viernes, 8 de febrero de 2019

661. Una viuda pobre lo supo, un viejo olvidado también, ¿y los entendidos?


Lucas 2:25-28 RVC
25 En Jerusalén vivía un hombre justo y piadoso, llamado Simeón, que esperaba la salvación de Israel. El Espíritu Santo reposaba en él
26 y le había revelado que no moriría antes de que viera al Ungido del Señor.
27 Simón fue al templo, guiado por el Espíritu. Y cuando los padres del niño Jesús lo llevaron al templo para cumplir con lo establecido por la ley,
28 él tomó al niño en sus brazos y bendijo a Dios con estas palabras:

Lucas 2:36-38 RVC
36 También estaba allí Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ana era una profetisa de edad muy avanzada. Desde su virginidad, había vivido siete años de matrimonio,
37 y ahora era una viuda de ochenta y cuatro años. Nunca se apartaba del templo, sino que de día y de noche rendía culto a Dios con ayunos y oraciones.
38 En ese mismo instante Ana se presentó, y dio gracias a Dios y habló del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.


¡Nadie puede negar el sentido del humor de Dios! El evento que los sabios debían saber, aquello que toda la sociedad de la época, aún los paganos, estaba esperando, las profecías que tenían desde hacía siglos, ocurrió delante de sus narices y no se dieron cuenta.

Los sabios de Israel no lo vieron, Herodes, por cierto un idumeo (no israelita), lo reconoció pero no lo aceptó, el pueblo siguió su propia vida como si nada, los fariseos, bien gracias… En fin, no demos más vueltas: los que debían haber reconocido el evento, los que más conocían las Escrituras, los que estaban en mejor posición y tenían tiempo libre para buscar a Dios y escuchar Su voz no lo hicieron. En cambio, tenemos a una viuda pobre, sin familia y “medio rara”, que se la pasaba en el Templo día y noche, que claramente lo vio, ¡a un bebé!, no al predicador de Galilea, no al que confrontó al Sanedrín, sino a un bebé. Lo mismo Simón, un anciano, “desconocido” en las Escrituras; vino “de la nada” y vuelve al anonimato luego de dar su profecía.

Pero lo mismo podríamos decir de los sabios que vinieron de oriente, recorriendo una ruta de más de 3.500 km a lomo de camello. Sí, estamos de acuerdo, ellos no eran pobres, no eran los “parias” de la sociedad, pero resultaban unos extranjeros allí, y muy extraños en el mundo político y práctico de los romanos. Los sabios son respetados en las sociedades, pero tampoco demasiado.

Y me falta recordar a los pastores pobres que vieron el espectáculo angélico, y creyeron. ¿Por qué los ángeles fueron a ellos y no a los centros de erudición judía, o a la casa de los nobles, o siquiera al poblado de Belén? Supongo que no podían contener la emoción que sentían, no podían dejar de comunicar lo que había pasado, pero los ángeles investigadores habían estado buscando fervorosamente corazones dispuestos a escucharlos y no pudieron encontrar más que los de esos pastores, así que allí fueron…

Está claro adónde pienso llegar: ¿por qué habríamos de pensar que hoy es distinto? Aquellos que saben, que estudian, que tienen tiempo para escuchar a Dios, que no necesitar correr de un lado a otro para conseguir unas monedas para vivir, los que recibieron la Palabra y la conocen… ¿tienen sus corazones abiertos como para ver al Salvador manifestarse? El evento más grande de la historia de la humanidad, tanto que definió el calendario (y no es casualidad que el mundo secularizado de hoy pretenda cambiar “antes / después de Cristo” por “antes / después de la era COMÚN”, ¡cómo si hubiera algo de “común” en lo que pasó!) les pasó desapercibido precisamente a los que mejor estaban preparados para reconocerlo, pero algunos de los “últimos de la lista” fueron los primeros.

Por lo tanto, sabiendo que Dios no se impresiona por ningún título, ninguna trayectoria, ni por nuestros logros, contactos o poder humano, sino que simplemente está buscando corazones humildes y fieles dispuestos a recibir Su revelación, tal como Él la quiere dar, conforme Sus propias reglas y Su propio programa, procuremos que siempre pueda encontrarnos de esa forma, utilizando lo mucho o poco que Él nos haya permitido alcanzar en esta vida simplemente como herramientas para servir a los otros hombres creados a Su imagen y conocerlo a Él mismo. Eso hicieron los sabios de oriente y tuvieron en honor eterno de no solamente ser reconocidos en la Palabra sino de participar con sus ofrendas (necesarias para que la familia se refugiara durante un tiempo en Egipto) en la historia de la Salvación, ¡no tendríamos la cruz y la tumba vacía sin ellos!

Dios no cambia, Su forma de proceder tampoco, hasta la Matemática, la Física, la Química y la Biología nos enseñan eso. ¡Señor, que puedas encontrar en mí ese mismo corazón tan humilde y dispuesto a reconocer Tus tiempos!


Danilo Sorti





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