viernes, 30 de noviembre de 2018

642. Santiago: la pobreza y la riqueza – XIV, la vieja historia sobre la discriminación


Santiago 2:1 RVC
1 Hermanos míos, ustedes que tienen fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo, no deben hacer diferencias entre las personas.

Cada tiempo exige volver a leer la Palabra de Dios; nuevos desafíos, o al menos, viejos desafíos con nuevos envases. En este siglo el tema de la “no discriminación” ha alcanzado dimensiones de “asunto de estado”, aunque claro, todos sabemos que es una hipocresía. Me sigue asombrando cómo tantas personas se creen ese engaño, o al menos aparentan creerlo. Que los jóvenes piensen que así están construyendo un mundo mejor, es entendible; pero que los adultos lo crean es preocupante.

Hoy sabemos que por detrás de esos discursos en realidad hay diseños de “ingeniería social” para reducir la población mundial y contrarrestar al cristianismo; en los últimos meses (antes de escribir este artículo) nos ha quedado muy claro, incluso con nombres y apellidos.

El “postmodernismo” (para mí simplemente la última fase de la “experiencia fracasada de la modernidad”) se inauguró con una ola de tolerancia y aceptación, que los más avisados pronto descubrieron como mentirosa. Hoy en día el discurso de la tolerancia está rápidamente cambiando hacia su verdadera naturaleza: la intolerancia del cristianismo. Podríamos decir que ya se quitó completamente la máscara.

Bueno, toda esta introducción para decir que como vivimos en un siglo de apariencia de tolerancia, pensamos que no discriminamos porque se nos ha enseñado a “no discriminar”, pero probablemente en el formato de la cultura actual, es decir, creyendo que “ya no discriminamos” seguimos haciéndolo, solo que hacia otros…

Por lo tanto, aunque parezca lo contrario, el mandato de Santiago, “no deben hacer diferencias entre personas” sigue siendo extremadamente actual. En aquel entonces las diferencias eran mayores en un sentido; la sociedad se encontraba más dividida: los esclavos no eran “personas” propiamente dicho, las mujeres eran ciudadanos de segunda, los judíos odiaban a los gentiles. Pablo hablaría de eso en sus cartas. Pero Santiago está hablando a una comunidad de cristianos, probablemente de cierto tiempo de convertidos, en donde, como vimos, las diferencias económicas constituían una fuente de problemas.

Hoy entendemos que podemos discriminar de muchas maneras, a lo mejor no por el color de la piel o entre hombres y mujeres, pero sigue siendo muy fácil discriminar dentro de la iglesia por la condición económica, por la situación social o cultural, el nivel de estudios. “Discriminar” no se refiere necesariamente a que debamos tener una relación fraternal muy cercana. Aunque ese es el ideal y hacia allí vamos, allí no estamos. Pero podemos crecer en el amor unos hacia otros, y en la ayuda mutua, como hablamos, en el hecho de compartir nuestro conocimiento, contactos, bienes, apoyo, oraciones. Allí es donde hoy, en esta iglesia imperfecta que transitamos, debemos “no discriminar”.

El verdadero fundamento que nos permite no discriminar es Jesucristo, ningún otro. Sólo porque Él nos compró y nos lavó es que entendemos de la profundidad del barro oloroso del pecado de donde fuimos rescatados, todos por igual.

Santiago 2:2-4 RVC
2 Puede darse el caso de que al lugar donde ustedes se reúnen llegue alguien vestido con ropa elegante y con anillos de oro, y llegue también un pobre vestido con ropa andrajosa.
3 Si ustedes reciben gustosos al que viste la ropa elegante, y le dicen: «Venga usted, siéntese aquí, que es un buen lugar», pero al pobre le dicen: «Tú, quédate allá de pie, o siéntate en el suelo»,
4 ¿acaso no están discriminando entre ustedes y haciendo juicios malintencionados?

La discriminación por dinero, más sutil o más manifiesta, sigue estando presente en nuestras iglesias. La imagen aquí es la de la reunión de iglesia, sin embargo es sugestiva la expresión: «Venga usted, siéntese aquí, que es un buen lugar». Nos está diciendo que a los que tienen recursos económicos fácilmente se los asciende a cargos de responsabilidad y liderazgo. Es algo que solemos observar en las iglesias. Al pobre, al que no tiene una jugosa ofrenda para poner todos los domingos, al que no viene tan bien vestido, o no sabe hablar bien porque no estudió, normalmente lo relegamos a la periferia, donde tratará de sobrevivir espiritualmente rebuscándosela con algún frágil ministerio que en cualquier momento resulta aplastado por el liderazgo cuando molesta a uno de los “ricos”.

“¿acaso no están discriminando entre ustedes y haciendo juicios malintencionados?” Hermanos, aclaremos una cosa, aquí se está hablando de la discriminación DENTRO DE LA IGLESIA, no afuera de ella. ¿Qué tiene que hacer un inconverso en el Reino de Dios? Primero debe convertirse, después charlamos. ¿Discriminamos a los pecadores que persisten en sus pecados? Sí hermanos, los “discriminamos”, es decir, los “diferenciamos”, que es lo que significa en su raíz la palabra; ellos no pueden participar de las bendiciones del Reino, no porque Dios no lo quiera, sino porque no se han ubicado a sí mismos en el lugar de obediencia y bendición. Los llamamos a entrar, pero mientras estén afuera no pueden participar ni compartir las bendiciones de adentro.

Y aún estando adentro, no todos tienen el mismo nivel de crecimiento, por lo que no todos pueden participar del mismo nivel de autoridad. Eso no es discriminación, es la diferenciación de acuerdo a los méritos de cada uno, ¡no mezclemos el mandato bíblico con el “socialismo”! Discriminación es cuando, a igualdad de condiciones, preferimos a alguien por razones personales.

No discriminar no significa ignorar los dones, talentos y nivel de madurez de cada uno. El Reino de Dios NO ES UNA DEMOCRACIA, cada uno no tiene el mismo nivel de autoridad y capacidad de decisión. El Reino de Dios es, dentro de la Gracia que nos hace entrar, nos sostiene y nos habilita, una MERITOCRACIA, en donde cada uno, conforme a los dones que les fueron dados y a su nivel de crecimiento espiritual y obediencia, ocupa un rol y tiene mayor o menor influencia.

Pero Santiago no está hablando de nada de eso, simplemente se refiere a lo más básico de la vida de la comunidad: la reunión de los santos; lo más simple, lo más sencillo, en donde “más difícil” se vuelve discriminar porque no hay mucho más para hacer que sentarse y escuchar… ¡y hasta allí es posible hacerlo! Entonces, ¿qué nos queda para el resto? Sí, Santiago TAMBIÉN está hablando de esas otras cuestiones…

Necesitamos que el Espíritu Santo nos enseñe en qué consiste realmente la discriminación y, en consecuencia, a no discriminar, pero de verdad, no como dice el mundo hoy.


Danilo Sorti




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