domingo, 5 de abril de 2020

757. Habacuc: las extrañas respuestas de Dios – II, la queja del profeta


Habacuc 1:1 RVC
1 Profecía y visión del profeta Habacuc.

Habacuc es uno de los muchos profetas que el Señor levantó durante el período que suele llamarse la “edad de oro del profetismo”, y seguramente fue contemporáneo a Jeremías. En cierto sentido, su mensaje es “repetido” si lo comparamos en líneas generales con otros, pero cuando nos adentramos en el texto nos encontramos con un mensaje que se vuelve “atemporal”. A pesar de estar perfectamente situado en su momento histórico, o gracias a ellos, el Espíritu nos dejó un mensaje muy claro y concreto para toda época.

Habacuc 1:2-4 RVC
2 ¿Hasta cuándo, Señor, te llamaré y no me harás caso? ¿Hasta cuándo clamaré a ti por causa de la violencia, y no vendrás a salvarnos?
3 ¿Por qué permites que vea yo iniquidad? ¿Por qué me haces espectador del mal? ¡Sólo veo destrucción y violencia! ¡Ante mis ojos surgen pleitos y contiendas!
4 Por eso tu ley carece de fuerza, y la justicia no se aplica con verdad. Por eso los impíos asedian a los justos, y se tuerce la justicia.

Habacuc 1:2-4 DHH
2 Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda
sin que tú me escuches?
¿Hasta cuándo clamaré a causa de la violencia
sin que vengas a librarnos?
3 ¿Por qué me haces ver
tanta angustia y maldad?
Estoy rodeado de violencia y destrucción;
por todas partes hay pleitos y luchas.
4 No se aplica la ley,
se pisotea el derecho,
el malo persigue al bueno
y se tuerce la justicia.

Dentro del esquema de siete etapas que planteamos en el artículo anterior, la primera corresponde a la función “profética” que es la de traer los diseños de Dios a existencia, establecer justicia. Obviamente, en la situación que vivía el profeta NO HABÍA justicia ni mucho menos se respetaban los diseños divinos.

Sin embargo, hay algo muy importante que no se dice en Habacuc, porque está expresado hasta el cansancio en todos los otros profetas, y es que tanto Asiria como el imperio Neobabilónico eran herramientas de juicio en manos de Dios para todos los pueblos de la región y especialmente, Israel y Judá. ¿Por qué Dios estaba permitiendo al asirio y luego al caldeo? Para corregir a un pueblo en extremo rebelde. Pero Habacuc no lo dice, ¿solo porque ya estaba dicho y entendido?

Creo que el Espíritu, como dije antes, nos ha dejado un mensaje que trasciende el contexto puntual que enfrentaba el pueblo de Dios. A partir de allí, nos lleva a toda situación de injusticia, que bien puede tener una lógica en el pecado de las personas que la sufren, pero que no deja de ser injusticia y los perpetradores no dejan de tener total responsabilidad en ella. El pecado de un pueblo no justifica el pecado de sus opresores, solo explica por qué Dios les permite actuar durante un tiempo.

“Señor, ¿hasta cuándo?” es la introducción que hace a este clamor universal. ¿Quién no ha dicho esto? Cuando se acaba todo acartonamiento delante de Dios, ¿qué queda? La sinceridad, nada más. Y que nadie tenga dudas de que el Señor nos va a llevar hasta ese punto.

Aquí hay algo único en Habacuc: mientras en el resto de los profetas es Dios quien toma la iniciativa y transmite Sus mensajes a Sus siervos, aquí el que toma la iniciativa es el profeta. Por supuesto que en los otros textos proféticos también los encontramos muchas veces pidiendo respuestas a Dios, especialmente Jeremías, pero la nota predominante no es esa, a diferencia de Habacuc, donde todo el mensaje profético comienza con un angustioso planteo del mensajero.

Dios no tiene problemas en venir al hombre cuando éste busca respuestas con sinceridad, y por cierto, no está esperando un acercamiento formal y ceremonioso. Creo que a veces somos más protocolares en el trato entre nosotros de lo que Dios mismo espera que seamos con Él. Sinceridad no significa falta de respeto, sólo es “volcar” literalmente el corazón delante del Creador y expresarle todas nuestras angustias.

¿Qué le vamos a ocultar? Es absurdo solo pensarlo. No se trata de que Dios no lo sepa, se trata de que espera que nosotros depongamos todo nuestro orgullo y nos mostremos delante de Él tal cual somos. Esa oración Dios la escucha y la responde. Así empieza la revelación; así tenemos que dirigirnos si queremos obtener una respuesta.

Tengamos en cuenta que en el tiempo cuando escribía Habacuc todavía predominaba un acercamiento “formal”, religioso, a través de ritos y sacrificios. Pero esa actitud se recrea en cada época, con sus propias formas.

¿Cuál es el clamor?

“¿Hasta cuándo, Señor, te llamaré y no me harás caso?”, “Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches?”, “Dios mío, a gritos te pido que me ayudes, pero tú no me escuchas; ¿cuándo vas a hacerme caso?”

Entendamos esto; no fue la oración de un día, hubo mucho tiempo, mucha insistencia, mucha perseverancia… y nada. ¿Seguimos esperando en Dios aún cuando no responda? ¿Se trata de que nuestro formulario de oración debe esperar su turno debajo de una astronómica pila de papeles en el despacho celestial? ¿O se trata más bien de que Dios estará esperando el corazón correcto para entregar entonces Sus preciosas palabras? Mientras tanto, el segundo cielo hace de las suyas estorbando tanto la oración como la respuesta.

No la estaban pasando bien. Decididamente, no. Pero se habían alejado mucho de Dios y Su justicia, no tenían corazones rectos como para que Dios pudiera responderles. El proceso mismo de pedir insistentemente fue lo que logró el cambio en ellos, al menos en el profeta. No es en vano orar “sin respuesta”, muchas cosas pasan en lo oculto.

¿Hasta cuándo clamaré a ti por causa de la violencia, y no vendrás a salvarnos?” La realidad nacional no era fácil, había violencia, opresión, muerte. “¿Por qué permites que vea yo iniquidad? ¿Por qué me haces espectador del mal?” El concepto aquí es similar, pero más profundo, la “iniquidad” es la maldad enraizada, no se trata sólo de “actos malos”, se trata de una naturaleza totalmente corrompida en los pecadores, en este caso, los que tienen el poder. ¿Paralelo con nuestra realidad? Están totalmente corrompidos y sólo piensan en el mal, nada bueno se puede esperar de ellos. Eso es la iniquidad y no simplemente el “pecado”. Pero el resto del pueblo no era tan diferente.

Ahora, entendamos algo, en el texto hebreo el profeta en dos o tres (según como lo interpretemos) oportunidades está diciendo que “ve” la maldad. En la traducción RVC, la expresión aparece cuatro veces. El profeta ve lo que pasa y no es indiferente; en cierto sentido, no está pidiendo por sí mismo porque él está protegido, está pidiendo por su nación, por el prójimo.

Este mensaje es muy importante hoy para buena parte de nuestras iglesias, que han enfatizado tanto en la protección personal de Dios (totalmente cierta) que han terminado desentendiéndose del prójimo, de la “nación”.

Ahora bien, el hecho de que Dios no actúe es lo que provoca la realidad del versículo cuatro:

“Por eso tu ley carece de fuerza, y la justicia no se aplica con verdad. Por eso los impíos asedian a los justos, y se tuerce la justicia.”

Dado que Dios no está interviniendo en la historia, la injusticia y los malvados prevalecen. ¿Hace falta explicar el paralelo con nuestra realidad? La verdadera pregunta es la que comienza la sección: ¿por qué Dios no actúa?

En un sentido, la respuesta no está en este libro, la tenemos en los otros profetas: no actúa por el pecado del pueblo, porque “no puede” actuar ya que nadie clama a Él con justicia y verdad, porque las víctimas de la opresión y violencia no son diferentes en sus espíritus a los opresores. Dios no puede actuar allí.

Aquí tenemos la función del profeta: ¿por qué nos pasa esto? ¿por qué no hay justicia? Clamar hasta que llegue la respuesta y no quedarse con el resentimiento y la angustia de un “Dios que no responde”. El cambio comenzará cuando haya un adecuado diagnóstico y se entienda el “plan de acción” divino.

Sí hay una respuesta. Hace falta que alguien persevere todo lo que sea necesario hasta obtenerla.


Danilo Sorti

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