Lucas 23:39-43 RVC
39 Uno de los malhechores que estaban allí
colgados lo insultaba y le decía: «Si tú eres el Cristo, ¡sálvate a ti mismo y
sálvanos a nosotros!»
40 Pero el otro lo reprendió y le dijo: «¿Ni
siquiera ahora, que sufres la misma condena, temes a Dios?
41 Lo que nosotros ahora padecemos es justo,
porque estamos recibiendo lo que merecían nuestros hechos, pero éste no cometió
ningún crimen.»
42 Y a Jesús le dijo: «Acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino.»
43 Jesús le dijo: «De cierto te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso.»
Tenemos distintas corrientes y épocas dentro
del cristianismo, normalmente cada una haciendo énfasis en algunos aspectos del
Evangelio y olvidando casi por completo otros, a veces por ignorancia, a veces
por el fervor o la urgencia de los tiempos, a veces por clara conveniencia
política, para manipular a los fieles.
Una de las herramientas de manipulación más
efectivas de todos los tiempos ha sido y sigue siendo el énfasis exagerado en
el aspecto sacrificial de Cristo, para llevar así ese ejemplo a los fieles, a
fin de construir un cristianismo que valore por encima de todo el esfuerzo y el
sacrificio, que se sienta feliz cuando “sufre” por la fe. La posición
contraria, también herética, es el evangelio de la prosperidad.
“Ni tanto ni tan calvo” dice el refrán, y se
aplica en esto también. Ni podemos construir un evangelio del sufrimiento ni
podemos borrarlo de la Biblia.
Antes de seguir vale aclarar que nuestros
hermanos perseguidos y torturados por su fe necesariamente tienen un “Evangelio
del sufrimiento”, en el sentido de que necesitan (valga la redundancia) ser
fortalecidos en esa verdad. El asunto es muy distinto para aquellos que podemos
tener una relativa paz y seguridad, y aprovecharlas para extender el Reino de
Dios.
Entonces, es necesario recordar esa dimensión
del sufrimiento voluntario de Cristo, quien como hombre perfecto y sin pecado,
NO PODÍA MORIR, no tenía que estar en esa cruz, y hubiera podido bajarse, sanar
instantáneamente sus heridas y pasar por entremedio de los romanos y judíos
como si nada. Y eso es lo que debemos recordar: ¡nadie “mató” a Cristo!, sino
que Él mismo “entregó el espíritu”, Él mismo permaneció voluntariamente en esa
cruz, Él mismo soportó voluntariamente, como cualquier mortal, todos los
sufrimientos, cada latigazo, cada insulto, cada herida.
Cuando pensamos en el sacrificio de Cristo
nos imaginamos nosotros mismos allí, pero es un gran error: primero porque la
dimensión del sufrimiento no era únicamente carnal, humana, sino profundamente
espiritual, algo que nosotros solo podemos conocer de manera muy muy liviana.
Segundo porque cualquiera de nosotros, en esa circunstancia, NO PODRÍA ESCAPAR,
simplemente nos quedaría la resignación y soportar. Pero ese no era el caso de
Cristo, el que resucitó muertos, ¿no podía descolgarse de la cruz cuando
quisiera? En los Evangelios leemos que más de una vez el escapó de una turba
enfurecida o incluso que “pasó por en medio de ellos”, ¿qué poder tenían los
romanos sobre Él? ¿No es el mismo que le dijo a Pedro que tenía a su
disposición doce legiones de ángeles? Doce legiones podía ser más o menos la
mitad de todo el ejército romano distribuido por el territorio imperial… pero
no precisamente de soldados humanos. ¿Qué oportunidad tenían todos los soldados
de Jerusalén frente a un par de ángeles nomás?
Aunque nosotros sabemos esto en nuestra
mente, la dimensión de esta verdad no la alcanzamos a comprender, sólo podemos
aspirar a que se nos desvele un poco más cada vez que nos acercamos a Él, y ese
poco basta para maravillarnos.
Y todo Él lo hizo por nosotros, exactamente
para hacerse como un hombre cualquiera. “¿Ni siquiera ahora, que sufres la
misma condena, temes a Dios?” le dijo un moribundo a otro, en la misma
situación en que estaba el Hijo de Dios, de tal forma que esa frase cobró una
dimensión impensada saliendo de la boca de esa persona en ESA circunstancia.
¿Quiénes eran esos dos crucificados? No ladrones cualesquiera, como traducen
nuestras Biblias, porque esa no era la pena para el robo, ni siquiera el robo
violento. Esa era una “pena ejemplar”, reservada para sediciosos, la palabra
griega λῃστής (lestés) en ese tiempo había llegado a significar eso.
Probablemente no eran “gente del vulgo”, ni “ladronzuelos de poca monta”,
seguramente gente de sector económico y cultural más bien “medio”, que querían
establecer un nuevo reino, no bajo el dominio romano. Uno de ellos quedó
frustrado y así murió, el otro entendió que esa promesa de reino político era
fútil, y que el verdadero reino correspondía al que estaba al lado de ellos,
exactamente igual a los dos en lo que estaba sufriendo, pero muy distinto en
dignidad y futuro. Algunos piensan que estos dos eran antiguos discípulos de
Jesús, que lo habían abandonado frustrados por su “pacifismo”.
Sea como sea, eran “lo peor” de la sociedad
de entonces, peor incluso que un ladrón o asesino común, porque además de sus
hechos violentos (que los tenían) acarreaban con el estigma de la sedición. Y
peor aún porque hubieran podido seguir otro derrotero de vida (con sus
trabajos, familia, etc.), a diferencia del que nace en una familia pobre y no
tiene expectativas naturales de progreso.
A estos Jesús se hizo igual.
Hebreos 2:16-17 RVC
16 Ciertamente él no vino para ayudar a los
ángeles, sino a los descendientes de Abrahán.
17 Por eso le era necesario ser semejante a
sus hermanos en todo: para que llegara a ser un sumo sacerdote misericordioso y
fiel en lo que a Dios se refiere, y expiara los pecados del pueblo.
Y ahora vamos al título de nuestro artículo. Según
la historia, “por temor de su vida a causa de la persecución de Nerón a los
cristianos en el año 64, Pedro intentó escapar de Roma. Pero en el camino se
encuentra con Jesús cargando una cruz en la Vía Apia y Pedro le pregunta a
Jesús: ¿Quo vadis, Domine? ("¿Adónde vas, Señor?") y el Señor le
respondió: Romam vado iterum crucifigi ("Voy hacia Roma para ser crucificado
de nuevo"). Así que Pedro, avergonzado de su actitud, entendió que debía
regresar de nuevo a Roma para continuar su ministerio y dar su vida por Cristo.
Allí fue arrestado una vez más, siendo posteriormente martirizado y crucificado
cabeza abajo.” (tomado de: significados.com).
No sabemos si esta historia es cierta, pero
no me extrañaría que lo fuera. Jesús no solo se “hizo” igual a nosotros en su
crucifixión, sino también después:
Mateo 25:40, 45 RVC
40 Y el Rey les responderá: “De cierto les digo
que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos más pequeños, por mí lo
hicieron.”
45 Y él les responderá: “De cierto les digo
que todo lo que no hicieron por uno de estos más pequeños, tampoco por mí lo
hicieron.”
Pero esto no es nuevo:
Isaías 63:9 RVC
9 Si ellos se angustiaban, también él se
angustiaba; su ángel mismo acudió a salvarlos. Por su amor y su clemencia les
dio libertad; los puso en pie y los llevó en sus brazos, como lo hizo siempre
en el pasado.
Al día de hoy Él sigue sufriendo cada uno de
los sufrimientos del más pequeño de los santos, siente el dolor de cada uno de
Sus hermanos, pasa la angustia de los que son martirizados, y sigue siendo
crucificado con cada uno que muere por su fe. Esto que digo no se puede
entender con la mente, solo podemos recibirlo en el espíritu porque es de una
dimensión que no alcanza nuestra naturaleza humana. No es que Él “se hizo” como
humano y luego listo, se fue a la gloria celestial y a partir de allí ¡a
disfrutar de la vida! Aunque está en Su trono, está también con cada uno de Sus
hijos, y con cada una de sus aflicciones. Y en realidad no solo Él, porque Dios
es Uno, y lo que siente una de las Personas de la Trinidad lo siente
exactamente la otra.
Ese es nuestro Dios.
Que siendo Dios, también comparte todo lo que
somos y vivimos, a pesar de que nunca diseñó este mundo caído para nosotros.
¡Cómo necesitamos que nos sea revelado esto!
Danilo Sorti
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