad, ¡que es indispensable!, opaca la necesidad de obras. Y
en otros en énfasis en la Palabra, ¡que nos muestra el camino!, desdibuja a los
otros dos. No hace falta decir que necesitamos un equilibrio, y no hace falta
decir que es tan fácil que nos resbalemos de él…
Las obras de justicia, siendo necesarias, no
salvan a nadie. Y muchas “buenas obras” que se hacen en nombre de Cristo y que
consisten en brindar ayuda material, siendo buenas, no cumplen los propósitos
más perfectos de Dios y resultan en un alivio solo temporal. Necesitamos el
equilibrio que nos da la Palabra.
Bueno, de acuerdo, ¿y que tiene que ver todo
esto con el título? Pues que aunque Santiago habla de pobres y ricos, más bien
parece estar dirigida a un sector económicamente “medio”, o por lo menos, no en
pobreza extrema. Los hijos de Dios, a medida que pasa el tiempo, son bendecidos
por el Señor y normalmente crecen en el plano económico, por lo menos a un
nivel tolerable. Y cuando ya nos acostumbramos a estar ahí, nos olvidamos de
que “en otra parte del mundo” y “en la casa de la esquina” hay viudas y
huérfanos, gente desprotegida que necesita de nuestro auxilio. Y así llegamos
incluso a construir estructuras teológicas sin tenerlos en cuenta.
Algo que tiene que ver con esto último es,
por ejemplo, la escatología. Los que viven en una posición acomodada y
relativamente tranquila, de lo cual ya queda poco por cierto, no ven claramente
la cercanía de la venida de Cristo porque para ellos las cosas “no van tan
mal”. Pero cuando vemos lo que pasa en el mundo, en la mayoría de los países y
para la mayoría de las personas, el panorama cambia y desesperadamente nos
unimos a su clamor: “¡ven Señor Jesús!”.
Entonces, preocuparnos por el que sufre, el
que necesita, nos ayuda a tener también una perspectiva teológica clara, de una
Biblia que fue escrita para todos, es cierto, pero que especialmente se
preocupa por los necesitados y debe entenderse primariamente desde el punto de
vista del afligido, del pobre, del perseguido.
Que el Señor nos ayude a entender y vivir la
verdadera religión.
Danilo Sorti
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