miércoles, 6 de diciembre de 2017

329. –¿Quo vadis, Domine? –Romam vado iterum crucifigi

Lucas 23:39-43 RVC
39 Uno de los malhechores que estaban allí colgados lo insultaba y le decía: «Si tú eres el Cristo, ¡sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!»
40 Pero el otro lo reprendió y le dijo: «¿Ni siquiera ahora, que sufres la misma condena, temes a Dios?
41 Lo que nosotros ahora padecemos es justo, porque estamos recibiendo lo que merecían nuestros hechos, pero éste no cometió ningún crimen.»
42 Y a Jesús le dijo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
43 Jesús le dijo: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.»

Tenemos distintas corrientes y épocas dentro del cristianismo, normalmente cada una haciendo énfasis en algunos aspectos del Evangelio y olvidando casi por completo otros, a veces por ignorancia, a veces por el fervor o la urgencia de los tiempos, a veces por clara conveniencia política, para manipular a los fieles.

Una de las herramientas de manipulación más efectivas de todos los tiempos ha sido y sigue siendo el énfasis exagerado en el aspecto sacrificial de Cristo, para llevar así ese ejemplo a los fieles, a fin de construir un cristianismo que valore por encima de todo el esfuerzo y el sacrificio, que se sienta feliz cuando “sufre” por la fe. La posición contraria, también herética, es el evangelio de la prosperidad.

“Ni tanto ni tan calvo” dice el refrán, y se aplica en esto también. Ni podemos construir un evangelio del sufrimiento ni podemos borrarlo de la Biblia.

Antes de seguir vale aclarar que nuestros hermanos perseguidos y torturados por su fe necesariamente tienen un “Evangelio del sufrimiento”, en el sentido de que necesitan (valga la redundancia) ser fortalecidos en esa verdad. El asunto es muy distinto para aquellos que podemos tener una relativa paz y seguridad, y aprovecharlas para extender el Reino de Dios.

Entonces, es necesario recordar esa dimensión del sufrimiento voluntario de Cristo, quien como hombre perfecto y sin pecado, NO PODÍA MORIR, no tenía que estar en esa cruz, y hubiera podido bajarse, sanar instantáneamente sus heridas y pasar por entremedio de los romanos y judíos como si nada. Y eso es lo que debemos recordar: ¡nadie “mató” a Cristo!, sino que Él mismo “entregó el espíritu”, Él mismo permaneció voluntariamente en esa cruz, Él mismo soportó voluntariamente, como cualquier mortal, todos los sufrimientos, cada latigazo, cada insulto, cada herida.

Cuando pensamos en el sacrificio de Cristo nos imaginamos nosotros mismos allí, pero es un gran error: primero porque la dimensión del sufrimiento no era únicamente carnal, humana, sino profundamente espiritual, algo que nosotros solo podemos conocer de manera muy muy liviana. Segundo porque cualquiera de nosotros, en esa circunstancia, NO PODRÍA ESCAPAR, simplemente nos quedaría la resignación y soportar. Pero ese no era el caso de Cristo, el que resucitó muertos, ¿no podía descolgarse de la cruz cuando quisiera? En los Evangelios leemos que más de una vez el escapó de una turba enfurecida o incluso que “pasó por en medio de ellos”, ¿qué poder tenían los romanos sobre Él? ¿No es el mismo que le dijo a Pedro que tenía a su disposición doce legiones de ángeles? Doce legiones podía ser más o menos la mitad de todo el ejército romano distribuido por el territorio imperial… pero no precisamente de soldados humanos. ¿Qué oportunidad tenían todos los soldados de Jerusalén frente a un par de ángeles nomás?

Aunque nosotros sabemos esto en nuestra mente, la dimensión de esta verdad no la alcanzamos a comprender, sólo podemos aspirar a que se nos desvele un poco más cada vez que nos acercamos a Él, y ese poco basta para maravillarnos.

Y todo Él lo hizo por nosotros, exactamente para hacerse como un hombre cualquiera. “¿Ni siquiera ahora, que sufres la misma condena, temes a Dios?” le dijo un moribundo a otro, en la misma situación en que estaba el Hijo de Dios, de tal forma que esa frase cobró una dimensión impensada saliendo de la boca de esa persona en ESA circunstancia. ¿Quiénes eran esos dos crucificados? No ladrones cualesquiera, como traducen nuestras Biblias, porque esa no era la pena para el robo, ni siquiera el robo violento. Esa era una “pena ejemplar”, reservada para sediciosos, la palabra griega λῃστής (lestés) en ese tiempo había llegado a significar eso. Probablemente no eran “gente del vulgo”, ni “ladronzuelos de poca monta”, seguramente gente de sector económico y cultural más bien “medio”, que querían establecer un nuevo reino, no bajo el dominio romano. Uno de ellos quedó frustrado y así murió, el otro entendió que esa promesa de reino político era fútil, y que el verdadero reino correspondía al que estaba al lado de ellos, exactamente igual a los dos en lo que estaba sufriendo, pero muy distinto en dignidad y futuro. Algunos piensan que estos dos eran antiguos discípulos de Jesús, que lo habían abandonado frustrados por su “pacifismo”.

Sea como sea, eran “lo peor” de la sociedad de entonces, peor incluso que un ladrón o asesino común, porque además de sus hechos violentos (que los tenían) acarreaban con el estigma de la sedición. Y peor aún porque hubieran podido seguir otro derrotero de vida (con sus trabajos, familia, etc.), a diferencia del que nace en una familia pobre y no tiene expectativas naturales de progreso.

A estos Jesús se hizo igual.

Hebreos 2:16-17 RVC
16 Ciertamente él no vino para ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abrahán.
17 Por eso le era necesario ser semejante a sus hermanos en todo: para que llegara a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiara los pecados del pueblo.

Y ahora vamos al título de nuestro artículo. Según la historia, “por temor de su vida a causa de la persecución de Nerón a los cristianos en el año 64, Pedro intentó escapar de Roma. Pero en el camino se encuentra con Jesús cargando una cruz en la Vía Apia y Pedro le pregunta a Jesús: ¿Quo vadis, Domine? ("¿Adónde vas, Señor?") y el Señor le respondió: Romam vado iterum crucifigi ("Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo"). Así que Pedro, avergonzado de su actitud, entendió que debía regresar de nuevo a Roma para continuar su ministerio y dar su vida por Cristo. Allí fue arrestado una vez más, siendo posteriormente martirizado y crucificado cabeza abajo.” (tomado de: significados.com).

No sabemos si esta historia es cierta, pero no me extrañaría que lo fuera. Jesús no solo se “hizo” igual a nosotros en su crucifixión, sino también después:

Mateo 25:40, 45 RVC
40 Y el Rey les responderá: “De cierto les digo que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos más pequeños, por mí lo hicieron.”

45 Y él les responderá: “De cierto les digo que todo lo que no hicieron por uno de estos más pequeños, tampoco por mí lo hicieron.”

Pero esto no es nuevo:

Isaías 63:9 RVC
9 Si ellos se angustiaban, también él se angustiaba; su ángel mismo acudió a salvarlos. Por su amor y su clemencia les dio libertad; los puso en pie y los llevó en sus brazos, como lo hizo siempre en el pasado.

Al día de hoy Él sigue sufriendo cada uno de los sufrimientos del más pequeño de los santos, siente el dolor de cada uno de Sus hermanos, pasa la angustia de los que son martirizados, y sigue siendo crucificado con cada uno que muere por su fe. Esto que digo no se puede entender con la mente, solo podemos recibirlo en el espíritu porque es de una dimensión que no alcanza nuestra naturaleza humana. No es que Él “se hizo” como humano y luego listo, se fue a la gloria celestial y a partir de allí ¡a disfrutar de la vida! Aunque está en Su trono, está también con cada uno de Sus hijos, y con cada una de sus aflicciones. Y en realidad no solo Él, porque Dios es Uno, y lo que siente una de las Personas de la Trinidad lo siente exactamente la otra.

Ese es nuestro Dios.

Que siendo Dios, también comparte todo lo que somos y vivimos, a pesar de que nunca diseñó este mundo caído para nosotros.

¡Cómo necesitamos que nos sea revelado esto!


Danilo Sorti





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