Santiago 2:1 RVC
1 Hermanos míos, ustedes que tienen fe en
nuestro glorioso Señor Jesucristo, no deben hacer diferencias entre las
personas.
Cada tiempo exige volver a leer la Palabra de
Dios; nuevos desafíos, o al menos, viejos desafíos con nuevos envases. En este
siglo el tema de la “no discriminación” ha alcanzado dimensiones de “asunto de
estado”, aunque claro, todos sabemos que es una hipocresía. Me sigue asombrando
cómo tantas personas se creen ese engaño, o al menos aparentan creerlo. Que los
jóvenes piensen que así están construyendo un mundo mejor, es entendible; pero
que los adultos lo crean es preocupante.
Hoy sabemos que por detrás de esos discursos
en realidad hay diseños de “ingeniería social” para reducir la población
mundial y contrarrestar al cristianismo; en los últimos meses (antes de
escribir este artículo) nos ha quedado muy claro, incluso con nombres y
apellidos.
El “postmodernismo” (para mí simplemente la
última fase de la “experiencia fracasada de la modernidad”) se inauguró con una
ola de tolerancia y aceptación, que los más avisados pronto descubrieron como
mentirosa. Hoy en día el discurso de la tolerancia está rápidamente cambiando
hacia su verdadera naturaleza: la intolerancia del cristianismo. Podríamos
decir que ya se quitó completamente la máscara.
Bueno, toda esta introducción para decir que
como vivimos en un siglo de apariencia de tolerancia, pensamos que no
discriminamos porque se nos ha enseñado a “no discriminar”, pero probablemente
en el formato de la cultura actual, es decir, creyendo que “ya no
discriminamos” seguimos haciéndolo, solo que hacia otros…
Por lo tanto, aunque parezca lo contrario, el
mandato de Santiago, “no deben hacer diferencias entre personas” sigue siendo
extremadamente actual. En aquel entonces las diferencias eran mayores en un
sentido; la sociedad se encontraba más dividida: los esclavos no eran
“personas” propiamente dicho, las mujeres eran ciudadanos de segunda, los
judíos odiaban a los gentiles. Pablo hablaría de eso en sus cartas. Pero
Santiago está hablando a una comunidad de cristianos, probablemente de cierto
tiempo de convertidos, en donde, como vimos, las diferencias económicas
constituían una fuente de problemas.
Hoy entendemos que podemos discriminar de
muchas maneras, a lo mejor no por el color de la piel o entre hombres y
mujeres, pero sigue siendo muy fácil discriminar dentro de la iglesia por la
condición económica, por la situación social o cultural, el nivel de estudios.
“Discriminar” no se refiere necesariamente a que debamos tener una relación
fraternal muy cercana. Aunque ese es el ideal y hacia allí vamos, allí no
estamos. Pero podemos crecer en el amor unos hacia otros, y en la ayuda mutua,
como hablamos, en el hecho de compartir nuestro conocimiento, contactos,
bienes, apoyo, oraciones. Allí es donde hoy, en esta iglesia imperfecta que
transitamos, debemos “no discriminar”.
El verdadero fundamento que nos permite no
discriminar es Jesucristo, ningún otro. Sólo porque Él nos compró y nos lavó es
que entendemos de la profundidad del barro oloroso del pecado de donde fuimos
rescatados, todos por igual.
Santiago 2:2-4 RVC
2 Puede darse el caso de que al lugar donde
ustedes se reúnen llegue alguien vestido con ropa elegante y con anillos de
oro, y llegue también un pobre vestido con ropa andrajosa.
3 Si ustedes reciben gustosos al que viste la
ropa elegante, y le dicen: «Venga usted, siéntese aquí, que es un buen lugar»,
pero al pobre le dicen: «Tú, quédate allá de pie, o siéntate en el suelo»,
4 ¿acaso no están discriminando entre ustedes
y haciendo juicios malintencionados?
La discriminación por dinero, más sutil o más
manifiesta, sigue estando presente en nuestras iglesias. La imagen aquí es la
de la reunión de iglesia, sin embargo es sugestiva la expresión: «Venga usted,
siéntese aquí, que es un buen lugar». Nos está diciendo que a los que tienen
recursos económicos fácilmente se los asciende a cargos de responsabilidad y
liderazgo. Es algo que solemos observar en las iglesias. Al pobre, al que no
tiene una jugosa ofrenda para poner todos los domingos, al que no viene tan bien
vestido, o no sabe hablar bien porque no estudió, normalmente lo relegamos a la
periferia, donde tratará de sobrevivir espiritualmente rebuscándosela con algún
frágil ministerio que en cualquier momento resulta aplastado por el liderazgo
cuando molesta a uno de los “ricos”.
“¿acaso no están discriminando entre ustedes
y haciendo juicios malintencionados?” Hermanos, aclaremos una cosa, aquí se
está hablando de la discriminación DENTRO DE LA IGLESIA, no afuera de ella.
¿Qué tiene que hacer un inconverso en el Reino de Dios? Primero debe
convertirse, después charlamos. ¿Discriminamos a los pecadores que persisten en
sus pecados? Sí hermanos, los “discriminamos”, es decir, los “diferenciamos”,
que es lo que significa en su raíz la palabra; ellos no pueden participar de
las bendiciones del Reino, no porque Dios no lo quiera, sino porque no se han
ubicado a sí mismos en el lugar de obediencia y bendición. Los llamamos a
entrar, pero mientras estén afuera no pueden participar ni compartir las
bendiciones de adentro.
Y aún estando adentro, no todos tienen el
mismo nivel de crecimiento, por lo que no todos pueden participar del mismo
nivel de autoridad. Eso no es discriminación, es la diferenciación de acuerdo a
los méritos de cada uno, ¡no mezclemos el mandato bíblico con el “socialismo”!
Discriminación es cuando, a igualdad de condiciones, preferimos a alguien por
razones personales.
No discriminar no significa ignorar los
dones, talentos y nivel de madurez de cada uno. El Reino de Dios NO ES UNA
DEMOCRACIA, cada uno no tiene el mismo nivel de autoridad y capacidad de
decisión. El Reino de Dios es, dentro de la Gracia que nos hace entrar, nos
sostiene y nos habilita, una MERITOCRACIA, en donde cada uno, conforme a los
dones que les fueron dados y a su nivel de crecimiento espiritual y obediencia,
ocupa un rol y tiene mayor o menor influencia.
Pero Santiago no está hablando de nada de
eso, simplemente se refiere a lo más básico de la vida de la comunidad: la
reunión de los santos; lo más simple, lo más sencillo, en donde “más difícil”
se vuelve discriminar porque no hay mucho más para hacer que sentarse y
escuchar… ¡y hasta allí es posible hacerlo! Entonces, ¿qué nos queda para el
resto? Sí, Santiago TAMBIÉN está hablando de esas otras cuestiones…
Necesitamos que el Espíritu Santo nos enseñe
en qué consiste realmente la discriminación y, en consecuencia, a no
discriminar, pero de verdad, no como dice el mundo hoy.
Danilo Sorti
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