Juan 7:45-52 RVC
45 Los guardias fueron adonde estaban los
principales sacerdotes y los fariseos, y éstos les dijeron: «¿Por qué no lo han
traído?»
46 Los guardias respondieron: «¡Nunca antes
alguien ha hablado como este hombre!»
47 Pero los fariseos les respondieron:
«¿También ustedes han sido engañados?
48 ¿Acaso ha creído en él alguno de los
gobernantes, o de los fariseos?
49 Pero esta gente, que no conoce la ley,
está bajo maldición.»
50 Nicodemo, que había ido a hablar con Jesús
de noche y era uno de ellos, les dijo:
51 «¿Acaso nuestra ley juzga a un hombre sin
antes oírlo y sin saber lo que ha hecho?»
52 Los fariseos le respondieron: «¿Qué,
también tú eres galileo? Escudriña y verás que de Galilea nunca ha surgido un
profeta.»
Cuando analizamos un asunto o juzgamos algo,
¿cómo lo hacemos? ¿Cuáles son los criterios que utilizamos?
El hecho de “juzgar” la veracidad de algo que
se dice es por demás de común en todos los ámbitos humanos.
En ciencia existe un conjunto de métodos
científicos (aplicables según el tipo de ciencia de que se trate) en donde se
incluyen los criterios de “juicio” para determinar la veracidad o no de una
hipótesis. También hay otros criterios (a veces no tan claramente expresados)
para juzgar las publicaciones científicas de otros.
Los sistemas judiciales tienen un enorme
sistema para determinar la veracidad o no de los hechos, y conocemos largos
procesos de investigación que se llevan a cabo.
En el ámbito cotidiano estamos continuamente
juzgando la veracidad o no de lo que se nos dice, de las noticias que podamos
leer, incluso de lo que vemos. También en el ámbito de iglesia. Normalmente no
tenemos criterios explícitos y bien definidos para hacerlo, pero de ese
“juicio” que emitamos depende mucho: dependen las relaciones, depende a quién
votemos o no, depende a qué iglesia asistamos… y depende nuestra salvación.
En la Biblia tenemos MUCHÍSIMOS ejemplos de
“juicios” incorrectos, y en el Evangelio de Juan se concentran algunos de los
más paradigmáticos, porque han sido emitidos por aquellos que en la nación
debían ser los más justos y los más conocedores de la forma correcta de juzgar.
Sin embargo, cuando los criterios incorrectos
se difunden y se aceptan en el pueblo, inevitablemente también ocurre lo mismo
entre los dirigentes. ¿Cómo podría un pueblo reclamar juicios justos a sus
dirigentes si él mismo no sabe qué es tal cosa?
El relato de Juan 7 es uno de esos tantos
casos.
Los guardias habían quedado sorprendidos.
Escucharon las palabras de Jesús y no pudieron menos que reconocer que no eran
palabras comunes. No eran del vulgo, no eran unos ignorantes; aunque no fueran
de “lo más selecto” de la sociedad, por ocupar el cargo que tenían era
imposible que no hubieran aprendido muchas cosas. No sabemos si realmente
creyeron en Jesús, pero sí podemos decir que reconocieron algo especial. ¿Cómo
juzgaron? Compararon lo que decía Jesús con lo que habían escuchado infinidad
de veces, con lo que sabían, con lo que habían leído. Y lo compararon “sin filtros”,
sin un “pre juicio” sobre Jesús, simplemente, compararon “las palabras”, más
allá de quién las decía.
Los religiosos de la época de Jesús, que
supuestamente sabían mucho, rechazaron su testimonio. Y recordemos, los
guardias no eran “cualquier persona”, más aún, eran los más cercanos a ellos y
los más confiables, si no podían creer en ellos, ¿en quién entonces? Los
líderes tenían motivos justificados para por lo menos escuchar y tener en
cuenta el testimonio de esa gente que había mostrado más que de sobra su celo y
su fidelidad a ellos (otra cosa es que fueran verdaderamente justos). Sin
embargo, en su esquema de pensamiento “no podía haber otra cosa”; si algo no
encajaba dentro de los hechos tal como ellos los pensaban, era porque habían
sido engañados. ¿No se parece a ciertos sectores sociales y políticos (¡y
cristianos!) de nuestros países latinoamericanos hoy…?
De más está decir que esta forma de
pensamiento demostró, por los sucesos narrados en Juan, que era completamente
incorrecta. Pero hay más.
“¿Acaso ha creído en él alguno de los
gobernantes, o de los fariseos?” ¡Ajá!, ¿y? Que otro crea o no en algo, o
incluso que gente con renombre y estudios crea o no en ese algo, ni lo
transforma en verdadero ni lo transforma en falso. En todo caso, si “nadie”
cree en un asunto deberíamos prestar especial atención, pero eso no determina
absolutamente nada sobre la veracidad de tal asunto. De hecho, antes de que se
haga un descubrimiento científico, “nadie” cree en eso…
Pero en realidad esa afirmación es falsa
porque Nicodemo sí creía, y otros tanto también, aunque en secreto. Ellos
estaban generalizando a partir de un conocimiento reducido: sus cercanos “no”
creían en Jesús (mentira, simplemente el que creía no se los decía a ellos).
Otro de los errores por demás de comunes en la política de este siglo y también
entre muchos cristianos. “Nadie” y “todos” son palabras que hay que usar con
mucho cuidado. ¿Estamos seguros de que “nadie” o “todos”…?
“Pero esta gente, que no conoce la ley, está
bajo maldición” Otro argumento falso: el que es “ignorante” de determinado
sistema de conocimientos está bajo engaño, por lo tanto nada de lo que diga o
crea puede ser cierto. Aquí tenemos el problema de “todo”: la gente del vulgo,
era “toda” ignorante de lo que ellos sabían, es decir, de la Ley, lo que ellos
llamaban Ley, por supuesto. Entonces, ellos determinaron primero que el pueblo
no sabía nada porque no había estudiado donde ellos, no hablaba como ellos ni
otras cosas por el estilo. Luego, al no haber hecho exactamente el mismo
“recorrido” intelectual que ellos, era ignorante, y por no saber nada, estaba
bajo el poder del engaño de Ha Satan (como lo llamaban ellos).
El mismo patrón lo tenemos en determinados
grupos políticos de Latinoamérica: ellos consideran que los que no leyeron los
mismos libros que ellos, ni tuvieron los mismos conocimientos e
interpretaciones de la realidad (según lo que ellos creen) están bajo el engaño
de “la corporación de los medios”, y así, le atribuyen un poder místico y
sobrenatural a “los medios” para engañar a “la gente que está maldita” porque
no conoce “su ley”. Bueno, lo mismo pasa dentro de algunos grupos de
cristianos.
Resumiendo: “todos” los que no participaron
de tal o cual formación académica o intelectual son ignorantes, y todos ellos
están bajo un hechizo de engaño por lo tanto “nada” de lo que digan es creíble,
porque “todo” lo que dicen puede entenderse como las directivas que les da ese
poder engañoso.
Nicodemo, uno de ellos y creyente en secreto,
el menos sospechoso de los que estaban allí, trata de poner un poco de cordura,
lógica y básica en función de la misma Ley que dos versículos más arriba ellos
habían invocado: «¿Acaso nuestra ley juzga a un hombre sin antes oírlo y sin
saber lo que ha hecho?» Hoy consideraríamos este principio como de la más
básica lógica, ellos tenían el Pentateuco en el cual estaba expresamente
enunciado. NO podían NO saberlo.
Ellos rechazaron lo que supuestamente leían
todos los días y lo que la lógica más simple dictaminaría. Esto nos muestra realmente
en donde estaba EL VERDADERO poder engañoso, ellos, creyendo ser sabios,
estaban bajo el dominio del espíritu de error, literalmente un poder
espiritual, ya no un problema de razonamiento.
“¿Qué, también tú eres galileo?”
Desautorización del que dice algo contrario. De nuevo, por demás de común en
muchos de nuestros sectores políticos, y también cristianos. Cuando no hay
argumentos, necesitamos desautorizar al contrincante con alguna expresión
particularmente insidiosa. Hoy le dirían “facho” o “gorila” en nuestros pagos,
o del otro lado, “zurdo” o “trosco”; y una amplia y creativa paleta de
descalificativos, siempre en aumento, y lo suficientemente prolífica como para
tener alguno a mano que encaja perfectamente en la ocasión, sea de discusión política
o de otra cosa.
¿Lo que el otro sea descalifica la verdad?
Satanás se presentó delante del Señor y pudo decirle
Mateo 4:9 RVC
9 y le dijo: «Todo esto te daré, si te
arrodillas delante de mí y me adoras.»
¿Acaso Jesús negó lo que dijo por el hecho de
ser, nada menos que, el mismo SATANÁS? No, simplemente lo rechazó como
engañador, pero no negó el argumento, que por cierto es verdadero en parte.
¿Qué situación podrá existir jamás en la que mejor pudiera aplicarse este
principio de “rechazar el argumento por quién lo dice”?
Ellos no dicen una palabra del planteo de
Nicodemo sobre analizar de la fuente los dichos y los hechos de ese tal Jesús.
Ni se detienen a debatir ese argumento, sencillamente lo ignoran, como si no lo
hubieran escuchado. Tal es el desprecio al que llegan de la fuente primera de
una información; no importa el hecho concreto, importa más el retorcido
análisis y el marco paradigmático que encuadra su realidad, y a partir de allí
se interpreta el resto. Dichos y hechos son cosas accesorias en ese esquema de
pensamiento.
Cuidado, porque a esta situación se llega al
buscar y rebuscar las “intenciones ocultas de los conspiracionistas”, ¡y por
supuesto que las ahí! ¡Claro que hay una conspiración global… liderada por
Satanás, la verdadera cabeza e ideólogo de toda conspiración! Pero aún allí,
debe haber hechos para poder afirmar que tal o cual cosa viene “de la
conspiración”; debe haber una información concreta o un discernimiento
profético corroborado por varios mensajeros. Quizás el problema de los
religiosos de esa época era que estaban convencidos de que ellos tenían tal
discernimiento…
Y lo último: “Escudriña y verás que de Galilea
nunca ha surgido un profeta.” Lo cual también es falso porque Jonás venía de
ahí, y de hecho fue constituido en “prototipo” de Jesús en Su sepultura y
resurrección. Entonces, no solo mostraron realmente su ignorancia unos pocos
versículos más abajo después de decir que la gente del pueblo era la ignorante,
sino que además utilizaron otro falso argumento: desautorizar a alguien (para
luego desautorizar a sus palabras) por provenir de determinado lugar geográfico
o condición social (porque el lugar geográfico determinaba en mucho la
condición social y cultural de la persona).
En este breve y muy útil compendio de errores
de razonamiento tenemos casi el núcleo “lógico” que los llevó a rechazar al
Mesías (por supuesto que la verdadera causa era espiritual), y es el mismo
núcleo de pensamiento que muchos cristianos utilizan hoy para negar lo que Dios
está haciendo o anunciando que va a hacer. Es fuertemente un espíritu de error
que ha metido estos pensamientos, y que ha nublado de tal forma la vista y la
mente. Ensayó y perfeccionó muy bien su estrategia en el ámbito político y
social, y luego la lanzó, ya bien ajustada, hacia los cristianos.
Ahora que lo sabemos, ¿seguiremos bajo ese
engaño? O bien, ¿seguiremos “deslumbrándonos” por los que supuestamente saben
mucho pero en realidad solo tienen un amontonamiento de muchos errores
entremezclados que dan la impresión de sabiduría? No, claro que no.
Danilo Sorti
No hay comentarios:
Publicar un comentario