martes, 13 de noviembre de 2018

633. Santiago: la pobreza y la riqueza – IX, las tentaciones


Santiago 1:6-12 RVC
6 Pero tiene que pedir con fe y sin dudar nada, porque el que duda es como las olas del mar, que el viento agita y lleva de un lado a otro.
7 Quien sea así, no piense que recibirá del Señor cosa alguna,
8 pues quienes titubean son inconstantes en todo lo que hacen.
9 El hermano pobre debe sentirse orgulloso cuando sea exaltado;
10 el rico debe sentirse igual cuando sea humillado, porque las riquezas pasan como las flores del campo:
11 en cuanto sale el sol, quemándolo todo con su calor, la hierba se marchita y su flor se cae, con lo que su hermosa apariencia se desvanece. Así también se desvanecerá el rico en todas sus empresas.
12 Dichoso el que hace frente a la tentación; porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha prometido dar a quienes lo aman.

El versículo 12 aparece en cierto sentido “desconectado” de lo que viene hablando antes; la prueba podría ser de cualquier tipo. Pero si lo relacionamos con esos versículos, la prueba bien puede tener una connotación económica. Seamos sinceros: buena parte de las pruebas que pasamos tienen que ver con eso.

Así, la tentación está relacionada con la duda, con la falsa humildad, con el fracaso y la pérdida, y por supuesto, con muchas otras cosas. Como sea, superada la prueba, hay una recompensa verdaderamente valiosa: la corona de vida. Esto no se refiere a la salvación, claro está, es un extra que se nos promete en el cielo. El solo hecho de cruzar el umbral de las puertas del cielo es algo completamente inmerecido para nosotros, así que ya cualquier paso que demos a partir de ahí es “un extra”, ¡cuánto más esas coronas prometidas!

Bueno, entendamos que quiere decir “corona”. No es un adorno como hoy podemos pensarlo, implica autoridad, que se gana superando las pruebas fundamentados en el amor. Juan vuelve sobre el tema en Apocalipsis, y el concepto de recompensa aparece varias veces.

No se nos dice aquí expresamente que estas coronas las recibiremos en la vida eterna (tampoco lo niega), con lo que hay una medida de autoridad que recibimos aquí y ahora debido a nuestra fidelidad en superar las pruebas. Esa autoridad es la señal de la corona que estamos recibiendo en el cielo.

Santiago 1:12-15 RVC
12 Dichoso el que hace frente a la tentación; porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha prometido dar a quienes lo aman.
13 Cuando alguien sea tentado, no diga que ha sido tentado por Dios, porque Dios no tienta a nadie, ni tampoco el mal puede tentar a Dios.
14 Al contrario, cada uno es tentado cuando se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos.
15 El fruto de estos malos deseos, una vez concebidos, es el pecado; y el fruto del pecado, una vez cometido, es la muerte.

El pecado es el gran problema del cristiano durante todo su caminar sobre la Tierra. Notemos una cosa, no se trata de “los pecados”, se trata de “EL pecado”, es decir, nuestra naturaleza pecadora, la raíz de maldad que persiste en nosotros mientras estamos en este cuerpo. Recuerdo durante mis primeros años de convertido cuando me preocupaba saber qué pecados me podían llevar a apartarme de Dios, hasta que entendí que no se trataba de las manifestaciones externas sino de mi propio corazón: por más que lograra controlar mis actos y palabras, el pecado seguía vivito y coleando en mi interior.

Esto nos lleva a varias actitudes distintas. Los que llamamos “religiosos” se preocupan de los actos externos, sin lograr adecuadamente cambiar su interior, solo ocultándolo. En el otro extremo, hoy tenemos muchos cristianos demasiado liberales que repiten la frasecita de “Dios mira el corazón” y así terminan viviendo en el pecado y sus corazones igualmente cargados de maldad. En el medio, los que comprenden el camino de santidad de Dios, es decir, el Espíritu Trabajando con la raíz de pecado en nuestro corazón y con las manifestaciones de ese pecado en nuestros actos.

Así tenemos pecados de los cuales todavía no somos conscientes, otros que conocemos bien pero que por el momento nos siguen dominando, algunos que hemos decidido mantener (hasta que Dios trate más duro con nosotros…), otros con los cuales estamos trabajando (mejor dicho, el Espíritu Santo).

Y en esto último es en donde aparece la “tentación”. Seamos claros: en relación con los pecados que no conocemos o que decididamente mantenemos, está claro que también existe tentación, sólo que el creyente no es consciente (o decide no serlo) de ella. Sólo podemos entender que estamos siendo tentados, y luchar contra ello, cuando somos a su vez conscientes del pecado en cuestión, esto es, cuando el Espíritu Santo trabaja sobre ello.

Así que hay una buena noticia: si estamos luchando contra alguna tentación es que el Espíritu Santo está activo en nosotros, Dios sigue trabajando y estamos en Su camino. Cuando ya no somos conscientes de ninguna tentación, cuando no hay registro de pecado o eso no nos importa demasiado… caramba, tenemos un problema serio…

Hay pecados que son bien claros y evidentes hasta para los inconversos. Hay otros que no. Pasa con los cristianos que cuando se convierten tienen en mente cuáles son sus pecados y luchan contra ellos. Pero pasados esos tiempos, cuando ya han obtenido una victoria razonable suele ocurrir que ya no hay mucha más preocupación por el tema, y el error es que no han profundizado más en las raíces de pecado que todavía permanecen, no han hecho evidentes cosas más sutiles que también son pecado y siembran injusticia.

La tentación no viene de Dios, aunque Él la permita hasta cierto punto. Nadie puede tentar a Dios, esto es, nadie puede desafiarlo, nadie puede “herir su amor propio”, como sí pueden hacer fácilmente con nosotros (excepto que hayamos sido transformados a Su imagen). Nadie puede obligarlo a hacer nada, ni exigirle nada. Nada hay de atractivo en el mal para Dios. Pero Él tampoco lo hace, es decir, Él no engaña a nadie ni lleva a nadie a actuar mal. Que permita que los hombres actúen mal dentro de ciertos límites y por cierto tiempo, para cumplir Sus propósitos más altos es otro tema relacionado con la libertad que ha dado a los hombres. La tentación viene directamente del Adversario.

Pero necesariamente tiene que “engancharse” con algunos malos deseos de nuestro interior, sino es absolutamente inútil. Por eso es que cuando somos tentados tenemos la oportunidad de conocer qué malos deseos anidan en nuestro interior. Hay que aprovechar eso, de la misma manera que en el ámbito emprendedor debemos aprovechar los fracasos para aprender.

Santiago nos deja en claro que no se trata solo de “nuestro interior”, sino que nuestros hechos son extremadamente importantes, principalmente porque no existe tal cosa como un “interior santo” con un “exterior impío”. No puede haber ninguna disociación entre interior y exterior, bajo pena de que el “interior” se muera. Por lo tanto, ¡debemos luchar contra las manifestaciones del pecado que mora en nosotros!

Cuando los malos deseos, es decir, la naturaleza pecadora, la rebeldía contra Dios que anida en nuestro corazón, se manifiesta en pecado, ese pecado producirá luego muerte, esto es, alguna o todas las dimensiones de la “muerte”: maldición sobre la tierra, maldición para nosotros y los nuestros, para nuestra tierra, enfermedad, más pecado y si sigue creciendo, separación de Dios y caída de la gracia, es decir, caer nuevamente en la condenación. Sí, la salvación puede perderse.

Todo empieza con algo muy sutil, los malos deseos, el punto de enganche de la tentación, la “boca abierta” hacia la cual Satanás puede tirar el anzuelo. Por lo tanto, es a ese nivel que resulta más sabio trabajar, ¿por qué albergo esos malos deseos? ¿Soy consciente de los tales? ¿Los estoy considerando inofensivos o incluso buenos? ¿Le estoy permitiendo al Espíritu trabajar allí? ¡Qué sencillo que es todo si lo manejamos en ese nivel! ¡Qué difícil que es arreglar las cosas cuando hemos pecado!

Pero aún el pecado cometido con su amargo fruto puede ayudarnos para bien: si no hemos podido o querido reconocer nuestros malos deseos, podremos más fácil y dolorosamente reconocer las consecuencias de esos malos deseos. Hagámoslo, no esperemos a llegar al nivel de muerte espiritual, porque el muerto ya está insensible, ya no puede oír la voz del Señor, ya no tiene vuelta atrás.

¡Señor, haznos ver los malos deseos que anidan en nuestro interior!


Danilo Sorti




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