jueves, 3 de mayo de 2018

463. La Palabra y el testimonio


Juan 1:14 RVC
14 Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria (la gloria que corresponde al unigénito del Padre), llena de gracia y de verdad.

Apocalipsis 1:1-3 RVC
1 Esta revelación Dios se la dio a Jesucristo para que mostrara a sus siervos lo que pronto tiene que suceder. Jesucristo envió a su ángel y se la dio a conocer a su siervo Juan,
2 y éste da fe de todo lo que ha visto, y de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo.
3 Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y observan lo que en ella está escrito, porque el tiempo está cerca.

2 Timoteo 2:2 RVC
2 Lo que has oído de mí ante muchos testigos, encárgaselo a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.

Dios habló “desde el cielo” muchas veces. El zodíaco es en realidad una de las primeras profecías que tuvo la humanidad caída sobre la venida de Cristo, Su victoria y el Pueblo que nacería de Él. Nunca mejor dicho, fue una profecía “escrita en el cielo”, que luego fue corrompida por el paso del tiempo hasta transformarla en el horóscopo que conocemos hoy. Dios habló a Adán, a Noé, a Abraham, a Moisés y a tantos otros, desde el cielo, y los judíos hacia el tiempo de Jesús estaban muy contentos de tener un Dios que hablara, “desde el cielo”, ya que las otras naciones sólo tenían dioses de piedra y de palo, que difícilmente “hablaban”. Pero cuando se cumplió el tiempo:

Hebreos 1:1-2 RVC
1 Dios, que muchas veces y de distintas maneras habló en otros tiempos a nuestros padres por medio de los profetas,
2 en estos días finales nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y mediante el cual hizo el universo.

Dios se encarnó, se hizo como nosotros para hablarnos. Y luego:

Juan 16:7-8 RVC
7 Pero les digo la verdad: les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, yo se lo enviaré.
8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.

Es decir que el Espíritu Santo se encarga ahora de dar testimonio, vivificando la Palabra Escrita. Aclaremos: las Escrituras constituyen la revelación más perfecta que Dios nos ha dejado y no hay “regla” más allá de ella, pero todos sabemos que sin el testimonio del Espíritu al interior del hombre, las palabras escritas sirven para muy poco, de hecho, ¡Satanás las conoce mucho “mejor” que cualquier cristiano!

La revelación de Dios fue transmitida por testigos, eso quiere decir que Dios invitó a las personas a que lo vieran actuar y lo escucharan hablar, y luego contaran lo que habían visto y oído. Dios mismo se ha hecho “testigo” a través del Espíritu Santo y no es posible creer en Él sin ese testimonio.

¿De qué vamos a hablar con poder sino de aquello de lo que fuimos “testigos”? No me estoy refiriendo únicamente a milagros y señales, es mucho más que eso aunque las incluyen; me refiero a la Palabra vivificada por el Espíritu que podemos ver enseñando, animando, sanando corazones, guiando, liberando y mucho más. Pero es lo que “vimos”, lo que vivimos, aquello que se nos reveló expresamente.

Por supuesto que la Palabra es viva en sí misma porque el Espíritu habla a través de ella y basta solamente leer las Escrituras para que pueda hacerlo en el oyente, pero en un sentido más profundo, se nos llama a ser testigos, y para eso necesitamos “vivir” experiencias con Dios. En realidad es lo mismo que el Señor quería lograr en Su Pueblo cuando dijo:

Jueces 3:2 DHH
2 El Señor los dejó para que aprendieran a pelear los que nunca habían estado en el campo de batalla.

Esas nuevas generaciones debían conocer a Dios “en los hechos”. Cada nueva generación necesita recibir el testimonio de lo que Dios hizo y vivir ellos mismos sus propias experiencias de lo que Dios está haciendo ahora. En realidad, cada persona lo necesita, cada uno tiene una serie de vivencias preparadas especialmente.

La proclamación del Evangelio ha sido y será siempre una labor esencialmente humana, por más auxiliares tecnológicos que tengamos. Y Dios es un Dios que se manifiesta personalmente, para que podamos ser testigos y no simplemente repetidores. Es necesario que tengamos nuestras propias experiencias con Dios y es necesario que permitamos y ayudemos a que los demás también las tengan. Y también es necesario que la historia sea recordada, aquellos “nuevos capítulos” que se están escribiendo del inconcluso libro de los Hechos. ¡Y Dios está haciendo muchísimo! Necesitamos ojos abiertos para verlo y entenderlo.

Danilo Sorti





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