lunes, 25 de junio de 2018

516. ¿Dando vueltas para nada?


Números 14:30-35 RVC
30 Ninguno de ustedes entrará en la tierra que, bajo juramento, prometí que les daría para que la habitaran. Sólo entrarán Caleb hijo de Yefune y Josué hijo de Nun.
31 Y a esos niños que ustedes dijeron que serían hechos prisioneros, yo los introduciré en la tierra que ustedes despreciaron, y ellos la conocerán.
32 En cuanto a ustedes, sus cuerpos quedarán tendidos en este desierto.
33 Sus hijos andarán cuarenta años sin rumbo fijo por el desierto, llevando a cuestas sus rebeldías, hasta que su cuerpo sea consumido en el desierto.
34 Cuarenta años llevarán a cuestas sus iniquidades, un año por cada día, conforme al número de los días que anduvieron explorando la tierra, y así experimentarán mi castigo.
35 Así voy a tratar a toda esta multitud perversa que se ha juntado contra mí. Serán consumidos en este desierto, y aquí mismo serán condenados a muerte. Yo, el Señor, lo he dicho.”»


“Dar vueltas por el desierto” es una de las experiencias cristianas más comunes que puede haber. Por supuesto que es metafórico, me refiero a esas situaciones tan comunes en las cuales nos sentimos como “dando vueltas” durante largo tiempo sin poder nunca encontrar una salida; situaciones en las cuales no podemos progresar, alcanzar una nueva meta, subir a otro nivel en lo económico, laboral, personal, familiar. Vemos la mano de Dios, sí, hay provisión y protección, no falta el alimento ni lo que necesitamos para vivir, no se trata propiamente de que estemos retrocediendo o sufriendo algún ataque espiritual que nos provoque pérdida, es más, si miramos hacia el pasado más o menos cercano, esta situación actual significó un cambio importante, una mejora en relación con la anterior, pero en el camino las promesas que habíamos recibido parecieron quedar “suspendidas hasta nuevo aviso”: no retrocedemos, pero tampoco mejoramos, a pesar de que es evidente que Dios está con nosotros, que obra milagros incluso y que se sigue manifestando.

Por supuesto, el Espíritu Santo no iba a dejarnos sin instrucción en situaciones tan inquietantes, y algo de lo que nos quiere decir está grabado en la historia de Israel.

El “desierto” es el lugar de la prueba, de la purificación, donde Dios trata cara a cara con sus hijos y quita todo lo que no le agrada. Así lo hizo con Israel, y precisamente por eso se convirtió en una enseñanza para todos.

Muchas cosas pasaron en el desierto, si las resumimos rápidamente diremos que “entró” un grupo de esclavos desordenados y desorientados, y “salió” una nación capaz de conquistar un territorio lleno de feroces ejércitos. De acuerdo, todos diríamos que eso debió ocurrir más rápido de lo que en efecto ocurrió, pero lo cierto es finalmente sucedió. Nos resulta obvio que esa “Israel” que entró al desierto no podía entrar en la Tierra Prometida, debía ser transformada.

En este artículo quiero enfocarme en uno de los aspectos de esa transformación, aquel que tiene que ver con pasar tiempo “sin que pase nada”. Ahora bien, puede ser que estemos en medio de la lucha, es más, puede ser incluso que estemos perdiendo terreno, pero al menos estamos “haciendo algo”: sobrevivir, que en muchas ocasiones es mucho. Pero pasar tiempo sin poder “hacer nada” es algo muy distinto.

A esta altura tenemos conocimiento de muchas realidades espirituales que tienen que ver con cárceles o prisiones del alma o de algún fragmento del alma y que propiamente no nos dejan avanzar. Al recibir revelación sobre ellas también recibimos revelación acerca de cómo salir, que en realidad se resumen todas en aplicar la victoria de Cristo sobre todos los poderes de las tinieblas…

Pero, hermanos, el verdadero asunto no es “cómo” salir porque eso es tan simple para el Señor como decir una palabra; el verdadero asunto es “por qué” estamos allí y hasta cuándo debemos permanecer.

Israel debió permanecer 40 años, el tiempo de una generación, precisamente para que esa generación incrédula diera lugar a una nueva gente llena de fe y con mentalidad libre. Cuarenta es el número de la prueba, esto es, el “tiempo” de la prueba pero también del final de esa prueba, y, habiendo terminado, surge un nuevo comienzo.

Normalmente lo más “interesante” que podemos hacer en medio del a prueba es resistir, tener paciencia, esperar. Esto es, reconocer que Dios estableció un tiempo y no es ni más ni menos que eso, y que en ese tiempo Él está haciendo lo que tiene que hacer, más allá de que nosotros efectivamente “hagamos” algo o no.

Durante ese tiempo moriría toda esa generación. Dios no podía matarla de una vez porque todos sus hijos quedarían huérfanos y también perecerían; por lo tanto esos cuarenta años no era ni más ni menos que el tiempo lógico como para que sus hijos crecieran y llegaran a tomar las riendas de la nación (lo cual implica varias décadas por cierto) y esa generación de incrédulos muriera para no estorbar durante la conquista.

Lo mismo pasa con nosotros, a nivel individual: el tiempo de la prueba es el tiempo dispuesto por Dios y a la vez estrictamente necesario (y ni un día más) como para que todo lo que tiene que morir muera mientras lo nuevo que Él está formando alcance su adecuada madurez. Si para lograrlo el Señor permite que estemos durante ese tiempo en prisiones espirituales o sujetos a algún tipo de dominación del inframundo que nos impida avanzar, ES TOTALMENTE SECUNDARIO.

Claro que yo no estoy diciendo que no deberíamos librarnos, EN ESPECIAL cuando el Espíritu nos ilumina sobre alguna de esas cuestiones, porque realmente lo que puede estar pasando allí es que ha llegado el momento en que debamos ser libres, al menos en esa área.

Mateo 6:19-20 RVC
19 »No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corroen, y donde los ladrones minan y hurtan.
20 Por el contrario, acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido corroen, y donde los ladrones no minan ni hurtan.

El tiempo de prueba cruzando el desierto, en el cual damos vueltas “sin sentido”, en realidad nos trae una recompensa eterna, al forjar en nosotros el carácter de Cristo, al hacer morir lo que debe morir, para que el Hombre Nuevo se desarrolle.

Y de paso, aquí tenemos una enseñanza sobre regiones de cautividad:

Mateo 6:21 RVC
21 Pues donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

Cuando nuestro tesoro está en alguno de los tesoros terrenales, en realidad nuestro corazón –alma–  está aprisionado en esas regiones del inframundo (la “sucursal” del infierno destinada al alma de los vivos), y no estoy hablando simbólicamente. Pero cuando todo nuestro tesoro; nuestro deseo, nuestro deleite, nuestro único objetivo, está puesto en Dios, entonces nuestro corazón –alma– está íntegramente sentado con Cristo “en los lugares celestiales”, como dice Efesios.

¡Cuidado! En el “desierto” está la presencia y la provisión de Dios, y ocurren milagros también; no es lo mismo que pasa cuando alguien se aparta del Señor y entra en tierras áridas; aunque el Señor no se ha apartado del todo, no hay una “Tierra Prometida” al final, sino el regreso al camino del que nunca debió perderse.

Por ello, si estamos “dando vueltas para nada”, y aunque Dios se manifiesta sigue permaneciendo un límite que no podemos cruzar, debemos corroborar primero si es que estamos en el “proceso del desierto”, para el cual Dios mismo ha determinado un plazo y unos objetivos de “muerte” (del viejo hombre) que deban cumplirse.

Danilo Sorti





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