Santiago 1:6-12 RVC
6 Pero tiene que pedir con fe y sin dudar
nada, porque el que duda es como las olas del mar, que el viento agita y lleva
de un lado a otro.
7 Quien sea así, no piense que recibirá del
Señor cosa alguna,
8 pues quienes titubean son inconstantes en
todo lo que hacen.
9 El hermano pobre debe sentirse orgulloso
cuando sea exaltado;
10 el rico debe sentirse igual cuando sea
humillado, porque las riquezas pasan como las flores del campo:
11 en cuanto sale el sol, quemándolo todo con
su calor, la hierba se marchita y su flor se cae, con lo que su hermosa
apariencia se desvanece. Así también se desvanecerá el rico en todas sus
empresas.
12 Dichoso el que hace frente a la tentación;
porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha
prometido dar a quienes lo aman.
El versículo 12 aparece en cierto sentido
“desconectado” de lo que viene hablando antes; la prueba podría ser de
cualquier tipo. Pero si lo relacionamos con esos versículos, la prueba bien
puede tener una connotación económica. Seamos sinceros: buena parte de las
pruebas que pasamos tienen que ver con eso.
Así, la tentación está relacionada con la
duda, con la falsa humildad, con el fracaso y la pérdida, y por supuesto, con
muchas otras cosas. Como sea, superada la prueba, hay una recompensa
verdaderamente valiosa: la corona de vida. Esto no se refiere a la salvación,
claro está, es un extra que se nos promete en el cielo. El solo hecho de cruzar
el umbral de las puertas del cielo es algo completamente inmerecido para
nosotros, así que ya cualquier paso que demos a partir de ahí es “un extra”,
¡cuánto más esas coronas prometidas!
Bueno, entendamos que quiere decir “corona”.
No es un adorno como hoy podemos pensarlo, implica autoridad, que se gana
superando las pruebas fundamentados en el amor. Juan vuelve sobre el tema en
Apocalipsis, y el concepto de recompensa aparece varias veces.
No se nos dice aquí expresamente que estas
coronas las recibiremos en la vida eterna (tampoco lo niega), con lo que hay
una medida de autoridad que recibimos aquí y ahora debido a nuestra fidelidad
en superar las pruebas. Esa autoridad es la señal de la corona que estamos
recibiendo en el cielo.
Santiago 1:12-15 RVC
12 Dichoso el que hace frente a la tentación;
porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha
prometido dar a quienes lo aman.
13 Cuando alguien sea tentado, no diga que ha
sido tentado por Dios, porque Dios no tienta a nadie, ni tampoco el mal puede
tentar a Dios.
14 Al contrario, cada uno es tentado cuando
se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos.
15 El fruto de estos malos deseos, una vez
concebidos, es el pecado; y el fruto del pecado, una vez cometido, es la muerte.
El pecado es el gran problema del cristiano
durante todo su caminar sobre la Tierra. Notemos una cosa, no se trata de “los
pecados”, se trata de “EL pecado”, es decir, nuestra naturaleza pecadora, la
raíz de maldad que persiste en nosotros mientras estamos en este cuerpo.
Recuerdo durante mis primeros años de convertido cuando me preocupaba saber qué
pecados me podían llevar a apartarme de Dios, hasta que entendí que no se
trataba de las manifestaciones externas sino de mi propio corazón: por más que
lograra controlar mis actos y palabras, el pecado seguía vivito y coleando en
mi interior.
Esto nos lleva a varias actitudes distintas.
Los que llamamos “religiosos” se preocupan de los actos externos, sin lograr
adecuadamente cambiar su interior, solo ocultándolo. En el otro extremo, hoy
tenemos muchos cristianos demasiado liberales que repiten la frasecita de “Dios
mira el corazón” y así terminan viviendo en el pecado y sus corazones
igualmente cargados de maldad. En el medio, los que comprenden el camino de
santidad de Dios, es decir, el Espíritu Trabajando con la raíz de pecado en
nuestro corazón y con las manifestaciones de ese pecado en nuestros actos.
Así tenemos pecados de los cuales todavía no
somos conscientes, otros que conocemos bien pero que por el momento nos siguen
dominando, algunos que hemos decidido mantener (hasta que Dios trate más duro
con nosotros…), otros con los cuales estamos trabajando (mejor dicho, el
Espíritu Santo).
Y en esto último es en donde aparece la
“tentación”. Seamos claros: en relación con los pecados que no conocemos o que
decididamente mantenemos, está claro que también existe tentación, sólo que el
creyente no es consciente (o decide no serlo) de ella. Sólo podemos entender
que estamos siendo tentados, y luchar contra ello, cuando somos a su vez
conscientes del pecado en cuestión, esto es, cuando el Espíritu Santo trabaja
sobre ello.
Así que hay una buena noticia: si estamos
luchando contra alguna tentación es que el Espíritu Santo está activo en
nosotros, Dios sigue trabajando y estamos en Su camino. Cuando ya no somos
conscientes de ninguna tentación, cuando no hay registro de pecado o eso no nos
importa demasiado… caramba, tenemos un problema serio…
Hay pecados que son bien claros y evidentes
hasta para los inconversos. Hay otros que no. Pasa con los cristianos que
cuando se convierten tienen en mente cuáles son sus pecados y luchan contra
ellos. Pero pasados esos tiempos, cuando ya han obtenido una victoria razonable
suele ocurrir que ya no hay mucha más preocupación por el tema, y el error es
que no han profundizado más en las raíces de pecado que todavía permanecen, no
han hecho evidentes cosas más sutiles que también son pecado y siembran
injusticia.
La tentación no viene de Dios, aunque Él la
permita hasta cierto punto. Nadie puede tentar a Dios, esto es, nadie puede
desafiarlo, nadie puede “herir su amor propio”, como sí pueden hacer fácilmente
con nosotros (excepto que hayamos sido transformados a Su imagen). Nadie puede
obligarlo a hacer nada, ni exigirle nada. Nada hay de atractivo en el mal para
Dios. Pero Él tampoco lo hace, es decir, Él no engaña a nadie ni lleva a nadie
a actuar mal. Que permita que los hombres actúen mal dentro de ciertos límites
y por cierto tiempo, para cumplir Sus propósitos más altos es otro tema
relacionado con la libertad que ha dado a los hombres. La tentación viene
directamente del Adversario.
Pero necesariamente tiene que “engancharse”
con algunos malos deseos de nuestro interior, sino es absolutamente inútil. Por
eso es que cuando somos tentados tenemos la oportunidad de conocer qué malos
deseos anidan en nuestro interior. Hay que aprovechar eso, de la misma manera
que en el ámbito emprendedor debemos aprovechar los fracasos para aprender.
Santiago nos deja en claro que no se trata
solo de “nuestro interior”, sino que nuestros hechos son extremadamente
importantes, principalmente porque no existe tal cosa como un “interior santo”
con un “exterior impío”. No puede haber ninguna disociación entre interior y
exterior, bajo pena de que el “interior” se muera. Por lo tanto, ¡debemos
luchar contra las manifestaciones del pecado que mora en nosotros!
Cuando los malos deseos, es decir, la
naturaleza pecadora, la rebeldía contra Dios que anida en nuestro corazón, se
manifiesta en pecado, ese pecado producirá luego muerte, esto es, alguna o
todas las dimensiones de la “muerte”: maldición sobre la tierra, maldición para
nosotros y los nuestros, para nuestra tierra, enfermedad, más pecado y si sigue
creciendo, separación de Dios y caída de la gracia, es decir, caer nuevamente
en la condenación. Sí, la salvación puede perderse.
Todo empieza con algo muy sutil, los malos
deseos, el punto de enganche de la tentación, la “boca abierta” hacia la cual
Satanás puede tirar el anzuelo. Por lo tanto, es a ese nivel que resulta más
sabio trabajar, ¿por qué albergo esos malos deseos? ¿Soy consciente de los
tales? ¿Los estoy considerando inofensivos o incluso buenos? ¿Le estoy
permitiendo al Espíritu trabajar allí? ¡Qué sencillo que es todo si lo manejamos
en ese nivel! ¡Qué difícil que es arreglar las cosas cuando hemos pecado!
Pero aún el pecado cometido con su amargo
fruto puede ayudarnos para bien: si no hemos podido o querido reconocer
nuestros malos deseos, podremos más fácil y dolorosamente reconocer las
consecuencias de esos malos deseos. Hagámoslo, no esperemos a llegar al nivel
de muerte espiritual, porque el muerto ya está insensible, ya no puede oír la
voz del Señor, ya no tiene vuelta atrás.
¡Señor, haznos ver los malos deseos que
anidan en nuestro interior!
Danilo Sorti
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