martes, 9 de enero de 2018

384. Mi valor y mi dignidad

Isaías 42:5-7 RVC
5 Así dice Dios el Señor, el que ha creado los cielos y los despliega, el que extiende la tierra y lo que ella produce; el que infunde su aliento en el pueblo que la habita y da de su espíritu a quienes la recorren:
6 «Yo soy el Señor. Yo te he llamado en el momento justo, y te sostendré por la mano; yo te protegeré, y tú serás mi pacto con el pueblo y una luz para las naciones.
7 Quiero que abras los ojos de los ciegos, que saques de la cárcel a los presos, y de sus calabozos a los que viven en tinieblas.

Este es un pasaje profético que se refiere al Mesías y no tenemos dificultad en identificarlo así. Sin embargo, sus primeros oyentes tenían razones para pensar que les estaba hablando a ellos, y siglos después, Pablo reconoció que era una palabra profética para él:

Hechos 13:46-47 RVC
46 Entonces Pablo y Bernabé les dijeron con toda franqueza: «Estamos seguros de que era necesario que ustedes fueran los primeros en escuchar la palabra de Dios. Pero como ustedes la rechazan y no se consideran dignos de recibir la vida eterna, ahora vamos a predicarles a los que no son judíos.
47 Ésa es la orden que el Señor nos dio, cuando dijo: »“Te he puesto como luz para las naciones, para que lleves salvación hasta los confines de la tierra.”»

Pablo también había recibido esta palabra profética. Por supuesto, no era en el sentido absoluto, que solo se cumplía en Cristo, pero sí en un sentido parcial pero totalmente válido, Pablo era luz a las naciones con todas las letras porque irradiaba la Luz del Mundo, Cristo.

Hermanos, debemos entender que muchos pasajes de ánimo y propósito que se han escrito TAMBIÉN SON APLICABLES a nosotros. “Cristiano” era un diminutivo, probablemente burlesco en un principio, de Cristo, pero esos jocosos antioqueños sin quererlo acertaron con el nombre. Si somos “pequeños cristos” entonces las palabras que se aplicaron a Él se aplican hasta determinado punto a nosotros, y si eso es así, Isaías 42 ¡también nos corresponde!

Esta palabra es para todos los hijos fieles, por supuesto, pero quiero hablarla especialmente a los hombres porque en este tiempo hemos sido muy menospreciados por el sistema, y muchos se lo han creído así.

Nosotros hemos sido constituidos líderes, en el sentido bíblico del término. No hay que excusarse de eso, los que hayan hecho abuso de su autoridad que den cuentas de ello y por lo demás, ninguno tiene derecho a recriminarme lo que yo no hice.

Como líderes cristianos tenemos un privilegio y una responsabilidad muy grandes, porque Dios mismo nos ha llamado en este momento decisivo para levantar la bandera del Reino y resistir los embates del Enemigo, embates para los que nosotros estamos preparados. No significa que seamos “solo nosotros”, significa que hay determinadas luchas que son nuestras, y que por lo tanto debemos enfrentar; hay luchas que corresponden a las mujeres y que no podemos enfrentar nosotros, pero no debemos rehuir de las que sí.

Tal como Pablo, tenemos la promesa de ser sostenidos por la Mano del Todopoderoso. Como hombres nos da vergüenza no poder hacer frente a determinadas situaciones, y por eso les escapamos. Debemos reconocer que nuestra fuerza viene de lo Alto y que somos hechos fuertes y vencedores por Su fuerza y Su victoria… pero que Él no las va a manifestar si no hay hombres dispuestos a mostrarlas.

Dios es espíritu, y no tiene sexo aunque lo llamemos Padre. Él es también “Madre” y la Biblia nos muestra Su ternura y Su cuidado, y así se manifiesta preferentemente en las mujeres. Pero es también Jehová de los Ejércitos, y necesita preferentemente (aunque no únicamente) hombres para manifestarse así.

No debemos temer a avanzar porque Él nos ha prometido Su protección. En esta época donde los hombres de verdad escasean (¡en todo sentido!), Dios está muy deseoso de revelar la verdadera masculinidad en Sus hijos varones que así se lo permitan. Pero me temo que muchos no lo están haciendo.

La mayoría de los hombres no aprendimos como ser verdaderos hombres (ni machistas abusadores ni pusilánimes afeminados, sino hombres), y por eso nos retraemos de asumir nuestro rol… ¡porque no lo conocemos! No queremos ser como los padres, tíos o amigos prepotentes que conocimos, pero no sabemos cómo ejercer verdadera autoridad. Ahí viene la promesa del Señor: el que nos llamó, también nos capacitó, también nos sostiene, también nos protege y entonces podemos llevar Su luz a las naciones.

Y ahora es donde se manifiesta toda la plenitud de la verdadera masculinidad, lo que significa ser hombre, ser líder según Dios, en qué se debe usar la fuerza y la temeridad, en donde somos genuinamente “violentos”:

“Quiero que abras los ojos de los ciegos, que saques de la cárcel a los presos, y de sus calabozos a los que viven en tinieblas.”

¿Somos hombres? ¡Sí! ¿Somos guerreros? ¡Sí! ¿Llevamos la lucha en el alma? ¡Sí! Pues entonces a libertar cautivos, a romper ataduras de pecados, a avanzar decididamente sobre el territorio enemigo, a no dar ninguna tregua a los espíritus que acosan a nuestras familias, nuestras iglesias y nuestras naciones.

No todos son “guerreros” en el sentido físico del término, pero hay una guerra en la oración que no es menos intensa, hay una guerra en los argumentos que tampoco lo es. El Enemigo ha hecho estragos, nada mejor que tener una vislumbre del daño producido a “nuestra” familia, la Casa de Dios, para hacer hervir la sangre de un guerrero. ¡Oh Dios, que cada hombre pueda ver eso!

¿Con qué derecho fueron encarcelados nuestros hijos en prisiones de maldad? Vive Dios que aunque Apolión esté allí cualquier hombre santo que con fe inquebrantable y valor se anime a entrar podrá rescatarlos.

¿En dónde está el engaño que ciega a nuestros hijos, que cubre a nuestras esposas, que arrastra a nuestras familias? Allí iremos a luchar espiritualmente, con amor y verdad, con paciencia inquebrantable, como verdaderos hombres.

Y como verdaderos hombres somos capaces de dejar todo lo nuestro, aún nuestro propio bienestar, para proteger el territorio que el Señor nos dio… por eso es que necesitamos que cada tanto alguien nos cure las heridas, normalmente una mujer, porque el Señor les otorgó ese don. En la lucha espiritual hay heridas, y no es ninguna vergüenza tenerlas, al contrario. Las cicatrices del combate son la mejor medalla del guerrero.

Números 32:25-27 DHH
25 Los descendientes de Gad y de Rubén le contestaron:
—Estos servidores tuyos harán lo que les has mandado.
26 Nuestras mujeres y nuestros hijos pequeños, con el ganado y todos nuestros animales, se quedarán aquí, en las ciudades de Galaad,
27 y nosotros, tus servidores, nos armaremos e iremos a la guerra bajo las órdenes del Señor, tal como tú nos lo has mandado.

Los verdaderos hombres son capaces de reconocer la verdadera autoridad y de seguirla, de proteger a sus familias y de sacrificarse por ellas. Y allí encuentran verdadero sentido.

En la guerra física hay bajas, muchos no vuelven. En la guerra espiritual puede haber bajas, pero todos tienen la promesa de volver con honores. Una guerra física no sabemos quién la ganará, esta guerra a la que hemos sido llamados YA TIENE UN GANADOR: el León de Judá. Las armas que nos son dadas son invencibles, el Estratega que nos comanda tiene la estrategia perfecta, y multitudes de ángeles están a nuestro favor. ¿No podremos ser, de verdad, hombres?

¡Sí podremos! Porque no importa lo que hayamos sido, en Cristo somos hechos nuevas criaturas, y si somos hombres, ¡pues somos nuevos hombres!


Danilo Sorti




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