Isaías 42:5-7 RVC
5 Así dice Dios el Señor, el que ha creado
los cielos y los despliega, el que extiende la tierra y lo que ella produce; el
que infunde su aliento en el pueblo que la habita y da de su espíritu a quienes
la recorren:
6 «Yo soy el Señor. Yo te he llamado en el
momento justo, y te sostendré por la mano; yo te protegeré, y tú serás mi pacto
con el pueblo y una luz para las naciones.
7 Quiero que abras los ojos de los ciegos,
que saques de la cárcel a los presos, y de sus calabozos a los que viven en
tinieblas.
Este es un pasaje profético que se refiere al
Mesías y no tenemos dificultad en identificarlo así. Sin embargo, sus primeros
oyentes tenían razones para pensar que les estaba hablando a ellos, y siglos
después, Pablo reconoció que era una palabra profética para él:
Hechos 13:46-47 RVC
46 Entonces Pablo y Bernabé les dijeron con
toda franqueza: «Estamos seguros de que era necesario que ustedes fueran los
primeros en escuchar la palabra de Dios. Pero como ustedes la rechazan y no se
consideran dignos de recibir la vida eterna, ahora vamos a predicarles a los
que no son judíos.
47 Ésa es la orden que el Señor nos dio,
cuando dijo: »“Te he puesto como luz para las naciones, para que lleves
salvación hasta los confines de la tierra.”»
Pablo también había recibido esta palabra
profética. Por supuesto, no era en el sentido absoluto, que solo se cumplía en
Cristo, pero sí en un sentido parcial pero totalmente válido, Pablo era luz a
las naciones con todas las letras porque irradiaba la Luz del Mundo, Cristo.
Hermanos, debemos entender que muchos pasajes
de ánimo y propósito que se han escrito TAMBIÉN SON APLICABLES a nosotros.
“Cristiano” era un diminutivo, probablemente burlesco en un principio, de Cristo,
pero esos jocosos antioqueños sin quererlo acertaron con el nombre. Si somos
“pequeños cristos” entonces las palabras que se aplicaron a Él se aplican hasta
determinado punto a nosotros, y si eso es así, Isaías 42 ¡también nos
corresponde!
Esta palabra es para todos los hijos fieles,
por supuesto, pero quiero hablarla especialmente a los hombres porque en este
tiempo hemos sido muy menospreciados por el sistema, y muchos se lo han creído
así.
Nosotros hemos sido constituidos líderes, en
el sentido bíblico del término. No hay que excusarse de eso, los que hayan
hecho abuso de su autoridad que den cuentas de ello y por lo demás, ninguno
tiene derecho a recriminarme lo que yo no hice.
Como líderes cristianos tenemos un privilegio
y una responsabilidad muy grandes, porque Dios mismo nos ha llamado en este
momento decisivo para levantar la bandera del Reino y resistir los embates del
Enemigo, embates para los que nosotros estamos preparados. No significa que
seamos “solo nosotros”, significa que hay determinadas luchas que son nuestras,
y que por lo tanto debemos enfrentar; hay luchas que corresponden a las mujeres
y que no podemos enfrentar nosotros, pero no debemos rehuir de las que sí.
Tal como Pablo, tenemos la promesa de ser
sostenidos por la Mano del Todopoderoso. Como hombres nos da vergüenza no poder
hacer frente a determinadas situaciones, y por eso les escapamos. Debemos
reconocer que nuestra fuerza viene de lo Alto y que somos hechos fuertes y
vencedores por Su fuerza y Su victoria… pero que Él no las va a manifestar si
no hay hombres dispuestos a mostrarlas.
Dios es espíritu, y no tiene sexo aunque lo
llamemos Padre. Él es también “Madre” y la Biblia nos muestra Su ternura y Su
cuidado, y así se manifiesta preferentemente en las mujeres. Pero es también
Jehová de los Ejércitos, y necesita preferentemente (aunque no únicamente)
hombres para manifestarse así.
No debemos temer a avanzar porque Él nos ha
prometido Su protección. En esta época donde los hombres de verdad escasean
(¡en todo sentido!), Dios está muy deseoso de revelar la verdadera masculinidad
en Sus hijos varones que así se lo permitan. Pero me temo que muchos no lo
están haciendo.
La mayoría de los hombres no aprendimos como
ser verdaderos hombres (ni machistas abusadores ni pusilánimes afeminados, sino
hombres), y por eso nos retraemos de asumir nuestro rol… ¡porque no lo
conocemos! No queremos ser como los padres, tíos o amigos prepotentes que
conocimos, pero no sabemos cómo ejercer verdadera autoridad. Ahí viene la
promesa del Señor: el que nos llamó, también nos capacitó, también nos
sostiene, también nos protege y entonces podemos llevar Su luz a las naciones.
Y ahora es donde se manifiesta toda la
plenitud de la verdadera masculinidad, lo que significa ser hombre, ser líder
según Dios, en qué se debe usar la fuerza y la temeridad, en donde somos
genuinamente “violentos”:
“Quiero que abras los ojos de los ciegos, que
saques de la cárcel a los presos, y de sus calabozos a los que viven en
tinieblas.”
¿Somos hombres? ¡Sí! ¿Somos guerreros? ¡Sí!
¿Llevamos la lucha en el alma? ¡Sí! Pues entonces a libertar cautivos, a romper
ataduras de pecados, a avanzar decididamente sobre el territorio enemigo, a no
dar ninguna tregua a los espíritus que acosan a nuestras familias, nuestras
iglesias y nuestras naciones.
No todos son “guerreros” en el sentido físico
del término, pero hay una guerra en la oración que no es menos intensa, hay una
guerra en los argumentos que tampoco lo es. El Enemigo ha hecho estragos, nada
mejor que tener una vislumbre del daño producido a “nuestra” familia, la Casa
de Dios, para hacer hervir la sangre de un guerrero. ¡Oh Dios, que cada hombre
pueda ver eso!
¿Con qué derecho fueron encarcelados nuestros
hijos en prisiones de maldad? Vive Dios que aunque Apolión esté allí cualquier
hombre santo que con fe inquebrantable y valor se anime a entrar podrá
rescatarlos.
¿En dónde está el engaño que ciega a nuestros
hijos, que cubre a nuestras esposas, que arrastra a nuestras familias? Allí
iremos a luchar espiritualmente, con amor y verdad, con paciencia
inquebrantable, como verdaderos hombres.
Y como verdaderos hombres somos capaces de
dejar todo lo nuestro, aún nuestro propio bienestar, para proteger el
territorio que el Señor nos dio… por eso es que necesitamos que cada tanto
alguien nos cure las heridas, normalmente una mujer, porque el Señor les otorgó
ese don. En la lucha espiritual hay heridas, y no es ninguna vergüenza
tenerlas, al contrario. Las cicatrices del combate son la mejor medalla del
guerrero.
Números 32:25-27 DHH
25 Los descendientes de Gad y de Rubén le
contestaron:
—Estos servidores tuyos harán lo que les has
mandado.
26 Nuestras mujeres y nuestros hijos
pequeños, con el ganado y todos nuestros animales, se quedarán aquí, en las
ciudades de Galaad,
27 y nosotros, tus servidores, nos armaremos
e iremos a la guerra bajo las órdenes del Señor, tal como tú nos lo has
mandado.
Los verdaderos hombres son capaces de
reconocer la verdadera autoridad y de seguirla, de proteger a sus familias y de
sacrificarse por ellas. Y allí encuentran verdadero sentido.
En la guerra física hay bajas, muchos no
vuelven. En la guerra espiritual puede haber bajas, pero todos tienen la
promesa de volver con honores. Una guerra física no sabemos quién la ganará,
esta guerra a la que hemos sido llamados YA TIENE UN GANADOR: el León de Judá.
Las armas que nos son dadas son invencibles, el Estratega que nos comanda tiene
la estrategia perfecta, y multitudes de ángeles están a nuestro favor. ¿No
podremos ser, de verdad, hombres?
¡Sí podremos! Porque no importa lo que
hayamos sido, en Cristo somos hechos nuevas criaturas, y si somos hombres,
¡pues somos nuevos hombres!
Danilo Sorti
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