Job 1:20-22 RVC
20 Entonces Job se levantó y se rasgó las
vestiduras, se rapó la cabeza en señal de luto, y con el rostro en tierra adoró
al Señor,
21 mientras decía: «Desnudo salí del vientre
de mi madre, y desnudo volveré al sepulcro. El Señor me dio, y el Señor me
quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!»
22 Y en todo esto Job no pecó ni le atribuyó
al Señor ninguna mala intención.
No voy a hacer aquí una descripción de lo que
significó para Job perder prácticamente en un instante todo: familia, recursos,
prestigio, posición social, y un poco después, hasta la salud e incluso la paz
para dormir, y un poquito después, el apoyo de lo único que le quedaba;
conyugue y amigos. Cualquiera podía decir que Dios mismo se le ha puesto en
contra.
La revelación del amor de Dios y su
misericordia no es exclusiva del Nuevo Testamento, siempre ha estado entre los
santos fieles de cualquier época, aunque generalmente con menor claridad. Tan
temprano como en la época en que vivió Job ya se sabía de un Dios de
misericordia y justicia, y lo que estaba viviendo parecía no tener nada que ver
con ese concepto tan básico. Precisamente Dios estaba por cambiar ese “concepto
básico” para que las gentes tuvieran una comprensión más profunda.
Pero el hecho que nos interesa es que, en
medio de tanta pérdida y sin saber por qué ni tener la más mínima suposición de
causa, Job se encuentra de repente con la crisis de un lado y con Dios “del
otro”, si es el Dueño del Universo, también es el que permitió o incluso
provocó todo ese caos, ¿y entonces?
Como tenemos la ventaja de contar con todo el
relato ya escrito, conocemos el final, pero cuando Job se vio de improviso en
la “introducción”, ¿qué podía hacer?
Nunca negó el dolor, “se levantó y se rasgó
las vestiduras, se rapó la cabeza en señal de luto”, pero tomó una decisión muy
diferente a la mayoría de los hombre, porque acto seguido, “con el rostro en
tierra adoró al Señor”. Aquí está la diferencia.
Por cierto que luego tuvo duros conflictos
con su fe, hasta que Dios mismo tuvo que aclararle que no era un Dios
caprichoso como Job pensaba, además de trabajar con hilos muy sutiles de
orgullo que había en su corazón y que incluso a nosotros nos es difícil de
detectar leyendo el libro. Pero todo eso vino después; lo sabemos en lo
profundo de nuestro espíritu, pero de ninguna manera evita el shock inicial, el
momento en el que todavía no sabemos lo que sabremos al final del proceso
(obviamente…).
Cuando ocurre la “experiencia de la noche
oscura” sólo estamos nosotros, el conflicto (que siempre implica pérdida, real
o potencial) y Dios. Allí no vale de mucho reprender o atar demonios; allí está
Dios, en medio de la crisis, en medio del juicio. Allí no está todavía la
revelación más profunda de Dios que tendremos al finalizar el proceso, ni el
conocimiento que alcanzaremos, ni los nuevos horizontes que se nos abrirán,
allí nos encontramos sorpresivamente con un Dios que actúa de una manera
impensada, hasta “inconsecuente”, incluso “contraria” a Su Palabra.
Pero extrañamente sabemos que Él es Dios y
que tiene todo el derecho de hacer y deshacer como quiera:
Jeremías 45:4 RVC
4 Pero yo, el Señor, te digo que puedo
destruir lo que antes construí, y también arrancar lo que antes planté, es
decir, toda esta tierra.
Pero, ¿por qué quiere “destruirnos”?
Job no sabía la respuesta y ningún santo fiel
que entre en el proceso probablemente la sepa. Distinto es el caso del pecador
o el hipócrita; ellos saben perfectamente que merecen tal juicio, que en su
caso normalmente es para destrucción, no para corrección.
¿Qué actitud tomamos? Aquí ocurre una
separación clave, por esas situaciones límites llegan a lo más profundo del
corazón humano y saca a luz lo que de otra forma permanece oculto durante años,
a veces toda la vida si es que no se viven momentos así. Esa decisión clave que
ocurre es seguir confiando en Dios o enojarse con Él. Pero nos enojamos contra
Dios cuando en realidad estamos suponiendo alguna mala intención, es decir,
“Dios no es tan bueno como dice”. Esta es la raíz del pecado de Satanás.
Por cosas mucho menores ya dudamos de Él, y
precisamente ahí está la clave de lo que venimos diciendo: DUDAMOS DE ÉL, no de
una doctrina, o incluso de Su revelación. Y lo que un Dios personal quiere no
es que amemos Sus enseñanzas, o Sus cualidades, o Su Palabra, todo lo cual está
muy bien pero es incompleto, Dios quiere que lo amemos a Él y que tengamos un
encuentro con Él Job no pudo tenerlo a pesar de que contaba con todo lo
necesario como para hacerlo, hasta que todo le fue quitado y no le quedó nada
más que Dios.
Cuando enfrentamos la crisis solo nos queda
Dios, a quien no vemos, por eso Jesús dijo:
Juan 20:29 RVC
29 Jesús le dijo: «Tomás, has creído porque
me has visto. Bienaventurados los que no vieron y creyeron.»
Inevitablemente seremos probados, algunos ya
lo han sido, otros lo están siendo (algunos por mucho tiempo), pero al final
del tiempo, antes de que la Iglesia fiel sea llevada al encuentro con su Señor,
todos lo serán. ¿Estaremos preparados para ese día? Podemos esperar que Dios
venga a nuestro encuentro mientras seguimos nuestra vida como mejor nos parece,
y Dios lo hará, pero probablemente no sea un momento muy agradable, y para nada
fácil. O podemos ir directamente al encuentro ahora que todavía tenemos, como
Job, una relativa tranquilidad y comodidad como para hacerlo; la hora de prueba
inevitablemente llegará, pero nos encontrará de una forma muy diferente, porque
ya sabremos Quién está detrás de ella y cuáles serán Sus planes.
Mientras tanto, cuando enfrentamos las
experiencias “de la noche oscura”, ¿podremos decir como Job, «Desnudo salí del
vientre de mi madre, y desnudo volveré al sepulcro. El Señor me dio, y el Señor
me quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!» Es decir, ¿podremos estar tan
despojados de nosotros mismos como para que no haya pérdida que sea más grande
que Dios? ¿Podremos seguir confiando en Él aún cuando parezca que se ha vuelto
nuestro enemigo, que ha perdido todo interés en nuestro bienestar, que incluso
fortalece a los que nos hacen daño?
Apocalipsis 2:10 RVC
10 No tengas miedo de lo que vas a sufrir,
pues el diablo pondrá a prueba a algunos de ustedes y los echará en la cárcel,
y allí tendrán que sufrir durante diez días. Tú sé fiel hasta la muerte, y yo
te daré la corona de la vida.
Dios no “necesita” nuestras ofrendas, ni
nuestro servicio, ni muchísimo menos nuestro dinero o recursos, que de
“nuestros” no tienen nada. Tampoco necesita nuestro testimonio ni nuestra vida
en santidad. Él no nos necesita para extender Su reino aunque así lo ha
dispuesto; Él está buscando nuestra fidelidad, no nuestro éxito ni nuestros
logros, ni cuantas personas llevemos a Cristo.
Esa fidelidad es la que puede seguir creyendo
en medio de la noche oscura, incluso cuando esa noche dura años o décadas. Él
sigue siendo Dios, Él sigue siendo fiel, Él sigue siendo quien dice que es SIN
IMPORTAR qué permita que nos pase o durante cuánto tiempo lo permita. ¿Hallará
corazones fieles cuando venga? ¡Señor, que el mío siempre se mantenga fiel a
Ti!
Danilo Sorti
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