Habacuc
3:13-16 RVC
13
Acudes al llamado de tu pueblo, y sales en ayuda de tu ungido. Abates la casa
del jefe malvado, y lo dejas desnudo de pies a cabeza.
14
Horadas con sus propios dardos la cabeza de sus guerreros, que arremeten contra
mí para que huya, y gozan devorando al pobre que se esconde.
15 Tú
cabalgas en el mar con tus caballos, y haces que se agiten las muchas aguas.
16 Al
oírte, se estremecen mis entrañas; mis labios tiemblan al escuchar tu voz. El
mal me cala hasta los huesos, y en mi interior todo se estremece, pero yo
espero confiado el día de la angustia, el día en que será invadido el pueblo
que ahora nos oprime.
Toda
esta sección del capítulo 3, que corresponde al don redentor / función de
gobierno, habla sobre el juicio de Dios sobre los enemigos. No había
“escuchado” el clamor de Su pueblo al principio, les envió incluso algo peor,
pero todo tenía un por qué. Solo era una demora para que el final fuera más
dramático y definitivo. Dios vendría en auxilio de Su pueblo y de los líderes
que Él había establecido.
Los
versículos 1 al 12 de este capítulo “prepararon el escenario”, ¿quién es este
“Dios” que viene a juzgar? ¡Caramba, qué poder que tiene! Luego de tal
despliegue, ¿qué otro destino le cabrá al opresor?
La
“casa del jefe malvado” sería abatida, esto es, toda la estructura por él
creada, todo el sistema que lo sostiene y le da poder, propiamente, todos los
“suyos”. La expresión “desnudo de pies a cabeza” es otra vuelta más a la misma
idea, no solo sería desprovisto de toda su protección y poderío, sino que
también sería expuesto públicamente tal como es, débil e impotente, lleno de
vergüenza por lo que hizo y pensó que nadie le pediría cuentas. Absolutamente
sin ninguna protección.
“Horadas
con sus propios dardos la cabeza de sus guerreros, que arremeten contra mí para
que huya, y gozan devorando al pobre que se esconde.” Esta es la perversión de
sus esbirros, no se trata de los “valientes de David” (II Samuel 23) que
enfrentaban en combate a guerreros más fuertes o numerosos que ellos, y los
vencían, se trata de viles cobardes que persiguen y destruyen a los pobres.
¿Algún parecido con ciertos personajes de nuestra realidad…? Hubo un tiempo en
que estos perversos pudieron actuar, hasta que Dios se levantó para hacer
justicia.
“Tú
cabalgas en el mar con tus caballos, y haces que se agiten las muchas aguas.”
El simbolismo de las “muchas aguas” puede ser varias cosas, una de ella es la
“multitud de pueblos”, la “masa ingobernable” que puede fácilmente abalanzarse
sobre cualquier sistema político y derrocarlo. Esos caballos que cabalgan sobre
las “masas” son demasiado parecidos a los cuatro que aparecen en Apocalipsis. Dios
sigue teniendo control aún sobre las “masas” y Él permite o frena sus
movimientos y los utiliza como juicio contra Sus enemigos.
“Al
oírte, se estremecen mis entrañas; mis labios tiemblan al escuchar tu voz. El
mal me cala hasta los huesos, y en mi interior todo se estremece, pero yo
espero confiado el día de la angustia, el día en que será invadido el pueblo
que ahora nos oprime.” El profeta está constreñido por dos lados, por uno, los
malvados, por otro, la majestad de Dios. La salvación será una invasión que
aplastará a los opresores, pero el mismo proceso no es agradable ni fácil, con
todo, representa un dilema pocas veces resuelto para los cristianos: un sistema
corrupto es atacado por otro “enemigo”, que no resulta “santo ni puro”, pero
que está siendo usado cono instrumento en las manos del Señor. Es el dilema que
enfrentó Jeremías, perseguido por su mismo pueblo aún cuando los Babilonios
estaban por conquistar la ciudad. En un futuro le ocurriría lo mismo a ese
pueblo fuerte, en apariencia invencible.
En
medio de este escenario donde “no hay escape”, el profeta por fin puede estar
confiado en la salvación de Dios. Precisamente, todo el contexto de Habacuc nos
lleva a esta situación sin salida, solo confiar y esperar. Confiar, adorar,
esperar, una tríada poderosa que el Señor me diera a través de uno de Sus siervos
hace años. Cuando Él actúa, nos corresponde eso.
La
opresión no durará para siempre, pero hay algo que solo le corresponde a Dios
mismo, no es por fuerzas o sabiduría humana, y el castigo a estos malvados es
ese caso.
Danilo
Sorti
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