lunes, 25 de junio de 2018

513. El Sermón del Monte – XXV ¿Quiénes son ustedes?


Mateo 7:21-23 RVC
21 »No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
22 En aquel día, muchos me dirán: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”
23 Pero yo les diré claramente: “Nunca los conocí. ¡Apártense de mí, obreros de la maldad!”

Hasta la sección anterior tuvimos un desarrollo que, además de abarcar las prácticas espirituales básicas y de vida de todo creyente, se enfocaron en los distintos estilos de espiritualidad, 9 como habíamos mencionado en artículos anteriores, siguiendo a Christian Schwarz. Aquí tenemos un “décimo”, que en realidad no es tal: se trata de los que aparentaron ser y nunca fueron.

Como dijimos en el artículo anterior, la Biblia habla mucho de los tales. Muchísimos cristianos ayer y hoy (y mañana) se han escandalizado por los falsos maestros que entraron en la iglesia, pero realmente nunca leyeron lo que estaba escrito sobre ellos.

Hubo un tiempo en que me dolía mucho la realidad de los cristianos abusados espiritualmente, y hoy me sigue doliendo, por supuesto, pero he llegado a reconocer que los tales pecaron de necios al no querer leer y creer lo que en la Palabra estaba escrito que había de suceder. También llegué a entender, con mucha dificultad, que buena parte de los que estaban bajo el engaño de falsos pastores realmente “querían” estar allí. Claro, no es que querían todo lo malo que viene con ese engaño, pero querían toda la “liviandad” y carnalidad que en esas iglesias se vivía, y como consecuencia, el Señor permitió que cayeran presos.

Reconocer esto fue doblemente difícil, porque al momento que entendí esto con respecto a los otros creyentes, también lo entendí para mí mismo: ¡yo había estado engañado porque quería estar allí!

Hermanos, los latinoamericanos, en general, tenemos mucho de ese pensamiento “¡pobrecito de mí!”, pero aquí no hay ningún “pobrecito”, Dios es mucho más justo de lo que nos parece y de lo que nos gustaría que fuese.

A pesar de todo eso, Su misericordia es mucho mayor, y a todo el que sinceramente desea conocerlo, Él lo llevará a la Verdad, y Él mismo se encargará de pastorearlo para quitarlo del error.

Pero el engaño, que en esta época está llegando a sus mayores expresiones, provoca que muchos estén “convencidos” de que están haciendo bien cuando en realidad van derechito para el infierno.

Este texto está en consonancia con todo lo anterior: no se trata de palabras bonitas, sino de los hechos que den cuenta de la verdadera fe. Es más, incluso no se trata de dones o manifestaciones espirituales, sino de hechos más profundos.

En verdad, este pasaje es tan perturbador como todo el Sermón del Monte, que a pesar de resultar tan sencillo en sus palabras, cala tan hondo que nos cuesta mucho aceptarlo. Y por eso, “se nos olvida” rápido, y necesitamos recordarlo y releerlo… porque en el fondo no lo queremos cumplir.

Este pasaje es perturbador porque se dirige a los creyentes activos en la iglesia, aún más, a los que incluso manifiestan dones espirituales de manera especial y declaran con sus bocas servir al Señor: eso solo no basta. ¡Aquí hay una terrible invitación a que revisemos lo más profundo de nuestro ser y nuestras motivaciones!

Jesús tuvo que luchar en Su tiempo con una espiritualidad de puras palabras, pero con hechos espantosos. Este fin de los tiempos nos encuentra de la misma forma: puro palabrerío, mucho más sofisticado que nunca, y hechos más espantosos que nunca. Y lo peor de todo es el autoengaño.

Salmos 19:12 DHH
12 ¿Quién se da cuenta de sus propios errores?
¡Perdona, Señor, mis faltas ocultas!

Esta es la oración del creyente sincero, sin embargo, esos que muestra el Señor en Mateo 7:21 NO SON de este tipo. En realidad, si conocemos bien al Espíritu entenderemos que Él no va a dejar en el error al que de verdad lo busca, y tarde o temprano le mostrará el engaño en el que se encuentra. Sin embargo, cuando leemos “nunca los conocí”, entendemos que estos de los que habla Cristo NUNCA fueron creyentes, y si estuvieron engañados todo el tiempo fue porque en realidad nunca tuvieron el Espíritu Santo en ellos.

Hermanos, no debemos perder tiempo con ellos; a los que el Espíritu no toca, tampoco los tocaremos nosotros. Estos no son dignos de compasión, simplemente debemos descubrirlos y echarlos de nuestras iglesias antes de que causen más problemas (de los que seguro ya están causando). No son salvos y nunca lo serán.

El Evangelio “suave” que hemos predicado durante mucho tiempo nos ha hecho ser demasiado misericordiosos con los que nunca debieron estar adentro. Muchos “honran” al masón Billy Graham, pero su estilo de evangelismo tan “fácil”, y el de muchos de su tiempo, en realidad ha llenado las iglesias de gente engañada, que al final terminó debilitándolas completamente y abriéndole las puertas de par en par al engaño.

Con estos no tenemos nada que hacer nosotros, excepto no dejarnos engañar; es decir, no engañarnos cuando ellos dicen “Señor, Señor”, y aparentan religiosidad con sus palabras o tienen discursos muy bonitos y “espirituales”. No engañarnos incluso cuando profetizan y llegan a acertar algunas cosas, o hasta cuando hacen milagros. Finalmente, Dios no tiene problemas en usar a quién sea para que Su Palabra sea predicada, al fin y al cabo, hoy podemos poner el modo lectura en nuestros teléfonos celulares y la misma máquina se encarga de proclamar la Palabra… pero nadie llamaría “hermano” aun teléfono celular, ¿verdad? (bueno, de los adolescentes no estaría tan seguro…)

Por el contrario, el Señor nos da la pista de sus hechos: no hacen la voluntad del Padre, aunque digan lo contrario, su vida es ejemplo de maldad. Nunca fueron salvos. Y sus obras llevan a la maldad, por más de que con sus bocas digan lo contrario.

Jesús dirige estas palabras a los que están “adentro” pero siempre estuvieron “afuera”. En realidad, son palabras dirigidas a nosotros: no debemos dejarnos engañar por los tales.


Danilo Sorti




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