Santiago 1:2-8 RVC
2 Hermanos míos, considérense muy dichosos
cuando estén pasando por diversas pruebas.
3 Bien saben que, cuando su fe es puesta a
prueba, produce paciencia.
4 Pero procuren que la paciencia complete su
obra, para que sean perfectos y cabales, sin que les falta nada.
5 Si alguno de ustedes requiere de sabiduría,
pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios se la da a todos en abundancia y
sin hacer ningún reproche.
6 Pero tiene que pedir con fe y sin dudar
nada, porque el que duda es como las olas del mar, que el viento agita y lleva
de un lado a otro.
7 Quien sea así, no piense que recibirá del
Señor cosa alguna,
8 pues quienes titubean son inconstantes en
todo lo que hacen.
La fe es puesta a prueba a lo largo del
caminar cristiano. Más pronto o más tarde, las pruebas vendrán, y a veces, de
todos lados y en el mismo momento. ¿Y qué diremos, entonces?
Juan 12:27-28 RVC
27 »Ahora mi alma está turbada. ¿Y acaso
diré: “Padre, sálvame de esta hora”? ¡Si para esto he venido!
28 Padre, ¡glorifica tu nombre!» En ese
momento vino una voz del cielo: «Lo he glorificado, y volveré a glorificarlo.»
Por la gracia de Cristo, no tenemos nosotros
que pasar Su prueba, y si ese fuera el caso, lo haríamos tomados de Su mano.
Pero el Señor sabía bien que era necesario pasar por esa terrible prueba así
que no pidió ser librado, aunque fue absolutamente sincero: ¡Él no quería
atravesar eso! No vemos nada de masoquismo ahí, nada de ingenuidad ni
ignorancia de lo que vendría, de ninguna manera vemos el “elogio del
sufrimiento” que es tan común en algunos grupos cristianos. ¡No había mérito
simplemente en sufrir! Pero sufrir en el propósito de Dios y para cumplir Sus
planes nos trajo la salvación y la redención de toda la Creación. Jesús no
pidió ser librado de la prueba que era necesario que atravesara, pidió la
fortaleza del Padre y la recibió instantáneamente: la voz del Cielo lo reafirmó
en el propósito de lo que estaba cumpliendo, aquello que era el centro de Su
voluntad, lo que más anhelaba, glorificar al Padre, reconciliar a la Creación
con Su Padre. A partir de allí, lo vemos atravesar la parodia de juicio, las
burlas, el dolor, la crucifixión y la muerte con una serenidad increíble. Ése
es el ejemplo para nosotros, en nuestras propias (y muchísimo más pequeñas)
pruebas.
La sabiduría permite saber qué está pasando
en el mundo espiritual y cuáles son los propósitos de estas pruebas, si no
todos, al menos aquellos que podemos y necesitamos saber en el momento.
Santiago nos promete que sin falta la recibiremos, Jesús nos lo ejemplifica. Y
también la misma sabiduría nos da la solución de la prueba: en el caso de
Jesús, la solución fue la muerte, porque la victoria sería definitiva sobre esa
misma muerte. En el caso de Hebreos, algunos la recibieron de manera
espectacular en esta Tierra, mientras que otros no, pero todos ellos
constituyeron el fundamento de nuestra fe, de la Palabra y sus testimonios son
luces que alumbrarán por siempre.
Pero esta fe debe ser sin dudas. ¿Qué es la
duda? La palabra griega tiene unos matices distintos a nuestra palabra
castellana: διακρίνω, diakríno, “separar completamente, i.e. (literalmente o
reflexivamente) retirarse de, o (por implicación) oponerse; figurativamente
discriminar (por implicación decidir), o (reflexivamente) vacilar, titubear:
contender, diferencia, discernir, disputar, distinción, distinguir, dudar,
examinar, hacer (diferencia), juzgar.” A veces tiene una connotación positiva,
implica juzgar, separar, discernir (por ejemplo, cuando se parte el pan), pero
también se usa propiamente en el sentido de dudar propiamente dicho. Podríamos
decir que aquí estamos dudando cuando juzgamos lo que debe aceptarse por fe…
¡vaya novedad!
¡Qué gran problema para la mente! Está
desesperada por meterse en el asunto, pero lo arruina todo. Sin embargo, hay
una buena noticia para nuestra mente humana que no se resigna a quedarse en un
costado: tiene un buen trabajo para hacer, pero no es el de juzgar la sabiduría
recibida de Dios, ni de analizar si es que Dios nos va a responder o no, o sí
merecemos que lo haga (que de hecho, no lo merecemos si no fuera por la gracia
de Cristo). PERO la mente puede aceptar la necesidad de la fe y recordar los
ejemplos de fe, y aprender a discernir la voz del Padre, que es la voz en la
que debemos creer, antes que ponerse a analizar los hechos en sí, cosa que no
puede nunca hacer bien porque se trata de realidades espirituales.
La fe y la duda se nos presentan muchas veces
como cosas “que ocurren”, es decir, sobre las cuales no tenemos absolutamente
ningún control. “No tengo fe”, dice alguien resignado, y con eso ya se da por
vencido. Pero si la Biblia nos habla mucho sobre la fe y la duda, es porque
tenemos unas cuantas cosas que entresacar allí, y no simplemente quedarnos con
decir “tengo” o “no tengo”.
Por lo pronto, aquí no se enfoca
específicamente en cómo aumentar esa fe, sin embargo lo dice indirectamente:
pidiendo sabiduría a Dios. De esa forma, entenderemos las realidades
espirituales, llegaremos a “ver” el mundo espiritual, y con ello, la fe aparece
“por sí sola”. Por otro lado, nos da la señal con la cual podemos darnos cuenta
de que no estamos teniendo fe: inconstancia, duda, ser movidos por las
circunstancias. Eso no puede menos que llevarnos al pasaje de Efesios:
Efesios 4:11-16 RVC
11 Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a
otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros,
12 a fin de perfeccionar a los santos para la
obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,
13 hasta que todos lleguemos a estar unidos
por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios; hasta que lleguemos a ser un
hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
14 para que ya no seamos niños fluctuantes,
arrastrados para todos lados por todo viento de doctrina, por los engaños de
aquellos que emplean con astucia artimañas engañosas,
15 sino para que profesemos la verdad en amor
y crezcamos en todo en Cristo, que es la cabeza,
16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y
unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la
actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en
amor.
Hay demasiado para hablar aquí, pero
simplemente lo resumiré mencionando la madurez (¡otra vez el tiempo y la
paciencia!), la unidad del Cuerpo y la edificación mutua, el conocimiento del
Hijo de Dios, crecer a Su estatura. Sencillamente, ninguna fórmula mágica, sino
lo que ya sabemos, nada “nuevo”, pero probablemente algo descuidado.
Si nos encontramos en medio de las dudas,
necesitamos más sabiduría de Dios, más crecimiento espiritual, más búsqueda,
más oración, más Palabra, más ministración del verdadero Cuerpo de Cristo. La
buena noticia es que nuestra poca fe puede crecer, nadie tiene que conformarse
con ella.
Danilo Sorti
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