viernes, 30 de noviembre de 2018

637. Santiago: la pobreza y la riqueza – XI, Oír, hablar, pensar, hacer; diferencia entre pobreza y riqueza espiritual y material


Santiago 1:19-27 RVC
19 Por eso, amados hermanos míos, todos ustedes deben estar dispuestos a oír, pero ser lentos para hablar y para enojarse,
20 porque quien se enoja no promueve la justicia de Dios.
21 Así que despójense de toda impureza y de tanta maldad, y reciban con mansedumbre la palabra sembrada, que tiene el poder de salvarlos.
22 Pero pongan en práctica la palabra, y no se limiten sólo a oírla, pues se estarán engañando ustedes mismos.
23 El que oye la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira a sí mismo en un espejo:
24 se ve a sí mismo, pero en cuanto se va, se olvida de cómo es.
25 En cambio, el que fija la mirada en la ley perfecta, que es la ley de la libertad, y no se aparta de ella ni se contenta sólo con oírla y olvidarla, sino que la practica, será dichoso en todo lo que haga.
26 Si alguno de ustedes cree ser religioso, pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no vale nada.
27 Delante de Dios, la religión pura y sin mancha consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y en mantenerse limpio de la maldad de este mundo.


En este pasaje encontramos una serie de secuencias o relaciones, causa consecuencia, que es en lo que consiste la verdadera sabiduría. Una cosa es el conocimiento “descriptivo”, el dato “duro”; eso es a lo que llamamos “conocimiento”. Otra cosa es poder utilizar ese conocimiento para establecer relaciones de causa y consecuencia y aplicarlo para explicar y predecir, a fin de tomar el curso de acción más acertado. Eso es a lo que llamamos “sabiduría”, y es un bien extremadamente escaso en este siglo XXI, donde el conocimiento ha aumentado como nunca en la historia de la humanidad. Santiago destaca por su sabiduría, precisamente por estas relaciones, por su capacidad para ir “al fondo” del asunto, de una manera muy sencilla y entendible (lo cual es señal de más sabiduría).

El versículo 19 nos muestra, en lo negativo, la secuencia “no oír – rápido para hablar – rápido para enojarse”, con lo cual entendemos que lo último sucede porque se ha hablado demasiado rápido sin haber tenido toda la información ni los hechos. Exactamente lo que ocurre hoy, especialmente con los grupos más exaltados de jóvenes, la “nueva izquierda”; pero no solamente con ellos, de hecho es algo muy humano.

¿Por qué no oímos? Porque creemos que ya sabemos, hemos aceptado determinadas estructuras de pensamiento y con ellas ya suponemos que podemos explicar todo, que podemos meter toda la realidad en ese molde y no hace falta más. Eso se llama necedad.

¿Por qué hablamos rápido? En el fondo, porque dudamos y necesitamos reforzar lo que en nosotros está todavía débil. También porque odiamos y necesitamos expulsar ese odio cuando encontramos el “sujeto odiable”. Porque vivimos en una guerra continua (Santiago hablará de eso más adelante) y necesitamos aprovechar cada mínima oportunidad para combatir al enemigo (los argentinos somos expertos en eso…).

El enojo es la consecuencia necesaria, no solamente porque el otro se va a enojar con nosotros (¡y con razón!), sino porque, como dirá más adelante Santiago, nuestra lengua, al “funcionar”, se transforma en una puerta abierta al Adversario, el que pone palabras de más que generan un círculo vicioso y una escalada verbal, que termina haciéndonos enojar.

¿Nos enojamos fácilmente? ¿No podemos controlarlo? ¿No será que estamos iniciando este círculo vicioso sin darnos cuenta, que no escuchamos adecuadamente (es decir, buscar la información que necesitamos, esperar antes de emitir un juicio o tomar una decisión, no solamente “escuchar” en sentido literal, sino informarse, leer sobre el asunto, orar, esperar a que Dios hable)? ¿No será que “hablamos” demasiado rápido (es decir, emitimos juicios o asumimos cosas como ciertas, o tomamos decisiones sin la suficiente información)? Sabiduría es reconocer que el enojo está al final de una cadena, y que resulta prácticamente imposible acabar con él si no cortamos los primeros eslabones. Desde otro punto de vista, podemos tapar el enojo pero la “olla a presión” explotará por otro lado.

El proceso correcto es: tenemos buena voluntad para oír (es decir, escuchar al que piensa distinto, no emitir juicios apresurados, buscar información, orar), por lo tanto no hablamos rápidamente (sabemos que nos podemos equivocar, que hay más cosas que deberíamos conocer) y como consecuencia no nos enojamos fácilmente. Ahora bien, nadie dice que está mal enojarse ante una injusticia, Jesús lo hizo, ¡el Padre lo hace! Lo que está mal es actuar de manera indebida cuando nos enojamos y, por supuesto, enojarse por todo. Hay gente que vive así, pero eso también es una cuestión “política” si se quiere, es una estructura social de pensamiento.

La consecuencia del versículo 20 es clara: la justicia de Dios no puede implantarse con enojo. Ahora bien, la justicia de Dios significa que Sus diseños se establecen donde hay injusticia, y si hay injusticia hay buenos motivos para estar enojados. El asunto, que queda claro en toda la carta, es que los eternamente enojados no pasan ni cerca del modelo de establecimiento de la justicia divina. Desde el inicio mismo no saben qué es eso, simplemente están enojados HUMANAMENTE, y aunque la indignación sea frente a una verdadera injusticia, el proceso no tiene nada que ver con el establecimiento de la justicia divina.

¿Qué nos hace enojarnos? Conozco cristianos enojados por diversas injusticias, pero lo están desde un punto de vista humano. No es incorrecto humanamente hablando, pero es humano y no pueden traer la justicia divina, en todo caso solamente hacer protestas humanas y a duras penas conseguir algo socialmente que durará poco.

“Así que despójense de toda impureza y de tanta maldad, y reciban con mansedumbre la palabra sembrada, que tiene el poder de salvarlos.” El corolario sorprendente es que hay que recibir la Palabra con mansedumbre, es decir, ¡estaban enojados por la Palabra de Dios! Que nadie se sorprenda porque hay muchísimos cristianos que no pueden aceptar determinadas verdades de las Escrituras, más bien, consideran que son palabras humanas de predicadores enloquecidos y las rechazan con furia. Las confunden con las falsas doctrinas, que sí hay que rechazar, pero no lo hacen.

Esa sana Palabra implantada nos hará oidores atentos, lentos para hablar y más lentos aún para enojarnos.

Este no es la única relación causal que vemos aquí, porque no se queda el asunto en simplemente oír, recibir y ser salvos, sino también en poner en práctica, pero sobre eso charlaremos en el próximo artículo.


Danilo Sorti




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