lunes, 4 de junio de 2018

499. El Sermón del Monte – XI ¿Somos creíbles?


Mateo 5:33-37 RVC
33 »Ustedes han oído también que se dijo a los antiguos: “No perjurarás, sino que cumplirás tus juramentos al Señor.”
34 Pero yo les digo: No juren en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios,
35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies, ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.
36 No jurarás ni por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello tuyo.
37 Cuando ustedes digan algo, que sea “sí, sí”, o “no, no”; porque lo que es más de esto, proviene del mal.


a)     Un momento, ¿no eran éstos la sal y la luz del mundo…?

Si a esta altura del pasaje nos hemos olvidado de cómo empezó, nos estamos “perdiendo” de un gran problema, y de una gran enseñanza. Aceptamos que en la Biblia no hay nada “de más”, y que cuando Dios está diciendo algo es porque Sus oyentes necesitan esas instrucciones; si además nos ubicamos en el contexto religioso de la época, es lógico suponer que esos primeros oyentes necesitaban esas instrucciones, lo cual implica que, o bien estaban fallando en esos temas o bien resultaban tentados a hacerlo. Pero exactamente a esos creyentes Jesús les dirigió las bienaventuranzas y los llamó sal y luz. ¿Cómo entendemos eso?

Bueno, para empezar no debemos olvidarnos de la “conexión” que hay entre ambas secciones, cuando a estos fieles se les exhorta a ser semejantes a su Padre en los cielos. Sí, ellos son pero también están siendo. Somos porque Su Naturaleza a través de Su Espíritu está en nosotros, pero esa naturaleza debe aún manifestarse completamente, es decir, nuestra propia naturaleza debe ser transformada de acuerdo a la Suya.

Algo parecido nos pasa con la carta a los efesios. Allí Pablo presenta el diseño de la Iglesia gloriosa, tal como la ideó el Señor, y es maravilloso. Pero cuando avanzamos en la lectura nos encontramos con un pasaje bastante “extraño”:

Efesios 5:18 RVC
18 No se emborrachen con vino, lo cual lleva al desenfreno; más bien, llénense del Espíritu.

Evidentemente, esa imagen maravillosa de la Iglesia que Pablo observa en los primeros capítulos aún tenía que ser conformada en ellos, y empezando con lo más básico, diría yo…

¿Cuál es la enseñanza en todo esto? Quizás la más práctica de todas sea que no debemos aceptar los susurros de los espíritus de religión cuando nos hacen sentir condenados sin remedio debido a los pecados con los que aún estamos luchando. Somos amados por Dios, somos Sus representantes, somos aquellos por los cuales el mundo sigue sosteniéndose (por Su poder en nosotros), somos Su deleite y aquellos por los que tiene predilección. De hecho, buena parte de todo el mensaje de Jesús, y especialmente mucho de lo que dice Mateo tiene que ver, en un contexto general, con la confrontación espiritual contra el Espíritu de religión, que estaba afectando especialmente a la espiritualidad de la época y que se transmitiría luego a través de los judaizantes.

Los espíritus de religión trabajan a partir de la condenación, procurando lograr autojustificación, que es una falsificación de la gracia. Jesús comienza Su mensaje atacando ese principio y debemos mantenerlo siempre en mente.

Juan 8:11 RVC
11 Ella dijo: «Nadie, Señor.» Entonces Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y no peques más.»

El arrepentimiento, que es posible sólo por el sacrificio de Cristo, nos permite seguir siendo sal y luz a medida que vamos siendo perfeccionados. Y ese mismo sacrifico le permite a Dios ver en nosotros la imagen de Su Hijo, y seguir dándonos de Su Vida.


b)    Necesitamos gente creíble, honesta y que cumpla su palabra…

No, esto no fue escrito en la sección de análisis político del periódico de esta mañana, fue dicho con otras palabras hace casi dos mil años, pero parece que fue recién nomás… Bueno, es un cierto consuelo, no somos los únicos en la historia que “inventamos” a los políticos!

Y sí, vivimos a diario una maña muy vieja, quizás más exacerbada a medida que el tiempo del fin se acerca. Creo que no hace falta aclarar mucho la falta de claridad que existe en las palabras, los discursos, los contratos, los compromisos. Cada vez hay más leyes y más cláusulas… para poder romper lo más rápidamente posible cualquier contrato o compromiso. Cada vez la gente usa con más habilidad las estrategias discursivas para manipular y engañar, para “decir y no decir”, para hablar un montón de bonitas palabras más desprovistas de sustancia que el aire (que, al menos, nos sirve para respirar…). ¿Cuántos ejemplos de palabras incumplidas tenemos?

Jurar era una forma en la antigüedad, y en el presente, de asegurar algo. Hoy usamos contratos, actas y demás papeles muy formales y con unas cuantas firmas y sellos importantes que cumplen la misma función.

Esto puede llegar a ser toda una forma de hablar e incluso de pensar, todo un elaborado estilo discursivo, pero que en el fondo solo pretende lograr que el otro crea, nada más. Es decir, no se toma en cuenta si realmente yo me comprometo a hacer algo, o si lo que atestiguo es cien por ciento verdadero, tampoco toma en cuenta si mi compromiso es realmente posible porque depende solo de mí o si hay una serie de factores externos involucrados que yo no puedo controlar y por lo tanto deberé ser honesto en cuanto a ellos. En el fondo, está sobrevalorando mi efectivo poder para hacer algo.

Ahora bien, por supuesto que cada uno de nosotros tenemos cierto “poder” o capacidad para hacer determinadas cosas, aunque nadie puede asegurar nada al cien por ciento, razonablemente podemos comprometernos en determinados asuntos, y en otros podemos hacerlo con un mayor margen de incertidumbre. ¿Por qué, entonces, manipular con las palabras?

Puede ser que realmente no se tenga la capacidad o el poder de hacer lo que se está prometiendo, pero se quiere conseguir los recursos de la otra persona, así que para convencerla se utilizan fórmulas discursivas que logren la confianza. Puede ser que en realidad se está tratando de engañar al otro, aunque el contexto de las palabras de Jesús no me parece que indiquen este caso extremo.

Puede ser que se dude de las circunstancias externas, pero para no expresar inseguridad se utilizan juramentos y otras fórmulas. En el fondo, estamos dudando de que Dios realmente quiera respaldar eso que decimos. Vuelvo a aclarar: aquí no estamos hablando de políticos ni de engañadores profesionales (casi sinónimos…), nos concentramos en los hermanos, en la relación fraternal con la que el Señor enmarca el Sermón.

Ser honesto y creíble implica humildad, implica perder algunas oportunidades laborales o de conseguir algo, implica en cierto sentido “quedar relegado” en un mundo ultracompetitivo y muy dominado por la “palabra”, la “postverdad”.

Lo que el Señor está diciendo es que cualquier tipo de exageración o intento de manipular con las palabras, de convencer más allá de la verdad claramente presentada y contextualizada, es pecado. Sí, aún esas “sutilezas” del lenguaje son incorrectas, y creo que la mayoría de los cristianos de nuestros países que hoy se meten en las acaloradas discusiones políticas entre “Fulano” y “Mengano” son culpables de repetir discursos armados de esa forma.


c)     Perder para ganar

Mateo 5:34-36 RVC
34 Pero yo les digo: No juren en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios,
35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies, ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.
36 No jurarás ni por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello tuyo.

Mateo 5:36 TLA
36 Nunca juren por su vida, porque ustedes no son dueños de ella.

No podemos prometer por nada que esté más allá de nosotros y ni siquiera por nosotros mismos porque nadie tiene el total control sobre su propia vida. No podemos tener un hablar “grandilocuente” y seductor porque eso también es pecado, y muchos predicadores exitistas deberían saberlo. En cambio, nuestra forma de hablar debe ser muy sencilla:

37 Cuando ustedes digan algo, que sea “sí, sí”, o “no, no”; porque lo que es más de esto, proviene del mal.

En esencia, aquí nos está diciendo que debemos evaluar lo mejor posible aquello que vamos a prometer o sobre lo que vamos a testificar, y luego decimos las palabras correctas, justas, nada de más.

Personalmente suelo usar expresiones como “creo que…”, “me parece que…”, “lo más probable es que…”; y a algunos de mis amigos les molesta bastante. Entiendo que no es la mejor forma de venderse uno mismo y que también hay diferencia entre los distintos temperamentos y roles sociales: aquellos que innatamente son vendedores (sanguíneos, coléricos) van a usar palabras mucho más directas y “seguras”, porque saben lo que quieren lograr; los más pensantes (melancólicos, flemáticos) van a usar palabras que denoten más inseguridad, porque son más conscientes de las dificultades. Unos y otros necesitan corregir sus discursos: una cosa es que un emprendedor quiera lograr algo y otra diferente es que realmente tenga todos los recursos y circunstancias externas para hacerlo; y los más reflexivos deben aprender a confiar más en que Dios les dará la victoria.

Unos y otros necesitan precisamente eso: escuchar a Dios en cada situación, y en base esa palabra así prometer, no por sí mismos, sino por Dios. Eso es lo más seguro.

Pero más arriba dijimos que tener un hablar sencillo puede no ser la mejor forma para conseguir resultados inmediatos hoy, pero lo cierto es que cualquier comerciante o empresario nos puede decir que prefiere mucho más a gente honesta y de hablar simple y claro que a los grandilocuentes. Estos últimos pueden conseguir compras “compulsivas”, pero nunca establecer relaciones duraderas, y lo mismo pasa en todo ámbito de la vida.

Por supuesto, lo mismo que vale para nosotros vale para los otros, es decir, no debo yo dejarme seducir por ningún discurso inflado, con juramentos y palabras seductoras. No se trata solo de que yo no lo haga, se trata de que tampoco lo acepte en el otro, y muchos cristianos que aplican esta regla para sus propias vidas, no la aplican hacia las figuras de autoridad, y terminan siendo fáciles presas de lobos rapaces.

Recordemos, Jesús aquí está luchando contra el Espíritu de la Religión, y si algo sabe hacer este principado es manipular con palabras, usar las palabras hasta el hartazgo para convencer y seducir, por lo tanto, en este pasaje no solamente instruye a Sus oyentes acerca del hablar honesto sino también ataca esta faceta del Principado Religioso. Debemos ser libres de él y mantenernos así.


Danilo Sorti




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