Números 35:28 RVC
28 pues el homicida debe quedarse en su
ciudad de refugio hasta que muera el sumo sacerdote, y volverá a la tierra de
su propiedad sólo después de que haya muerto el sumo sacerdote.
No existe una sola palabra en el Antiguo
Testamento que se traduzca por “refugio”, y además, el mismo concepto puede
expresarse en castellano con diferentes palabras o expresiones. Pero una de las
expresiones a las que la palabra “refugio” aparece más asociada es al concepto
de “ciudad de refugio”. Dios mismo tuvo mucho cuidado de que se establecieran
en Israel, para que no se derramara sangre inocente y para que no se generaran
las “guerras de venganzas” que podían ser muy frecuentes.
Es claro que Dios mismo es nuestro refugio, y
que eso se expresó plenamente en Cristo, el lugar donde podemos acogernos y del
cual nadie puede sacarnos:
Juan 10:28-29 RVC
28 Y yo les doy vida eterna; y no perecerán
jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
29 Mi Padre, que me las dio, es mayor que
todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
Números 35:24-25 RVC
24 entonces la congregación juzgará entre el
homicida y el que quiera vengar la muerte, en conformidad con estas leyes:
25 »”La congregación librará al homicida de
las manos del vengador, y lo hará volver a la ciudad en la que se haya
refugiado, y el homicida se quedará a vivir allá hasta que muera el sumo
sacerdote, el cual fue ungido con el aceite santo.
No cualquiera podía ir a una ciudad de
refugio; el que había asesinado a otro premeditadamente no. Pero una vez que el
caso hubiera sido juzgado y que la persona hubiera demostrado su falta de
intención, era bien recibido y nadie podía entregarlo en manos del vengador. Quizás
la característica distintiva de la ciudad de refugio haya sido que en ese lugar
el perseguido sabía que nadie lo entregaría, por más presión o soborno que
hubiera, y esto era así por una ley que Dios mismo había establecido.
Creo que a esta altura es claro el paralelo
en el Nuevo Testamento de la ciudad de refugio: Cristo es nuestro refugio, pero
Él se expresa también en esta Tierra a través de Su Cuerpo, la Iglesia. ¿Qué
mejor lugar de refugio que la Iglesia?... ¿O no?....
1 Pedro 1:22 RVC
22 Y ahora, ya que se han purificado mediante
su obediencia a la verdad, para amar sinceramente a sus hermanos, ámense los
unos a los otros de todo corazón,
Una y otra vez somos exhortados en las
páginas del Nuevo Testamento a que nos amemos, nos cuidemos y nos honremos unos
a otros. “Unos a otros” es precisamente una expresión repetida allí.
Hemos errado cuando pensamos que el mandato
del Nuevo Pacto consistía en establecer “reinos cristianos” por el mundo, y no
porque eso esté mal, ¡para nada!, sino porque desde un principio sabemos que
solamente podría ocurrir de manera imperfecta y por breve tiempo. Sin embargo,
el Señor estableció en ese mundo que durante dos milenios seguiría bajo el
Maligno una “ciudad de refugio” global: la Iglesia.
Dondequiera que la Iglesia estuviera, allí
debía haber una “ciudad de refugio” para los fugitivos de ese mundo, aquellos
condenados a morir y perseguidos por el “vengador de la sangre”. Y nadie dentro
de esa ciudad podía entregar a esos fugitivos al perseguido.
Eso no siempre pasó, y por cierto que en
muchas iglesias hoy no ocurre para nada.
Entregamos a nuestros hermanos al Enemigo
cuando nos despreocupamos de ellos, o incluso cuando pecamos en su contra,
mintiéndoles, engañándolos, estafándolos u otras cosas peores que a veces
pasan. En el mejor de los casos tenemos iglesias que son una especie de
heladera: no te van a clavar el puñal por la espalda pero no esperes amor. Más
frecuentemente tenemos iglesias que se parecen a una jaula de perros: cuando
están de buen humor son tiernos y dóciles, pero cuando alguno “vio sangre” se transforman
en feroces animales que despedazan a su víctima en conjunto. Bueno, no suele
ser tan dramático como lo digo, pero más sutilmente ocurre.
A medida que el mundo se vuelve un lugar cada
vez más oscuro y peligroso, es necesario que las ciudades de refugio que el
Señor estableció sean verdaderamente “de refugio”. ¿Estamos cumpliendo
correctamente nuestro rol protector o estamos entregando a los “refugiados” al
Enemigo?
El refugiado llegaba a la ciudad precisamente
como “refugiado”. Tristemente hoy vemos el espectáculo de miles y millones de
personas que deben escapar como refugiados, así que no hace falta hablar mucho
del tema para entender qué es un refugiado. Bueno, exactamente lo mismo pasa a
nivel espiritual. Así llegan, sin nada, confundidos, asustados, sin saber
tampoco adónde llegan, qué cosa es eso de “la Iglesia”; solo saben que están
condenados y que es cuestión de tiempo para que la condena caiga sobre ellos.
¿Cómo los recibiremos?
Oremos fervientemente para que el Señor haga
de nuestras iglesias verdaderos lugares de refugio, de asilo, de acogida, donde
los perseguidos de todas partes puedan encontrar albergue y empezar una nueva
vida (que de hecho era lo que tenían que hacer esos refugiados). Esta verdad,
que ha sido desde siempre la realidad de la Iglesia, es mucho más crucial hoy.
Sí, es cierto, “uno más” y que encima no
conoce nuestras costumbres, resulta molesto, costoso y trabajoso. Es verdad.
Pero también ese “uno más” es el que nos mantiene vivos, creciendo y
progresando. Y además, ese “uno más” viene con una promesa divina: Dios mismos
nos dará toda la provisión que necesitemos para los “extranjeros” que Él envíe.
Danilo Sorti
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