Mateo 18:15-17 RVC
15 »Por tanto, si tu hermano peca contra ti,
ve y repréndelo cuando él y tú estén solos. Si te hace caso, habrás ganado a tu
hermano.
16 Pero si no te hace caso, haz que te
acompañen uno o dos más, para que todo lo que se diga conste en labios de dos o
tres testigos.
17 Si tampoco a ellos les hace caso, hazlo
saber a la iglesia; y si tampoco a la iglesia le hace caso, ténganlo entonces
por gentil y cobrador de impuestos.
En la antigüedad, una de las principales
funciones que se esperaban del rey era la impartición de justicia; Dios mismo
había tenido mucho cuidado en dejar normas muy claras y detalladas para que Su
pueblo viviera en justicia, no solamente hacia él sino los unos para con los
otros. El latiguillo que solemos repetir “ya no estamos bajo la Ley sino bajo
la Gracia” nos ha hecho desatender muchas de las enseñanzas del Antiguo
Testamento que no fueron anuladas en el Nuevo. Uno de esos conceptos claves es
la justicia de los unos para con los otros, de hecho, uno de los principales
énfasis también en el Nuevo Testamento.
El Nuevo Pacto empieza con un fuerte énfasis
en el concepto de “hermandad”, en un tiempo donde el poder “vertical” alcanzaba
su máxima expresión. Israel siempre había tenido un sentido de hermandad que
llevaba a la gente a sentirse parte del destino común y participar en la vida
política y social del pueblo. Dios así lo había querido, pero la historia
posterior al Éxodo trajo diversas estructuras de gobierno verticalista que
atentaron seriamente contra ese espíritu. Los tiempos de Jesús encontraron a la
nación oprimida bajo una superestructura de autoridades superiores, con el
emperador a la cabeza, figura lejana, desconocida y casi mítica en Roma. Pero
de ahí para abajo había un montón de personajes con diversos grados de
autoridad que la hacían sentir sobre el escalón más bajo, aquellos a quienes
Jesús llamaba hermanos.
Mateo hace un especial énfasis en la vida en
comunidad, y el famoso Sermón del Monte es precisamente eso: las instrucciones
de cómo debía ser la comunidad de los fieles en ese mundo (y en el nuestro
también).
En este contexto “contracultural” en el cual
Jesucristo establece un orden contrario a la pirámide opresiva del mundo, las
palabras de Mateo 18 cobran sentido.
¿Qué quiero decir con esta larga
introducción? ¿Pretendo restarle algún valor o autoridad a las indicaciones del
Señor? No, para nada. Pero sí quiero que notemos que fueron dichas para ser
aplicadas en el contexto de la COMUNIDAD DE HERMANOS.
En una primera lectura este pasaje parece
descargar todo el peso de solucionar un problema en los hombros del afectado: “si
tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo cuando él y tú estén solos”, y por
ello se puede convertir en la excusa perfecta para que el liderazgo no haga lo
que resulta más desagradable: confrontar a las personas con su pecado.
Estas palabras, que deberían dar vida y
libertad pueden fácilmente transformarse en opresión cuando el hermano afectado
no se encuentra en condiciones anímicas o materiales para enfrentar él solo al
ofensor. Ya en otra parte analizamos la cuestión de qué es doctrina y qué no, y
resulta claro que un pasaje NO PUEDE establecer una doctrina por sí solo; no
tenemos otro pasaje que diga exactamente esto y no podemos hacer de este orden
EL ORDEN estricto para solucionar un problema. Por lo tanto, dadas las
circunstancias, no hay ningún pecado ni error si en vez de confrontar
directamente al ofensor, el ofendido busca ayuda en el liderazgo de la iglesia.
Analizaremos eso por medio de otros pasajes del Nuevo Testamento.
Pero volvamos al texto en cuestión.
Aparentemente descarga el peso de la responsabilidad en el hermano ofendido, y
de hecho puede ser muy normal que el tal trate de solucionar el problema, o al
menos confrontar al ofensor, personalmente. Pero luego interviene la iglesia,
la comunidad, en las siguientes dos etapas. Aquí Jesús NO DICE que el problema
se tape u oculte, como suele ser práctica habitual en algunas iglesias cuando
el problema afecta a determinados hermanos “importantes” (no así cuando los
involucrados son “comunes”), y otros pasajes que encontramos en el Nuevo
Testamento también están en la misma línea. Eso sí podemos considerarlo una
doctrina: los problemas deben ser tratados y solucionados, pero de la manera
adecuada.
El proceso que relata es lógico, pero no
resulta agradable. Más adelante Pablo establecerá la responsabilidad de los
líderes en el asunto, líderes que en el contexto de Mateo se encuentran
“metidos” en la comunidad que debía acompañar el proceso de solución.
Pero cuidado, todo esto funciona cuando hay
una verdadera búsqueda de verdad, de aclarar la situación y establecer
justicia. Si leemos estos versículos “sueltos” nos parece que se trata de un
simple trámite burocrático en el cual alguien que se sintió ofendido por algo
NECESARIAMENTE debe obtener del supuesto ofensor una retractación o
restitución. Sin embargo, cuando lo ponemos en el contexto de las palabras del
Antiguo Testamento no resulta así. Aquí Jesús parte del supuesto que,
efectivamente, el ofensor ha cometido una ofensa, ¡en ningún momento está
hablando de una “sospecha de” o de un “me parece que”! Si no hay una ofensa
real, este proceso no se aplica, o bien cuando se aplique los hermanos que lo
acompañan deberán establecer cuán cierta es esa sospecha.
Vivimos en tiempos difíciles en los cuales
CUALQUIER DESVIACIÓN es posible y de hecho ocurrirá; habrá situaciones en las
que los problemas no querrán ser tratados y el ofendido deberá arreglárselas
solo, y habrá situaciones en las que fácilmente se inventará una causa contra
alguien para generarle daño y disgusto (y basta con mirar los programas de
televisión o los debates en el Congreso Nacional como para tener ejemplos
sobrados de eso). La intervención de la comunidad que plantea Jesús, y que
después Pablo especificará y ampliará, es fundamental para solucionar todo eso.
Ahora bien, cuando efectivamente ocurrió
pecado y el ofensor no quiere reconocerlo ni subsanarlo, ¿qué queda? “ténganlo
entonces por gentil y cobrador de impuestos.” Bueno, esto es doloroso. En
esencia, se trata del mismo principio que bajo el Antiguo Pacto se practicaba
lapidando al pecador, pero bajo la Ley más perfecta del Nuevo: es expulsado de
la comunidad, y Pablo luego aclarará por qué: porque de esa forma, quizás,
pueda darse cuenta de su error y volver. ¡No tenemos que “lapidar” a nadie! Es
decir, no tenemos que destrozar de tal forma a ningún hermano como para que no
pueda volver si es que genuinamente se arrepintió y cambió. No estoy hablando aquí
del “ciclo del golpeador”, que simula arrepentimiento para volver y termina
reincidiendo.
Si analizamos los números del texto
encontramos algo en el mismo sentido: 87 palabras, esto es, 3 x 29. “3” es el
número de la perfección divina, de la Trinidad, y “29” indica un cambio de
cobertura, entre otras cosas, con lo que se brinda la idea de un “cambio de
cobertura” del ofensor. Esto es real cuando la cobertura de la iglesia es real.
En iglesias masivas donde la “cobertura” que existe es más bien una “cobertura
de chocolate” (para decirlo de manera graciosa, porque en realidad he
comprobado que existe una real “cobertura de maldición” allí), no hay
diferencia entre estar adentro o afuera. Cuando la protección de la comunidad
es cierta, perderla no es broma, y no debe tratarse el asunto con ligereza.
De paso digamos que aquí tenemos también un
pasaje trinitario. Aquí va una posible interpretación, pero podría entenderse
de otra manera:
·
»Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo cuando él y tú
estén solos. Si te hace caso, habrás ganado a tu hermano. à esto podría aludir al
Espíritu Santo hablando en la intimidad, “uno a uno”; es la primera exhortación
que recibimos y la que normalmente desechamos.
·
Pero si no te hace caso, haz que te acompañen uno o dos más, para que todo
lo que se diga conste en labios de dos o tres testigos. à aquí tenemos la dimensión
de la comunidad, el Hijo manifestándose donde hay “dos o tres” reunidos. El
juicio del Hijo que llega a través de las personas, y al que es más difícil
rechazar.
·
Si tampoco a ellos les hace caso, hazlo saber a la iglesia; y si tampoco a
la iglesia le hace caso, ténganlo entonces por gentil y cobrador de impuestos à la dimensión social, comunitaria,
el juicio del Padre que se manifiesta en una escala mayor, y que sólo es
rechazado por los corazones en extremo endurecidos.
Este modelo que el Señor nos pide aplicar es
el que Dios mismo utiliza con nosotros, cuando permite que seamos juzgados en
los distintos niveles, y es el modelo que el liderazgo debe entender y aplicar
en los conflictos que le toque resolver. ¡Nada agradable! De hecho, la parte
más difícil quizás del liderazgo. Por eso deberíamos ser muy prudentes antes de
querer ocupar esos puestos.
Danilo Sorti
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