Hechos 2:2-4 RVC
2 De repente, un estruendo como de un fuerte
viento vino del cielo, y sopló y llenó toda la casa donde se encontraban.
3 Entonces aparecieron unas lenguas como de
fuego, que se repartieron y fueron a posarse sobre cada uno de ellos.
4 Todos ellos fueron llenos del Espíritu
Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu los llevaba a
expresarse.
El tiempo de la Iglesia fue propiamente
inaugurado con el derramamiento del Espíritu Santo. Jesucristo nació, ministró,
murió y resucitó propiamente en el “tiempo de Israel”, pero la Iglesia fue
inaugurada con la llegada del Espíritu. Esta Persona de la Trinidad tan
“problemática” para nuestra naturaleza humana es la que “define” la vida de la
Iglesia: si Él está, hay vida, si Él no está, no la hay. Y el gran problema
para nosotros es que no podemos “contenerlo” en ningún “recipiente”, no por
casualidad se lo compara con el viento y el fuego (entre otros), eso no se
puede encerrar. Sí, también se lo compara con una paloma que sí se puede
encerrar… cercenando seriamente su naturaleza. O el agua, el aceite y el vino,
que se pueden contener pero que no sirven para nada “dentro” de su recipiente.
Pero como el Espíritu se mueve cómo y cuándo
quiere, inevitablemente termina siendo seriamente limitado cuando se establece
el statu quo en una iglesia o denominación. Pero no le echemos toda la culpa a
“la estructura” (que la tiene, por supuesto), ya que en realidad es algo muy
común que nos resistamos al Espíritu, tanto que ni siquiera somos conscientes
de cuántas veces lo hacemos. Yo sé que alguno va a estar protestando en este
momento, asegurando con todas sus fuerzas que él o ella SÍ ESCUCHA Y OBEDECE la
voz del Bendito Espíritu, pues bien, seguramente en muchas ocasiones lo hacés,
pero también seguramente en muchas otras (más) no lo hacés.
¿Qué pasa cuando el Espíritu Santo se “aleja”
de nosotros? No quiero decir que se vaya, o que lleguemos al punto de perder la
salvación, o ser desechados de la gracia (lo cual puede ocurrir y ocurre), sino
simplemente que se calla porque somos incapaces de oírle y obedecerle. Cuando
esa situación llega a un extremo nos encontramos con situaciones como las
siguientes:
Salmos 51:10-12 RVC
10 Dios mío, ¡crea en mí un corazón limpio!
¡Renueva en mí un espíritu de rectitud!
11 ¡No me despidas de tu presencia, ni quites
de mí tu santo espíritu!
12 ¡Devuélveme el gozo de tu salvación! ¡Dame
un espíritu dispuesto a obedecerte!
Isaías 63:10 RVC
10 Pero ellos fueron rebeldes y provocaron el
enojo de su santo espíritu. Por eso él se volvió su enemigo y luchó contra
ellos.
Cuando David pecó, tal como quedó registrado
en el Salmo 51, el Espíritu que había venido sobre él con la unción de Samuel,
estaba “silenciado”. ¿Cómo podía ser posible que este hombre, a quién Dios
hablaba e incluso le daba palabra profética, hiciera algo así? Eso no ocurre de
la noche a la mañana, requiere un proceso en el cual lentamente se deja de oír
al Espíritu. Cuando fue confrontado por el valiente profeta Natán se dio cuenta
de que ya estaba a punto de perder la presencia del Espíritu Santo en su
corazón, que los frutos se habían ido, que el gozo que viene de Dios y que lo
había sostenido en medio de las más difíciles situaciones se había perdido.
Ahora, este tema del gozo, tan menospreciado,
es fundamental. Los hombres y las mujeres hemos sido creados para buscar el
gozo por sobre todas las cosas, todo lo que hacemos lo hacemos para “sentirnos
bien”. El hombre natural entiende que “sentirse bien” es algo del alma y busca
todo tipo de placeres del alma, que no necesariamente son cosas malas, pueden
ser incluso muy buenas: la familia, la superación personal, cumplir con el
sentido del deber, incluso sacrificarse por una causa noble. El problema es que
hay un gozo más profundo que viene de saber que estamos en la correcta relación
con Dios. Ese gozo es el que sostuvo a David en medio de las dificultades más
grandes, situaciones que nos hacen estremecer de solo pensarlas. ¿Cómo fue
posible que ese gozo, señal de la presencia del Espíritu, se hubiera apagado
tanto como para que necesitara un encuentro furtivo con una mujer extraña (ya
tenía unas cuantas esposas, y podía tener las que quisiera) para “sentir algo”
emocionante? Era imposible que se hubiera sostenido en medio de las
dificultades sin una gran dosis del gozo del Señor, que es lo mismo que decir,
sin una presencia poderosa del Espíritu. Pero eso estaba ahora muy lejos, y por
eso “necesitaba” alguna emoción carnal. El Espíritu estaba lejos, y eso solo
podía significar que había sido contristado y acallado.
Eso mismo pasó, según relata Isaías, con todo
el pueblo de Israel, ya no con un solo hombre, y llegó a ser tan grave que Dios
mismo se levantó como su enemigo. Pero dejemos por ahora de lado esa dimensión
grupal y centrémonos en la dimensión individual.
Antes de llegar a esos extremos hay un
momento que se define como de “sequedad espiritual”, en el que podemos ser
conscientes de que ya el Espíritu no se mueve como antaño, de que no hay una
palabra fresca o algo nuevo cada día, sino alimento recocido vez tras vez; o en
el que podemos no ser conscientes y quizás eso sea lo más común.
No somos conscientes porque el fluir fresco
del Espíritu ha sido sutilmente reemplazado por estructuras y formas, la “buena
intención” de la mente reemplazó la osadía del Espíritu; el “buen orden”
reemplazó la locura del Espíritu, el (supuesto) “conocimiento” de la Palabra
reemplazó la revelación fresca del Espíritu, la “mucha actividad” reemplazó la
acción estratégica del Espíritu, el “emocionalismo y las lucecitas de colores”
reemplazaron el verdadero gozo del Espíritu. Y en un primer momento todas estas
cosas vienen con el empuje de “lo nuevo” y lo llamativo, prometiendo mayores
resultados, por lo que fácilmente distraen nuestros cerebros tan volubles y
ávidos de novedad.
Pero en esencia, ¿qué es lo que aleja al
Espíritu?
Efesios 4:20-32 RVC
20 Pero eso no lo aprendieron ustedes de
Cristo,
21 si es que en verdad oyeron su mensaje y
fueron enseñados por él, de acuerdo con la verdad que está en Jesús.
22 En cuanto a su pasada manera de vivir,
despójense de su vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos
engañosos;
23 renuévense en el espíritu de su mente,
24 y revístanse de la nueva naturaleza,
creada en conformidad con Dios en la justicia y santidad de la verdad.
25 Por eso cada uno de ustedes debe desechar
la mentira y hablar la verdad con su prójimo; porque somos miembros los unos de
los otros.
26 Enójense, pero no pequen; reconcíliense
antes de que el sol se ponga,
27 y no den lugar al diablo.
28 El que antes robaba, que no vuelva a
robar; al contrario, que trabaje y use sus manos para el bien, a fin de que
pueda compartir algo con quien tenga alguna necesidad.
29 No pronuncien ustedes ninguna palabra
obscena, sino sólo aquellas que contribuyan a la necesaria edificación y que
sean de bendición para los oyentes.
30 No
entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el cual ustedes fueron
sellados para el día de la redención.
31 Desechen todo lo que sea amargura, enojo,
ira, gritería, calumnias, y todo tipo de maldad.
32 En vez de eso, sean bondadosos y
misericordiosos, y perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó a
ustedes en Cristo.
Si en todo este pasaje tomamos la frase “No
entristezcan al Espíritu Santo de Dios” como el “centro” sobre el cual gira lo
otro, queda claro que cualquier clase de pecado es suficiente para eso. Pero la
lista de pecados empieza con algunas cosas que nos parecen sutiles, pero
evidentemente no lo son: “despójense de su vieja naturaleza”, “renuévense en el
espíritu de su mente”, “revístanse de la nueva naturaleza”. Esto suena muy
lindo, aunque nos puede dejar bastante confundidos a la hora de ponerlo en
práctica, si es que no profundizamos en su significado, es decir, estas frases
son “resúmenes” que hace Pablo para indicar una serie de disposiciones,
acciones y procesos que debemos hacer que ocurran en nosotros, es decir, que NO
LOS VA A HACER EL ESPÍRITU por nosotros, aunque nos va a dar todas las
herramientas y el poder necesarios. Si no entendemos todo lo que implican, mal
podremos hacer algo al respecto y la presencia o ausencia del Espíritu en
nosotros será siempre una “incógnita”, porque en realidad no sabremos cómo
mantenerla.
Pero el pasaje nos da algunas pistas. En los
versículos anteriores presenta un caso extremo:
Efesios 4:17-19 RVC
17 Pero esto quiero decirles en el nombre del
Señor, y en esto quiero insistir: no vivan ya como la gente sin Dios, que vive
de acuerdo a su mente vacía.
18 Esa gente tiene el entendimiento
entenebrecido; por causa de la ignorancia que hay en ellos, y por la dureza de
su corazón, viven ajenos de la vida que proviene de Dios.
19 Después de que perdieron toda
sensibilidad, se entregaron al libertinaje para cometer con avidez toda clase
de impureza.
Y supone que sus lectores no están en esa
situación: “Pero eso no lo aprendieron ustedes de Cristo”, pero sí puede haber
otras cosas “menores” pero con total capacidad para apagar al Espíritu, es
decir, llevarnos a los lugares secos (que dicho sea de paso, son los lugares
donde viven los demonios cuando son expulsados).
“debe desechar la mentira y hablar la verdad
con su prójimo” Pero la “mentira” no necesariamente es un vil engaño hábilmente
urdido para aprovecharse económicamente del otro, puede ser algo que repitamos
con toda la buena intención pero que sea incorrecto o incluso pernicioso,
pueden ser testimonios falsos, doctrinas falsas, etcétera. “Mentira” también
son muchas cosas inocentes que no son verdad, y que a lo mejor nosotros mismos
hemos creído, pero no por eso dejan de ser mentiras y dejamos de ser culpables
de repetirlas. ¿Por qué no buscamos la guía del Espíritu? Mucho del discurso político
que repiten los cristianos cae dentro de esta categoría. También buena parte de
lo que escuchamos en unas cuantas iglesias…
“Enójense, pero no pequen; reconcíliense
antes de que el sol se ponga” El enojo no es solamente la ira manifiesta contra
una persona: el enojo político, el enojo contra el sistema, incluso el enojo
contra los herejes… En definitiva, cualquier cosa que esté inspirada por el
espíritu del enojo humano es pecado. Otra cosa es la ira de Dios contra la
injusticia, y puede ser muy parecido, pero tiene un espíritu muy distinto y eso
no es pecado. Necesitamos tener la ira de Dios contra las injusticias que Él
está viendo, pero no el enojo humano contra las injusticias o a veces supuestas
injusticias que nosotros vemos.
“El que antes robaba, que no vuelva a robar”.
Y robar es más que la sustracción material: es robar elogios, honra, respeto,
dignidad. Dado que hoy se puso de moda burlarse lo más sarcásticamente posible
del político contrario, muchos cristianos caen en eso repitiendo publicaciones
claramente ofensivas (muy diferente a debatir ideas o exponer propuestas
alternativas), eso es robar la dignidad del otro. También solemos “despellejar
santamente” a ciertos pastores o iglesias que no nos gustan (con o sin razón),
eso es lo mismo.
“No pronuncien ustedes ninguna palabra
obscena” No necesita mayor explicación, solo decir que unos cuantos cristianos
se han aficionado a “colorear” su vocabulario con expresiones que bien podrían
decirse de otro modo…
“sólo aquellas que contribuyan a la necesaria
edificación y que sean de bendición para los oyentes.” Y aquí tenemos la
principal falla; podemos llegar a moderar nuestro lenguaje, incluso podemos
llegar a no publicar las fotos sarcásticas del político contrario (con mucho
esfuerzo, por cierto…), ¿¿pero bendecir?? Bueno, eso es lo que se nos pide,
hablar verdad y bendecir con la verdad, que no significa aceptar lo malo ni
mucho menos “bendecirlo”, sino bien – decir en el propósito divino.
“Desechen todo lo que sea amargura” Esto es
otra cosa difícil, es algo profundo y al fin de cuentas, podemos mantenerlo ahí
y evitar lo más posible que se manifieste, pero Dios lo ve. Muchas de las
nuevas (y no tan nuevas) corrientes teológicas y de iglesia generan en el fondo
amargura, contenida y muy bien disfrazada, pero amargura al fin.
“enojo, ira, gritería, calumnias, y todo tipo
de maldad” También es claro.
“sean bondadosos y misericordiosos, y
perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó a ustedes en Cristo.”
También es claro, ¡terriblemente claro!
No quiero decir que esto sea todo, pero aquí
tenemos un compendio bastante detallado para evitar la “sequedad espiritual”.
Dios quiera que estemos siempre alertas para darnos cuenta a tiempo. Cuando hay
mucha actividad mental, cuando hay mucho activismo de iglesia, o demasiado
involucramiento social o político, cuando hay demasiada emoción y lucecitas de
colores y humo en las reuniones, ¡peligro! Casi seguro estamos en el primer
(segundo, tercero, cuarto…) paso de la sequedad espiritual.
Danilo Sorti
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