domingo, 29 de julio de 2018

538. El traspaso de autoridad en el liderazgo


Juan 1:29-37 RVC
29 El siguiente día Juan vio que Jesús venía hacia él, y dijo: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
30 Él es de quien yo dije: “Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo.”
31 Yo no lo conocía; pero vine bautizando con agua para esto: para que él fuera manifestado a Israel.»
32 Juan también dio testimonio y dijo: «Vi al Espíritu descender del cielo como paloma, y permanecer sobre él.
33 Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas que el Espíritu desciende, y que permanece sobre él, es el que bautiza con el Espíritu Santo.”
34 Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
35 Al día siguiente, Juan estaba de nuevo allí con dos de sus discípulos.
36 Al ver a Jesús, que andaba por allí, dijo: «Éste es el Cordero de Dios.»
37 Los dos discípulos lo oyeron hablar, y siguieron a Jesús.


En los últimos tiempos se ha vuelto muy difícil que los líderes “cedan” parte de su autoridad. Bueno, convengamos que la autoridad viene solamente de Uno, el Señor, y que en realidad ninguno de nosotros por más autoridad que “tenga” (es decir, que haya recibido) puede “dar” nada, sino más bien reconocer la autoridad de otro. Pero en otro sentido se “cede” autoridad cuando, al reconocer públicamente la autoridad de otro líder, se permite que los discípulos vayan con él, o incluso se le entregan recursos para que haga la obra.

A medida que muchas iglesias se transforman en pequeñas (o no tan pequeñas) empresas eclesiásticas, esto se vuelve cada vez más difícil y cuando ocurre, los líderes de “menor” rango permanecen siempre bajo la estructura del “líder mayor” y de hecho casi no tienen palabras propias, sino que su encargo es transmitir las palabras del apóstol en cuestión.

Está claro que ese no es el modelo de Jesús, y que la iglesia de los últimos días que el Señor vendrá a buscar no funciona así. Entonces, ¿cómo funciona?

Juan el Bautista nos brinda un ejemplo bien práctico. No solamente preparó al pueblo para recibir a Jesús, consciente de que su misión era muy breve, sino que públicamente lo reconoció, con lo cual le “ahorró” mucho tiempo al Señor.

Este reconocimiento público exige humildad; en el caso de Juan resulta obvio porque se trataba del Hijo de Dios, pero más adelante vemos en la historia de la iglesia que el hecho de nombrar ancianos y dejarlos a cargo de las congregaciones fue una práctica común. Eso también requería humildad, porque el apóstol (esto lo vemos con Pablo) pasaba a un “segundo plano”, y de hecho unas cuantas iglesias de las que él había fundado terminaron luego rechazándolo.

Volvamos al ejemplo de Juan. Él pudo reconocer quién era Jesús y sin orgullo dar testimonio de Su grandeza. Vamos ahora a nuestra realidad: cuando un líder reconocido puede a su vez reconocer a un líder en desarrollo, le está “transfiriendo”, por así decirlo, parte de su autoridad y permitiendo que se desarrolle más rápidamente en el ministerio.

Pero es importante que atendamos al versículo 33: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas que el Espíritu desciende, y que permanece sobre él, es el que bautiza con el Espíritu Santo.” Juan no avaló a Jesús porque fuera su primo o porque le cayera simpático, lo hizo porque había recibido una clara directiva divina. Lo mismo hoy.

1 Timoteo 5:22 DHH
22 No impongas las manos a nadie sin haberlo pensado bien, para no hacerte cómplice de los pecados de otros. Consérvate limpio de todo mal.

Aquí Pablo está explicando esa verdad: imponer las manos implicaba comisionar públicamente para un servicio, es decir, transferir autoridad. Si Timoteo lo hacía “con ligereza”, esto es, sin tener claramente la directiva divina (lo cual requiere tiempo), terminaría siendo cómplice de las macanas que se mandara el tal.

“Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.” Para avalarlo públicamente Juan debió tener la certeza, pudo decir “yo lo he visto”. Avalar un líder hoy implica lo mismo.

La conclusión de esta sección parece muy poco espiritual: “Los dos discípulos lo oyeron hablar, y siguieron a Jesús.” Pero si eso pasa hoy, solo unos pocos pastores no entrarían en crisis. Dejar ir a los discípulos, más aún, enviarlos hacia el nuevo líder, implica perderlos de la propia esfera de influencia, con lo cual se pierden recursos, manos para trabajar, cabezas para pensar, pies para expandirse. Por eso, todas las iglesias que hoy están bajo el sistema imperial o babilónico, no pueden permitirse eso. Normalmente tienen una estructura tan grande y costosa que perder ofrendantes resulta terrible. Y si no fuera el caso, perder gente les hace perder capacidad de influir políticamente, o en todo caso, justificar el dinero que mueven en sus cuentas.

Juan no tenía nada de eso: su “estructura” era inexistente, su estilo de vida era por demás de sencillo, no había ninguna motivación espuria; solo el sincero amor a Dios y el ardiente deseo de cumplir Su voluntad. Y en base a eso, pudo constituirse en la plataforma del ministerio de nuestro Señor.

Me olvidaba: todo líder que tenga tal generosidad y desprendimiento como para enviar y equipar a otros, recibirá de parte de lo Alto a los mejores líderes que deban ser enviados, directamente mandados por Dios, y a través de ellos, su propio ministerio será recordad y expandido más allá de sus propias capacidades. Juan el Bautista predicó poco tiempo, y si fuera por eso, fácilmente hubiera podido perderse en la historia, pero a través de Jesús su mensaje nos llegó hasta hoy. Una recompensa de ese estilo les espera a los líderes que puedan hacer lo que hizo Juan.

La iglesia necesita desesperadamente líderes conforme al corazón de Dios. Hoy más que cuando comenzó a enseñarse sobre el tema en las iglesias evangélicas. ¿Podremos responder a ese llamado?


Danilo Sorti





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