Mateo 7:21-23 RVC
21 »No todo el que me dice: “Señor, Señor”,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos.
22 En aquel día, muchos me dirán: “Señor,
Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y
en tu nombre hicimos muchos milagros?”
23 Pero yo les diré claramente: “Nunca los
conocí. ¡Apártense de mí, obreros de la maldad!”
Hasta la sección anterior tuvimos un
desarrollo que, además de abarcar las prácticas espirituales básicas y de vida
de todo creyente, se enfocaron en los distintos estilos de espiritualidad, 9
como habíamos mencionado en artículos anteriores, siguiendo a Christian
Schwarz. Aquí tenemos un “décimo”, que en realidad no es tal: se trata de los
que aparentaron ser y nunca fueron.
Como dijimos en el artículo anterior, la
Biblia habla mucho de los tales. Muchísimos cristianos ayer y hoy (y mañana) se
han escandalizado por los falsos maestros que entraron en la iglesia, pero
realmente nunca leyeron lo que estaba escrito sobre ellos.
Hubo un tiempo en que me dolía mucho la
realidad de los cristianos abusados espiritualmente, y hoy me sigue doliendo,
por supuesto, pero he llegado a reconocer que los tales pecaron de necios al no
querer leer y creer lo que en la Palabra estaba escrito que había de suceder.
También llegué a entender, con mucha dificultad, que buena parte de los que
estaban bajo el engaño de falsos pastores realmente “querían” estar allí.
Claro, no es que querían todo lo malo que viene con ese engaño, pero querían
toda la “liviandad” y carnalidad que en esas iglesias se vivía, y como
consecuencia, el Señor permitió que cayeran presos.
Reconocer esto fue doblemente difícil, porque
al momento que entendí esto con respecto a los otros creyentes, también lo
entendí para mí mismo: ¡yo había estado engañado porque quería estar allí!
Hermanos, los latinoamericanos, en general,
tenemos mucho de ese pensamiento “¡pobrecito de mí!”, pero aquí no hay ningún
“pobrecito”, Dios es mucho más justo de lo que nos parece y de lo que nos
gustaría que fuese.
A pesar de todo eso, Su misericordia es mucho
mayor, y a todo el que sinceramente desea conocerlo, Él lo llevará a la Verdad,
y Él mismo se encargará de pastorearlo para quitarlo del error.
Pero el engaño, que en esta época está
llegando a sus mayores expresiones, provoca que muchos estén “convencidos” de
que están haciendo bien cuando en realidad van derechito para el infierno.
Este texto está en consonancia con todo lo
anterior: no se trata de palabras bonitas, sino de los hechos que den cuenta de
la verdadera fe. Es más, incluso no se trata de dones o manifestaciones
espirituales, sino de hechos más profundos.
En verdad, este pasaje es tan perturbador
como todo el Sermón del Monte, que a pesar de resultar tan sencillo en sus
palabras, cala tan hondo que nos cuesta mucho aceptarlo. Y por eso, “se nos
olvida” rápido, y necesitamos recordarlo y releerlo… porque en el fondo no lo
queremos cumplir.
Este pasaje es perturbador porque se dirige a
los creyentes activos en la iglesia, aún más, a los que incluso manifiestan
dones espirituales de manera especial y declaran con sus bocas servir al Señor:
eso solo no basta. ¡Aquí hay una terrible invitación a que revisemos lo más
profundo de nuestro ser y nuestras motivaciones!
Jesús tuvo que luchar en Su tiempo con una
espiritualidad de puras palabras, pero con hechos espantosos. Este fin de los
tiempos nos encuentra de la misma forma: puro palabrerío, mucho más sofisticado
que nunca, y hechos más espantosos que nunca. Y lo peor de todo es el
autoengaño.
Salmos 19:12 DHH
12 ¿Quién se da cuenta de sus propios
errores?
¡Perdona, Señor, mis faltas ocultas!
Esta es la oración del creyente sincero, sin
embargo, esos que muestra el Señor en Mateo 7:21 NO SON de este tipo. En
realidad, si conocemos bien al Espíritu entenderemos que Él no va a dejar en el
error al que de verdad lo busca, y tarde o temprano le mostrará el engaño en el
que se encuentra. Sin embargo, cuando leemos “nunca los conocí”, entendemos que
estos de los que habla Cristo NUNCA fueron creyentes, y si estuvieron engañados
todo el tiempo fue porque en realidad nunca tuvieron el Espíritu Santo en
ellos.
Hermanos, no debemos perder tiempo con ellos;
a los que el Espíritu no toca, tampoco los tocaremos nosotros. Estos no son
dignos de compasión, simplemente debemos descubrirlos y echarlos de nuestras
iglesias antes de que causen más problemas (de los que seguro ya están
causando). No son salvos y nunca lo serán.
El Evangelio “suave” que hemos predicado
durante mucho tiempo nos ha hecho ser demasiado misericordiosos con los que
nunca debieron estar adentro. Muchos “honran” al masón Billy Graham, pero su
estilo de evangelismo tan “fácil”, y el de muchos de su tiempo, en realidad ha
llenado las iglesias de gente engañada, que al final terminó debilitándolas
completamente y abriéndole las puertas de par en par al engaño.
Con estos no tenemos nada que hacer nosotros,
excepto no dejarnos engañar; es decir, no engañarnos cuando ellos dicen “Señor,
Señor”, y aparentan religiosidad con sus palabras o tienen discursos muy
bonitos y “espirituales”. No engañarnos incluso cuando profetizan y llegan a
acertar algunas cosas, o hasta cuando hacen milagros. Finalmente, Dios no tiene
problemas en usar a quién sea para que Su Palabra sea predicada, al fin y al
cabo, hoy podemos poner el modo lectura en nuestros teléfonos celulares y la
misma máquina se encarga de proclamar la Palabra… pero nadie llamaría “hermano”
aun teléfono celular, ¿verdad? (bueno, de los adolescentes no estaría tan
seguro…)
Por el contrario, el Señor nos da la pista de
sus hechos: no hacen la voluntad del Padre, aunque digan lo contrario, su vida
es ejemplo de maldad. Nunca fueron salvos. Y sus obras llevan a la maldad, por
más de que con sus bocas digan lo contrario.
Jesús dirige estas palabras a los que están
“adentro” pero siempre estuvieron “afuera”. En realidad, son palabras dirigidas
a nosotros: no debemos dejarnos engañar por los tales.
Danilo Sorti
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