Efesios 2:12-19 RVC
12 En aquel tiempo ustedes estaban sin
Cristo, vivían alejados de la ciudadanía de Israel y eran ajenos a los pactos
de la promesa; vivían en este mundo sin Dios y sin esperanza.
13 Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes, que
en otro tiempo estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo.
14 Porque él es nuestra paz. De dos pueblos
hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación
15 y al abolir en su propio cuerpo las
enemistades. Él puso fin a la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas,
para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la
paz,
16 y para reconciliar con Dios a los dos en
un solo cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades.
17 Él vino y a ustedes, que estaban lejos,
les anunció las buenas nuevas de paz, lo mismo que a los que estaban cerca.
18 Por medio de él, unos y otros tenemos
acceso al Padre en un mismo Espíritu.
19 Por lo tanto, ustedes ya no son
extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la
familia de Dios,
Es maravilloso como la Palabra de Dios
resulta tan polifacética, con tantos significados corriendo por el mismo texto.
Cuando se la intenta analizar desde un punto de vista estructurado de acuerdo a
la lógica básica del ser humano, nos encontramos con textos muchas veces
“asistemáticos”, o con un orden muy básico. ¡Qué pretensión la del hombre,
pretender analizar la lógica divina con la mente humana caída de este siglo!
Éfeso presenta el modelo de Iglesia, en los
Cielos y en la Tierra, desde el punto de vista ideal y desde el punto de vista
real. Y uno de los temas álgidos en esa época resultaba la relación entre judíos
conversos y creyentes de origen pagano. En el artículo anterior de la serie
vimos que los gentiles entramos al Reino, la salvación vino de los judíos y eso
se lo dejó en claro Jesús a la mujer samaritana, para acto seguido aclarar que
ese nuevo tiempo ahora los incluiría a todos. Pablo tuvo la difícil misión de
incluir a los gentiles, y la más difícil de mantener la unidad.
Unidad, por cierto, es una palabra cada vez
más escasa, y más lo será a medida que se acerque el fin de estos tiempos, pero
eso no significa que no sea necesario proclamar este mensaje de reconciliación.
Por supuesto, rige para el Cuerpo de Cristo, pero es un ideal para el mundo que
lo está viendo.
Si queremos leer estos versículos en clave de
exhortación, el mensaje está dirigido a los creyentes que hacemos división
entre nosotros, y puedo decir que esa exhortación será cada vez más necesaria
porque inevitablemente traeremos las divisiones del mundo hacia la iglesia. Lo
“bueno” en todo este proceso es que la división que está ocurriendo, en medio
de muchas divisiones y conflictos, termina separando a los creyentes de los
incrédulos, y uniendo a los primeros. Pero bueno, mientras tanto tenemos un “festival
de divisiones” por todos los motivos imaginables, y eso llega a la iglesia.
La unidad empieza cuando somos acercados a
Cristo, tal como dicen los versículos 12 y 13. Este hecho teológico tiene
tremendas implicaciones prácticas: no hay unidad en el pueblo de Dios FUERA de
Cristo, esto es, fuera de Su Palabra, de Su voluntad, de Sus propósitos; por lo
tanto, cualquier otro modelo de unidad que intentemos será humana, política y
al final, satánica. No se trata tanto de la metodología para lograr esa unidad
en el ámbito que sea (ponernos de acuerdo para un programa, organizar una
iglesia o ministerio, consensuar principios, etc.), aunque lo más bíblico es
siempre un sistema mucho más cercano a una democracia que a un verticalismo (a
diferencia de lo que se hace en la mayoría de nuestras iglesias). Se trata de
que todo el proceso esté guiado por Cristo y apuntando hacia Él.
Cualquier acción de unidad en lo pequeños nos
acerca más a Cristo porque será la oportunidad de que Él se manifieste;
recordemos el principio que expuso: “donde hay dos o tres” el estaría, es
decir, en donde haya una mínima célula de unidad.
La unidad no implica “inventar nada nuevo”;
en un sentido teológico más profundo, significa ser incorporados a la Israel
espiritual, algo que Dios ya hizo en la historia; no perfecto, no completo,
pero ya empezado. Unidad implica traer a unos y a otros hacia un modelo que ya
fue establecido, pero que nos es lejano y quizás desconocido.
La unidad tiene promesa y tiene pactos. Como
hubo un tiempo en las iglesias en donde se instaba a las personas a hacer
“pactos” con Dios, la palabra fue rebajada en su significado, ¿acaso el hombre
puede decirle a Dios qué pacto hacer? Dios ya lo hizo y nos llama a él. De
nuevo, no inventamos nada con nuestras acciones de unidad, solamente nos
sumamos a las promesas de Su Pacto perfecto en Cristo.
“Sin Dios y sin esperanza” es la condición a
partir de la cual no puede haber ninguna unidad, es lógico. A medida que Dios y
Su esperanza se alejan cada vez más de la sociedad, ¿qué unidad podemos
pretender encontrar? Se multiplican los contratos y los papeles, para romperlos
apenas haya oportunidad. Pero en un sentido más “pequeño”, cuando crecemos en
la unidad Dios se hace más presente y la esperanza crece.
La sangre de Cristo es la cuerda que nos
atrajo, y la única herramienta que puede seguir construyendo unidad. Es esa, no
hay otra, y es suficiente para lo que sea, tanto para reconciliarnos con Dios
como para mantenernos unidos en un proyecto evangelístico del sábado por la
tarde. El problema es que si nos olvidamos de eso en el proyecto evangelístico
y tratamos de lograr alguna estructura humana, no solo tendremos unos cuantos
problemas el sábado por la tarde sino también habremos colocado una baldosa en
el camino que puede terminar separándonos de la sangre de Cristo.
Donde no hay unidad hay paredes. Pablo se
refiere a la pared entre judíos y gentiles, pero todos los seres humanos
tenemos paredes unos con otros, no solamente entre pueblos y culturas. De
nuevo, la misma sangre que puede derribar las más grandes murallas de
separación entre pueblos enemistados durante siglos, también pueden derribar
las murallas entre hermanos con malentendidos. ¿Lo estamos poniendo en juego o
simplemente preferimos olvidar lo que pasó y mantenernos separados unos de
otros?
Si no hay unidad, hay “guerra” potencial (o
real) porque el otro es una amenaza probable. Digamos que es el comportamiento
que vemos en muchos animales cuando se acercan por primera vez: se olfatean con
cuidado para reconocerse y luego hay un desenlace, pacífico o conflictivo. No
es diferente entre humanos, pero debe serlo entre los santos. No seamos
ingenuos, sólo por la acción de Cristo, sólo si nos mantenemos unidos a Él, no
por nuestra buena voluntad, menos aún en estos tiempos.
Las enemistades tienen causas reales, y
normalmente tenemos “círculos viciosos” que reafirman los odios mutuos. Cristo
crea a partir de Su sacrificio una nueva realidad, Pablo dice, “una nueva
humanidad”. Esto es una profecía que no se ha cumplido aún, pero que ya Isaías
la vislumbró:
Isaías 19:23-24 RVC
23 Cuando llegue ese día, habrá una calzada
de Egipto a Asiria, y los asirios entrarán en Egipto, y los egipcios entrarán
en Asiria; y tanto los egipcios como los asirios servirán al Señor.
24 Cuando llegue ese día, Israel será, junto
con Egipto y Asiria, el tercer motivo de bendición en la tierra,
Para cualquiera que viviera en esa época
estas palabras resultaban absurdas al cubo: ¡ambas eran potencias
conquistadoras y sanguinarias! Si hubieran podido, una habría conquistado a la
otra, y a Israel se la habrían devorado de un bocado. ¿Unidad, concordia, paz?
¡Totalmente absurdo! Pero no para Dios.
Sin embargo, es claro que el cumplimiento de
esta profecía está aún en el futuro, por ahora, la nueva humanidad de la que
habla Pablo se expresa “en semilla” dentro de la Iglesia, y con eso se vuelve
profética hacia el mundo. Lo que debemos vivir en nuestra cotidianeidad
eclesiástica es, ni más ni menos, una profecía para el futuro. Cada una de nuestras
acciones conjuntas deben ser ese “germen” profético.
El hecho de que Cristo solucione las
enemistades no se refiere a que las “olvidamos”, sino a que las resolvemos
porque hay algo mucho mayor que ellas, no un “acto mágico” en la cruz, sino un
hecho con tanto, pero tanto sentido, que alcanza para cualquier conflicto haya.
La unidad ocurre por el Espíritu, y cuando
todos podemos ir al Padre para ser sanados y nuestras diferencias solucionadas.
De nuevo, por el Espíritu en la presencia del Padre, ¡no por estrategias
políticas!
Finalmente, estamos en unidad porque ya
tenemos una naturaleza nueva, conciudadanos y familiares, ya somos de la misma
familia, del mismo pueblo, es imposible ahora no estar unidos, al contrario, es
natural lo que antes resultaba extraño.
Pablo presenta un hecho teológico ocurrido en
el ámbito espiritual por la obra de Cristo. Como sabemos, todo lo que pasa en
el mundo espiritual debe manifestarse en el natural y ahí entra nuestra
voluntad… o falta de voluntad. Por lo tanto, considerar que porque Pablo lo
presenta ya se está manifestando en la vida comunitaria del Cuerpo de Cristo,
es una actitud ingenua. Por eso empecé diciendo que es una exhortación, un
llamado; podemos llevarlo a la práctica porque ya ocurrió en los Cielos, pero
debemos hacerlo. Que el Señor nos ayude a entender y vivir esta realidad.
Danilo Sorti
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