lunes, 25 de junio de 2018

521. Toda la iglesia es profética


Deuteronomio 18:15 RVC
15 »El Señor tu Dios hará que surja en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él deberán escuchar,

A veces el ministerio profético no es adecuadamente entendido. Como tantas otras cosas, hoy los títulos se han puesto de moda y en cierto sentido llegaron a “independizarse” de su verdadero contenido. Es común asociarlo con la predicción del futuro, pero su significado original y más inclusivo no tiene tanto que ver con eso sino con transmitir a las personas qué es lo que Dios está diciendo, principalmente respecto del presente, de lo que ellos están haciendo hoy.

Moisés se llama, al menos en cierto sentido, “profeta”, pero propiamente la predicción del futuro no fue lo que más desarrolló. En cambio, se ocupó principalmente de mostrar los diseños divinos para Su pueblo. Pero también hubo una proclama “futurista”: anunció las plagas que vendrían a Egipto y ocurrieron, juzgó la rebelión de Israel y así sucedió. Por encima de todo eso, sin embargo, predominó el hecho de transmitir al pueblo las palabras de Dios, tal como las oía, que a veces tenían que ver con un futuro inmediato, pocas veces lejano, pero muchas veces con el presente vital de ellos.

Esa esencia de ministerio profético se mantuvo luego en el resto de los profetas y, especialmente, en Jesús, a quién alude de manera concreta esta profecía.

La Iglesia, como “heredera” de Jesús y morada del Espíritu Santo, que es el Espíritu de la profecía, obviamente mantiene esta dinámica profética. Hablando sobre los dones espirituales, Pablo penetra en este ámbito cuando dice:

1 Corintios 14:5 RVC
5 Así que, yo quisiera que todos ustedes hablaran en lenguas, pero más quisiera que profetizaran; porque profetizar es más importante que hablar en lenguas, a menos que el que las hable también las interprete, para que la iglesia sea edificada.

1 Corintios 14:24-25 RVC
24 Pero si todos ustedes profetizan, y entra algún incrédulo o alguien que sepa poco de la fe cristiana, esa persona podrá ser reprendida y juzgada por todos ustedes;
25 así los secretos de su corazón quedarán al descubierto, y esa persona se postrará ante Dios y lo adorará, y reconocerá que Dios está realmente entre ustedes.

Así como la Palabra que trajo Moisés juzgó y corrigió al pueblo, hasta encaminarlo en los propósitos del Señor, la palabra profética de estos tiempos tiene el mismo propósito.

Pero esta palabra profética es tanto para hombres como para naciones.

No hace falta que repasemos los muchos pasajes en los cuales vemos a los profetas del Antiguo Pacto hablando con reyes, sacerdotes, autoridades o con todo el pueblo, es decir, dirigiéndose a la nación. Algunos dirían que eso pasó en el Nuevo Pacto, pero ahí tenemos un error producto de una lectura superficial. Juan el Bautista (que está aún bajo el Antiguo Pacto) exhortó a la nación, Jesús fue considerado un “peligro nacional”, lo que significa que fue un profeta para toda la nación, tal como los judíos podían entenderlo, de los apóstoles se dijo que “trastornan el mundo entero”, la misma función de un profeta.

Por otro lado, no se nos dijo nunca que durante este tiempo de la Iglesia habríamos de “cambiar al mundo”, aunque sí ejercer una influencia notable sobre él. Se nos dijo que seríamos mensajeros. Entonces, ¿qué tipo de mensajeros? Pues proféticos.

Todo lo que hace la Iglesia, es decir, lo que hacen los hijos de Dios inspirados por Él y conforme sus dones, es profético porque todo expone lo que Dios quiere decir a Su pueblo y al mundo también. Esa es la principal dimensión de lo profético, y tiene que ver con el presente. Pero también hay una dimensión futura que muchas veces pasa desapercibida para el que la dice pero se hace evidente con el tiempo.

Por ello, cuando como Iglesia nos pronunciamos públicamente, en realidad estamos, primero y antes que nada, haciendo un anuncio profético: “Esto es lo que dice el Señor”. Generalmente no lo parece y la gente que está bajo el sistema mundo piensa que “eso es lo que dice la iglesia”, pero Dios sabe qué está diciendo y Quién verdaderamente lo está haciendo, y nosotros también debemos saberlo.

Y dado que es profético, tiene una autoridad muy grande sobre la nación, ya sea para soltar vida si se obedece, o juicio si se rechaza. Autoridad que le viene de la Palabra, aunque sea “solamente” declara lo que la Biblia dice (¡como si eso solo fuera “poco”!). Aquí no estoy diciendo que exponga la palabra “rema” que Dios puede estar diciendo en un momento, sino nada más lo que la Biblia dice; eso sólo es profético de por sí y cuenta con todo el respaldo divino.

Pero debemos entender que al igual que en la antigüedad, no necesariamente la gente va a aceptar lo que el profeta dice, en este caso, la Iglesia. Lo más común es el rechazo, normalmente los profetas fueron reconocidos con el tiempo y pocas veces, mejor dicho, por pocas personas, en vida. No es diferente con la Iglesia.

Nuestro rol es proclamar la Palabra y decir lo que Dios dice, eso solo es intrínsecamente profético porque contiene promesas de bendición o de maldición. Nuestro rol no es “dominar” la sociedad; ellos finalmente harán lo que quieran hacer y llegará el momento en que Dios así lo permita.

Pero cuidado, una vez que el mensajero termina de dar su mensaje, le toca el turno a Dios, solo que esta vez no se trata de palabras de advertencias y llamamientos; esta vez comienzan los juicios, y progresivamente más severos.

Cuando leemos la historia de los dos testigos del Apocalipsis, los vemos predicando durante tres años y medio, y no se menciona que obtuvieran fruto (al menos no de una forma significativa), por más que toda la gente los escuchara. Pero una vez que son quitados y comienza el juicio divino, con un gran terremoto, vemos que la gente cree. Primero se alegraron, pero cuando Dios mismo comenzó a manifestarse, terminaron creyendo. Los dos testigos cumplieron su función y tuvieron éxito en su ministerio, solo que ese éxito se vio después, cuando Dios comenzó a actuar.

¿Por qué habría de ser diferente hoy? Somos llamados a profetizar, que en su acepción más básica implica proclamar la Palabra y las consecuencias de obedecerla o desobedecerla. Probablemente no crean cuando hablemos, pero a no desesperar, los juicios de Dios ya han comenzado, y no va a faltar mucho tiempo para que los rebeldes comiencen a recibirlos en carne propia, y entonces muchos creerán; no todos, pero sí muchos.

No dejemos de proclamar la Palabra porque los juicios del Señor están ya a las puertas.



Danilo Sorti




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