miércoles, 16 de mayo de 2018

487. ¡Cada mañana se renuevan Sus misericordias!


Lamentaciones 3:19-26 RVC
19 Tan amargo como la hiel es pensar en mi aflicción y mi tristeza,
20 y lo traigo a la memoria porque mi alma está del todo abatida;
21 pero en mi corazón recapacito, y eso me devuelve la esperanza.
22 Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos; ¡nunca su misericordia se ha agotado!
23 ¡Grande es su fidelidad, y cada mañana se renueva!
24 Por eso digo con toda el alma: «¡El Señor es mi herencia, y en él confío!»
25 Es bueno el Señor con quienes le buscan, con quienes en él esperan.
26 Es bueno esperar en silencio que el Señor venga a salvarnos.

A Jeremías le tocó atravesar el más duro juicio de Dios sobre una nación en esa época; no lo voy a detallar aquí pero todo el libro de Lamentaciones lo explica muy bien. No es algo meramente histórico, cada día se hace más actual. ¿Cómo enfrentar una aflicción tan grande?

Lamentaciones no se refiere a una catástrofe personal, sino nacional. Ahora bien, podemos pasar como individuos situaciones realmente devastadoras, pero al menos nos queda el consuelo de que hay otros a nuestro alrededor que nos pueden ayudar, que no estamos “solos”, que existe una sociedad en la que podemos buscar algún tipo de refugio. Sin embargo, cuando toda una nación es destruida eso ya no es posible, ¡no hay adónde ir!

“Tan amargo como la hiel es pensar en mi aflicción y mi tristeza”, así de terrible fue lo que se desató sobre la nación, tanto que el profeta, quien tenía una íntima comunión con Dios, confesó: “mi alma está del todo abatida”. El panorama es de extrema desesperanza, la máxima desesperanza que alguien pudiera llegar a ver, ni siquiera imaginar.

“pero en mi corazón recapacito, y eso me devuelve la esperanza” Si leemos esta línea con los ojos del Nuevo Pacto nos damos cuenta de que aquí está la acción del Espíritu Santo, es decir, cuando estamos “recapacitando” no solamente estamos haciendo un proceso mental humano, también estamos permitiendo que el Espíritu nos hable. Pero más que nada, cuando leemos “esperanza” nos damos realmente cuenta de que allí está Dios obrando.

¿Cómo podría haber esperanza en la situación que estaba viviendo, de juicio divino? Una cosa es que Satanás nos ataque, aunque eso también es permitido por Dios, hemos recibido la autoridad para hacerle frente. Pero otra muy diferente es que Dios mismo se ponga en contra de una nación o una sociedad entera, ¿a quién iremos a pedir ayuda…?

Pero hay una gran diferencia entre los juicios de destrucción y los juicios de corrección, por más que en la práctica sean lo mismo. Cuando Dios ha decidido destruir una nación ya no habla más, ya no hay  más nada que decir y no hay esperanza posible porque la última fuente de toda esperanza es Dios (incluso para los hombres que no lo reconocen). Sin embargo, cuando Dios envía un juicio de corrección hay una esperanza en medio del desastre, pero no es humana, no viene del empuje o la garra de las personas que están atravesando la dificultad, sino que viene de Dios mismo.

Es un poco difícil explicar esto de la manera correcta, en realidad, solo lo entienden adecuadamente aquellos que lo viven. Se trata de una paz interior de que “al final las cosas se van a arreglar”, y que puede no ser para nada “lógica” o razonable. Y esto fue posible en Jeremías porque él sabía perfectamente por qué venía ese desastre, y sentía en sí mismo el terrible enojo de Dios, pero precisamente porque conocía a Dios y podía escuchar Su voz, también conocía Su misericordia y podía escuchar Su consuelo.

La esperanza es lo opuesto al temor, y tiene que ver principalmente con Dios Padre; está relacionada con el “funcionamiento del mundo” y significa que “las cosas” se van a acomodar de tal forma que en un futuro relativamente próximo podremos estar mejor. Los juicios más terribles que pueda soportar el ser humano también tienen que ver con Dios Padre, y suceden cuando Su paciencia se ha agotado y las personas han rechazado decididamente la revelación de Dios Espíritu y el testimonio de Dios Hijo.

“Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos”, y eso hubiera podido pasar perfectamente. ¿Cuántos pueblos en la antigüedad eran arrasados por los imperios, destruidos completamente, y más una nación relativamente pequeña como Judá. Grandes imperios dejaron de existir y se convirtieron en recuerdo, ¿Qué no podía pasar con el pequeño territorio de Judá y Jerusalén? Sin embargo, en medio de un desastre que desde todo punto de vista parecía estar completamente fuera de control, Dios cuidó al remanente.

“¡nunca su misericordia se ha agotado! ¡Grande es su fidelidad, y cada mañana se renueva!” Entendamos bien que estas frases no fueron dichas en medio de algún problema cotidiano, sino en medio del mayor caos nacional que había pasado Israel. Pero acto seguido Jeremías dijo:

24 Por eso digo con toda el alma: «¡El Señor es mi herencia, y en él confío!»
25 Es bueno el Señor con quienes le buscan, con quienes en él esperan.
26 Es bueno esperar en silencio que el Señor venga a salvarnos.

El mismo profeta que anunció un desastre inminente es el que podía tener confianza y esperanza en medio de ese desastre. Sus conciudadanos, que nunca atinaron a aceptar el juicio que se les venía encima, tampoco pudieron (los sobrevivientes) mantener esa fe y esa esperanza.

Parece paradójico pero es perfectamente entendible, porque en el fondo se trata de conocer al Dios que hace tanto lo uno como lo otro.

“¡Nunca Su misericordia se ha agotado!”, y por eso el Señor siempre deja un remanente de aquellos que en medio de los juicios se vuelven a Él. Los juicios de purificación del Señor siempre vienen con una “carga” de esperanza, que aquellos que se vuelven a Él pueden recibir.

Esa esperanza es la que nos mantiene firmes en medio de las tormentas más grandes. Es un error negar Sus juicios y desconocer lo que viene anunciando (y que ya estaba escrito), pero es igualmente un error caer en la desesperanza.

Y algo maravilloso es que esta revelación no la tenemos en los Evangelios, sino en uno de los profetas del Antiguo Testamento, la tenemos en el contexto de “mayor dureza” de Dios, como solemos pensar. La misericordia de Dios no es algo que “se inventó” en el Nuevo Pacto, siempre estuvo, solo se “perfeccionó” a través de Cristo.

Hermanos, seamos preparados en la misericordia divina, no en la ignorancia de lo por venir, sino en la protección y el poder para atravesar las dificultades que Dios nos da.

Danilo Sorti




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