miércoles, 6 de diciembre de 2017

324. Jeremías 2: cuándo es que Dios protege

Jeremías 2:1-3 RVC
1 La palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
2 «Ve y proclama a oídos de Jerusalén lo siguiente: “Así dice el Señor: ‘Me acuerdo de ti y de tu fidelidad, cuando eras joven; de tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, en terrenos no sembrados.’”»
3 Israel estaba consagrada al Señor. Era como los primeros frutos de su cosecha. Todos los que la devoraban tenían que cargar con su culpa; el mal les sobrevenía. —Palabra del Señor.

El libro de Jeremías es muy importante porque estamos precisamente en tiempos similares, y Dios está levantando también muchos “Jeremías” para traer el mensaje de un juicio ya inevitable. Por ello, en importante repasar lo que fue escrito allí.

Dentro del contexto de juicio, al inicio de su predicación, Dios le da a Jeremías estas palabras del capítulo 2. En el versículo 3 encontramos una promesa que nos gusta a todos: “Si alguien le hacía daño, yo lo castigaba enviándole calamidades. Yo, el Señor, lo afirmo.”, según traduce Dios Habla Hoy.

Sabemos de esta promesa, nos gusta mucho, sabemos también que Dios tiene todo el poder para hacerlo, ¿por qué entonces no la vemos en funcionamiento tan a menudo?

Hay muchas promesas que se predican fuera de contexto, “haciéndole decir” a Dios algo que nunca dijo, prometiendo protección, prosperidad y bendición cuando Dios no lo hizo. Sin embargo, esta promesa que tenemos aquí está inequívocamente ubicada en su contexto, por lo que nos puede aclarar mucho.

Dios protegía a Israel, Dios peleaba contra sus enemigos, Dios hacía milagros asombrosos contra ellos, ¿pero por qué?

2 …  “Así dice el Señor: ‘Me acuerdo de ti y de tu fidelidad, cuando eras joven; de tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, en terrenos no sembrados.’”»
3 Israel estaba consagrada al Señor. Era como los primeros frutos de su cosecha. …

2 … dice el Señor! Recuerdo que cuando eras joven, me eras fiel, que cuando te hice mi esposa, me amabas y me seguiste a través del desierto, tierra en que nada se cultiva.
3 Israel estaba consagrada a mí, era lo mejor de mi cosecha. …

Según leemos aquí, Dios utiliza cinco expresiones para describir a la “joven Israel”, la Israel de antaño, aquella a la que Él protegía celosamente.

“Me acuerdo de ti y de tu fidelidad, cuando eras joven” Israel era fiel, no tenía otros dioses, no andaba en idolatría, escuchaba y obedecía a la voz del Señor, no tenía otra ley. No había ordenanzas extrañas, leyes impías tales como las que abundan hoy día; ni mandamientos de hombres dentro del culto verdadero.

“de tu amor de novia” Israel amaba al Señor, no solamente lo obedecía, no solo cumplía con el pacto y se mantenía fiel, sino que de todo corazón estaba enamorada del Señor. No era solo un rito vacío, no un deber religioso sin vida, como pasaría en los tiempos de Jesús, era verdadero entusiasmo, emoción de encontrarse con su Dios, pasión por Él, disposición a entregar su propia vida por amor. Israel había recibido y entendido el amor de su Señor, pero en este tiempo ya se había olvidado.

“cuando me seguías por el desierto, en terrenos no sembrados.” El amor y la fidelidad se ven en la práctica, no de palabra, y en este caso se demostraron confiando y dependiendo completamente del Señor en medio del desierto y en las difíciles jornadas de la conquista de Canaán, en donde solo tenía la provisión y protección del Señor, un lugar por donde ninguna nación en su sano juicio cruzaría si no fuera que conociera, escuchara y por sobre todo, confiara y amara en el Señor su Dios.

“Israel estaba consagrada al Señor” En resumen, la nación estaba totalmente entregada a Él, toda su voluntad y afecto estaban puestas en Él y no había ninguna mezcla ni nada extraño.

“Era como los primeros frutos de su cosecha” Esos primeros frutos resultaban los más esperados, los más anhelados, luego de meses sin tenerlos. No era como en este tiempo en que tenemos cámaras para guardar la fruta, o podemos traerla de otro lado, en contraestación, había fruta fresca solo cuando era temporada, y nada más. Por ello, los primeros frutos resultaban especialmente valiosos (aún hoy, las frutas más delicadas que no se guardan en cámaras, tienen un valor mucho más alto cuando son las primeras de la temporada). Esto quiere decir que ESA nación de Israel era lo que Dios más deseaba, era Su amor, Su deleite, aquello que henchía su corazón. ¡Dios estaba profundamente enamorado de ese pueblo!

Pero todo eso se había olvidado, había quedado muy atrás ya en el pasado, y por eso era necesario que viniera el juicio para que pudiera ser recuperado. De eso tratará el resto del libro, pero esta introducción aquí nos está poniendo en perspectiva el juicio inevitable que vendría: Dios ya no protegía a Su pueblo, ya no podían reclamar ninguna promesa, no podían pedir nada porque todo lo que eran, y que agradaba a su Creador, lo habían perdido.

¿Qué puede pedir el mundo hoy? ¿Qué pueden reclamar las naciones delante de Dios? Todas han pecado, todas han caído, todas se han corrompido grandemente llegando al extremo de aprobar leyes contra naturaleza, algo que incluso los paganos de la antigüedad difícilmente hacían. Hermanos, no prometamos lo que Dios no promete.

Lo mismo vale para muchos que se llaman cristianos, pero que están muy lejos de ese amor y fidelidad, ¿qué promesa podemos reclamar si vivimos en pecado? Viceversa, si es que estamos reclamando y recontra reclamando cosas que nunca se cumplen en nuestra vida, ¿no será tiempo de revisar cómo andamos?

Pero si nos volvemos a Él, aunque el juicio ya es inevitable, podemos confiar en que tendremos Su cuidado y protección. ¡Señor, perdónanos y recíbenos nuevamente!


Danilo Sorti




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