sábado, 23 de diciembre de 2017

351. Toda la noche estuvimos pescando…

Lucas 5:5 RVC
5 Simón le dijo: «Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y no hemos pescado nada; pero ya que tú me lo pides, echaré la red.»

Probablemente este sea un pasaje de los que más frecuentemente se predica en las iglesias, y por la costumbre lo terminamos pasando por alto. Pero la Palabra de Dios es eterna, y no pasa de moda. Puede ser que un texto haya sido de ánimo durante cientos o miles de años, ¡pero eso no lo “agota” hoy!

Simón, Jacobo y Juan estaban trabajando en su empresa familiar, probablemente como también sus padres y sus abuelos lo habían hecho. Había días buenos y días malos; salir a pescar era siempre una “aventura”, uno no sabía con qué se iba a encontrar… ni si iba a volver. Pero ellos ya eran experimentados; seguramente tenían el conocimiento de varias generaciones, además de su propia experiencia.

Y ese era uno de esos días en que estaban volviendo a casa firmemente convencidos de que hubiera sido mejor dedicarse a cultivar hortalizas o vender en el mercado… pero bueno, allí estaban y había que prepararse para el próximo día en el que quizás habría mejor suerte. Ese problema del cambio climático estaba afectando a la pesca…

Pero allí aparece Jesús, de quién habían oído hablar, testimonios asombrosos e inquietantes. Ahora tenían la oportunidad de hacer por lo menos algo útil, ya que no iban a poder llevar nada a casa hoy, al menos podrían prestar la barca para que Jesús enseñara.

Y aquí tenemos la primera cuestión: si ellos hubieran pescado esa noche, mucho o poco no importa, si hubieran tenido pescado en la barca, probablemente ya estarían yendo para el mercado, o se encontrarían demasiado ocupados seleccionando y limpiando pescado, o las barcas estarían llenas y sucias como para que Jesús pudiera utilizarlas. En ese momento ellos debían estar “vacíos” y disponibles.

Y como todos nosotros nos encontramos más de una vez frustrados y desanimados luego de haber estado trabajando “toda la noche” y no haber logrado nada, este mensaje nos sigue hablando. No podemos encontrar ningún pasaje en el Nuevo Testamento que nos diga que el trabajo que estaban realizando Simón, Jacobo y Juan fuera “contrario” a la voluntad de Dios, o que fuera injusto o que no hubieran debido hacerlo. Lo más lógico es pensar que estaban haciendo lo que legítimamente sabían y podían hacer para ganar su sustento. Ellos no estaban “fuera de la voluntad divina” en un sentido general.

Pero esa misma voluntad los había llevado en esa oportunidad a pasar por un período de frustración y “fracaso”, necesario para que ellos estuvieran materialmente preparados para el requerimiento particular de ese día del ministerio de Jesús, y también para algo más. No hubieran podido escuchar tranquilamente el mensaje si tenían que estar preocupados en seleccionar el pescado, pensar en cuánto lo venderían, a quién, dónde, etcétera; probablemente hubieran estado ya bastante cansados por el trabajo, y no hubieran podido tener su atención bien enfocada. Además, estarían muy contentos con el resultado de su trabajo, por lo que su ser interior no iba a estar tan abierto a escuchar un mensaje que supliera sus necesidades más profundas. Era necesario que esa noche en particular no hubieran pescado nada.

Y algo más, debían estar preparados para el milagro que ocurriría después. Pero veamos toda la historia:

Lucas 5:1-11 RVC

1 En cierta ocasión, Jesús estaba junto al lago de Genesaret y el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios.
2 Jesús vio que cerca de la orilla del lago estaban dos barcas, y que los pescadores habían bajado de ellas para lavar sus redes.
3 Jesús entró en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, y le pidió que la apartara un poco de la orilla; luego se sentó en la barca, y desde allí enseñaba a la multitud.
4 Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón: «Lleva la barca hacia la parte honda del lago, y echen allí sus redes para pescar.»
5 Simón le dijo: «Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y no hemos pescado nada; pero ya que tú me lo pides, echaré la red.»
6 Así lo hicieron, y fue tal la cantidad de peces que atraparon, que la red se rompía.
7 Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Cuando aquellos llegaron, llenaron ambas barcas de tal manera, que poco faltaba para que se hundieran.
8 Cuando Simón Pedro vio esto, cayó de rodillas ante Jesús y le dijo: «Señor, ¡apártate de mí, porque soy un pecador!»
9 Y es que tanto él como todos sus compañeros estaban pasmados por la pesca que habían hecho.
10 También estaban sorprendidos Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús le dijo a Simón: «No temas, que desde ahora serás pescador de hombres.»
11 Llevaron entonces las barcas a tierra, y lo dejaron todo para seguir a Jesús.


El mar, o en este caso, un gran lago, no era el “lugar” que nosotros conocemos hoy. Por cierto que no es poco el respeto que tienen hoy los marineros hacia el mar: es tanto un lugar de vida como un lugar de muerte para los seres de tierra firme. Pero en ese entonces era peor aún: los barcos tenían mucha menos seguridad, en lago de Genesaret (o mar de Galilea) era y es conocido por sus bravas y repentinas tormentas, y además, en el pensamiento de todos los pueblos antiguos, el mar escondía en sus profundidades a los principados espirituales del caos primigenio. Bueno, hoy sabemos que de hecho existe todo un vasto dominio de Satanás y sus demonios bajo las aguas; así como en otros lugares del planeta también y más allá.

El trabajo de aventurarse al mar para recoger sus frutos no solo era riesgoso sino que también implicaba valor espiritual: era propiamente el territorio de los seres malignos. Estos pescadores frustrados no eran gente común. Claro, no tenían otros recursos ni otra capacitación como para dedicarse a un trabajo más seguro, pero debían ser lo suficientemente valientes y tener la suficiente fortaleza espiritual como para hacerlo.

Así eran estos tres, precisamente las cualidades que debían ponerse en juego para establecer los cimientos de la Iglesia en medio de la fuerte oposición que recibiría en sus primeros años… y en los que siguieran también…

Estos eran emprendedores, gente con iniciativa propia, acostumbrada a depender de su trabajo, a ganar y perder, y no desanimarse; y en un contexto complicado, con una economía intervenida por el imperio, compitiendo desfavorablemente contra los colonos romanos que venían con un aparato judicial y económico que les resultaba favorable… no hemos cambiado mucho en 2.000 años…

Ellos no eran gente “común”, como pensaban los religiosos de su época, eran gente de verdad muy especial, y más especial aún porque no querían saber nada con ese sistema religioso, pero estuvieron perfectamente abiertos para escuchar el mensaje de Jesús. Claro, las circunstancias ayudaron a eso.

Ellos tendrían una misión especial, y la señal que les da Jesús luego sería más que suficiente: “fue tal la cantidad de peces que atraparon, que la red se rompía”. Pero antes de eso Simón creyó en las palabras de este, probablemente extraño o al menos poco conocido, Jesús. Y hay más, luego de una pesca fuera de toda lógica, Simón no dijo: “¡Maestro, qué bueno que estés con nosotros! Hagamos una sociedad, tú vienes por aquí en la temporada de pesca, y nosotros te damos un buen porcentaje de la ganancia, así puedes continuar tu ministerio sin preocuparte en lo más mínimo por el dinero.”

No quiero ser mal pensado, pero no puedo evitar pensar en que muchos de nuestros pastores y predicadores hoy habrían dicho exactamente eso… perdón, no lo dicen, es lo que hacen en realidad, “usando” los dones y la gracia que recibieron para hacer crecer su propia fortuna. Pero muy pronto eso acabará, si no es que está acabando ya al momento de leer este artículo.

De paso digamos que esa pesca milagrosa no solamente estaba mostrando el poder de Jesús sobre la naturaleza, como también vez tras vez se ha predicado; en el pensamiento de ellos estaba demostrando el poder de Jesús sobre los espíritus del caos y el mal que yacían en el fondo del agua. «No temas, que desde ahora serás pescador de hombres.» Fue el llamado que ellos obedecieron sin vacilar (¿quién de nosotros estaría tan dispuesto como ellos?), y estaba perfectamente claro que “pescadores” no quería decir solamente “meter en las redes”, sino también “rescatar de las garras del mal”, de los espíritus malignos.

¡Ellos eran pescadores! ¿Por qué habrían de dejar un negocio que había prosperado repentinamente y dedicarse a algo completamente nuevo? Porque recibieron un llamado superior.

Empezamos diciendo que estos tres estaban trabajando en lo que sabían y habían llegado a querer. Pero no eran para nada “gente común”, por más que todos los pudieran ver de esa forma, y por más que muchas veces se predique erróneamente así. A través de un par de sucesos y de un llamado fueron reenfocados y cambiaron completamente su vocación… ¿pero será verdad que “cambiaron” de vocación? En realidad, su vocación fue siempre enfrentar los peligros para obtener una cosecha creyendo en el Dios de sus padres, que ahora se les había presentado en persona.

Claro, eran humanos. El principal problema de Pedro fue siempre su sentido de autosuficiencia, era el primero en “ir al frente”, el primero en hablar… y el primero en “meter la pata”. La noche infructuosa y la pesca milagrosa que siguió no fueron solamente la serie de sucesos necesarios para que respondieran al llamado del Mesías, fueron también el primero de los muchos tratos que recibiría para ceder su autosuficiencia y asumir sus debilidades y aún su propia muerte sin ofrecer resistencia.

De este episodio que hubiera podido quedar casi como una anécdota en la historia salió el apóstol Pedro, el que recibió las llaves de la Iglesia, esto es, el que abrió primeramente sus puertas a los judíos en Pentecostés, el que luego avaló la conversión de los samaritanos y el que fue usado (a pesar suyo, digamos) para que Cornelio y su casa se convirtieran y los gentiles fueran aceptados; de allí venimos todos nosotros y de allí vienen también los actuales creyentes de trasfondo judío (ellos no hubieran podido creer hoy si algunos gentiles no les hubieran predicado en décadas pasadas).

De allí vino Jacobo, piedra fundamental de la primera iglesia y el primero de los apóstoles que ofreció su sangre en martirio. Y también vino el amado Juan, el que completó la revelación del Nuevo Testamento y nos dio el panorama profético del futuro. Pablo sería luego el arquitecto de la Iglesia, pero el “inicio” y el “fin” de la revelación neotestamentaria y de la Iglesia toda estaban, en semilla, ese día en un grupo de frustrados pescadores.


Danilo Sorti





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