miércoles, 20 de abril de 2022

827. Un fuego siempre encendido

Levítico 6:12-13 RVC

12 El fuego del altar no deberá apagarse nunca, sino que todos los días el sacerdote le echará leña, acomodará el holocausto sobre el fuego, y quemará sobre el altar la grasa de los sacrificios de paz.

13 El fuego del altar deberá mantenerse siempre encendido; nunca deberá apagarse.

 

Tal como fue profetizado hace unos pocos años, la mentira plandémica trajo mucha frialdad dentro de buena parte del pueblo de Dios. Peor aún, muchos de ellos se sumergieron tanto que corrieron a inocularse con la pre marca, convenciéndose a sí mismos con un montón de versículos bíblicos descontextualizados, pero olvidando convenientemente que Jesús le dijo a Satanás, cuando intentó seducirlo con pasajes de la Escritura, “no tentarás al Señor tu Dios”.

 

Lo cierto es que si muchos fuegos casi se han apagado ha sido porque nunca estuvieron verdaderamente ardiendo con intensidad. En todo caso, había “apariencia de” fuego disfrazada de activismo eclesiástico.

 

Pero no ha pasado así con todos, otros han tenido por fin la libertad de una opresión religiosa y sus fuegos han podido comenzar a desarrollarse con su propia identidad. Con todo, aún estos han sufrido el aislamiento y ahora más, la desazón de ver una iglesia que, habiendo pasado este leve juicio, se encuentra desesperada tratando de encontrar nuevamente el camino a Egipto…

 

La Palabra, sin embargo, es Eterna y no cambia. El altar del Tabernáculo, y luego del Templo, debía permanecer siempre encendido, simbolismo de lo que Pablo más tarde resumiría diciendo:

 

1 Tesalonicenses 5:19 RVC

19 No apaguen el Espíritu.

 

Sí, el Espíritu puede llegar a retirarse de una persona, y eso ya es muy grave, no conozco lo suficiente como para afirmar que sea irreversible, pero probablemente. Con todo, aunque no lo haga, puede ser apagado, acallado. Esto ocurre cuando vez tras vez se lo ignora o desobedece. Llega el tiempo en que ya dejará de hablar a esa persona, sencillamente porque si lo hiciera lo único que lograría sería que acarreara más condenación por su desobediencia y más puertas abiertas al Enemigo. Por eso, por misericordia, se “apaga” a sí mismo. El fuego se apaga, o, en todo caso, solo queda una llamita muy pequeña, que en la práctica no cumple ninguna función. Solo el “piloto automático”.

 

¿Cómo se mantenía encendido el fuego? Echándole leña, esto es, un “combustible”, algo que viene “de afuera”. Las personas no podían “hacer fuego” con sus propias fuerzas, el fuego “estaba” y se mantenía con recursos externos y bien sencillos, si los comparamos con la hermosura de los otros muebles del Tabernáculo y más aún, del Templo. La puerta de entrada a la adoración, el altar del sacrificio, clara imagen del Sacrificio de Cristo, se alimentaba con algo muy simple, barato y para nada ostentoso: madera, más aún, leña.

 

La primera enseñanza es clara: el fuego no debe apagarse nunca, no lo podemos “crear” nosotros pero sí podemos alimentarlo, y no requiere nada demasiado costoso. No se trata de onerosos viajes a congresos internacionales, ni costos seminarios, ni grandes shows evangélicos. Se trata de acciones simples pero persistentes. Periódicamente debían recoger leña y todos los días debían revisar cuánta había, retirar las cenizas y poner troncos nuevos. Eso, aún en medio de las circunstancias del tiempo presente, y mucho más en el que vendrá. Sencillamente, si no hacemos eso, no sobreviviremos; caeremos presa de los próximos y más letales y sofisticados engaños, y hasta podemos perder nuestras almas por la eternidad, pero por lo menos, tendremos pérdida en este tiempo para el Reino y en nuestras recompensas eternas.

 

¿Qué “leña” nos aconseja Pablo?

 

1 Tesalonicenses 5:16-22 RVC

16 Estén siempre gozosos.

17 Oren sin cesar.

18 Den gracias a Dios en todo, porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús.

19 No apaguen el Espíritu.

20 No menosprecien las profecías.

21 Examínenlo todo; retengan lo bueno.

22 Absténganse de toda especie de mal.

 

Hemos sido hechos para vivir gozosos, y es uno de los Frutos principales del Espíritu. Él “siembra” Su gozo en nosotros cuando nos recuerda Su protección, Su presencia, Su amor, las recompensas que tendremos, etc., nosotros aceptamos esas palabras y naturalmente el gozo surge en nosotros, o las rechazamos y ocurre lo contrario.

 

No necesitamos arrodillarnos en un hermoso Templo para orar, es más, si se supone que debemos orar sin cesar resulta imposible de hacer si no hacemos de la comunión con Dios algo cotidiano, en todo momento, en todo lugar, ¡sin necesidad de cerrar los ojos, levantar las manos y ponernos a gritar en medio de la calle, claro!

 

Dar gracias en todo es un ejercicio no siempre fácil, eso es cierto, pero tampoco imposible. A medida que conocemos los intrincados pero maravillosos caminos de Dios, se nos hace cada vez más fácil.

 

No apagar el Espíritu es el “centro” de la recomendación, y tiene que ver con lo que dijimos al principio: escucharlo, aceptar lo que dice y obrar en consecuencia.

 

No menospreciar las profecías está en relación directa con la frase anterior. Su sentido es claro y sólo voy a decir al respecto que nunca ha habido otro momento de la historia en el que el Señor estuviera hablando por boca de tantas personas (normalmente sencillas y sin demasiados títulos eclesiásticos), y creo que tampoco nunca ha habido otro momento en que tantos cristianos hagan oídos sordos a esas palabras.

 

Examinar todo y retener lo bueno implica no meter un “fuego extraño” en el altar de nuestro espíritu, no alimentarlo con combustible contaminado. Simplemente nos dice que no debemos ser simplones. De nuevo, creo que la mayoría de los cristianos ha caído por eso: creyeron lo que les dijeron a través de los medios masivos de comunicación olvidando que la misma Biblia nos aclara una y otra vez que el sistema mundo se encuentra bajo el control del Maligno. Fueron “simples” y recibieron un daño del que todavía no se dan plena cuenta.

 

Abstenerse de toda especie de mal se relaciona con lo anterior. Hay pecados que son evidentes, y no significa que estemos completamente libres de ellos, pero podemos verlos y llamarlos como tales, arrepentirnos y pedirle al Señor que nos limpie. Hay otros que son más sutiles; si no avanzamos en el conocimiento de ellos, para crecer en nuestra santidad, estamos dejando un montón de pequeñas zorras en nuestra viña que terminarán por arruinar por completo el fruto para el Señor. De nuevo, ¡cuántos cristianos se han quedado con las definiciones básicas de pecados y se han cerrado por completo para entender los engaños más sutiles!

 

Pero cuidado, estas son las instrucciones individuales que da Pablo, en el texto anterior nos dice:

 

1 Tesalonicenses 5:12-15 RVC

12 Hermanos, les rogamos que sean considerados con los que trabajan entre ustedes, y que los instruyen y dirigen en el Señor.

13 Ténganlos en alta estima y ámenlos por causa de su obra. Y ustedes, vivan en paz.

14 También les rogamos, hermanos, que les llamen la atención a los ociosos, que animen a los de poco ánimo, que apoyen a los débiles, y que sean pacientes con todos.

15 Tengan cuidado de que nadie pague a otro mal por mal; más bien, procuren siempre hacer el bien, tanto entre ustedes como con los demás.

 

No voy a desarrollar esto ahora, solo diré que aquí vemos toda la dimensión comunitaria de “no apagar” el Espíritu. Sin dudas esta ha sido la parte que más ha sufrido en estos años y en los por venir, y en buena medida será inevitable para muchos; por eso, procuremos que en los tiempos de comunión e interacción que tengamos (aunque sea virtual, mientras sea posible) cumplamos todos los mandatos que descuidamos cuando teníamos plena libertad.

 

El fuego debe arder siempre. Si por alguna razón se ha casi apagado, todavía es tiempo de volver a encenderlo. Aún la puerta permanece abierta, pero ya no por mucho más. No dejemos escapar esta oportunidad.

 

 

Danilo Sorti

 

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