viernes, 30 de noviembre de 2018

638. Santiago: la pobreza y la riqueza – XII, ¿para qué obedecemos?


Santiago 1:19-27 RVC
19 Por eso, amados hermanos míos, todos ustedes deben estar dispuestos a oír, pero ser lentos para hablar y para enojarse,
20 porque quien se enoja no promueve la justicia de Dios.
21 Así que despójense de toda impureza y de tanta maldad, y reciban con mansedumbre la palabra sembrada, que tiene el poder de salvarlos.
22 Pero pongan en práctica la palabra, y no se limiten sólo a oírla, pues se estarán engañando ustedes mismos.
23 El que oye la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira a sí mismo en un espejo:
24 se ve a sí mismo, pero en cuanto se va, se olvida de cómo es.
25 En cambio, el que fija la mirada en la ley perfecta, que es la ley de la libertad, y no se aparta de ella ni se contenta sólo con oírla y olvidarla, sino que la practica, será dichoso en todo lo que haga.
26 Si alguno de ustedes cree ser religioso, pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no vale nada.
27 Delante de Dios, la religión pura y sin mancha consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y en mantenerse limpio de la maldad de este mundo.


En el artículo anterior analizamos la secuencia: disposición para escuchar – escuchar – lento para hablar – lento para enojarse, y su contraparte. De ahí vimos que el enojo no aparece “porque sí”, y luego en qué puntos podemos tratarlo. A partir del versículo 22 se nos exhorta a poner en práctica la Palabra, lo que es un mensaje repetido en toda la carta, ¿para qué? ¿Se trata de hacer para ganar la salvación, es necesario que las obras acompañen a la fe para que podamos ser salvos?

Como vimos, no se trata de eso. Aunque Santiago habla de la salvación, no es su principal enfoque sino la vida práctica, como vivir bien, como ser verdaderamente próspero en riquezas celestiales primero y materiales (según el propósito de Dios) después. Las obras se insertan en este plan y el objetivo de ellas (o al menos uno de ellos) es lo que dice el versículo 25: “será dichoso en todo lo que haga”.

Aquí no se trata de la salvación, tampoco se mencionan las obras como termómetro inseparable de la fe, sino que se enfoca en las obras constituyen una fuente de felicidad en todo momento. Las obras son las obras de la ley, que para ellos era la ley que figuraba en el Antiguo Testamento perfeccionada por las instrucciones del Nuevo. No se trataba de algo distinto a las exigencias de justicia y misericordia de la ley mosaica, solo que potenciadas ahora por Cristo. Es la vida que agrada a Dios, y no solamente hacer ayuda social o socorrer al necesitado.

El resultado de las obras de justicia, más exactamente, de vivir conforme la voluntad de Dios, es una vida de felicidad, de “dicha”, aún en medio de las dificultades y problemas que Santiago nos menciona a lo largo de toda la carta. Vivir en el gozo del Señor no es algo menor; es lo que inspira el Espíritu Santo, pero aquí vemos que está unido a las obras, que nos lleva a hacer el mismo Espíritu.

Todos los seres humanos estamos preparados para hacer lo que nos da alegría. Las emociones son las que guían nuestras acciones, y cuando algo no nos gusta, nos resulta pesado, tedioso o incluso desagradable completamente, muy difícilmente lo hagamos. Todos aprendemos y el sistema del mundo se encarga muy bien de que “aprendamos” (es decir, desarrollemos la asociación mental) que pecar es agradable. Nos cuesta toda una vida limpiarnos completamente de eso.

Este pasaje tiene muchísimo que ver con la verdadera prosperidad: la espiritual, pero notemos que no solamente en el hecho de acumular riquezas en el cielo, sino en lograr vivir una vida feliz en la tierra. Incluso aquellos que buscan, y tienen, riquezas materiales reconocer que la felicidad es lo más importante (ellos confían en que esas riquezas les están dando felicidad) y gastan fortunas en pretender alcanzarla… sin lograrlo. Pero Santiago nos revela que la clave de la felicidad está en vivir para Cristo, aunque ese vivir implique morir a nosotros mismos.

¿Esto tiene que ver también con la prosperidad material? ¡¡Muchísimo!! Primero, el que es verdaderamente feliz en Cristo no necesita gastar fortunas tratando de alcanzar felicidad con vicios, comidas costosas, ropas, viajes, autos último modelo, exóticas vacaciones, y tantas otras cosas gracias a las cuales se mueve el sistema económico mundial. Así que ahí ya tenemos un ahorro más que importante. Segundo, tiene paz para escuchar a Dios y hacer buenos negocios según los principios del Reino, y obtener así la medida de prosperidad que viene de Dios y que no acarrea aflicción de espíritu. Y la riqueza que gana esa persona redunda también en bendición para la obra de Dios.

Ahora bien, la secuencia es, entonces: oír – poner en práctica – recibir la felicidad que viene de Dios. Podemos volver a mirar la secuencia que mencionamos antes y hacerle algunas modificaciones: no oír – hablar apresuradamente y no actuar en justicia – enojarse, es decir, recibir la falta de paz y la angustia que viene del sistema mundo.

Es posible “oír”, es decir, no simplemente “escuchar los sonidos de las palabras” o “leer palabras”, sino oír prestando atención, recibiendo en el espíritu. Pero luego es posible “no hacer”, es decir, “olvidar”. Inevitablemente esto nos trae a la memoria la parábola de los cuatro tipos de tierra en la que cae la semilla del sembrador, quizás más específicamente el camino, donde cae la semilla pero es rápidamente comida por las aves, aunque podrían ser también los pedregales y los espinos. Como sea, la diferencia aquí está en que se nos exhorta a no ser ese tipo de terreno, con lo cual está abierta la posibilidad de cambiar. Y también se nos da una señal diagnóstica.

Resulta que cuando escuchamos (o leemos) buenos mensajes pero luego comprobamos que seguimos viviendo como siempre, sin que haya cambios significativos, deberíamos darnos cuenta de que algo anda mal. ¿Qué es y cómo solucionarlo?

·         “En cambio”: hay otra actitud, otra forma de ser, es decir, no es “todo lo mismo”, no somos “todos iguales”, y es posible cambiar
·         “el que fija la mirada en la ley perfecta”: aquí hay algo clave, quiere decir en dónde pone uno su atención, hacia dónde dirige sus pensamientos, con qué alimenta su mente, a qué le da importancia. Puede ser una batalla dura dirigir la mente y los pensamientos hacia la Palabra de Dios, nadie dice que sea fácil ni rápido, pero es una batalla posible con las fuerzas de Cristo, y es por dónde podemos y tenemos que empezar.
·         “que es la ley de la libertad”: aquí hay un concepto que se relaciona con el significado de la “religión”, es decir, si en el fondo de nuestro ser estamos considerando que servir a Dios es algo difícil y costos que tenemos que hacer porque no nos queda más remedio si es que no queremos ir al infierno, o si hemos entendido que es lo mejor que nos puede pasar en esta vida, además de la vida eterna; es decir, si somos siervos o si somos hijos, si lo amamos porque hemos conocido Su amor. No es posible hacer ese cambio si primero Su Palabra, escrita y viva, no ha llegado profundamente a nosotros.
·         “y no se aparta de ella”: hay muchísimas distracciones en el camino, y la realidad es que siempre estamos desviándonos, aunque sea de forma mínima, por lo que tenemos que grabarnos el concepto de “revisar el mapa” continuamente y corregir el rumbo.
·         “ni se contenta sólo con oírla y olvidarla”: es decir, asume que luego de escuchar, de leer, de aprender, tiene que hacer algo con eso, tiene que seguir trabajándolo, porque sabe que con el solo hecho de escuchar no queda automáticamente grabado en la mente y traducido a obras.

Entonces podemos obedecer, y esa obediencia no es una carga, por más que cueste y que haya dificultades. Y entonces alcanzamos la felicidad aquí y ahora, sea que tengamos bienes y un pasar tranquilo o sea que tengamos necesidades y muchos problemas. Entonces alcanzamos la verdadera riqueza, que a veces se manifiesta en lo natural, pero que siempre se muestra en lo espiritual.


Danilo Sorti




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