martes, 9 de enero de 2018

374. Leviatán y el aprendizaje: ya sé todo lo que tengo que saber

Eclesiastés 4:13 RVC
13 Mejor es el joven pobre y sabio, que el rey viejo y necio, que no admite consejos.

Miqueas 2:6 DHH
6 no nos vengan con profecías! —dicen ellos—.
¡La desgracia no podrá alcanzarnos!


La Biblia, especialmente Proverbios, habla mucho sobre la necedad. La Real Academia Española define al necio como: “Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. Falto de inteligencia o de razón. Terco y porfiado en lo que hace o dice.” En esencia, se trata de alguien que no sabe (de ahí que es ignorante) pero que tampoco sabe que no sabe, es decir que cree saber todo lo que ya tiene que saber, lo cual es un error básico en prácticamente cualquier sistema filosófico o religioso que exista porque cualquiera de ellos que tenga un mínimo de honestidad admite que somos imperfectos e incompletos y que por lo tanto todo el conocimiento que lleguemos a tener como individuos siempre será de la misma forma imperfecto e incompleto. Pero la práctica nos dice que la necedad termina siendo muy común.

Esta es otra de las manifestaciones de Leviatán en el ámbito del aprendizaje, que también algo constitutivo en cualquier ser humano. A diferencia de muchos animales, los mamíferos y muy especialmente los seres humanos no nacemos con un “paquete instintivo” muy grande, apenas lo básico para sobrevivir, por ejemplo, el reflejo de succión en el bebé y algunas cosas más. Es cierto que tenemos unas cuantas características en nuestra forma de pensar, de actuar y de sentir, además de lo físico, que vienen “de fábrica”, pero la mayor parte de lo que somos debemos construirlo. Cualquiera sabe esto.

Pero ese “construir” significa INDEFECTIBLEMENTE “aprender” (y poner en práctica, claro). “Cuando dejamos de aprender, dejamos de crecer” se ha vuelto una frase muy difundida y no menos cierta. Prácticamente todos podrían concordar con ella, pero ¿la viven en realidad?

Partimos del hecho que en Job 41 se nos habla de Leviatán como “inigualable sobre la Tierra”, y es cierto excepto por Uno, Jesucristo. La descripción que se hace allí puede hacer que no nos demos cuenta de sus poderosas artimañas que van más allá de un “combate frente a frente”, porque es capaz de combates mucho más sutiles pero no menos dañinos.

Cuando el ser humano realmente aprende y crece inevitablemente se encuentra con Dios; cuál sea su respuesta después es otro asunto, pero el verdadero crecimiento personal es un camino que sí o sí lleva a Dios, y para el creyente, lo acerca cada vez más y lo hace más efectivo al traer el Reino. Frenar o desviar un verdadero crecimiento es uno de los objetivos básicos de las tinieblas y Leviatán lo hace de varias formas, una de ellas es impidiendo el crecimiento al hacernos creer que “ya llegamos”.

No voy a mencionar aquí los muchos pasajes que hablan sobre la necedad, solamente el agudo contraste que hace el escritor de Eclesiastés entre el joven pobre y sabio y el rey viejo y necio. Es evidente la disparidad de posiciones y cuál de los dos tiene a su alcance muchas más fuentes de conocimiento y posibilidades de aprender, pero la paradoja es que quien mejor usa de esos recursos es el que menos tiene (o al menos en apariencia) al punto de tener una potencialidad de crecimiento mayor que el rey.

El rey está en una posición perfecta para creer que “ya llegó” y que ya sabe todo lo que tiene que saber, seguramente tiene una larga historia de éxitos, nadie lo ha contradicho (porque sino podía perder literalmente la cabeza) y sus consejeros que lo rodean le dice que el mundo está funcionando tal y como se supone que debe hacerlo (si eso es verdad, es otra cosa…). Esta situación podía darse fácilmente con los reyes de la antigüedad, pero hoy está mucho más extendida, el sistema del mundo (dominado por el mismo Leviatán) se ha esforzado en armar una estructura alrededor nuestro que reafirme este pensamiento.

Pero no es necesario ser “reyes” o siquiera tener un buen pasar para pensar así; puede haber distintas causas pero lo cierto es que es una estructura de pensamiento que existe. ¿En sentido absoluto? Normalmente no. Dado que vivimos en un siglo con un impresionante crecimiento de la ciencia y del conocimiento humano (podemos discutir qué tipo de conocimiento, pero conocimiento al fin…) la mayoría de las personas sabe que de algo no sabe. Pero también esa mayoría “sabe” que en tal o cual área “ya sabe” lo que tiene que saber y que no necesita saber más. Y ese “no necesita” se manifiesta en falta de interés o preocupación genuina por aprender.

De acuerdo, normalmente nadie diría “ya sé todo lo que tengo que saber sobre tal o cual tema”, pero en la práctica, cuando no hay esfuerzo genuino por aprender algo más de eso, o aunque sea “parar la oreja” cuando se está hablando del tema, es porque en el fondo creemos que “no es urgente que aprenda mucho más al respecto porque con lo que ya sé me puedo arreglar lo suficientemente bien”.

Esa área en donde “ya sé todo lo que tengo que saber” es el refugio seguro de Leviatán, a partir del cual puede lanzar sus dardos hacia el resto de mi sistema cognitivo, para introducir el error como primer paso para alejarme de Dios. Un error en los pensamientos conlleva un error en los sentimientos que producen un error en las actitudes y en la forma de entender e interpretar las cosas, que retroalimenta a todo el sistema erróneo y genera errores en las acciones. Todo esto es lo que llamamos PECADO. Y un pecado implica una “atadura” espiritual, es decir, un derecho legal del reino de las tinieblas, lo cual sigue retroalimentando y fortaleciendo el ciclo.

Por lo tanto, el correcto aprendizaje, es decir, la “introducción” de conocimientos y esquemas de pensamiento correctos en nuestra mente, es el primer y más “fácil” paso para romper ese círculo vicioso, aunque no el único.

Esta estrategia de Leviatán se da también entre los creyentes, solo que de otra forma. Cuando ocurre la conversión genuina hay un tiempo de apertura espiritual, emocional e intelectual, durante el cual aprendemos muchas cosas, no todas verdaderas y por cierto no todo lo que necesitamos saber. Luego viene Leviatán disfrazado a golpear la puerta y decirnos que “ya hemos aprendido mucho, ahora es tiempo de dar”, y junto con la muy correcta palabra “dar” viene la muy sutil indicación de “no te preocupes tanto por seguir aprendiendo” a la que, en breve, se le une el otro vagón de “no es tan necesario que aprendas” y luego “ya sabés todo lo que necesitás saber”. Miqueas 2:6 describe esa situación.

La profecía es siempre lo nuevo en un sistema de creencias (personal, de una congregación, o de todo un conjunto de iglesias). No porque necesariamente sea “nuevo” en su enseñanza, sino más bien porque está trayendo algo que fue olvidado, o desatendido, o que en realidad nunca se supo aunque siempre estuvo escrito, o bien una actualización de una verdad bíblica desatendida al aquí y ahora. Por lo tanto, donde más fácilmente se manifiesta este principio leviatánico es en los mensajes proféticos (no los de los falsos profetas cuando anuncian paz y prosperidad). Y no es para menos, nada exaspera más a Leviatán que un profeta descubriendo sus artimañas…

“Sobre tal o cual tema ya sé todo lo que tengo que saber”… Pues no, y aunque no sepa qué es lo que todavía no sé (¡¡es obvio!!), por lo menos puedo saber que siempre hay algo más que no sé… y no es un trabalenguas.


Danilo Sorti




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