1 Juan 2:5 RVC
5 El amor de Dios se ha perfeccionado
verdaderamente en el que obedece su palabra, y por esto sabemos que estamos en
él.
Romanos 5:5 RVC
5 Y esta esperanza no nos defrauda, porque
Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha
dado.
1 Corintios 13:4-7 RVC
4 El amor es paciente y bondadoso; no es
envidioso ni jactancioso, no se envanece;
5 no hace nada impropio; no es egoísta ni se
irrita; no es rencoroso;
6 no se alegra de la injusticia, sino que se
une a la alegría de la verdad.
7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta.
Sabemos que Dios es amor y que el amor es la
base de nuestra fe, pero “vivir en amor” sigue siendo un concepto difícil. Lo
repetimos, lo creemos, podemos sentirlo emocionalmente y podemos tratar de
ponerlo en práctica, pero normalmente se nos escapan muchas de las dimensiones
de ese amor.
Precisamente una de esas facetas tiene que
ver con superar el pecado. En I Juan leemos que el amor de Dios se perfecciona
en el que obedece la Palabra, esto es, en el que se despoja del pecado, y en
Romanos vemos que Dios nos ha dado esa clase de amor, pero ¿cómo es que el amor
de Dios nos ayuda a librarnos de pecado? ¿No se supone que nosotros debemos
abandonar el pecado, dejar de pecar, esforzarnos por hacer lo bueno? De hecho,
el pecado es “bien nuestro” y no es algo que Dios quita “por arte de magia”. El
Señor hace milagros y sanidades instantáneas, la salvación se obtiene por una
decisión de un momento y si Él quiere, no tiene ningún problema en trastornar
naciones enteras o cambiar decisiones de gobernantes, ¡pero no quita nuestro
pecado así de fácil! Es algo que tenemos que hacer nosotros… pero que no
podemos si no es por Su poder… resulta medio complicado el tema…
No voy a hablar de todas las dimensiones del
pecado y de la santificación, pero quiero analizar una: si no tenemos una
revelación lo suficientemente profunda del amor de Dios, o mejor dicho, de
cuánto nos ama Dios, difícilmente podremos arrepentirnos y cambiar de vida.
Hay pecados que son claramente nocivos y que
la misma persona es plenamente consciente de su daño, en esos casos
prácticamente no hay problema para dejarlos. Pero hay pecados más sutiles,
profundos y que llegan a constituir la estructura de personalidad de un
individuo: el orgullo, ciertas actitudes o formas de responder, o un conjunto
más enmarañado de actitudes y pensamientos que han llegado a moldear la vida de
la persona por años e incluso resultaron “aceptados” por los otros (al menos,
tolerados). Reconocer que toda esa configuración de vida es pecado implica
desechar mucho de lo que se ha vivido y creído durante años, propiamente, una
“personalidad”, buena parte de lo que hemos creído que somos; a veces puede ser
como abandonar prácticamente “todo lo que somos”, reconociendo que hemos vivido
mal, que nos hemos perdido muchísimas bendiciones de Dios que no volverán.
Claro, nos gusta repetir versículos como:
2 Corintios 5:17 RVC
17 De modo que si alguno está en Cristo, ya
es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!
Gálatas 6:15 RVC
15 Porque en Cristo Jesús nada valen la
circuncisión ni la incircuncisión, sino una nueva creación.
Pero en el paso del viejo hombre a la nueva
creación hay un trecho que sí o sí requiere reconocer que se ha vivido una vida
inútil, echarla a la basura y aceptar la nueva, en donde se comienza “de cero”,
recorriendo una transición que no suele resultar fácil.
Pero, ¿cómo “echar a la basura” años de vida
que me han dado un lugar o al menos, una “justificación” ante mis ojos de que
lo que hacía “estaba bien”? Tendré que reconocer que estuve equivocado y
engañado durante años, que incluso engañé a otros, que infligí sufrimiento
injusto en muchos, que no hice la perfecta voluntad de Dios y que por lo tanto
la obra del Señor sufrió pérdida por causa mía y que quizás personas se han ido
al infierno por eso, o ministerios se han truncado, o han sido abortados. No se
puede dejar el pecado sin reconocerlo, y no se puede reconocerlo sin entender
sus consecuencias. Pero, he aquí la cuestión; reconocerlo y entender sus
consecuencias puede ser una carga demasiado grande; implica reconocernos como
indignos, pecadores, implica reconocer que pensábamos ser una cosa que no
éramos, implica HUMILLACIÓN, no porque nos tiremos a llorar a moco tendido en
medio de la plaza, sino porque delante de nosotros mismos, en la intimidad, y a
veces ante los hombres, reconocemos que no somos lo que pensábamos.
Esta es una carga muy pesada y la mayoría de
las personas, aún cristianos, prefiere seguir como estaba, “olvidando” el
asunto y arreglándoselas más o menos con su pecado o su media santidad, que, al
fin y al cabo, no resultó tan terrible…
Solamente cuando el amor con que Dios nos ama
se revela a nuestro corazón es que podemos aceptar la maldad que mora en
nosotros, podemos aceptar que hemos desperdiciado tantos años de nuestra vida,
que hemos causado mal, que hemos cerrado el canal de bendición de lo Alto y eso
ha traído consecuencias eternas. Ese amor está indisolublemente unido al
perdón, y por eso Jesús dijo:
Lucas 7:47 RVC
47 Por eso te digo que sus muchos pecados le
son perdonados, porque amó mucho. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.»
Sólo pudo “amar mucho” porque abrió su
espíritu a Dios y recibió mucho amor de Él. ¿Acaso Dios tiene “poco amor” para
alguien…? Cuando recibió mucho amor, reconoció sus muchos pecados y entendió
que en Jesús había perdón, y por eso, rompiendo toda norma social, honró al
Señor en medio de una indigesta cena de fariseos con un acto de adoración casi
único en los Evangelios. Se me ocurre pensar que Jesús no habría aceptado la
invitación si no hubiera sabido que eso ocurriría, ¡sentarse a comer con todos
esos hipócritas…!
Sólo el amor de Dios, que es igual a Su
perdón, nos permite deshacernos de nuestra vida de pecado, y eso implica
literalmente la muerte de mucho de nuestro yo, de todo el viejo “yo”.
Cuando recibimos ese amor ENTONCES el pasaje
de I Corintios se hace real en nosotros, porque se nos aplica:
·
Entendemos la paciencia de Dios para que lo conozcamos y nos arrepintamos,
y podemos tener paciencia con nosotros para cambiar
·
Entendemos la bondad de Dios para con nosotros y no somos duros en el trato
con nosotros mismos
·
Entendemos que Dios no nos compara y por eso nos puede aceptar a pesar de
que seamos mucho peores que otros, y por eso nos aceptamos también
·
Entendemos que Dios no nos “pasa por la cara” Su propia santidad y
perfección, y por ello sabemos que no necesitamos jactarnos de nada delante de
nadie por lo que podemos aceptar nuestro error y cambiar ante la sociedad
·
Entendemos que Dios no está separado de nosotros y no necesitamos construir
nuestro propio yo fortalecido y resguardado de todos, podemos abrirnos y ser
tal cual somos, muy imperfectos y en proceso, pero amados y cuidados, por lo
que no hay envanecimiento
·
Entendemos que Dios no nos humilla, así que no tenemos que humillarnos a
nosotros mismos
·
Entendemos que Dios, siendo perfecto, no es egoísta sino que se ha dado
todo por nosotros y se continúa dando, por lo que nosotros podemos dejar
aquello que valorábamos antes pero que no sirve
·
Entendemos que Dios no es impaciente e irascible, por lo que podemos tener
paciencia con nuestra propia debilidad
·
Entendemos que Dios no busca vengarse de lo mal que nos portamos, sino que
en Cristo nuestros pecados perdonados son olvidados, por lo que no tenemos que
traerlos a la memoria y podemos disfrutar de Sus bendiciones
·
Entendemos que Su mayor gozo es la verdad y la justicia, por lo que dejamos
de alegrarnos en lo malo y al poner nuestra dicha en lo bueno, la santidad
viene sola
·
Entendemos que al ser sufrido podemos soportar las dificultades sabiendo
que Él sigue con nosotros
·
Entendemos que al creerlo todo siempre tiene confianza en nuestra decisión
de cambiar, y nosotros también podemos tenerla, por más que fallemos a veces
·
Entendemos que al ser paciente puede esperar nuestros tiempos y nuestros
procesos, y nosotros también
·
Entendemos que al soportarlo todo puede tolerar que nos acerquemos a
adorarlo y amarlo como niños que cinco minutos atrás estuvieron haciendo
berrinches y peleándose, llenos de mocos y suciedad… y nos recibe con un abrazo
de amor
Y cuando entendemos y vivimos todo esto, que
no son más que diversas facetas del amor, es que lo podemos aplicar a nosotros
mismos y podemos vivir “naturalmente” en santidad no fingida, y junto con ella,
amar sinceramente a los hermanos.
La otra cara es la “apariencia de santidad”,
que consiste en esforzarse por cumplir ciertos requisitos y normas por esfuerzo
propio pero sin haber gustado nunca del genuino amor de Dios. Quizás eso podía
funcionar años atrás, más o menos, delante de los ojos de los hombres; pero por
cierto que ya no. Eso es fariseísmo y es, creo yo, el pecado que Dios más
aborrece: reemplazar Su amor que está dispuesto a brindar sin medida a todo
aquel que lo busque y sin que tenga que santificarse antes (porque solo ese
amor lo puede santificar) por el orgullo, en realidad, “amor propio”.
¿Cómo oraremos por nuestros hermanos que
pecan contra nosotros? De la misma forma: que les sea revelado el verdadero
amor de Cristo, para que vean su error y tengan la fuerza para cambiar. ¿Todos
cambiarán? No, el amor también puede ser rechazado, y es algo tan terrible que
con razón Pablo pudo decir:
Hebreos 10:29 RVC
29 ¿Y qué mayor castigo piensan ustedes que
merece el que pisotea al Hijo de Dios y considera impura la sangre del pacto,
en la cual fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia?
Danilo Sorti
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