Mateo 6:5-15 RVC
5 »Cuando ores, no seas como los hipócritas,
porque a ellos les encanta orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de
las calles, para que la gente los vea; de cierto les digo que con eso ya se han
ganado su recompensa.
6 Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento,
y con la puerta cerrada ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que ve
en lo secreto te recompensará en público.
7 »Cuando ustedes oren, no sean repetitivos,
como los paganos, que piensan que por hablar mucho serán escuchados.
8 No sean como ellos, porque su Padre ya sabe
de lo que ustedes tienen necesidad, antes de que ustedes le pidan.
9 Por eso, ustedes deben orar así: “Padre
nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, en la
tierra como en el cielo.
11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
12 Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores.
13 No nos metas en tentación, sino líbranos
del mal.” [Porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los
siglos. Amén.]3
14 Si ustedes perdonan a los otros sus
ofensas, también su Padre celestial los perdonará a ustedes.
15 Pero si ustedes no perdonan a los otros
sus ofensas, tampoco el Padre de ustedes les perdonará sus ofensas.
a)
¡Otra vez la religión!
Todo el Sermón del Monte tuvo el propósito,
no sé si como principal pero sí como uno de los más importantes, de liberar a
los fieles de ese entonces del dominio opresivo del Espíritu de la Religión
manifestado a través de las formas de la época, de mano de fariseos y saduceos.
¿Por qué, entonces, los cristianos de los tiempos subsiguientes han hecho todo
lo posible para volver a “encapsular” estas palabras de libertad en prisiones
espirituales? Bueno, es obvio, porque el Espíritu de Religión contraataca…
Creo que este pasaje es el que más ha sido
“mal interpretado” y “mal usado”, y no porque no sea maravilloso o no valga la
pena, de hecho, memorizarlo y repetirlo, sino porque no hay nada en el resto de
la Palabra que nos indique que deba repetirse necesariamente de modo literal,
más aún cuando unos versículos antes expresamente advierte: “no sean
repetitivos”. Los protestantes y evangélicos, queriendo separarse de esa
herencia católica, muchas veces olvidan completamente esta oración, cuando en
realidad no tenemos demasiadas oraciones del Señor en los Evangelios y
deberíamos hacer bien en prestarles atención. ¡Qué lindo enredo que ha logrado
el Espíritu de Religión…!
Esta serie de artículos son muy repetitivos
en un tema: la religión, y es que resulta por demás de presente en todas las
páginas bíblicas, aunque a primera vista parezca que no. Ese solo hecho debería
hacernos estar especialmente alertas en nuestras propias vidas, enseñanzas y
ministerios; al igual que los agrotóxicos que contaminan nuestros alimentos (no
orgánicos) de una manera invisible, sutil, pero a la larga dañina, este
principado es el que sigue especialmente activo en la Iglesia (ese es su
ámbito) y no ha podido ser derrotado decisivamente todavía, desde hace 2.000
años a esta parte. Es una batalla formidable, de hecho, es LA BATALLA, y todos
los santos de tiempos pasados, en el Cielo, están mirando atentamente a la
generación que lo vencerá… nosotros.
b)
Oraciones tranquilas…
De los estilos de espiritualidad que hemos
mencionados en artículos anteriores, con su referencia al autor que primero los
desarrolló, creo que el que mejor encaja aquí es el llamado “entusiasta”, aquel
enfocado en celebrar el poder de Dios, y del cual, las iglesias pentecostales
tradicionales (no las neopentecostales) son el mejor ejemplo. Por supuesto, no
es el único y de hecho aquí no se está refiriendo necesariamente a orar a los
gritos y en medio de la plaza.
Quiero aclarar que yo tengo muchos años de iglesia
pentecostal, así que no me molesta ni me parece mal que se haga, cuando
realmente el Espíritu así lo inspira. Pero el problema es que fácilmente eso
puede transformarse en un “método”, de tal forma que la “única manera” que el
Señor nos preste atención termina siendo gritar lo más fuerte posible.
Los cristianos que tienen otro estilo de
adoración suelen criticar duramente esta forma, yo no lo haría, puede muy bien
ser genuina. Lo que debemos hacer es, precisamente eso, mantenerla genuina.
Hacia el tiempo de Jesús se había convertido en un espectáculo religioso más, y
hoy en día también puede serlo, principalmente para aquellos que pretenden
manipular a los creyentes exhibiendo una “súper espiritualidad” (falsa, claro).
E. M. Bounds dijo que las oraciones breves en
público son el resultado de largas oraciones en secreto (citado por Leonard
Ravenhill), y la primera vez que leí esa frase me quedó grabada por su verdad.
Cuando hemos pasado mucho tiempo en comunión con el Amado no necesitamos
recordarle todo lo que somos, todo lo que prometió, la gran obra que hizo
Cristo, cuánto ama al Hijo y cuánto haría por Él, la tremenda necesidad que
hay, cuánto nos gustaría que interviniera, lo terrible que sería si se
demorara, y que, de todas formas, lo vamos a seguir amando igual… para concluir
con un desesperado “¡ya, Señor, por favorrrrrr!”.
Ravenhill comenta el ejemplo de Elías: “Elías
oró, no por la destrucción de los profetas idólatras, ni que cayeran rayos sobre
el rebelde pueblo de Israel, sino para que la gloria y el poder de Dios se
revelaran como Dios quisiera.” (en “¿Por qué no llega el avivamiento?”). Pero
Elías estaba en la presencia de ese Dios, y con una oración que la versión
hebrea tiene 37 palabras, dio vueltas el destino de una nación. De hecho, el
número 37 simboliza herencia en la Biblia y allí vemos al profeta recuperando
la “heredad del Señor”.
Ahora bien, no debemos entender este pasaje
de modo “religioso” (¡por supuesto!); Jesús no se está refiriendo aquí a las
oraciones que vienen de la angustia, de lo profundo del corazón, que bien
pueden ser a los gritos, o muy básicas y repetitivas, incluso durante horas.
¡Dios escucha eso! Nadie debería condenar esas oraciones.
Aquí se refiere a una PRÁCTICA HABITUAL, algo
muy distinto. Se refiere a una forma de hacer las cosas siempre, no a
situaciones especialmente complicadas. Yo mismo he tenido momentos de oración
en los que solo podía repetir unas pocas palabras durante un largo tiempo.
Jesús no está dando aquí un “molde de hierro”
para las oraciones, sino un carril por el que puedan transitar con libertad.
c)
Y si Dios lo sabe, ¿para qué orar?
El versículo 8 puede resultar problemático
para muchos, porque piensan que la oración consiste en “informar” a Dios acerca
de una situación problemática… ¿absurdo, no? Pero ¿entonces para qué es?
La clave la encontramos al principio de la
historia, cuando Dios entrega al hombre el control sobre el mundo que había
creado, con todas las consecuencia que eso implicaba… una de las cuales es que
Dios, voluntariamente, se sujetó a Sus creaturas para obrar en la Tierra. Este
es un asunto bastante complicado, entender cuáles son los límites a la
soberanía divina, pero digamos en líneas generales, que al entregarnos el
control del mundo, lo que Él vaya a hacer debe estar “permitido”, “autorizado”
o “pedido” por los seres humanos. Es muy fácil de entender si lo vemos “al
revés” de cómo funcionan la mayoría de las autoridades en nuestro mundo actual:
nunca terminan de delegar capacidad de decisión, siempre se reservan el derecho
a inmiscuirse y cambiar lo que no les guste, y los subordinados finalmente no
sabe qué pueden hacer y qué no. Cuando me tocó ser director de un
establecimiento educativo estatal durante un par de años entendí PERFECTAMENTE
esta realidad: no tenía autonomía para decidir casi nada, pero inevitablemente
iba a ser el culpable de lo malo que ocurriera…
Nosotros, como legítimos poseedores de la
Tierra, podemos “habilitar” a Dios para que obre, y debemos hacerlo. Satanás le
dijo a Jesucristo que la autoridad sobre TODOS los reinos le había sido dada a
él, pero eso era una media verdad: nunca ha tenido un control total y lo más
parecido a eso que tendrá será solamente sobre un breve tiempo durante la
tribulación, pero tampoco será absoluto.
Eclesiastés, con su visión casi “mundana” de
las cosas, dio en el clavo cuando dijo:
Eclesiastés 5:1-2 RVC
1 Cuando vayas a la casa de Dios, refrena tus
pasos. En vez de acercarte para ofrecer sacrificios de gente necia, que no sabe
que hace mal, acércate para oír.
2 No permitas que tu boca ni tu corazón se
apresuren a decir nada delante de Dios, porque Dios está en el cielo y tú estás
en la tierra. Por lo tanto, habla lo menos que puedas,
Así debe ser la oración: primero oír, hacer
silencio ante el Dios que ya sabe todo lo que voy a decir, todo lo que hay en
mi corazón, y todo lo que ni siquiera yo sé que está ahí, ¿qué es más lógico,
decirle lo que ya sabe o esperar a oír lo que Él quiere enseñarme? Con el
tiempo uno cambia sus oraciones, realmente pide cada vez menos.
Ahora bien, cuando leemos la oración de los
versículos 9 al 13 nos parece que es un “recitado” que tenemos que hacerle a
Dios, lo cierto es que en ninguna parte del Nuevo Testamento nos encontramos a
nadie repitiendo exactamente esa oración, por lo que no tenemos mayor
fundamento para considerarla así, lo cual no significa que necesariamente está
mal repetirla, o usarla como “molde” o andamio para una oración, sino
exactamente eso: nos debe servir como molde. Pero no es un molde en el que “yo”
pongo mis palabras, sino que es un molde en el que, de acuerdo al versículo 8,
escucho primero las palabras que Dios quiere poner allí.
Es decir, ¿por qué quiere el Señor que yo
ore? ¿Qué está queriendo hacer respecto de Su gloria, de Su Reino, de Su
voluntad de amor, de nuestra provisión, de nuestros pecados, etcétera? En base
a eso, yo, como “legítima autoridad” sobre esta Tierra (porque así Dios me
estableció, como ser humano) le doy “mi” autoridad a Dios para que obre. ¡Que
“loco” es todo esto! ¡Dios autolimitándose para darnos entidad y valor a
nosotros, aunque estemos caídos y en pecado! Con razón los ángeles en Su
presencia no cesan nunca de adorarlo.
No voy a desarrollar aquí propiamente la
oración de Jesús, porque eso requeriría libros enteros (y los hay). Simplemente
recordar que es un molde, una estructura que podemos recordar y seguir, tener
en cuenta, que nos recuerda las áreas urgentes para orar y las prioridades. No
la pasemos por alto.
d)
El perdón
Jesús termina esta sección enfatizando en el
perdón: necesitamos el perdón de Dios pero somos requeridos a perdonar a
nuestros hermanos. Anhelamos que Dios nos perdones, pero exigimos justicia a la
menor ofensa de nuestro prójimo. ¡Cuántos conflictos “eternos” ocurren por la
falta de perdón!
Como dije en otras oportunidades, vivimos en
un mundo incapaz de tolerar o incluso perdonar. Hasta eso se justifica
“teológicamente”. Hace unos días atrás leí un texto en el cual la escritora
(adherida a la teología de la liberación) se preguntaba cómo pedirles a las Madres
de Plaza de Mayo que perdonaran. Bueno, lo cierto es que nadie podría
pedírselos si no fueran cristianas, por lo que la pregunta no resulta válida.
Pero lo “más cierto aún” es que en Cristo no solo se puede perdonar, sino
también SE DEBE. Lo que nos perdonó el Señor a nosotros es muy superior a las
aberraciones que los seres humanos cometen unos contra otros, pero esto sólo se
entiende espiritualmente, sólo cuando los ojos de nuestro espíritu son abiertos
a la dimensión del pecado y del sacrificio de Cristo, si eso no ocurre,
realmente no tiene mucho sentido hablar de estas cosas porque son “imposibles”
de entender.
Lo que produce la falta de perdón lo tenemos
ilustrado en los movimientos de DDHH que, habiendo comenzado como legítimas
reivindicaciones, muchas veces terminaron siendo “vientres de odio” que
mantienen rencores generacionalmente, por más que dicen que sólo mantienen
“justicia”. No me voy a explayar sobre el tema, en mi país tenemos ejemplos
suficientes, y creo que en otros también.
Lo cierto es que somos llamados a perdonar,
que por supuesto no es lo mismo que ser tan estúpidos como para exponernos
voluntariamente otra vez a que los perversos y malvados nos hagan daño (cosa,
lamentablemente frecuente en muchos grupos de cristianos), y quizás eso sea lo
más difícil. El resentimiento, el “guardar” nuestro derecho a ejercer justicia
llega a ser parte de la identidad de las personas, un “tesoro” celosamente
custodiado. Sus resentimientos se constituyen en lo que “son”, por ello, no
pueden perdonar, ¡dejarían de “ser”!
Pero Dios nos llama a perdonar, como
requisito básico para que nuestras oraciones sean escuchadas, es decir, para
que tengamos suficiente autoridad como para “dársela” de nuevo a Dios para que
entonces Él pueda cumplir lo que le pedimos. Cuando “guardamos” nuestros
resentimientos, perdemos toda autoridad espiritual, ¿qué vale más?
Danilo Sorti
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