Habacuc 2:1-5 RVC
1 Decidí mantenerme vigilante. Decidí
mantenerme en pie sobre la fortaleza. Decidí no dormir hasta saber lo que el
Señor me iba a decir, y qué respuesta daría a mi queja.
2 Y el Señor me respondió, y me dijo:
«Escribe esta visión. Grábala sobre unas tablillas, para que pueda leerse de
corrido.
3 La visión va a tardar todavía algún tiempo,
pero su cumplimiento se acerca, y no dejará de cumplirse. Aunque tarde, espera
a que llegue, porque vendrá sin falta. No tarda ya.
4 Aquel cuya alma no es recta, es arrogante;
pero el justo vivirá por su fe.
5 El que es afecto al vino, es traicionero y
soberbio, y por lo tanto no permanecerá, pues ensancha su garganta como el
sepulcro y es insaciable como la muerte; reúne para sí mismo a todos los
pueblos y naciones.
Una función clave del profeta es ser atalaya,
es vigilar desde la torre para ver “más allá”: “Decidí mantenerme vigilante.
Decidí mantenerme en pie sobre la fortaleza. Decidí no dormir hasta saber lo
que el Señor me iba a decir, y qué respuesta daría a mi queja.”
Quizás la clave del ministerio profético
consista en eso: “subir a la torre” para ver lo que no se ve desde el llano.
Los mensajes que lleva al pueblo, las proclamas, las activaciones y demás
partirán desde ahí, de lo que vea y deba hacer en consecuencia.
Si bien todos los ministerios son
importantes, el ministerio profético es clave en estos tiempos; profetas y
apóstoles constituyen el cimiento del Reino de Dios. Creo que uno de los
principales problemas de las iglesias, al menos en Argentina, es que los
ministerios proféticos no se han integrado adecuadamente. A pesar de que
existen desde hace años, o bien han permanecido “fuera” de la corriente
principal de la iglesia, o bien terminaron siendo cooptados por el “sistema
religioso” y terminaron “profetizando” solo lo que endulza el oído… Es urgente
una integración sana sin pérdida de identidad.
Y el atalaya recibió una respuesta, su
paciencia no se vio frustrada. ¡Y qué respuesta! El texto central de esa
sección fue repetido por Pablo como cimiento de la Iglesia y ha llegado a
constituirse en clave para todo el cristianismo: “el justo vivirá por su fe”.
Uno de los momentos más oscuros de la
historia del Pueblo de Dios “engendró” una de las verdades que ha iluminado a
más gente a lo largo de dos milenios. Lo que ellos estaban “produciendo” no
podían entenderlo entonces, en medio del conflicto, hacía falta una perspectiva
mucho mayor. No sé si el profeta alcanzó a tenerla, creo que no, pero al menos
pudo ver un poco de ella.
Esta cuarta sección corresponde a la función
/ ministerio de “exhortación”, el comunicador, el que ilumina las verdades
eternas. Es el que ve y recibe el mensaje (no lo produce él), lo deja plasmado
y lo da a conocer de tal forma que nadie quede sin escuchar y entender.
La respuesta que recibió debía ser “grabada”
porque no sería inmediata. La sección anterior terminaba con la aguda pregunta:
¿Dios había cambiado, se había olvidado de Su misericordia? Esta sección trae
la respuesta: ¡NO!, pero habría “un tiempo” para que dicha misericordia fuera
expresada. Esto es lo “nuevo” que el Señor revela; Sus procesos no
necesariamente son inmediatos. Hoy es necesario recordar que tampoco son,
necesariamente, prolongados.
El versículo 3 hace un juego de palabras con
las ideas de tardanza y cumplimiento. Tarda, pero viene, demora, pero no
demasiado. Inevitablemente viene, nada cambiará esa realidad. Y allí es donde
aparece en toda su magnitud la fe. Desde nuestra perspectiva cristiana es un
asunto conocido, como dijimos, es constitutivo de nuestra creencia, pero no
resultaba tan claro entonces. Dios estaba trayendo una revelación nueva y el
profeta debía darla a conocer.
¿Qué es lo opuesto a la fe? El texto nos
habla de la arrogancia, literalmente, “hincharse”, es decir, “hacerse grande” a
sí mismo (como cuando el macho de muchas aves se pavonea delante de la hembra e
infla todas sus plumas para parecer más grande y fuerte). La fe es, entonces,
hacerse “pequeño”, humillarse.
Esperar requiere humildad, implica depositar
toda nuestra confianza y esperanza en Otro y no en nuestra propia capacidad o
esfuerzo. Siempre es difícil porque se confronta con el orgullo. Cuando nos
cuesta creer o esperar es porque hay orgullo escondido, ¿quién no lo tiene?
Cada nuevo desafío de fe es un nuevo golpe contra el orgullo, pero no hay otro
camino para alcanzar las promesas. Es muy simple porque no depende de nuestras
fuerzas o sabiduría, es tremendamente difícil porque implica exponer lo más
profundo de nuestro ser, pero estamos en un tiempo en el que no hay otro camino
que ese.
El versículo 5 resulta extraño en este
contexto:
“El que es afecto al vino, es traicionero y
soberbio, y por lo tanto no permanecerá, pues ensancha su garganta como el
sepulcro y es insaciable como la muerte; reúne para sí mismo a todos los
pueblos y naciones.”
¿Qué tiene que ver el vino en todo esto?
Bueno, el vino nada, el problema es “el traicionero y soberbio” que resulta
“afecto al vino”, ¿por qué? Porque necesita su droga para reafirmarse. Ahí está
claro. La soberbia difícilmente se sostenga sin el auxilio de alguna
“sustancia”, que, por cierto, sobreabundan hoy. Por el contrario, la fe solo
necesita el auxilio del Espíritu Santo.
La respuesta implica, entonces, un cambio
profundo de actitud. Pero no se queda solo con eso, hay más, ¿haría Dios algo
con el enemigo que amenazaba? Claro que sí.
Danilo Sorti
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