viernes, 8 de febrero de 2019

662. Éfeso: el modelo de Iglesia – XVI: la unidad


Efesios 2:12-19 RVC
12 En aquel tiempo ustedes estaban sin Cristo, vivían alejados de la ciudadanía de Israel y eran ajenos a los pactos de la promesa; vivían en este mundo sin Dios y sin esperanza.
13 Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes, que en otro tiempo estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo.
14 Porque él es nuestra paz. De dos pueblos hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación
15 y al abolir en su propio cuerpo las enemistades. Él puso fin a la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la paz,
16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades.
17 Él vino y a ustedes, que estaban lejos, les anunció las buenas nuevas de paz, lo mismo que a los que estaban cerca.
18 Por medio de él, unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu.
19 Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios,


Es maravilloso como la Palabra de Dios resulta tan polifacética, con tantos significados corriendo por el mismo texto. Cuando se la intenta analizar desde un punto de vista estructurado de acuerdo a la lógica básica del ser humano, nos encontramos con textos muchas veces “asistemáticos”, o con un orden muy básico. ¡Qué pretensión la del hombre, pretender analizar la lógica divina con la mente humana caída de este siglo!

Éfeso presenta el modelo de Iglesia, en los Cielos y en la Tierra, desde el punto de vista ideal y desde el punto de vista real. Y uno de los temas álgidos en esa época resultaba la relación entre judíos conversos y creyentes de origen pagano. En el artículo anterior de la serie vimos que los gentiles entramos al Reino, la salvación vino de los judíos y eso se lo dejó en claro Jesús a la mujer samaritana, para acto seguido aclarar que ese nuevo tiempo ahora los incluiría a todos. Pablo tuvo la difícil misión de incluir a los gentiles, y la más difícil de mantener la unidad.

Unidad, por cierto, es una palabra cada vez más escasa, y más lo será a medida que se acerque el fin de estos tiempos, pero eso no significa que no sea necesario proclamar este mensaje de reconciliación. Por supuesto, rige para el Cuerpo de Cristo, pero es un ideal para el mundo que lo está viendo.

Si queremos leer estos versículos en clave de exhortación, el mensaje está dirigido a los creyentes que hacemos división entre nosotros, y puedo decir que esa exhortación será cada vez más necesaria porque inevitablemente traeremos las divisiones del mundo hacia la iglesia. Lo “bueno” en todo este proceso es que la división que está ocurriendo, en medio de muchas divisiones y conflictos, termina separando a los creyentes de los incrédulos, y uniendo a los primeros. Pero bueno, mientras tanto tenemos un “festival de divisiones” por todos los motivos imaginables, y eso llega a la iglesia.

La unidad empieza cuando somos acercados a Cristo, tal como dicen los versículos 12 y 13. Este hecho teológico tiene tremendas implicaciones prácticas: no hay unidad en el pueblo de Dios FUERA de Cristo, esto es, fuera de Su Palabra, de Su voluntad, de Sus propósitos; por lo tanto, cualquier otro modelo de unidad que intentemos será humana, política y al final, satánica. No se trata tanto de la metodología para lograr esa unidad en el ámbito que sea (ponernos de acuerdo para un programa, organizar una iglesia o ministerio, consensuar principios, etc.), aunque lo más bíblico es siempre un sistema mucho más cercano a una democracia que a un verticalismo (a diferencia de lo que se hace en la mayoría de nuestras iglesias). Se trata de que todo el proceso esté guiado por Cristo y apuntando hacia Él.

Cualquier acción de unidad en lo pequeños nos acerca más a Cristo porque será la oportunidad de que Él se manifieste; recordemos el principio que expuso: “donde hay dos o tres” el estaría, es decir, en donde haya una mínima célula de unidad.

La unidad no implica “inventar nada nuevo”; en un sentido teológico más profundo, significa ser incorporados a la Israel espiritual, algo que Dios ya hizo en la historia; no perfecto, no completo, pero ya empezado. Unidad implica traer a unos y a otros hacia un modelo que ya fue establecido, pero que nos es lejano y quizás desconocido.

La unidad tiene promesa y tiene pactos. Como hubo un tiempo en las iglesias en donde se instaba a las personas a hacer “pactos” con Dios, la palabra fue rebajada en su significado, ¿acaso el hombre puede decirle a Dios qué pacto hacer? Dios ya lo hizo y nos llama a él. De nuevo, no inventamos nada con nuestras acciones de unidad, solamente nos sumamos a las promesas de Su Pacto perfecto en Cristo.

“Sin Dios y sin esperanza” es la condición a partir de la cual no puede haber ninguna unidad, es lógico. A medida que Dios y Su esperanza se alejan cada vez más de la sociedad, ¿qué unidad podemos pretender encontrar? Se multiplican los contratos y los papeles, para romperlos apenas haya oportunidad. Pero en un sentido más “pequeño”, cuando crecemos en la unidad Dios se hace más presente y la esperanza crece.

La sangre de Cristo es la cuerda que nos atrajo, y la única herramienta que puede seguir construyendo unidad. Es esa, no hay otra, y es suficiente para lo que sea, tanto para reconciliarnos con Dios como para mantenernos unidos en un proyecto evangelístico del sábado por la tarde. El problema es que si nos olvidamos de eso en el proyecto evangelístico y tratamos de lograr alguna estructura humana, no solo tendremos unos cuantos problemas el sábado por la tarde sino también habremos colocado una baldosa en el camino que puede terminar separándonos de la sangre de Cristo.

Donde no hay unidad hay paredes. Pablo se refiere a la pared entre judíos y gentiles, pero todos los seres humanos tenemos paredes unos con otros, no solamente entre pueblos y culturas. De nuevo, la misma sangre que puede derribar las más grandes murallas de separación entre pueblos enemistados durante siglos, también pueden derribar las murallas entre hermanos con malentendidos. ¿Lo estamos poniendo en juego o simplemente preferimos olvidar lo que pasó y mantenernos separados unos de otros?

Si no hay unidad, hay “guerra” potencial (o real) porque el otro es una amenaza probable. Digamos que es el comportamiento que vemos en muchos animales cuando se acercan por primera vez: se olfatean con cuidado para reconocerse y luego hay un desenlace, pacífico o conflictivo. No es diferente entre humanos, pero debe serlo entre los santos. No seamos ingenuos, sólo por la acción de Cristo, sólo si nos mantenemos unidos a Él, no por nuestra buena voluntad, menos aún en estos tiempos.

Las enemistades tienen causas reales, y normalmente tenemos “círculos viciosos” que reafirman los odios mutuos. Cristo crea a partir de Su sacrificio una nueva realidad, Pablo dice, “una nueva humanidad”. Esto es una profecía que no se ha cumplido aún, pero que ya Isaías la vislumbró:

Isaías 19:23-24 RVC
23 Cuando llegue ese día, habrá una calzada de Egipto a Asiria, y los asirios entrarán en Egipto, y los egipcios entrarán en Asiria; y tanto los egipcios como los asirios servirán al Señor.
24 Cuando llegue ese día, Israel será, junto con Egipto y Asiria, el tercer motivo de bendición en la tierra,

Para cualquiera que viviera en esa época estas palabras resultaban absurdas al cubo: ¡ambas eran potencias conquistadoras y sanguinarias! Si hubieran podido, una habría conquistado a la otra, y a Israel se la habrían devorado de un bocado. ¿Unidad, concordia, paz? ¡Totalmente absurdo! Pero no para Dios.

Sin embargo, es claro que el cumplimiento de esta profecía está aún en el futuro, por ahora, la nueva humanidad de la que habla Pablo se expresa “en semilla” dentro de la Iglesia, y con eso se vuelve profética hacia el mundo. Lo que debemos vivir en nuestra cotidianeidad eclesiástica es, ni más ni menos, una profecía para el futuro. Cada una de nuestras acciones conjuntas deben ser ese “germen” profético.

El hecho de que Cristo solucione las enemistades no se refiere a que las “olvidamos”, sino a que las resolvemos porque hay algo mucho mayor que ellas, no un “acto mágico” en la cruz, sino un hecho con tanto, pero tanto sentido, que alcanza para cualquier conflicto haya.

La unidad ocurre por el Espíritu, y cuando todos podemos ir al Padre para ser sanados y nuestras diferencias solucionadas. De nuevo, por el Espíritu en la presencia del Padre, ¡no por estrategias políticas!

Finalmente, estamos en unidad porque ya tenemos una naturaleza nueva, conciudadanos y familiares, ya somos de la misma familia, del mismo pueblo, es imposible ahora no estar unidos, al contrario, es natural lo que antes resultaba extraño.

Pablo presenta un hecho teológico ocurrido en el ámbito espiritual por la obra de Cristo. Como sabemos, todo lo que pasa en el mundo espiritual debe manifestarse en el natural y ahí entra nuestra voluntad… o falta de voluntad. Por lo tanto, considerar que porque Pablo lo presenta ya se está manifestando en la vida comunitaria del Cuerpo de Cristo, es una actitud ingenua. Por eso empecé diciendo que es una exhortación, un llamado; podemos llevarlo a la práctica porque ya ocurrió en los Cielos, pero debemos hacerlo. Que el Señor nos ayude a entender y vivir esta realidad.


Danilo Sorti




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