domingo, 29 de julio de 2018

530. El lugar de refugio


Números 35:28 RVC
28 pues el homicida debe quedarse en su ciudad de refugio hasta que muera el sumo sacerdote, y volverá a la tierra de su propiedad sólo después de que haya muerto el sumo sacerdote.

No existe una sola palabra en el Antiguo Testamento que se traduzca por “refugio”, y además, el mismo concepto puede expresarse en castellano con diferentes palabras o expresiones. Pero una de las expresiones a las que la palabra “refugio” aparece más asociada es al concepto de “ciudad de refugio”. Dios mismo tuvo mucho cuidado de que se establecieran en Israel, para que no se derramara sangre inocente y para que no se generaran las “guerras de venganzas” que podían ser muy frecuentes.

Es claro que Dios mismo es nuestro refugio, y que eso se expresó plenamente en Cristo, el lugar donde podemos acogernos y del cual nadie puede sacarnos:

Juan 10:28-29 RVC
28 Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
29 Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.

Números 35:24-25 RVC
24 entonces la congregación juzgará entre el homicida y el que quiera vengar la muerte, en conformidad con estas leyes:
25 »”La congregación librará al homicida de las manos del vengador, y lo hará volver a la ciudad en la que se haya refugiado, y el homicida se quedará a vivir allá hasta que muera el sumo sacerdote, el cual fue ungido con el aceite santo.

No cualquiera podía ir a una ciudad de refugio; el que había asesinado a otro premeditadamente no. Pero una vez que el caso hubiera sido juzgado y que la persona hubiera demostrado su falta de intención, era bien recibido y nadie podía entregarlo en manos del vengador. Quizás la característica distintiva de la ciudad de refugio haya sido que en ese lugar el perseguido sabía que nadie lo entregaría, por más presión o soborno que hubiera, y esto era así por una ley que Dios mismo había establecido.

Creo que a esta altura es claro el paralelo en el Nuevo Testamento de la ciudad de refugio: Cristo es nuestro refugio, pero Él se expresa también en esta Tierra a través de Su Cuerpo, la Iglesia. ¿Qué mejor lugar de refugio que la Iglesia?... ¿O no?....

1 Pedro 1:22 RVC
22 Y ahora, ya que se han purificado mediante su obediencia a la verdad, para amar sinceramente a sus hermanos, ámense los unos a los otros de todo corazón,

Una y otra vez somos exhortados en las páginas del Nuevo Testamento a que nos amemos, nos cuidemos y nos honremos unos a otros. “Unos a otros” es precisamente una expresión repetida allí.

Hemos errado cuando pensamos que el mandato del Nuevo Pacto consistía en establecer “reinos cristianos” por el mundo, y no porque eso esté mal, ¡para nada!, sino porque desde un principio sabemos que solamente podría ocurrir de manera imperfecta y por breve tiempo. Sin embargo, el Señor estableció en ese mundo que durante dos milenios seguiría bajo el Maligno una “ciudad de refugio” global: la Iglesia.

Dondequiera que la Iglesia estuviera, allí debía haber una “ciudad de refugio” para los fugitivos de ese mundo, aquellos condenados a morir y perseguidos por el “vengador de la sangre”. Y nadie dentro de esa ciudad podía entregar a esos fugitivos al perseguido.

Eso no siempre pasó, y por cierto que en muchas iglesias hoy no ocurre para nada.

Entregamos a nuestros hermanos al Enemigo cuando nos despreocupamos de ellos, o incluso cuando pecamos en su contra, mintiéndoles, engañándolos, estafándolos u otras cosas peores que a veces pasan. En el mejor de los casos tenemos iglesias que son una especie de heladera: no te van a clavar el puñal por la espalda pero no esperes amor. Más frecuentemente tenemos iglesias que se parecen a una jaula de perros: cuando están de buen humor son tiernos y dóciles, pero cuando alguno “vio sangre” se transforman en feroces animales que despedazan a su víctima en conjunto. Bueno, no suele ser tan dramático como lo digo, pero más sutilmente ocurre.

A medida que el mundo se vuelve un lugar cada vez más oscuro y peligroso, es necesario que las ciudades de refugio que el Señor estableció sean verdaderamente “de refugio”. ¿Estamos cumpliendo correctamente nuestro rol protector o estamos entregando a los “refugiados” al Enemigo?

El refugiado llegaba a la ciudad precisamente como “refugiado”. Tristemente hoy vemos el espectáculo de miles y millones de personas que deben escapar como refugiados, así que no hace falta hablar mucho del tema para entender qué es un refugiado. Bueno, exactamente lo mismo pasa a nivel espiritual. Así llegan, sin nada, confundidos, asustados, sin saber tampoco adónde llegan, qué cosa es eso de “la Iglesia”; solo saben que están condenados y que es cuestión de tiempo para que la condena caiga sobre ellos. ¿Cómo los recibiremos?

Oremos fervientemente para que el Señor haga de nuestras iglesias verdaderos lugares de refugio, de asilo, de acogida, donde los perseguidos de todas partes puedan encontrar albergue y empezar una nueva vida (que de hecho era lo que tenían que hacer esos refugiados). Esta verdad, que ha sido desde siempre la realidad de la Iglesia, es mucho más crucial hoy.

Sí, es cierto, “uno más” y que encima no conoce nuestras costumbres, resulta molesto, costoso y trabajoso. Es verdad. Pero también ese “uno más” es el que nos mantiene vivos, creciendo y progresando. Y además, ese “uno más” viene con una promesa divina: Dios mismos nos dará toda la provisión que necesitemos para los “extranjeros” que Él envíe.


Danilo Sorti




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