Hechos 8:14-17 RVC
14 Los apóstoles que estaban en Jerusalén se
enteraron de que en Samaria se había recibido la palabra de Dios, y enviaron a
Pedro y a Juan.
15 Cuando éstos llegaron, oraron por ellos
para que recibieran el Espíritu Santo,
16 porque el Espíritu aún no había descendido
sobre ninguno de ellos, ya que sólo habían sido bautizados en el nombre de
Jesús.
17 En cuanto les impusieron las manos,
recibieron el Espíritu Santo.
Los capítulos 6 a 8 de Hechos son, en cierto
sentido, la “historia” de los diáconos. Claro, sólo aparecen dos y en pocos
episodios, pero el foco del libro cambia de los apóstoles hacia los nuevos
líderes, que cumplirían un rol fundamental en llevar el Evangelio más allá de
las fronteras judías.
En el capítulo 7 Esteban enfrenta persecución
y martirio, con lo cual se desata una persecución mayor, que expulsa a muchos
fuera de Jerusalén. Nunca más la iglesia jerosolimitana sería la misma, pero el
mundo ganó el Evangelio gracias a eso. Con todo lo maravilloso que era esa
iglesia, en la economía de Dios convenía desarmarla para que muchos más
llegaran a la salvación.
Y es precisamente uno de estos diáconos
helenistas el responsable del primer salto transcultural de la iglesia: fue a
Samaria y predicó allí. Había una enemistad enorme entre judíos y samaritanos,
por razones históricas, incluso los apóstoles vieron con mucho recelo que Jesús
se atreviera a hablar con una samaritana, pero esa siembra que había hecho el
Señor algunos años atrás, ahora dio una enorme cosecha mediante el testimonio
de Felipe.
Bueno, en esencia tenemos a un joven líder,
con un “formato cultural” distinto al de los líderes establecidos, que comienza
una obra “por su cuenta”. Ya había sido reconocido por el liderazgo primero,
pero nadie lo había mandado para que comience una iglesia allí. Sin embargo,
cuando empezó a predicar, confrontando el poder de Simón el mago, se levantó
una gran cosecha.
Normalmente los predicadores aprovechan esto
para hablar del pecado de Simón, que históricamente recibió el nombre de
“simonía” (comprar los cargos eclesiásticos, práctica muy común en el
catolicismo del medioevo), pero nos perdemos algo fundamental: ¿qué hizo el
liderazgo establecido y reconocido?
Pedro y Juan, los líderes de la iglesia en
ese momento, fueron a ver qué pasaba. ¿Qué NO HICIERON?
·
No frenaron la obra aduciendo que los samaritanos no podían convertirse.
·
No intentaron judaizarlos.
·
No increparon a Felipe por haber hecho algo “sin permiso”.
·
No se desentendieron del asunto.
Simplemente reconocieron que, dados los
frutos de milagros y salvación, la obra era de Dios, y oraron para que
recibieran el bautismo del Espíritu Santo, y así estuvieran más firmes en su
fe.
Con sus hechos ellos avalaron plenamente la
obra que el Espíritu estaba haciendo a través de Felipe, ministrando lo que él
no había podido hacer.
Así, tenemos una enseñanza importante: el
liderazgo establecido había reconocido en el capítulo 6 a estos nuevos líderes
seleccionados por el pueblo y que daban suficientes muestras de capacidad y
santidad.
No intentaron torcer su obra, no lo
desautorizaron, no capturaron a los hermanos “para sí”; todo lo contrario, la
bendijeron libremente al orar para que fueran llenos del Espíritu Santo. Eso es
lo que deben hacer los líderes establecidos con la obra de los nuevos.
Claro, estos nuevos líderes, por todo el
proceso que vimos en otros artículos, realmente estaban haciendo la obra de
Dios, por eso Dios mismo la respaldaba. Y si Dios lo hacía, ¿por qué no ellos?
Así lo hicieron y la obra siguió creciendo.
Aquí tenemos una importante enseñanza de aval
intergeneracional, y debemos prestarle atención en nuestro ámbito. Que el Señor
nos dé la gracia para hacerlo.
Danilo Sorti
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