Juan 1:29-37 RVC
29 El siguiente día Juan vio que Jesús venía
hacia él, y dijo: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
30 Él es de quien yo dije: “Después de mí
viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo.”
31 Yo no lo conocía; pero vine bautizando con
agua para esto: para que él fuera manifestado a Israel.»
32 Juan también dio testimonio y dijo: «Vi al
Espíritu descender del cielo como paloma, y permanecer sobre él.
33 Yo no lo conocía; pero el que me envió a
bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas que el Espíritu desciende, y
que permanece sobre él, es el que bautiza con el Espíritu Santo.”
34 Y yo lo he visto, y he dado testimonio de
que éste es el Hijo de Dios.»
35 Al día siguiente, Juan estaba de nuevo
allí con dos de sus discípulos.
36 Al ver a Jesús, que andaba por allí, dijo:
«Éste es el Cordero de Dios.»
37 Los dos discípulos lo oyeron hablar, y
siguieron a Jesús.
En los últimos tiempos se ha vuelto muy
difícil que los líderes “cedan” parte de su autoridad. Bueno, convengamos que
la autoridad viene solamente de Uno, el Señor, y que en realidad ninguno de
nosotros por más autoridad que “tenga” (es decir, que haya recibido) puede
“dar” nada, sino más bien reconocer la autoridad de otro. Pero en otro sentido
se “cede” autoridad cuando, al reconocer públicamente la autoridad de otro
líder, se permite que los discípulos vayan con él, o incluso se le entregan
recursos para que haga la obra.
A medida que muchas iglesias se transforman
en pequeñas (o no tan pequeñas) empresas eclesiásticas, esto se vuelve cada vez
más difícil y cuando ocurre, los líderes de “menor” rango permanecen siempre
bajo la estructura del “líder mayor” y de hecho casi no tienen palabras
propias, sino que su encargo es transmitir las palabras del apóstol en
cuestión.
Está claro que ese no es el modelo de Jesús,
y que la iglesia de los últimos días que el Señor vendrá a buscar no funciona
así. Entonces, ¿cómo funciona?
Juan el Bautista nos brinda un ejemplo bien
práctico. No solamente preparó al pueblo para recibir a Jesús, consciente de
que su misión era muy breve, sino que públicamente lo reconoció, con lo cual le
“ahorró” mucho tiempo al Señor.
Este reconocimiento público exige humildad;
en el caso de Juan resulta obvio porque se trataba del Hijo de Dios, pero más
adelante vemos en la historia de la iglesia que el hecho de nombrar ancianos y
dejarlos a cargo de las congregaciones fue una práctica común. Eso también
requería humildad, porque el apóstol (esto lo vemos con Pablo) pasaba a un
“segundo plano”, y de hecho unas cuantas iglesias de las que él había fundado
terminaron luego rechazándolo.
Volvamos al ejemplo de Juan. Él pudo
reconocer quién era Jesús y sin orgullo dar testimonio de Su grandeza. Vamos
ahora a nuestra realidad: cuando un líder reconocido puede a su vez reconocer a
un líder en desarrollo, le está “transfiriendo”, por así decirlo, parte de su
autoridad y permitiendo que se desarrolle más rápidamente en el ministerio.
Pero es importante que atendamos al versículo
33: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél
sobre quien veas que el Espíritu desciende, y que permanece sobre él, es el que
bautiza con el Espíritu Santo.” Juan no avaló a Jesús porque fuera su primo o
porque le cayera simpático, lo hizo porque había recibido una clara directiva
divina. Lo mismo hoy.
1 Timoteo 5:22 DHH
22 No impongas las manos a nadie sin haberlo
pensado bien, para no hacerte cómplice de los pecados de otros. Consérvate
limpio de todo mal.
Aquí Pablo está explicando esa verdad:
imponer las manos implicaba comisionar públicamente para un servicio, es decir,
transferir autoridad. Si Timoteo lo hacía “con ligereza”, esto es, sin tener
claramente la directiva divina (lo cual requiere tiempo), terminaría siendo
cómplice de las macanas que se mandara el tal.
“Y yo lo he visto, y he dado testimonio de
que éste es el Hijo de Dios.” Para avalarlo públicamente Juan debió tener la
certeza, pudo decir “yo lo he visto”. Avalar un líder hoy implica lo mismo.
La conclusión de esta sección parece muy poco
espiritual: “Los dos discípulos lo oyeron hablar, y siguieron a Jesús.” Pero si
eso pasa hoy, solo unos pocos pastores no entrarían en crisis. Dejar ir a los
discípulos, más aún, enviarlos hacia el nuevo líder, implica perderlos de la
propia esfera de influencia, con lo cual se pierden recursos, manos para
trabajar, cabezas para pensar, pies para expandirse. Por eso, todas las
iglesias que hoy están bajo el sistema imperial o babilónico, no pueden
permitirse eso. Normalmente tienen una estructura tan grande y costosa que
perder ofrendantes resulta terrible. Y si no fuera el caso, perder gente les
hace perder capacidad de influir políticamente, o en todo caso, justificar el
dinero que mueven en sus cuentas.
Juan no tenía nada de eso: su “estructura”
era inexistente, su estilo de vida era por demás de sencillo, no había ninguna
motivación espuria; solo el sincero amor a Dios y el ardiente deseo de cumplir
Su voluntad. Y en base a eso, pudo constituirse en la plataforma del ministerio
de nuestro Señor.
Me olvidaba: todo líder que tenga tal
generosidad y desprendimiento como para enviar y equipar a otros, recibirá de
parte de lo Alto a los mejores líderes que deban ser enviados, directamente
mandados por Dios, y a través de ellos, su propio ministerio será recordad y
expandido más allá de sus propias capacidades. Juan el Bautista predicó poco tiempo,
y si fuera por eso, fácilmente hubiera podido perderse en la historia, pero a
través de Jesús su mensaje nos llegó hasta hoy. Una recompensa de ese estilo
les espera a los líderes que puedan hacer lo que hizo Juan.
La iglesia necesita desesperadamente líderes
conforme al corazón de Dios. Hoy más que cuando comenzó a enseñarse sobre el
tema en las iglesias evangélicas. ¿Podremos responder a ese llamado?
Danilo Sorti
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