Habacuc 2:1-4 RVC
1 Decidí mantenerme vigilante. Decidí
mantenerme en pie sobre la fortaleza. Decidí no dormir hasta saber lo que el
Señor me iba a decir, y qué respuesta daría a mi queja.
2 Y el Señor me respondió, y me dijo:
«Escribe esta visión. Grábala sobre unas tablillas, para que pueda leerse de
corrido.
3 La visión va a tardar todavía algún tiempo,
pero su cumplimiento se acerca, y no dejará de cumplirse. Aunque tarde, espera
a que llegue, porque vendrá sin falta. No tarda ya.
4 Aquel cuya alma no es recta, es arrogante;
pero el justo vivirá por su fe.
Habacuc estaba viendo la amenaza de los
caldeos cernirse sobre su nación. Nada podía detenerlos y era cuestión de
tiempo para que llegaran a Israel. ¿Podía Dios permitir eso?
La pregunta resultaba ser muy política y
“local” si se quiere; tenía que ver con la suerte que correría su nación en los
próximos años. Sin embargo, fue la oportunidad para que Dios expresara un
principio que se volvió universal bajo el Nuevo Pacto (aunque siempre lo fue):
el justo vivirá por su fe.
Habacuc hizo lo que debe hacer un profeta
comprometido con la realidad: mirar claramente esa realidad con sus ojos, y
luego buscar la palabra del Señor. Entre uno y otro extremo suelen oscilar los
profetas hoy, y todos los cristianos en general: o se quedan demasiado fijos en
la realidad humana, intentando buscar soluciones “humanas”, o se quedan “en las
nubes”, viviendo una realidad muy diferente y sin comprender qué está pasando
aquí. No sé si los cristianos individualmente podemos llegar a ubicarnos en el
correcto centro, pero por lo menos podemos ser lo suficientemente conscientes
del problema como para que nos toleremos unos a otros y así, como iglesia,
tengamos una posición más equilibrada.
Y Dios acudió a la cita, pero lo primero que
le aclaró es que todavía habría de pasar un tiempo, pero inevitablemente la
palabra se cumpliría. Mientras tanto, todo el pueblo, representado en el
profeta, debía esperar el cumplimiento de la palabra.
¿Qué es la fe? Mucho malentendido tenemos
alrededor de esa palabra, al punto de que más de una vez ha llegado a perder su
verdadero significado. Pero aquí tenemos su verdadera definición: Dios da una
palabra y espera que Su gente la crea, y que viva en consecuencia MIENTRAS
llega su cumplimiento.
Sorprendentemente, lo contrario a la fe que
presenta el texto no es la incredulidad, sino la arrogancia, el orgullo. Aunque
el pasaje plantea problemas de traducción, podemos entender que el orgullo
impide la fe, porque significa “creer que ya lo sé”, que las cosas ocurrirán
como uno piensa que lo harán, mientras que la fe implica creer lo que otro con
autoridad (en este caso Dios) ha dicho que ocurrirá. Y ese “otro con autoridad”
obviamente no soy “yo”, por lo que es necesaria la humildad.
El orgullo nos hace buscar un montón de excusa
o “explicaciones lógicas” por las cuales lo que Dios dice que ocurrirá no es
razonable, o “no es de Dios”. Normalmente cuando alguien quiere rechazar una
palabra divina se enfoca en el mensajero, el profeta que la trae, tratando de
descubrir faltas e incongruencias en él, de tal manera que esa “inhabilidad”
moral que supuestamente tiene, inhabilita también el mensaje.
Por supuesto: ¿Quién te ha dado la capacidad
o autoridad para juzgar a tu hermano? ¿Cuánto conocés en profundidad la vida de
tu hermano para juzgarlo rectamente? Pero aún si fuera moralmente inhábil, ¡eso
no anula la palabra profética!
Por otro lado, cuando la palabra viene a mi
corazón, es mucho más fácil desecharla, “es mi propio pensamiento” y listo, sin
siquiera analizar por qué razón consideramos que es el pensamiento propio, si
en verdad tiene las características de un “pensamiento propio”.
Muchos hermanos están anunciando que los días
de este sistema mundo están contados. Las naciones están bajo juicio, y no les
quedan muchos años más de relativa tranquilidad. Aún un poco de tiempo, que
tenemos que transcurrir con fe, que implica necesariamente perseverancia,
fortaleza, esfuerzo sostenido y constante. Pero son años difíciles todavía, por
eso es más necesario mantenernos firmes en la fe.
Romanos 1:16-17 RVC
16 No me avergüenzo del evangelio, porque es
poder de Dios para la salvación de todo aquel que cree: en primer lugar, para
los judíos, y también para los que no lo son.
17 Porque en el evangelio se revela la
justicia de Dios, que de principio a fin es por medio de la fe, tal como está
escrito: «El justo por la fe vivirá.»
El Evangelio siempre estuvo basado en la fe,
no tenemos el cumplimiento todavía, sabemos que no veremos ahora la plenitud de
lo que se ha prometido. Que el Príncipe de este mundo sigue gobernando y
aparentemente, gana. Allí es donde somos llamados a ejercer la fe. Y
especialmente cuando esa “victoria” parece mundial y definitiva.
¿Qué hacemos cuando esa fe flaquea? Lo mismo
que el profeta: exponemos con sinceridad nuestra angustia y nuestras dudas
delante del Señor y nos quedamos esperando hasta recibir una respuesta. En base
a esa respuesta, esa palabra que viene del Señor, es que nuestra fe resulta
renovada.
Danilo Sorti
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