Juan 17:1-4 RVC
1 Jesús habló de estas cosas, y levantando
los ojos al cielo, dijo: «Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para
que también tu Hijo te glorifique a ti;
2 como le has dado potestad sobre toda la
humanidad, para que dé vida eterna a todos los que le diste.
3 Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
4 Yo te he glorificado en la tierra; he
acabado la obra que me diste que hiciera.
“Padre, la hora ha llegado” es una de las
frases más serias y “sobrenaturales” que alguien puede decir. Seria porque
implica la culminación de algo largamente anunciado, y un cierto desenlace que
puede no ser tan agradable. “Sobrenatural” (aunque no me gusta usar esa
palabra) porque está más allá de lo que los hombres pueden llegar a planificar
y prever.
Pues bien, se trata de la culminación de
algo, luego de lo cual viene la glorificación, es decir, el paso a un estado de
recompensa, de “gloria”, por haber cumplido una misión satisfactoriamente. Para
esa misión había recibido, no solo la comisión del Padre, sino también la
autoridad, la “potestad sobre toda la humanidad”, tal como dice el versículo 2.
Era autoridad no para construir un imperio, ni para ser reverenciado por los
hombres, ni siquiera para cambiar las leyes, sino (¡y nada menos!) que para dar
vida eterna, pero tampoco a “todos” sino a aquellos a quienes el Padre le
enviara.
¿En qué consistía esa vida eterna? ¿Alguna
especie de impartición mística? Nada de eso: “Y ésta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”
Por más que alcanzar la vida eterna es un hecho totalmente espiritual, implica
el conocimiento tanto del verdadero Dios como de Su enviado, y para eso
resultaba necesaria la proclamación de las Buenas Nuevas.
Cumplir esa misión implicó glorificar a Dios en
la tierra, y cuando Jesucristo terminó con esa obra pudo decir: “he acabado la
obra que me diste que hiciera.” Ahora bien, acá parece que hay una discordancia
entre recibir la autoridad sobre TODA la humanidad y haber terminado la obra
luego de predicar SOLAMENTE en Israel y sus alrededores. Bueno, para nosotros
es claro por qué aunque no creo que para los apóstoles que lo estaban
escuchando lo fuera tanto. Pero lo importante aquí es que “terminar la obra” no
significó para Jesús que todo el mundo hubiera escuchado, hasta ese momento,
sino haber comenzado el proceso que concluiría con que todos escucharan
claramente. Él terminó “la obra” porque terminó “su parte” de la obra, claro,
¡la más importante!, pero no la única.
Juan 17:5-8 RVC
5 Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado
tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera.
6 »He manifestado tu nombre a aquellos que
del mundo me diste; tuyos eran, y tú me los diste, y han obedecido tu palabra.
7 Ahora han comprendido que todas las cosas
que me has dado, proceden de ti.
8 Yo les he dado las palabras que me diste, y
ellos las recibieron; y han comprendido en verdad que salí de ti, y han creído
que tú me enviaste.
Aquellos que podían creer bajo el ministerio
de Jesús, creyeron, y con ellos se completó la obra terrenal de Cristo, que
implicaba proclamar el nombre de Dios.
La obra de la Iglesia durante estos dos mil
años ha sido continuar la obra que Cristo comenzó en la Tierra; ser un testigo
del amor del Padre, y como tal, selló el testimonio con su propia vida. Por
supuesto que Su sacrificio significó mucho más que un simple “martirio”, pero
en un sentido más básico, también fue eso. Nosotros hemos sido comisionados
para completar ese testimonio, y tenemos un paralelo en Elías: en Horeb Dios le
comisiona para hacer tres cosas, de las que solo hizo una pero su discípulo,
Eliseo, completó las otras dos; o incluso en el mismo Abraham, que recibió la
promesa de una tierra que en realidad comenzaron a poseer sus descendientes
recién más de cuatrocientos años después.
Nosotros completaremos la obra, y falta poco
para eso a pesar de que la “cantidad” de testimonio faltante sea materialmente
mucho, ya que el testimonio será grandemente acelerado en estos tiempos
finales.
Los tiempos que nos toca vivir son cada vez
más difíciles y el pecado se está soltando como nunca antes, pero nunca debemos
perder la perspectiva del Reino de Dios y, fundamentalmente para nosotros, la
esperanza cierta de completar la obra. Es decir, nosotros somos la generación
que podrá hacer suyas las palabras de Cristo: “Señor, hemos acabado la obra que
nos diste que hiciéramos”, hablando nosotros en nombre de todos los santos de
la historia del cristianismo. ¡Por eso ellos esperan ansiosamente por nosotros!
Ellos son la nube de testigos, pero su obra no estará completa hasta que
nosotros no terminemos nuestra obra.
En lo que estamos haciendo nosotros hoy, y en
lo que será hecho en breve, no solamente seguimos las enseñanzas del Señor,
sino que también tomamos de todo lo que el Espíritu ha hablado por medio de
nuestros hermanos de todos los tiempos, sus palabras y hechos son también parte
del cimiento sobre el cual estamos edificando ahora, y por eso lo de ellos no
está todavía completo, porque no se completa hasta que TODO el edificio lo
esté.
¿Eso significa que todos los hombres creerán?
No, no pasó en los tiempos de Jesús, de hecho, cuando el Señor hace esta
oración sólo había once con Él y un grupo de algunos cientos medio disperso y
temeroso por ahí. Claramente Jesús confrontó a algunos diciéndoles que eran de
su Padre el Diablo, con lo que cerraba las puertas a su conversión (en
realidad, ya la habían cerrado ellos hacía tiempo). Pero todos habían
escuchado, algunos se convirtieron en ese tiempo, muchos lo harían después, y
(lamentablemente) muchos más no lo harían nunca. Pero Jesús terminó Su obra (en
realidad, la estaba por terminar en las horas próximas) y por lo tanto tenía
derecho a Su recompensa en gloria.
De la misma forma, cuando nosotros terminemos
el testimonio, también tendremos derecho a nuestra recompensa prometida por
pura gracia (no porque la merezcamos, como Cristo) y eso explica el rapto, que
suele ser objeto de mucha controversia en algunos ámbitos: simplemente, cuando
los testigos terminan su testimonio, ¡terminaron todo lo que tenían que hacer y
son quitados! Los embajadores son devueltos a casa, los que proclaman son
quitados porque ya no hay más nada que decir, los siervos completaron su
servicio y se van a descansar, el trabajador completó la jornada laboral y
vuelva a su casa, los soldados son llamados fuera del campo de batalla y los
edificadores ya no son necesarios porque se terminó la construcción.
Y aunque esperamos la última gran cosecha, la
más grande de toda la historia, que los profetas vienen anunciando desde hace
años, sabemos también que son muchos más los que no creerán, tal y como ocurrió
durante el ministerio terrenal de Jesucristo. Pero cuando el Señor fue quitado
y tiempos más oscuros comenzaron para la naciente iglesia, muchos llegaron a
creer, y así muchos también creerán en medio de las tremendas tribulaciones que
vendrán, gracias al testimonio que habremos dejado en esta tierra.
Aunque no sabemos ni el día ni la hora,
sabemos que pronto el Espíritu Santo pondrá estas palabras en nuestras bocas,
en todo el mundo: “Hemos terminado, Señor, la obra que nos diste que
hiciéramos, hemos dado a conocer tu nombre a aquellos que del mundo nos diste,
tuyos eran y tú nos los diste, y han obedecido Tu Palabra. Les hemos dado las
palabras que nos diste y las recibieron y comprendieron, y entendieron que Tu
nos enviaste. Ahora, glorifícanos al lado tuyo con la gloria que nos has
prometido”.
No sé cuál será el día en que partiremos,
alguien profetizó en algún lugar que sería un domingo, el día del Señor. No
puedo afirmarlo, pero no sería demasiado extraño. Como sea, creo que el último
día de reunión que tengamos en esta Tierra, en todo el mundo, la iglesia fiel
dirá, inspirada por el Espíritu, estas palabras.
Mientras tanto, animémonos unos a otros con
estas palabras y fortalezcámonos en ellas para no desmayar en la recta final.
Danilo Sorti
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