Mateo 13:34-35 RVC
34 De todo esto habló Jesús con la gente por
parábolas, y no les hablaba de otra manera,
35 para que se cumpliera lo dicho por el
profeta: «Abriré mi boca y en parábolas hablaré de cosas escondidas desde la
fundación del mundo.»
Jesucristo manifestó diversos dones y
ministerios en esta Tierra, sin embargo, una de las principales formas en que
fue conocido era como maestro. Mucho de lo que vemos de Él tiene que ver con la
enseñanza y las “herramientas didácticas” que utilizó. La parábola, tal como
estaba profetizado, es una de ellas, simple de recordar y transmitir, muy
poderosa en sus resultados. De ahí que Jesucristo mismo nos “habilita”
especialmente para utilizar las herramientas didácticas más adecuadas a la
enseñanza de Su Palabra, siendo ésta uno de los ministerios que más tiempo y
personas ocupa dentro de la Iglesia; mientras que el don de evangelista lo
tiene alrededor del 10 % de los creyentes y no más, el don de maestro, en sus
diversas formas, abarca un mayor porcentaje de cristianos. No es que sea más
importante, simplemente es necesario que se desarrolle más tiempo que muchos
otros.
Dicho esto, volvemos sobre un tema del que
hablamos hace un tiempo atrás, los problemas multidimensionales, y sobre el
esquema que presentamos en ese momento. Por supuesto que no es un esquema
“bíblico” en el sentido de que uno no lo va a encontrar en las páginas de las
Escrituras, pero es una ayuda didáctica para entender y aconsejar. Para
recordar su explicación puede leerse el artículo: “Problemas
multidimensionales: ¿los demonios, las personas, yo o Dios? ¿Quién tiene la
culpa…?”.
Utilizando ese esquema podemos representar al
problema como una “nube gris” que se gesta entremedio de los cuatro vértices,
indicando que, normalmente, cualquier conflicto tiene que ver con mis propios
errores y pecados, con la infaltable acción del reino de las tinieblas, con
otras personas y, en definitiva, con Dios que lo está permitiendo con algún
propósito (esquema n° 1). Es decir, con este dibujo podemos explicar los cuatro
componentes de un problema, para evitar la visión simplista que pretende
encontrar soluciones fáciles y rápidas que normalmente no ocurren. Sobre eso
hablamos en el artículo citado más arriba.
Ahora bien, los cuatro vértices no son cosas
separadas sino profundamente interrelacionadas, por lo que dibujamos flechas
que los vinculen en ambos sentidos. La flecha de Dios hacia nosotros implica
todo lo que viene de él: Su amor, Su protección, Sus promesas pero también Su
disciplina, y atraviesa la “nube del problema” precisamente porque es lo que
Dios utiliza para perfeccionarnos y es “a través del problema” que se quiere
revelar de una nueva forma, tal como vemos que hizo a lo largo de la historia
bíblica. La flecha de nosotros hacia Dios, obviamente, tiene que ver con
nuestra respuesta, nuestras oraciones, nuestra obediencia, nuestra búsqueda… o
nuestra falta de ello. Luego tenemos las flechas que van y vienen desde Dios
hacia el reino de las tinieblas y hacia las otras personas (involucradas en el
problema): ahí podemos simbolizar la relación que hay entre ellos en función
del problema que estamos tratando, qué quiere lograr el Señor en las otras
personas, cómo ellas se relacionan (o no) con Dios, qué le permite o no hacer a
las tinieblas, qué propósitos tienen “hacia Dios” Satanás y los demonios, y
cómo todo eso influye en nosotros a través del problema en cuestión.
En otro vértice tenemos a “las personas”, es
decir, los involucrados en el problema. Puede ser uno, algunos o muchos,
normalmente nunca es solo uno, por más que uno sea el que nos esté enfrentando
o con el que tengamos problemas; siempre “detrás de ese uno” hay alguna
estructura social, círculo de relaciones, familia, amigos, etcétera, que lo
están influyendo de manera directa o indirecta a favor o en contra de nosotros.
La flecha que va desde los otros hacia nosotros probablemente contenga la manifestación
del conflicto, sus expectativas no cumplidas, sus odios, su enojo. La flecha
que va desde nosotros hacia los otros indica nuestras propias expectativas
incumplidas, nuestros propios conflictos, odios, rencores, etcétera. La flecha
de las tinieblas hacia los otros simboliza, claro está, la acción satánica para
generarnos problemas: la mejor forma que tienen para obstaculizarnos es a
través de personas, porque así permanecen en lo oculto y es mucho más difícil
identificarlos, además de qué a una persona no se la puede reprender como a un
demonio. La flecha en el sentido contrario indica la respuesta de los otros
hacia las influencias satánicas: normalmente de aceptación si se trata de un
problema que nos afecta, pero también puede haber un rechazo.
La flecha de las tinieblas hacia nosotros
indica la acción directa de los demonios, a través de problemas espirituales,
“cosas” que ocurren o no ocurren, presiones, y demás. La flecha de nosotros
hacia las tinieblas indica nuestra respuesta, tanto si aceptamos sus
sugerencias e ideas como si los reprendemos en el nombre de Cristo.
A partir de ese esquema podemos “desmenuzar”
el conflicto y determinar cómo intervenimos: hacia el mundo espiritual
(haciendo guerra espiritual enfocada), hacia los otros (cambiando nuestras
conductas, hablando si es posible con ellos, buscando ayuda humana), hacia Dios
(poniéndonos de acuerdo en lo que Él quiere lograr, orando por solución) y
hacia nosotros mismos (cambiando nuestra forma de pensar y actuar, cambiando
hábitos).
A partir de este esquema podemos reconocer
que hay una “alianza tácita o expresa” entre las tinieblas, la sociedad y
nosotros, por más que no nos guste, y que debemos romper esa alianza (figura n°
2), que hay un área “predecible” porque actúa según leyes definidas que podemos
conocer, y un área “poco predecible” porque está sujeta a una voluntad
cambiante (figura n° 3).
Podemos representar distintas dinámicas, por
ejemplo, cómo empezamos “atravesando” el problema y dirigiéndonos a Dios, para
que luego Él obre en nosotros, en el mundo espiritual y en los otros (figura n°
4). O cómo podemos buscar una solución más fácil, “rodeando” el problema y
dirigiéndonos hacia el mundo espiritual y social, tratando de luchar con
nuestras propias fuerzas y recibiendo la represalia de ellos (figura n° 5).
Podemos indicar cómo Dios nos manda a hacer
guerra espiritual enfocada y a tratar con sabiduría a las otras personas
(figura n° 6). Podemos mostrar como Dios actúa trayendo confusión en nuestros
enemigos (figura n° 7).
También podemos explicar los “tres niveles”
del problema: nosotros, los otros y Dios, o el “eje central” del problema y la
periferia (figuras n° 8 y 9).
Bueno hermanos, esto es simplemente una
herramienta que espero sea de utilidad en la consejería y en nuestra vida
personal.
Danilo Sorti
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