Mateo 16:13-17 RVC
13 Al llegar a la región de Cesarea de
Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo
del Hombre?»
14 Ellos dijeron: «Unos dicen que es Juan el
Bautista; otros, que es Elías; y otros, que es Jeremías o alguno de los
profetas.»
15 Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen
que soy yo?»
16 Simón Pedro respondió: «¡Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente!»
17 Entonces Jesús le dijo: «Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre
que está en los cielos.
Conocemos este pasaje más que nada por la
promesa que sigue:
Mateo 16:18-19 RVC
18 Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre
esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no podrán vencerla.
19 A ti te daré las llaves del reino de los
cielos. Todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que
desates en la tierra será desatado en los cielos.»
Pero hubo todo un proceso antes; Jesús se
estaba dando a conocer al pueblo, sin revelar de manera espectacular o llamativa
su deidad, sino más bien “secretamente”. Allí estaba Dios paseándose entre los
hombres, pero “vestido” como uno de ellos. Nadie podía reconocerlo por la
apariencia, había que pasar tiempo con Él, escucharlo hablar, ver sus señales.
Hacía falta reflexionar un poco, requería un esfuerzo de la mente, no había
nada “inmediato” a los ojos humanos. “Lo veremos, pero sin atractivo alguno
para que más lo deseemos.” (Isaías 53:2).
“¿Quién dice la gente que es el Hijo del
Hombre?” Implica que se decían cosas “por ahí”. Los apóstoles estaban en
contacto con muchas personas, escuchaban muchas cosas y podían tener una
especie de “encuesta informal” de la opinión pública.
Jesús es identificado con algún ministerio
profético, eso es relevante. Sin demasiado discernimiento, la gente no tenía
dudas en reconocerlo como profeta, y es evidente que eso no tenía mucho que ver
con predecir el futuro porque esos mensajes todavía no habían sido pronunciados
(al menos no según el registro escrito) y cuando lo fueran, sólo habrían de
escucharlos un grupo pequeño de discípulos.
Más bien, ellos podían reconocer a un profeta
que llamaba al pueblo al arrepentimiento y que confrontaba a los poderes de
turno. ¿Tenía implicancias políticas el mensaje de Jesús? Nosotros estamos
acostumbrados a leerlo en clave individual, pero por lo visto en ese tiempo la
gente entendía algo más. A lo menos podemos decir que al confrontar las
enseñanzas del “establishment” les estaba quitando su cuota de poder, además de
exponer la fútil base de su poder.
Jesús era reconocido como profeta, y eso es
mucho para empezar. Su iglesia no puede serlo menos. Si no pueden decir de
nosotros que somos una “contracultura”, que vamos a “contracorriente”, que
resultamos molestos para los hombres que quieren vivir conforme a su antojo,
que los poderes de turno encuentran una piedra en el zapato con nosotros, que
nuestro mensaje resulta “verdaderamente molesto”, aunque a la vez profundamente
sanador y lleno de Vida, entonces estamos en un problema. Seremos “iglesia”,
pero no la que Él vino a edificar.
Pero hay algo más. Jesús no dijo que llamarlo
profeta fuera “incorrecto”, pero estaba incompleto.
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Jesús
no criticó a la gente que solo podía ver en Él la dimensión profética, pero los
discípulos compartían mucho más tiempo y era esperable que su revelación fuera
superior, ¿lo sería?
Esta conversación está ocurriendo hacia el
tercer año del ministerio de Jesús, y los apóstoles habían estado probablemente
ya dos años con Él. Por lo visto, el Señor tuvo la suficiente paciencia como
para dejar que el Espíritu actuara conforme los propios tiempos en que ellos
podrían comprender, y no se adelantó a formular una pregunta que hubiera
generado confusión antes. ¡Señor, danos esa sabiduría para no ser apresurados y
esperar los tiempos correctos!
Inmediatamente a esto seguiría la
transfiguración de Jesús y un cambio sustancial en Su ministerio: ya no sería
tan público, la oposición crecería y el Señor se concentraría en instruir a Sus
discípulos más cercanos, dada la inminencia de Su partida. Ellos entrarían a
una nueva etapa de mayor profundidad, capacitación y conocimiento, pero antes
de eso, o mejor dicho, para poder entrar en ella, había que tomar un examen…
pero no como los que tomamos nosotros, por ejemplo, suelo tomar exámenes de 20
preguntas a mis estudiantes, este era muy cortito, solo una pregunta que se
respondería con pocas palabras, pero que nadie hasta ese momento, en toda la
historia, lo había logrado…
Nosotros nos acercamos a Dios de una manera,
y ese primer encuentro genera un gozo enorme en el Cielo:
Lucas 15:7 RVC
7 Les digo que así también será en el cielo:
habrá más gozo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos
que no necesitan arrepentirse.
Pero en ese primer encuentro todavía no
tenemos la revelación adecuada de Dios, más bien, apenas empezamos a ver Quién
es Él. Y así transcurrimos un tiempo, más o menos largo, hasta que llega el
momento de la evaluación: “¿Quién soy Yo?” nos vuelve a preguntar el Señor, y
eso parece una obviedad, ¿acaso no hemos creído en Él? ¿No lo reconocimos ya
como Salvador, como Hijo de Dios, como Señor? Sí, pero… ¿Hasta dónde? ¿Con qué
profundidad? Todo paso a una nueva etapa requiere que hayamos recibido primero
una nueva revelación de Quién es Él.
Nuestra vida cristiana y nuestra fe se han
cimentado sobre una base, pero ¿cuán sólida es? Resulta necesario que cada
tanto el Señor vuelva a destapar esos cimientos para reforzarlos, solo así
podrá Él luego seguir construyendo.
No sabemos si los otros discípulos pensaban
lo mismo que Pedro, probablemente sí, ya que él oficiaba en cierto sentido de
“portavoz” (y a veces se iba de boca…). Seguramente habían hablado de este
asunto entre ellos, con todo, el que primero y sin dudas lo reconoció como algo
superior a un profeta fue Pedro.
Y aquí entramos en los fundamentos de la
Iglesia, que fueron puestos hace 2.000 años, que “ya están”, pero que cada
nueva generación de creyentes debe reforzar, no solo a modo individual, sino
colectivo, como Cuerpo. No se trata de conocimiento mental, que es necesario,
sino de revelación espiritual. Podemos reconocer en Cristo un gran hombre, pero
solo con la revelación espiritual del Padre a nuestro espíritu lo reconocemos como
Dios hecho Hombre.
Sobre ese Pedro la Iglesia de Cristo sería
edificada. Y si alguno tiene problemas teológicos con este pasaje, es necesario
recordar que un solo versículo no sirve para establecer doctrina. La piedra
fundamental es Cristo, y luego:
Efesios 2:19-20 RVC
19 Por lo tanto, ustedes ya no son
extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la
familia de Dios,
20 y están edificados sobre el fundamento de
los apóstoles y profetas, cuya principal piedra angular es Jesucristo mismo.
Apocalipsis 21:14 RVC
14 La muralla de la ciudad tenía doce
cimientos, y en ellos estaban los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Fue solo a partir de esa revelación más
profunda que tuvo Pedro que Jesucristo pudo revelarle a su vez qué edificaría
con ellos, y cuál sería el poder de esa construcción. Junto con eso recibió una
medida de autoridad especial.
No, Pedro no fue el “primer papa”, pero fue
el primero que predicó a los judíos y a partir de allí comenzó la iglesia en
Jerusalén, la primera; fue el que validó la obra de Felipe entre los
Samaritanos, y con ello les abrió las puertas del Reino, y fue el que también
“oficialmente” abrió las puertas a los gentiles, al predicarles a Cornelio y su
casa. Tuvo sus buenas macanas, por supuesto, el Señor levantó luego otros
líderes para otras misiones, y así siguió hasta el día de hoy, pero ocupó un
lugar único en la historia de la Iglesia, porque fue el primero que se atrevió
públicamente a reconocer al Hijo de Dios.
Entre paréntesis, decir tal cosa, que ese
hombre Jesús era “Hijo de Dios”, podía resultar una herejía digna de muerte, y
precisamente “por eso” condenaron luego a Jesús, siquiera pensar en esa
posibilidad era aberrante a la mente de cualquier judío. Pedro pudo superar todos
esos condicionamientos religiosos, teológicos y culturales.
El próximo paso a la Iglesia gloriosa del fin
de los tiempos no requerirá menos de nosotros, es decir, que superemos
estructuras mentales, sociales, religiosas y nuestra propia vergüenza y temor,
para pasar el “simple” examen que nos introducirá en ella.
Danilo Sorti
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