Marcos 1:15 RVC
15 Decía: «El tiempo se ha cumplido, y el
reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepiéntanse, y crean en el evangelio!»
El Reino de Dios es el tema central en la
predicación de Jesús. Sin embargo, nunca nos encontramos con una definición
exacta de en qué consistía ese Reino. Jesús les enseña a Sus discípulos como
vivir en él, quién era el Rey, cuál era su lugar, cómo extenderlo, pero nunca
lo define, tal como nos gusta hacer con las palabras en este siglo.
Evidentemente, era un concepto claro para
ellos, pero problemático para nosotros, ¿por qué?
La palabra “Reino”, en el tiempo de Jesús,
resultaba por demás de evidente: aludía a un territorio gobernado por un rey,
con todas las personas y demás cosas y seres que lo habitaban. La autoridad era
claramente vertical y nadie estaba exceptuado de pertenecer a algún reino
terrenal, lo quisiera o no.
Sin embargo, a medida que el cristianismo fue
interpretando la Biblia de manera más y más espiritual e individual, este
concepto de reino entró en crisis: la iglesia no tenía ni tiene un territorio, la
dimensión espiritual se vuelve preponderante con lo que la terrenal resulta
relegada (típica dualidad del pensamiento griego infiltrado en la iglesia), y
se enfatiza en la autoridad y el obrar de Dios a través del creyente.
Cuando “borramos” esta dimensión terrenal y
material de la palabra “reino”, entramos en una crisis y en un bloqueo
paradigmático que nos ha dejado siempre incompletos a la hora de entender esta
expresión tan común en los Evangelios. La pensamos en un sentido espiritual, y
nadie diría que eso está mal, pero sabemos que la palabra quiere decir más que
eso; sin embargo, cuando intentamos aplicarla en un sentido material y
político, no encontramos nada donde ubicarla correctamente. ¿Qué quería decir
Jesús con “Reino”?
El problema de fondo es cómo leemos la
Biblia. Este énfasis en el sentido espiritual y simbólico ha hecho de que
muchos cristianos utilicen la interpretación simbólica cuando se les da la
gana. Sencillamente si algo no lo pueden ubicar en un tiempo y espacio concreto
(pasado, presente o futuro) de acuerdo a su comprensión, entonces es
“simbólico”. ¿Y qué mejor que “hacer simbólica” a la expresión “Reino de Dios”?
Sin embargo, si asumimos como principio de
interpretación que Dios quiere decir lo que dice, es decir, que es lo más
transparente y claro posible a Sus oyentes en la época que fuera que hable, lo
cual no quita la posibilidad de una interpretación simbólica conjunta o
posterior, simplemente nos “exige” una interpretación primera literal o
simbólica si claramente la expresión lo resulta así (como las parábolas). Sin
embargo, “Reino” no se nos hace una palabra “demasiado” simbólica en la
mentalidad bíblica.
Reino era Reino; un territorio bajo la
autoridad de un rey. Y cuando esos primeros discípulos escuchaban la palabra
pensaban en seguida en las leyes mosaicas, las que claramente Jesús valida y
afirma cumplir, en relación con la constitución política, la economía, las
cuestiones sociales, la educación, el comercio, la aplicación de justicia,
etcétera. Es decir, todo lo que ocurre en un “reino”.
El problema que tenemos nosotros hoy es que
si admitimos esa dimensión de la palabra (sin negar para nada su faceta
espiritual e individual) nos confronta con la necesidad de transformar nuestra
sociedad a ese modelo bíblico, cosa que nuestra teología evangélica e
individualista, y fuertemente escatológica, rechaza.
Sin embargo, cuando Jesús decía “Reino” se
estaba refiriendo no solamente a la dimensión espiritual e individual (que
fueron las que Él más desarrolló a fin de completar la revelación del Antiguo
Testamento), sino también a la social. Así lo entendieron esos primeros
discípulos y formaron esa comunidad primitiva de Jerusalén, en la que no había
pobres. Así lo entendió Pablo y por eso protestó contra los corintios porque no
aplicaban justicia entre ellos. A Pedro le costó comprenderlo cuando el Señor
cambió las reglas sobre alimentos. Y podemos seguir con mucho otros ejemplos,
donde vemos que las decisiones que se toman no afectan a simplemente a la
espiritualidad individual sino a la vida comunitaria, en cuestiones muy concretas
y materiales.
Y esa visión de Reino también nos exige
participar en la vida política, social, económica, educativa, cultural,
científica de nuestras naciones. ¿Cómo? No somos el pueblo de Israel
estableciéndonos en la Tierra Prometida. Más bien somos lo que dijo Pablo,
“embajadores”. Pero un embajador participa activamente en la vida de la nación
donde se encuentra, procurando hacer los “negocios de su reino”, ¿cuáles son en
nuestro caso? El establecimiento de la verdadera justicia, según el modelo bíblico.
¿Cristo viene? Sí, muy pronto. Y eso ha sido
la excusa para no involucrarse en ninguna de las cuestiones “seculares”. Sin
embargo, no existe nada que pueda definirse como “secular” para Dios porque
todo está bajo Su interés, y tampoco hay nada que debamos desestimar como
embajadores.
Por lo tanto, el verdadero Evangelio del
Reino que debemos predicar y vivir integra tanto la dimensión espiritual e
individual como la política y comunitaria. Es necesario que el Evangelio que
prediquemos y vivamos cuando Cristo venga sea el Evangelio completo (sino la
Novia no estaría perfectamente preparada, su mensaje sería parcial y en parte
erróneo) y por ello debe incluir en una armonía perfecta lo espiritual con lo
terrenal.
Ese es el Evangelio del Reino, y cuando fue
predicado de manera integral, presentando ambas dimensiones, logró la salvación
de más gente de la que la gran mayoría de nuestro esfuerzo evangelístico logra
en el mismo tiempo. Es decir que, incorporando esa dimensión “terrenal”, el
mensaje adquiere todo su poder de salvación (espiritual). Volvamos al Evangelio
verdaderamente completo.
Danilo Sorti
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