lunes, 7 de mayo de 2018

470. Sin el amor de Dios no podemos aceptar nuestro pecado


1 Juan 2:5 RVC
5 El amor de Dios se ha perfeccionado verdaderamente en el que obedece su palabra, y por esto sabemos que estamos en él.

Romanos 5:5 RVC
5 Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.

1 Corintios 13:4-7 RVC
4 El amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece;
5 no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso;
6 no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad.
7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Sabemos que Dios es amor y que el amor es la base de nuestra fe, pero “vivir en amor” sigue siendo un concepto difícil. Lo repetimos, lo creemos, podemos sentirlo emocionalmente y podemos tratar de ponerlo en práctica, pero normalmente se nos escapan muchas de las dimensiones de ese amor.

Precisamente una de esas facetas tiene que ver con superar el pecado. En I Juan leemos que el amor de Dios se perfecciona en el que obedece la Palabra, esto es, en el que se despoja del pecado, y en Romanos vemos que Dios nos ha dado esa clase de amor, pero ¿cómo es que el amor de Dios nos ayuda a librarnos de pecado? ¿No se supone que nosotros debemos abandonar el pecado, dejar de pecar, esforzarnos por hacer lo bueno? De hecho, el pecado es “bien nuestro” y no es algo que Dios quita “por arte de magia”. El Señor hace milagros y sanidades instantáneas, la salvación se obtiene por una decisión de un momento y si Él quiere, no tiene ningún problema en trastornar naciones enteras o cambiar decisiones de gobernantes, ¡pero no quita nuestro pecado así de fácil! Es algo que tenemos que hacer nosotros… pero que no podemos si no es por Su poder… resulta medio complicado el tema…

No voy a hablar de todas las dimensiones del pecado y de la santificación, pero quiero analizar una: si no tenemos una revelación lo suficientemente profunda del amor de Dios, o mejor dicho, de cuánto nos ama Dios, difícilmente podremos arrepentirnos y cambiar de vida.

Hay pecados que son claramente nocivos y que la misma persona es plenamente consciente de su daño, en esos casos prácticamente no hay problema para dejarlos. Pero hay pecados más sutiles, profundos y que llegan a constituir la estructura de personalidad de un individuo: el orgullo, ciertas actitudes o formas de responder, o un conjunto más enmarañado de actitudes y pensamientos que han llegado a moldear la vida de la persona por años e incluso resultaron “aceptados” por los otros (al menos, tolerados). Reconocer que toda esa configuración de vida es pecado implica desechar mucho de lo que se ha vivido y creído durante años, propiamente, una “personalidad”, buena parte de lo que hemos creído que somos; a veces puede ser como abandonar prácticamente “todo lo que somos”, reconociendo que hemos vivido mal, que nos hemos perdido muchísimas bendiciones de Dios que no volverán.

Claro, nos gusta repetir versículos como:

2 Corintios 5:17 RVC
17 De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!

Gálatas 6:15 RVC
15 Porque en Cristo Jesús nada valen la circuncisión ni la incircuncisión, sino una nueva creación.

Pero en el paso del viejo hombre a la nueva creación hay un trecho que sí o sí requiere reconocer que se ha vivido una vida inútil, echarla a la basura y aceptar la nueva, en donde se comienza “de cero”, recorriendo una transición que no suele resultar fácil.

Pero, ¿cómo “echar a la basura” años de vida que me han dado un lugar o al menos, una “justificación” ante mis ojos de que lo que hacía “estaba bien”? Tendré que reconocer que estuve equivocado y engañado durante años, que incluso engañé a otros, que infligí sufrimiento injusto en muchos, que no hice la perfecta voluntad de Dios y que por lo tanto la obra del Señor sufrió pérdida por causa mía y que quizás personas se han ido al infierno por eso, o ministerios se han truncado, o han sido abortados. No se puede dejar el pecado sin reconocerlo, y no se puede reconocerlo sin entender sus consecuencias. Pero, he aquí la cuestión; reconocerlo y entender sus consecuencias puede ser una carga demasiado grande; implica reconocernos como indignos, pecadores, implica reconocer que pensábamos ser una cosa que no éramos, implica HUMILLACIÓN, no porque nos tiremos a llorar a moco tendido en medio de la plaza, sino porque delante de nosotros mismos, en la intimidad, y a veces ante los hombres, reconocemos que no somos lo que pensábamos.

Esta es una carga muy pesada y la mayoría de las personas, aún cristianos, prefiere seguir como estaba, “olvidando” el asunto y arreglándoselas más o menos con su pecado o su media santidad, que, al fin y al cabo, no resultó tan terrible…

Solamente cuando el amor con que Dios nos ama se revela a nuestro corazón es que podemos aceptar la maldad que mora en nosotros, podemos aceptar que hemos desperdiciado tantos años de nuestra vida, que hemos causado mal, que hemos cerrado el canal de bendición de lo Alto y eso ha traído consecuencias eternas. Ese amor está indisolublemente unido al perdón, y por eso Jesús dijo:

Lucas 7:47 RVC
47 Por eso te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.»

Sólo pudo “amar mucho” porque abrió su espíritu a Dios y recibió mucho amor de Él. ¿Acaso Dios tiene “poco amor” para alguien…? Cuando recibió mucho amor, reconoció sus muchos pecados y entendió que en Jesús había perdón, y por eso, rompiendo toda norma social, honró al Señor en medio de una indigesta cena de fariseos con un acto de adoración casi único en los Evangelios. Se me ocurre pensar que Jesús no habría aceptado la invitación si no hubiera sabido que eso ocurriría, ¡sentarse a comer con todos esos hipócritas…!

Sólo el amor de Dios, que es igual a Su perdón, nos permite deshacernos de nuestra vida de pecado, y eso implica literalmente la muerte de mucho de nuestro yo, de todo el viejo “yo”.

Cuando recibimos ese amor ENTONCES el pasaje de I Corintios se hace real en nosotros, porque se nos aplica:

·         Entendemos la paciencia de Dios para que lo conozcamos y nos arrepintamos, y podemos tener paciencia con nosotros para cambiar
·         Entendemos la bondad de Dios para con nosotros y no somos duros en el trato con nosotros mismos
·         Entendemos que Dios no nos compara y por eso nos puede aceptar a pesar de que seamos mucho peores que otros, y por eso nos aceptamos también
·         Entendemos que Dios no nos “pasa por la cara” Su propia santidad y perfección, y por ello sabemos que no necesitamos jactarnos de nada delante de nadie por lo que podemos aceptar nuestro error y cambiar ante la sociedad
·         Entendemos que Dios no está separado de nosotros y no necesitamos construir nuestro propio yo fortalecido y resguardado de todos, podemos abrirnos y ser tal cual somos, muy imperfectos y en proceso, pero amados y cuidados, por lo que no hay envanecimiento
·         Entendemos que Dios no nos humilla, así que no tenemos que humillarnos a nosotros mismos
·         Entendemos que Dios, siendo perfecto, no es egoísta sino que se ha dado todo por nosotros y se continúa dando, por lo que nosotros podemos dejar aquello que valorábamos antes pero que no sirve
·         Entendemos que Dios no es impaciente e irascible, por lo que podemos tener paciencia con nuestra propia debilidad
·         Entendemos que Dios no busca vengarse de lo mal que nos portamos, sino que en Cristo nuestros pecados perdonados son olvidados, por lo que no tenemos que traerlos a la memoria y podemos disfrutar de Sus bendiciones
·         Entendemos que Su mayor gozo es la verdad y la justicia, por lo que dejamos de alegrarnos en lo malo y al poner nuestra dicha en lo bueno, la santidad viene sola
·         Entendemos que al ser sufrido podemos soportar las dificultades sabiendo que Él sigue con nosotros
·         Entendemos que al creerlo todo siempre tiene confianza en nuestra decisión de cambiar, y nosotros también podemos tenerla, por más que fallemos a veces
·         Entendemos que al ser paciente puede esperar nuestros tiempos y nuestros procesos, y nosotros también
·         Entendemos que al soportarlo todo puede tolerar que nos acerquemos a adorarlo y amarlo como niños que cinco minutos atrás estuvieron haciendo berrinches y peleándose, llenos de mocos y suciedad… y nos recibe con un abrazo de amor

Y cuando entendemos y vivimos todo esto, que no son más que diversas facetas del amor, es que lo podemos aplicar a nosotros mismos y podemos vivir “naturalmente” en santidad no fingida, y junto con ella, amar sinceramente a los hermanos.

La otra cara es la “apariencia de santidad”, que consiste en esforzarse por cumplir ciertos requisitos y normas por esfuerzo propio pero sin haber gustado nunca del genuino amor de Dios. Quizás eso podía funcionar años atrás, más o menos, delante de los ojos de los hombres; pero por cierto que ya no. Eso es fariseísmo y es, creo yo, el pecado que Dios más aborrece: reemplazar Su amor que está dispuesto a brindar sin medida a todo aquel que lo busque y sin que tenga que santificarse antes (porque solo ese amor lo puede santificar) por el orgullo, en realidad, “amor propio”.

¿Cómo oraremos por nuestros hermanos que pecan contra nosotros? De la misma forma: que les sea revelado el verdadero amor de Cristo, para que vean su error y tengan la fuerza para cambiar. ¿Todos cambiarán? No, el amor también puede ser rechazado, y es algo tan terrible que con razón Pablo pudo decir:

Hebreos 10:29 RVC
29 ¿Y qué mayor castigo piensan ustedes que merece el que pisotea al Hijo de Dios y considera impura la sangre del pacto, en la cual fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia?



Danilo Sorti




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